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El maestro de la Luz y guerrero de la Tiza, sus Estampas de Jauja y otros momentos.

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A la memoria de Tania Wu

Pedro Monge
El ilustre jaujino Pedro S. Monge

Julio C. Dávila-Mendiola W.
e-mail: elhalckon@gmail.com


Si bien no conocíamos fisicamente a Pedro Monge, supimos de él a través de sus libros:Estampas de Jauja, al que hacemos ahora referencia, editado e impreso el año de 1980. Años después con Cuentos Populares de Jauja en sus dos ediciones, la primera editada e impresa el año de 1986, de color verde agua y que contiene 5 capítulos, publicación realizada durante la gestión del alcalde provincial Diego Guitérrez Orihuela; y la segunda, de color celeste, el año de 1993 y que contiene la primera parte ya publicada, la de los cinco capítulos más un adicional de 7 capítulos, haciendo un total de 12 capítulos; conforma Cuentos Populares, con 12 series y 235 relatos un interesante y emocionante panorama cultural del imaginario colectivo de nuestra gente, gente de bicharra, de tierra y de maíz. También lo conocimos por sus diversos escritos, ensayos, cuentos y discursos publicados en la revista josefina Xauxa; y es aquí, en la edición número 17, del año número IX y que corresponde a noviembre de 1950, en donde encontramos el momento de mayor trascendencia en la relación Monge-Rivera Martínez: La Cruz de Piedra, un intrigante y misterioso cuento escrito por el entonces joven de diecisiete años Edgardo Rivera Martínez, y que a manera de presentación, y utilizando las iniciales de P. S. M, el maestro Monge de 44 años suscribe el siguiente texto: Con ‘La Cruz de Piedra’ inicia su carrera literaria el joven Rivera Martínez.-Lector impenitente, ha barajado a todos los representantes de la literatura universal en un afán encomiable de acopiar concepciones estéticas y modelos de estilo para iniciar su propia elaboración literaria. Temperamentos y méritos como los de Edgardo Rivera Martínez justifican holgadamente que un profesor rompa sus normas de rígida imparcialidad para saludar al discipulo distinguido, con la seguridad de saludar en él a uno de los futuros escritores del Perú. Extraordinario augurio y de certero para el joven Edgardo. Obviamente las palabras de Monge revelan a un hábil lector de aptitudes y cualidades con una singular capacidad de intuición; Rivera Martínez, el año de 1993 ya ingresaba brillantemente al portal de los grandes escritores en el Perú y concitaba la atención del mundo entero, con su novela País de Jauja. Descubren también esas palabras, el inicio de una cercana y vital amistad de duración infinita, físicamente hasta cuando el incansable maestro de la luz y guerrero de la tiza cerró sus ojos para siempre en octubre del año de 1979. Correspondió Edgardo Rivera, el discipulo de ayer y amigo de siempre, al año siguiente con el cuidado de la edición y el prólogo de su primer libro Estampas a manera de un homenaje póstumo, encomiable labor realizada junto a don Miguelito Martínez, el profesor de la clásica boina negra. En él diría Rivera, en referencia a los textos que conforman dicho libro: (…) En todos ellos, por encima de lo inmediato y de lo anecdótico, subyace un profundo interés por el hombre, y, en particular, por el hombre modesto, la mujer del campo, el niño. Interés por sus actividades, sus costumbres, sus alegrías, sus sufrimientos. Y subyace, también, un profundo amor por la tierra luminosa del valle (…)

Posteriormente por la edición del libro Semblanzas de Pedro el del Quijote, trabajo compilatorio realizado en marzo del año 2001, por los profesores Henoch Loayza Espejo y Jaime Kato Casimiro y que contiene diversas apreciaciones sobre el trabajo intelectual del maestro Monge, más algunas de sus correspondencias entabladas con intelectuales de importancia en aquellos tiempos, y un breve resumen de su producción intelectual. Y en estos momentos por un trabajo que se viene realizando con el historiador Carlos H. Hurtado Ames y el prof. Gilberto Espinoza Peñaloza y que contiene en una serie de discursos inéditos el plasma de su pensamiento social y artístico; este libro que se publicará próximamente bajo el sello de Halckon Editores, renovará en forma absoluta la visión que se tiene sobre el trabajo y la posición intelectual que ocupó en su tiempo el escritor Monge Córdova.

Por otro lado, una anécdota de singular valía y que la recordamos con aprecio en estos instantes es la que nos contó un amigo, él rememora que don Pedrito a menudo se dirigía cruzando la plazuela del barrio de “La Samaritana” hacia su centro de trabajo, el Colegio de San José. En cierto momento él disfrutaba de una tarde infantil de juegos con sus amigos de barrio; y de pronto se presenta don Pedro cruzando la plaza, se detiene y observa un momento, luego se dirige hacia él, y acariciando su rostro con ternura le dijo: Si sólo pudieras caminar, ¡ el mundo cambiaría!, este mensaje obviamente en referencia a su condición de limitación física, pues él desde niño se desplaza en dos muletas, antes de madera y ahora de aluminio; quien sabe que con este mensaje don Pedro quizo desafiarlo permanentemente y por siempre a superar su condición física y más allá, a fracturar su limitación mental para prosperar en cualquier campo, de nuestro amigo Enrique “Kike” Pariona Camargo. Sin duda esta expresión de cariño paternal refleja la inmensa calidad humana y la fresca bondad de don Pedro; y sabemos, que siempre le rodeaba un aura de exquisita sensibilidad social.

