CIPRIANI, EL POLITICO

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Sinesio López Jiménez

Guerras religiosas europeas, monarquías absolutas, ilustración y revolución francesa son acontecimientos y procesos históricos estrechamente vinculados. La demostración brillante de los lazos indisolubles entre ellos ha corrido a cargo, entre otros, del célebre historiador alemán Reinhart Kosselleck. Las monarquías absolutas emergieron como producto de dos victorias (sobre las guerras religiosas y sobre las aristocracias) y se consolidaron cuando lograron construir una estrategia de tolerancia diferenciando y separando lo público de lo privado. Lo público fue restringido a la relación de protección y obediencia entre los ciudadanos y el poder monárquico y lo privado era un cajón de sastre. Allí entraban las actividades económicas, las ideas, las creencias religiosas, las convicciones íntimas, la moral particular, etc. La paz se logró y se consolidó gracias a esa separación. La guerra nacía de la fusión y confusión entre lo público y lo privado, sobre todo de la explosiva mezcla entre la política y la religión. La ilustración emergió del mundo privado y se proyectó, sin embargo, hacia lo público, redefiniéndolo y ensanchándolo, pero manteniendo su separación. Emergió entonces lo público social: el debate público, la esfera pública, la sociedad civil que abrieron, como lo ha demostrado Jurgen Habermas, el poder cerrado de las monarquías absolutas transformándolas en monarquías constitucionales. En este caso, lo público social precedió a lo público estatal. La ilustración abrió el camino a la revolución. Esta fue obra de los grandes movimientos sociales que protestaban contra la crisis del trigo y del pan, pero el combustible que puso en marcha ese motor social y que le dio sentido y proyección histórica fue la ilustración. Las revoluciones burguesas dieron a luz a las democracias modernas, a los derechos humanos, a la ciudadanía.

Para la Iglesia Católica ha sido y es difícil separar lo público y lo privado. Las razones son múltiples pero la dificultad principal radica quizás en lo que Habermas ha llamado la publicidad representativa que se basaba, no en el debate y el diálogo de individuos privados sobre asuntos de interés general, sino en el status y en la exhibición del poder que la gente aceptaba, aprobaba y aplaudía. Esta fue la publicidad propia del mundo feudal. Los públicos en el mundo clásico (griego y romano) y en el mundo moderno, en cambio, son producto del diálogo y del debate crítico y racional. En este sentido, la Iglesia Católica no tenía un público sino fieles. El concilio Vaticano II fue toda una revolución en la relación entre la jerarquía eclesiástica, el clero y los fieles. Se produjo entonces una revolución copernicana: Se comenzó a mirar a Dios, no desde arriba y desde la jerarquía eclesiástica, sino desde el mundo y la perspectiva de los desheredados y los pobres. Estos cambios se expresaron también en lo ritual. Los sacerdotes celebran la misa, ya no de espaldas a los fieles y en latín, sino de frente en una relación cara a cara y en el idioma de cada país. En algunas ocasiones se produjo y se produce un diálogo entre el sacerdote y los fieles y se comenzó a esbozar un público religioso, producto de una combinación peculiar entre la fe y la razón. Por este motivo, incluso con el Concilio Vaticano II, es difícil separar la autoridad de la fe de la crítica de la razón tanto en las corrientes conservadoras como en las progresistas de la Iglesia.

¿Que tienen que ver todas estas disquisiciones con el señor Cipriani?. Mi hipótesis es que Monseñor Cipriani se ha quedado en la publicidad representativa medieval; que el Concilio Vaticano II pasó por encima de él, pero él no ha pasado por el Concilio Vaticano II; que no ha logrado diferenciar y separar lo público de lo privado y que hace política desde la religión y desde el status que ocupa en la jerarquía eclesiástica. Cuando habla desde el púlpito no dialoga sino pontifica, no emite razones sino dictados, no delibera sino aprueba y condena. Todo lo humano lo somete al dictado divino que él supuestamente encarna y representa. A los medios de comunicación los transforma en púlpitos. Desde ellos ensalza a sus amigos y fulmina a los que no piensan como él y a los que previamente ha transformado en demonios. El político Cipriani utiliza al cardenal para legitimar las causas (conservadoras) que defiende. Su discurso, además, tiene clase y sexo. Habla en favor de los ricos, de los poderosos y de los machazos en contra de los pobres y los débiles. Su postura ideológica y política castra la vocación universal a la Iglesia Católica, la enclaustra en una dimensión elitista y abre un forado para el avance de otras iglesias y del escepticismo. Tengo la impresión que para él el mal existe y está encarnado en los que no piensan como él y que son, no enemigos relativos (Carl Schmitt dixit), sino absolutos a los que se debe aplicar una guerra sin reglas: nada de respeto a los derechos humanos. El mal tiene que desaparecer de todos modos. Julio II decía que el Papa es el único hombre al que los reyes besan los pies. El Cardenal peruano podría decir también que Cipriani es el único hombre al que García besa la mano.

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