Y hablando de sus Estampas; siempre es bueno volver a pasear por los clásicos de la literatura peruana contemporánea, para distinguir la buena escritura, al maestro del pelele; al maestro Monge Córdova y su magistral Estampas de Jauja. Estamos sin duda ante un escritor persuasivo y encantador, y que despierta con su pluma un extenso e infinito sentimiento de cariño y adhesión por nuestra tierra primigenia. Volver a pasear, y que mejor volver a releer; recordamos muy bien de cuando leímos el fantástico cuento de Jorge Luis Borges, Utopía de un hombre que está cansado; en una parte, durante el diálogo entre Eudoro Acevedo y Alguien, cuando Eudoro afirma que en su casa tiene más de dosmil libros impresos, no tan antiguos ni tan preciosos, Alguien, riéndose, replicó que nadie puede leer dosmil libros y que en sus cuatro siglos de vida no ha pasado de media docena, y aclara rotundamente que lo más importante no es leer sino releer. Entonces releamos Estampas de Jauja, solo lo mejor para cuatro siglos se relee; y es definitivamente, un libro esencial y necesario para todos los jaujinos y los que no lo son. Evidentemente, hablar de Estampas de Jauja es hablar de Pedro Susanívar Monge Córdova, un libro existencial y con elevado poder de evocación; leyéndolo viviremos la vida del mismísimo Pedro, viviremos la vida de nuestros padres y abuelos, indudablemente viviremos muchas vidas; es, categóricamente un pensamiento para sentir y descubrir el espíritu subyacente del hombre xauxa, en sus bailes y sus danzas, sus gentes y sus barrios. Es, en sí, un libro para ensimismarse en este momento, para pintarlo un día de viernes Santo; para crear y suspirar, repasar y bailar un sábado desde la mañana; para soñarlo despierto un fabuloso domingo de feria; en definitiva, para apachurrarlo todo contra nuestro corazón, para mimarlo hasta cuando el sol y la luna sean uno solo. Que precisamente así sea.

Finalmente. Y si llegaste a Jauja del extranjero o de otro lugar a pasar tus vacaciones, una, y la mejor recomendación es que lo leas aquí mismo, para que instantáneamente se reposicione en tu alma la nobleza del hombre xauxa. Y si te lo llevas para leer en otro tiempo, os te aseguro que sentirás toda una experiencia única y maravillosa dentro de ti. Y, y que tal si lo lees disfrazado de “chuto” en tu jardín de sol, quien sabe, reaparezca y se quede en tí ¡el hombre Jauja!

A dos generaciones de distancia y a casi treinta años de su viaje primordial, nos juntamos para siempre. (20 de marzo 2008)

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“País de Jauja”: De la novela a la realidad…

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País de Jauja, Santillana 2007
Por Darío A. Núñez Sovero
darionunezsovero@hotmail.com

Cuando concluí la lectura de esta hermosa y extraordinaria novela de Edgardo Rivera Martínez: “País de Jauja” (1), no pude menos que ensayar un envidiable orgullo por saber, íntimamente, que el autor siendo un jaujino notable, es en su diario acontecer una persona de una franciscana modestia y sencillez patética. El orgullo deviene del hecho de conocerlo, él sin saberlo, y haberlo visto, en mi niñez y adolescencia, recorrer las calles de Jauja transportando un asombroso silencio y una no menos metafísica mirada.

Cuando en el preámbulo de su obra el autor, dirigiéndose al lector, le advierte que en su novela hay “sin duda, bastantes elementos autobiográficos, pero es mucho mayor lo imaginado” (2) recuerda que su novela combina experiencias juveniles, su raigambre andina pero no por ello menos occidental, el descubrimiento del amor y el énfasis de ciertos personajes, como Abelardo y la tía Marisa, todos ellos al unísono en la consolidación de su vocación. Esta última afirmación se debe a que el autor, siempre recurriendo a su reclamada autobiografía, admite su entrañable amor por la música como su, entonces oculta y mayor, aspiración literaria, la que finalmente fue la que lo ha encumbrado como un autor de nota nacional e internacional.

País de Jauja 1993
País de Jauja, La Voz Ediciones, 1993. 515 pp.

Confieso que, sin embargo, antes de leer esta obra, pensaba encontrar en su contenido descripciones de Jauja de la década del 40 del siglo anterior, cronología en la que ubica el contexto de sus relatos tan preclaro autor, de aquella Jauja imaginaria de la que tanto nos hemos imbuido los naturales de ésta, para citar sus palabras, esplendente tierra; que iba a encontrar descripciones poéticas de nuestra Laguna de Paca, de la verdosa y deslumbrante campiña de Jauja, de sus riquezas coloniales, su comida exquisita y sin par, de sus monumentos arqueológicos o el sin fin de parajes maravillosos que indudablemente tiene nuestro terruño. Pero no, felizmente, el propio Rivera se encargó de advertirnos que mucho de su novela describe experiencias personales en la Jauja novecentista que nos dejó.

Amelia en Ataura Jauja
Sentada con vestido negro y sombrero blanco, se observa a Amelia Bonilla en Ataura – Jauja. Se aprecia la fusión cultural de lo occidental con el mundo andino. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Trini Schutz.

Coincido con el autor a efecto de entender “País de Jauja”, como una fusión cultural entre lo occidental y lo andino, encuadrar a Jauja como una ciudad sui generis en dicho tiempo respecto a otras ciudades en los andes peruanos; la misma que se debió a la gran inmigración que hubo hacia Jauja por su clima que era vital para los que sufrían tuberculosis y asma.

Justo es, esta afirmación, la que nos empujó a atar algunos elementos autobiográficos que existen a lo largo de todo el relato. Me apresuro a expresar mis disculpas si existiera algún atrevimiento involuntario en mis afirmaciones, sin embargo quiero decir que, en todo caso, esta audacia deviene de algunas observaciones personales. Así es como dedujimos, en primer lugar, que el hermano Abelardo, del que con gravedad y respeto cita reiteradamente el autor, es nada menos que nuestro recordado Miguel Martínez Saravia, hombre cultísimo de admirada ascendencia en la formación de numerosas promociones del Colegio “San José” de Jauja. Es de sobra notorio que sin esta generosa compañía el autor no hubiera podido alimentar, en su adolescencia, una formación prolija de indispensable tendencia clásica. Era, pues, como lo admite Edgardo Rivera, su hermano, quién le seleccionaba los libros que debía ir leyendo y a quién acudía cuando quería encontrar enjundiosos comentarios tanto académicos como costumbristas. Era, en suma, una sombra tutelar, una guía paidética, al mejor estilo griego. En este acápite me atrevo a sustentar que siendo verdad la presencia decisiva de Miguel Martínez en la vida del autor de “País de Jauja” y siendo incuestionable la entrañable amistad y relación ideológica que existía, en vida, entre Miguel Martínez y Pedro Monge Córdova, indirectamente, éste último ha intervenido como parte del equipo formativo inicial de Edgardo Rivera Martínez. No quiero desmerecer la vocación autodidáctica de nuestro escritor, menos su rígida e intencionada formación académica, pero sostengo que este aserto es incuestionable, salvo, como dicen las comunicaciones escritas, error u omisión. Mi sustento se resume en la postulación de que tanto Miguel Martínez como Pedro Monge son las epónimas figuras que han aportado visiblemente en la formación del talento literario de nuestro escritor. Pero aquí surge otra pregunta: siendo Edgardo Rivera poseedor de un espíritu sensible de probada tendencia artística en el campo literario y musical, según propia versión novelesca, ¿por qué es que no descolló en la música como sí lo hizo en la novela? Aventuro la respuesta: Es que para esto último tuvo el aliento siempre atento y oportuno de Miguelito Martínez Saravia y Pedro Monge Córdova, mientras que para la música sólo tuvo una esmerada pero limitada maestra como Mercedes Chavarri, según la novela, que en verdad era doña Mercedes Dávila en la vida real, aquella amable señora esposa del conocido Carlos Ayllón, que en la obra es presentado como Carlos Baylón y que vivían en una casona de la cuadra 8 del Jirón Sucre en Jauja, además de la lega contribución que le brindaba su madre, especialmente para la recopilación y pulimento de la música andina de la que era muy afecta.

Jaujino japonés
Inmigrante japonés de los 40, maestro de karate y fotógrafo Soko Nakachi Higa, quien tuviera su estudio fotográfico frente al cine Colonial. Foto proporcionada por Rubén Casimiro Taipe en el concurso de fotografías de Jauja en blanco y negro.

Hay, en todo lo largo del relato, numerosísimas referencias que nos actualizan la memoria de lo que fue nuestra querida y nostálgica Jauja de la referida década. Debo relevar, entre otros más, que cuando el autor habla del peluquero Nakamoto y su proverbial humorismo de corte oriental, nos está mencionando a la peluquería que tenía en Jauja, el ciudadano japonés Alejandro Makino, el mismo que tenía como sede de su establecimiento, la cuadra 5 del jirón Grau y que estaba avecindado con otro hijo del país del “Sol Naciente”, don José Fukushima, también varias veces citado. La peculiaridad de estos hechos radica en el cosmopolitismo de Jauja de entonces: además de concentrar ciudadanos de distintas nacionalidades como el rumano Radulescu y otros japoneses residentes, desfilan a lo largo de las 662 páginas de esta novela personajes varios como los curas españoles del Convento de Ocopa, los curas italianos de la Parroquia de Jauja, la dama Awapara de ascendencia árabe, el usurero Kogan, etc. En contraste, ahí el lector hallará un encendido homenaje a la belleza eufónica de algunos apellidos quechuas como Pomasunco, Incamanco y Canchapoma (3). Esto me recuerda al diálogo que algún día tuvimos con ese notable pintor jaujino, ya desaparecido, Hugo Orellana Bonilla, quién no se hallaba en gracia con los apellidos que llevaba por su vacío contenido y su procedencia extranjerizante “me hubiese gustado, me dijo, apellidarme Carhuancho o Quispe o Yarihuamán ¡qué lindo!, todos con un alto contenido terrígeno”.

Jalapato en la Plaza de Jauja
Jalapato en el frontis de la Municipalidad de Jauja. A la izquierda se aprecia la elegancia de los ciudadanos jaujinos de la época y a la derecha, un conjunto de músicos liderados por el legendario acollino “Huachipso” Blancas. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Manuel Velasco Aguilar.

Sería largo enumerar las citas de nombres imaginarios que se encuentran en el libro pero que, en verdad, se corresponden con nombres que han existido en la época en que se le ubican los relatos. Es sorprendente la descripciones mágicas del personaje Fox Caro y sus pronósticos sobre la sabiduría y la paz; indagando sobre él, he encontrado que de verdad éste existió y se trataba nada menos que del jaujino don Oscar Castro, fabricante de ataúdes de la cuadra 7 del Jr. Graú, en cuya puerta vendía panecillos y dulces de Jauja su esposa Margarita. Debo destacar, empero, dos cosas que a mi modo de entender son impostergables: el tratamiento narrativo que hallamos para nuestras fiestas costumbristas como la fiesta del “20 de Enero” y nuestras fiestas del cortamente carnavalesco. Sobre lo primero se encuentra que ya desde la época del siglo anterior era motivo de especial esmero el presentar una fiesta de gran colorido, con instituciones que hacían ensayos previos como el conjunto tunantero de los hermanos López, apellido ficticio para los hermanos Erasmo y Guillermo Suárez Zambrano, dirigentes del afamado conjunto “Centro Jauja” que hasta hoy existe gracias al entusiasmo y cariño de continuadores de la fiesta y a cuyos preámbulos gustaba de asistir el autor del libro. También, siempre con relación a la fiesta de Yauyos, encontramos una preocupación que muchos años después (hasta hoy) no puede ser superada: Los conjuntos de músicos, en general, en la música que interpretan, privilegian los saxofones y clarinetes en desmedro de las notas bellas que salen de los violines y arpas. Juzgo que este último juicio es tema palpitante que debería motivar un estudio para preservar y mejorar nuestra fiesta. El lector hallará, en este asunto, descripciones inmejorables escritas con una prosa perfecta, como “prefería caminar sólo, en silencio detrás del arpa, Cuánto me asombraban los tucumanos, con sus espuelas y sus lazos, y esa manera tan extraña de decir: !Cuidado con las siete puntas! Me hacían pensar en distancias inmensas, desoladas. Se diría que en ellos se juntan las figuras del bandolero, del pistacho, del condenado, y por eso el asombrado espanto que me inspiraban”(4).

Con relación a nuestros carnavales, es por todos conocido que ellos en el Valle de Jauja, se inician en los llamados jueves de compadres y comadres en el distrito de Paca. Allí, como hasta ahora, se acostumbra jugar con harta agua, harina y ortiga, confusión propicia para que algunos mozalbetes aprovechen de manosear indecente y morbosamente a algunas damas. Rivera reedita luego la tradicional presencia de la fiesta del cortamente de los barrios Huarancayo y La Libertad donde los cultores de la fiesta bailan, como don Manuel Irribarren (en alusión al extinto Alejandro “Chuyón” Palacios en la vida real) “con su figura alta y flaca, semejante a la de un torero y un estilo de renovada y justa fama” (5).

País de Jauja Peisa
País de Jauja. 548 pp. Segunda edición, marzo de 1996 PEISA

Leer “País de Jauja” es una experiencia de sempiterna recordación, una oportunidad de romántica regresión a nuestra adolescencia y la constatación de ameno estilo del autor. Debo decir, sin escatimar nada, que he hallado la ocasión de repasar muchas cosas y personas del terruño. Los jaujinos deberíamos de leer más de una vez esta hermosa obra, la cual, según admite el autor, fue elaborada paciente y cuidadosamente durante dieciséis años. Ahora poco, en un boletín que publica la Universidad Nacional Mayor de San Marcos se menciona a Edgardo Rivera como el jaujino universal. Y en verdad es gracias a él que Jauja da la vuelta al mundo en todos los idiomas. Gracias, Edgardo, por regalarnos esta visión de nuestra Jauja donde “Brilla el sol y el aire es límpido y clarísimo”.

________________________
(1). RIVERA MARTINEZ, Edgardo. Pais de Jauja. Lima, Ed. Santillana. 2da. Ed. 2007. 662 pp.
(2). Ob.Cit. p.11
(3) Ob. Cit. p. 245
(4) Ob.cit. p. 243
(5) Ob.cit. p. 416

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“Cuentos misteriosos en noches a media luna”: El nuevo libro de César Núñez Arroyo

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Por: Julio C. Dávila-Mendiola W.
e-mail: elhalckon@gmail.com

Noches a media luna


César Núñez Arroyo, quien a sus 48 años publicó su libro inicial “Huajaco”, allá en el año de 1977 y que hoy por hoy ocupa un importante espacio histórico-literario en el Perú. Dicha obra, una interesante descripción de hechos a modo de una novela corta de un intento guerrillero que se germinó en el popular barrio de “Cruz de Espinas” y que terminó en las faldas semi-abiertas del lugar denominado “Huajaco Pumalanla”, en la jurisdicción de la provincia de Jauja a principios de la década de los años 60 y que tuvo como protagonistas a Francisco Vallejo, Joaquín Salguero, el “cholo” Mayta y otros muchachos josefinos, sucesos que fueron difundidos y elogiados por las diversas agencias noticiosas del mundo, entre ellas radio “La Habana” y radio “Moscú”, fue el insumo básico para que el famoso escritor peruano Mario Vargas Llosa novele su “Historia de Mayta”. Él mismo estuvo en Jauja recogiendo versiones orales del propio autor y los parientes y conocidos de los principales protagonistas.

Y ahora con 30 años más, bordeando las ocho décadas, Núñez Arroyo nos muestra con singular y especial orgullo sus “Cuentos misteriosos en noches a media luna”, el primero de varios inéditos que hasta ahora tiene; entre ellos: “Caminos sangrientos” y “Ojo del mundo”, éste último libro será publicado en homenaje y a la memoria del artista de trascendental factura pictórica Hugo Orellana Bonilla. El libro “…” contiene catorce anécdotas personales vividas en distintos tiempos a lo largo de su vida, todas ellas contadas con sobredosis de misterio, con sabor a chacra y su choclo recién cosechado, con la heroica sencillez de una bicharra, como él mismo lo indica en la presentación; las respectivas ilustraciones vienen de la imaginación plástica y la serenidad incaica del Chasqui de Shunta: Abel Simeón Solís. Entre ellas tenemos a “El cargamuerto” y su estoico amor por la pastorita; los temores a la jubilación en “El adiós al minero”; las picardías del curita en “Salagrande, morada del diablo”; los treinta y tantos kilómetros de caminata en una noche oscura por el amor a Corina en “Todo por amor”; recogiendo los pasos antes de morir en “La despedida”; el enigma en “un perro en la madrugada”; escalofrío en “Fatídico presentimiento”; la inesperada alegría y su misterio en “De vuelta a la tierra”; premonición en “Gracias destino”; te vas a morir en ocho días en “Presagio de muerte”. Indudablemente un libro con el cual César Núñez Arroyo intenta reconectarse permanentemente con la gente que leyó su “Huajaco” hace varias décadas atrás, es de recordar que esta obra obtuvo un lugar preferencial de la mano de Fidel Castro en la Biblioteca Nacional de Cuba en La Habana.

Finalmente este libro “…” está dedicado a la memoria del insigne maestro y escritor don Pedro S. Monge Córdova a los cien años de su nacimiento. Y puede ser leído si no es a media luna, acurrucado en la cama, muy bien abrigado en una noche con torrencial lluvia, con truenos y relámpagos, y sin energía eléctrica, solamente a una vela. Es de esperar, que al lector sumergido le corresponda contener una secuela de emociones paralizantes. (Jauja, junio de 2006)

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Dos geografías para un autor

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Entrevista. EDGARDO RIVERA MARTÍNEZ

Edgardo Rivera

LOS CUENTOS DEL AUTOR DE “PAÍS DE JAUJA” ABORDAN LA RELACIÓN DE IDA Y VUELTA ENTRE LO AUTÓCTONO Y LO UNIVERSAL. EN SU LIBRO “CUENTOS DEL ANDE Y LA NEBLINA”, EL ESCRITOR REÚNE 44 AÑOS DE HISTORIAS

Por Enrique Planas


¿Cuál es la Jauja real, la ciudad actual o la que supo inventar en sus novelas un escritor como Edgardo Rivera Martínez? Si bien la pregunta es retórica, nos deja pensando en cuál es el mejor lugar para instalar nuestra vida: en la mediocre realidad o en el brillante sueño de la ficción. A Rivera Martínez le apena que su ciudad natal resulte tan distante de aquella urbe eterna encapsulada en su novela “País de Jauja”. “Se ha desmejorado muchísimo la Jauja que yo conocí en mi infancia –lamenta–. Entonces prevalecían los tejados, los muros blancos, los zaguanes. El afán por ‘modernizar’ perjudica no solo a Jauja sino a todas las ciudades de provincia”, comenta el escritor, quien cada vez que regresa busca los pocos refugios a salvo de la destrucción: calles como Alfonso Ugarte o La Samaritana, que aún conservan su perfil, o la casa que su abuelo materno mandó levantar a comienzos del siglo pasado en la calle San Martín. “¿Qué habría pasado si Jauja no hubiera dejado perder su pasado de esa forma?”, se pregunta el escritor, quien aclara que si bien la vieja Jauja no puede compararse con el esplendor del Cusco o la rústica belleza de Huamanga, reconoce en su modestia su encanto especial. Atracción que se conservará mucho más tiempo en las páginas de sus cuentos, escritos entre 1964 y el 2008, reunidos ahora en el volumen “Cuentos del Ande y la neblina” (Punto de Lectura).

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Jirón San Martín – Jauja

Por primera vez hace evidente cómo en su obra no solo convergen las tradiciones, el imaginario o la mitología andina sino también el mundo urbano, limeño, desdibujado por su característica neblina.

Sí, de alguna manera esa ha sido la atención, colocando los Andes en primer lugar, pues soy fiel a mis raíces andinas. La mayor parte de mis cuentos están ambientados en los Andes, y varios de ellos no en Jauja sino en Huamanga, Ocongate, o Cusco. Pero también está presente la Lima de la neblina, la de los Barrios Altos, un poco decaída, casi en ruinas. En el caso de las novelas cortas, está la neblina de los malecones, de la cercanía al mar.

Uno siempre asocia el ande con la claridad, con un prístino cielo azul. La ciudad, por el contrario, es tan neblinosa como inasible. ¿Es así su forma de entender ambas geografías?

Son los temas que más atraen mi sensibilidad. En mis cuentos está presente un factor lírico. No en vano en muchos cuentos es muy importante la música y la danza. Es una manera de contraponer esos dos universos: en el andino prevalece el sol pero también la lluvia, a veces la nieve, es un mundo con raíces míticas, paisajes luminosos, verdes y dorados. Lima, de alguna manera, me es más distante, a pesar de que por cosas de la vida vivo en ella, a pesar de que dos años de mi infancia los pasé en Barranco, en la Bajada de los Baños. Mi visión es esa, centrada en los Andes pero con una apertura a Lima.

Usted es un escritor no muy interesado en la técnica sino especialmente en el trabajo con el lenguaje. Viniendo de una generación de escritores muy interesados en el laboratorio técnico, ¿cómo equilibra el estilo con la técnica?

Para mí es sumamente importante el lenguaje en función del lirismo de mis relatos. Me permitiría hablar incluso de efectos musicales del lenguaje. Son textos muy trabajados. Pero también me interesa la técnica…

La técnica como la construcción de diferentes narradores en sus historias…

Claro, la yuxtaposición de puntos de vista. Pero no soy un innovador. No me gusta la técnica por sí misma. Prefiero atenerme a lo que respecta al lenguaje, a su musicalidad, para que esta sea acorde al espíritu del personaje, a la atmósfera, al mundo interior que quiero transmitir al lector.

¿En sus primeros años de escritor, no sentía la presión de seguir las experimentaciones de moda en los tiempos del ‘boom’ latinoamericano?

No. En mis novelas, como “País de Jauja”, sí hay una cierta experimentación, como son los cambios de perspectiva del narrador. El Claudio adolescente, que escribe y cuenta la historia, y el Claudio ya en la madurez, que recuerda. Es como una composición musical a dos voces. Y en algunos momentos, resurge la voz de la tierra, del mito. En mi segunda novela, que no tuvo tanta difusión, trabajé de la misma manera. Pero en mis tiempos de estudiante de literatura y antes, en mis años de escuela tuve la suerte de encontrarme con personas que incentivaron mis lecturas y mi vocación. Gracias a que me iniciaron en el francés, los curas franceses que estaban en Jauja por razones de salud (aún Jauja era un centro para la recuperación de la tuberculosis) me hicieron descubrir a Marcel Proust, por quien tengo la más elevada estima, y que era toda una novedad en aquella época.

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¿Proust le ayudó a encontrar su personal construcción del mundo andino?

Así son las paradojas…

El libro trae dos excelentes relatos inéditos “Ileana Espíritu” y “El Tucumano”. En el primer cuento, es impresionante cómo una historia de desaparecidos por la violencia puede convertirse en un relato fantástico, en el que una madre que busca a su hijo adquiere una dimensión mítica…

Me rondaba el recuerdo de la violencia producto tanto del accionar del terrorismo como de algunos sectores de las Fuerzas Armadas. Y este personaje de la madre, que llega a adquirir una dimensión cuasi mítica (incluso se apellida Espíritu, un apellido que existe en la sierra), posee esta idea de espíritu que busca y busca el cuerpo de su hijo o tal vez lo que quedó de el. Poco a poco, en ese andar inacabable por las riberas del río Mantaro, ella se convierte en una suerte de espíritu al cual, incluso, se le hacen ofrendas. Digamos que el realismo que en un primer momento pudo haberme tentado a presentar la violencia con rudeza, por la vocación lírica que creo tener, se convierte en otra cosa, en la historia de un ser cuasi fantasmal que encarna la maternidad en toda su dimensión mítica.

“El Tucumano” es igualmente un cuento de corte fantástico pero totalmente festivo…

Así es. Es un cuento de alegría sobre un personaje misterioso que parece resurgir de los siglos de la Colonia. De hecho, existe esa danza que cuento en la historia. Se le llama la Tunantada, y es del centro del Perú. Nace del recuerdo de los mineros que venían de la lejana Argentina con sus recuas y caballos. Son danzas que a mí me impresionaron mucho de pequeño.

Gran parte de sus cuentos son de finales abiertos. Muchas veces en ellos irrumpe lo fantástico, lo imposible de comprender con la lógica humana. ¿Es consciente de que este tipo de final es una firma suya?

Soy consciente de ello, aunque no es deliberado. Literariamente me satisface, y es el carácter de mi narrativa. Es diferente a mi novela “País de Jauja”, una novela de la felicidad, que en muchos aspectos es de género realista. Es una propuesta literaria en la que yo insisto: fidelidad con las raíces andinas pero con una apertura a la universalidad y a la modernidad. Pero no una apertura que nos haga perder la identidad, como lamentablemente está sucediendo en gran parte del mundo con la globalización económica.

¿Usted cree que la globalización cultural influye en la literatura peruana?

Creo que sí, con lo cual no quiero decir que la desvalorice. Creo que siempre hay en el Perú una literatura de centro, Lima fundamentalmente y una literatura de periferias que se escribe en las provincias costeñas y de la sierra. Veo ahora mucha inquietud, hay muchos clubes literarios en provincias. Está también la literatura de las fronteras, la literatura oral de los pueblos amazónicos. Lo decía ya Mariátegui: lo andino es el factor determinante de nuestra identidad. No en vano los arqueólogos nos recuerdan que el calificativo de andino se extiende a manifestaciones culturales tanto de la costa como de la sierra.

¿Pero qué es lo andino ahora? ¿Lima es una nueva forma de entenderlo?

Lima se ha andinizado mucho con las migraciones. Y a partir de eso se producen manifestaciones que ahora pueden parecernos híbridas, pero que no sabemos cómo será más adelante. Igualmente, cuando llegaron los conquistadores, las culturas andinas asimilaron mucho de las danzas y los personajes venidos de la Colonia. ¿Cómo acabará eso? No lo sé. La pérdida de identidad es algo que veo con alarma. ¿Cómo conciliar la globalización cultural con nuestra identidad? La aparición del rock andino, por ejemplo, es algo que llama mi atención…

Usted que es un incansable traductor de relatos de viajeros europeos al Perú. ¿Cuánto encuentra de esa fascinación en su literatura?

Creo que no la hay. Pero escribir una novela es también emprender un viaje, cuyo destino podemos presentir pero que puede cambiar. Mi tesis doctoral en San Marcos fue: “El Perú en la literatura de viajes de los siglos XVI, XVII y XVIII”. He tenido la oportunidad de traducir a viajeros y de hacer antologías de sus testimonios, algunos de ellos novelescos, como el de Paul Marjuán, que vivió en la sierra y la selva, confundiéndose con los campesinos, o el de un pirata apresado por los españoles que se escapó de las manos de la inquisición y se quedó una larga temporada en el Perú. Él habla flores de Lima y de las limeñas, con quienes llevó una vida galante y muy satisfactoria…

¿Nunca esos personajes se han deslizado a un proyecto de cuento o novela?

Son personajes ajenos. No he querido adoptar la mirada de esos viajeros porque he preferido atenerme a mi propia imaginación. Sin embargo, igual me ha complacido la labor de estudioso y traductor de viajeros.

Sé que tiene bastante avanzada una próxima novela…

Soy supersticioso en solo una cosa: hablar sobre las cosas que publicaré. Prefiero no hacerlo. Solo puedo mencionarte que el título será: “Diario de Santa María”.

PERFIL

edgardojauja

NOMBRE: Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1933).
TRAYECTORIA: A pesar de tener textos publicados desde los años 60 (su libro de cuentos “El unicornio” es de 1964), solo a finales de los 70 será reconocido como uno de los narradores más originales de nuestra literatura peruana. Su novela “País de Jauja” (1993) es su obra más importante y fue finalista en el prestigioso Premio Rómulo Gallegos, además de haber sido elegida, según una encuesta entre críticos y escritores del grupo Apoyo, la obra narrativa peruana más importante de la última década del siglo XX.

Fuente: Diario El Comercio
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-05-04/dos-geografias-autor.html

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HISTORIAS LÍRICAS

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:: EDGARDO RIVERA MARTINEZ AÑADE DOS CUENTOS INEDITOS A LA REUNION DE SU NARRATIVA BREVE, SIGNADA POR UNA PROSA POETICA

Carlos M. Sotomayor

En medio de una grisácea tarde miraflorina, la textura cálida de la voz de Edgardo Rivera Martínez sirve de entrañable cobijo a una amena charla sobre su obra, a propósito de la publicación de Cuentos del Ande y de la neblina (Punto de lectura, 2008), libro que recoge su cuentística completa, más dos relatos inéditos como bonus tracks.

Correo: El título de esta reunión de sus cuentos completos alude a los lugares en los que se ambientan sus relatos…

Edgardo Rivera Martínez: Como anteriormente, en el año 1999 apareció una edición de Alfaguara con cuentos completos, no se podía repetir el título, más aún porque este volumen reúne cuentos incluidos en aquella edición más los publicados en Alfaguara en un libro que tiene como título Danzantes de la noche y de la muerte, más dos cuentos inéditos que son de este año. Entonces como el escenario predominante es el andino, pero está también presente Lima, se le puso de título Cuentos del Ande y la neblina.

Correo: Esa relación armónica que se da en su literatura entre lo andino y lo occidental, ¿tiene relación con su infancia en Jauja?

Edgardo Rivera Martínez: Naturalmente con mi infancia en Jauja, y por el hecho, que siempre he remarcado, que Jauja fue una ciudad que tenía una presencia foránea fuerte, por razón de su clima, entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Incluso venían de Europa para curarse de la tuberculosis. Por eso, un viajero francés, allá en 1875, dijo que en Jauja había una pequeña sociedad cosmopolita.

Correo: ¿En qué momento es consciente de que esa relación entre lo andino y lo occidental se refleja en su obra?

Edgardo Rivera Martínez: En realidad es una toma de conciencia desde mis primeros relatos. En El unicornio de 1964, por ejemplo, aparece en un pueblo andino nada menos que un unicornio, que es un ser de la mitología europea. Pero, por qué no, si hay sirenas tocando el charango en la fachada de uno de los templos coloniales, creo que en Pomata. Por otro lado, pienso que en este mundo globalizado, y a mi modo de ver cada vez más injusto, es importante preservar la identidad propia, pero no negarse a la modernidad. Hay que abrirse también a ella. Lo cual es bastante difícil.

Correo: ¿De dónde viene el lirismo de su prosa? ¿De la poesía?

Edgardo Rivera Martínez: Mi narrativa es fundamentalmente de carácter lírico. Incluso, dos o tres relatos míos son de alguna manera poemas narrativos en prosa, como Amaru, Angel de Ocongate o Leda en el desierto. Y también lo lírico tiene importancia en mis dos novelas, especialmente en País de Jauja que presenta un mundo feliz, como han remarcado algunos críticos, y que termina con una frase reveladora: “Brilla el Sol y el aire es límpido, clarísimo”.

Correo: No hace mucho se reeditó, nuevamente, País de jauja, quizás su más celebrada obra. ¿Cómo ve a aquella novela a la distancia?

Edgardo Rivera Martínez: Esa novela fue en gran parte por la añoranza de los días felices de mi infancia y sobre todo de mi adolescencia. Hay quienes desde el sicoanálisis piensan que en el arte se crea a partir de sentimientos de culpa. Yo pienso que para unos es verdad, pero para otros no. Y la prueba para mí ha sido País de Jauja que es la evocación de un mundo feliz. Y de alguna manera lo es mi segunda novela Libro del amor y de las profecías, que no obtuvo la misma difusión.

Correo: La música es importante en su narrativa, y la figura del danzante es recurrente en su obra. Pienso en Angel de Ocongate, en Danzantes de la noche y de la muerte y en el reciente El tucumano.

Edgardo Rivera Martínez: Claro, porque mi contacto con el mundo andino no sólo era a través del mundo de las leyendas y de los mitos, sino también de la música. E inevitablemente también con la danza. Y danzas propias de la zona central del Valle del Mantaro. Y danzas de origen andino y colonial, porque hay personajes que se remontan a la colonia, como por ejemplo el tucumano.

Correo: En una oportunidad le comentaba que me llamaba la atención que la mayoría de sus relatos tengan un final abierto. ¿Es deliberado? ¿A qué se debe?

Edgardo Rivera Martínez: Entiendo que es a la vez deliberado e inconsciente. Mi proximidad a la poesía y a lo lírico me hace inclinarme por los finales abiertos, en los que el lector elige, opta por una solución, pero en función de la cadencia y atmósfera del texto.

Correo: Usted ha abordado la novela y el cuento, ¿tiene predilección por alguno de estos dos géneros?

Edgardo Rivera Martínez: Parecería que por el cuento, pero en realidad por ambos géneros literarios. Actualmente estoy terminando una novela sobre la cual prefiero no hablar, salvo mencionar que se titula Diario de Santa María, ambientada también en la Sierra, pero también con esa apertura a la cual ya me he referido: que es reflejo de mi propia vida.

Fuente: Diario Correo
http://www.correoperu.com.pe/paginas_nota.php?nota_id=68461&seccion_nota=4

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‘Se puede tener desarrollo sin sacrificar lo propio’

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edgardo

:: EL ESCRITOR EDGARDO RIVERA MARTÍ­NEZ CONCILIA LO ANDINO CON LO OCCIDENTAL

Edgardo Rivera Martí­nez acaba de publicar Danzantes de la noche y de la muerte y otros cuentos (Alfaguara, 2006), un libro en donde se aprecia, además de una prosa insuflada de lirismo y atmósferas de corte fantástico, la vigencia de un autor apasionado por su arte.

Carlos M. Sotomayor

Correo: Una caracterí­stica de su literatura es la presencia armónica de lo andino con lo occidental…

Edgardo Rivera Martí­nez: Un viajero francés cuenta que hacia 1875 encontró en Jauja una pequeña sociedad cultivada, conformada tanto por la clase media del lugar como por los extranjeros asentados allí­. En Jauja, los curas encargados de la parroquia, desde mucho antes que yo naciera, eran franceses. Uno de ellos, generosamente, accedió a enseñarme francés. En mi casa estábamos en contacto con los campesinos, porque tení­amos pequeñas propiedades. Hablábamos con ellos, participábamos de las fiestas. Eso explica esa cercaní­a de lo andino y lo universal. Reconociendo yo, como muchos de mis paisanos, que nuestras raí­ces eran, antes que nada, andinas.

Correo: Algunos crí­ticos, al referirse a esta convivencia armónica, emplean el término “utopí­a”.

Edgardo Rivera Martínez: Es una utopí­a, pero no en lo que la palabra puede tener de un orden trazado intelectualmente y que se aspira imponer aunque sea por la fuerza, sino la utopí­a como algo, ojalá, realizable en términos humanos. Con la globalización nos encaminamos a una desaparición de las tradiciones culturales nacionales, a la uniformalización bajo el dominio del capital y del consumo.

Correo: En su obra se observa la presencia de elementos mitológicos…

Edgardo Rivera Martínez: Mi primer libro de cuentos se tituló El unicornio. En ese cuento sucede que un maestro de escuela de los andes se encuentra, en su pequeño pueblo, con un unicornio nada menos, que es un ser de la mitologí­a europea. Después yo recordé que cuando fui al altiplano hay, pues, en las fachadas, en los relieves, sirenas entre ángeles y frutos tropicales. Y las sirenas son de la mitologí­a europea. O está presente el Amaru que sí­ es un ser de la mitologí­a andina. Incluso hay un relato mí­o que se titula precisamente “Amaru”, y también está presente en mi novela Paí­s de Jauja.

Correo: Se observa también su afición por la mitologí­a helénica…

Edgardo Rivera Martínez: Sí­, porque cuando ingresé a la Universidad de San Marcos, a Letras, pensé que mi camino estaba orientado a los estudios clásicos, y encontré la ayuda de Fernando Tola, un gran maestro y estudioso de la literatura clásica, formado en Europa, que después se dedicó al estudio del sánscrito y que ahora vive en Buenos Aires. Yo fui su asistente de griego de literatura griega. Estudié esas asignaturas a fondo.

Correo: La música es otro elemento recurrente en su literatura, incluso, en Paí­s de Jauja, el protagonista toca el piano. ¿Usted lo toca?

Edgardo Rivera Martínez: Tocaba. Ahora poco a poco lo he ido dejando. Pero en una época, cuando era adolescente, pensé en dedicarme a la música. Incluso fui al Conservatorio, pero vi que mi camino estaba más por las letras. Además, para la música hay que empezar muy temprano.

Correo: ¿Qué le parecen los premios obtenidos recientemente por escritores peruanos?

Edgardo Rivera Martínez: Lo celebro, pero lamento mucho que en el Perú haya poquí­simos premios literarios y que éstos no tengan la misma recompensa ni trascendencia: el Cope, el Premio de Novela Corta del Banco Central de Reserva. Sólo dos veces me he presentado a concursos: con Angel de Ocongate gané el Premio de Caretas, y Paí­s de Jauja fue finalista del Rómulo Gallegos. Después no, porque he pensado que mi temática no es la que prefieren las grandes editoriales. Es otro el tipo que prefiere la industria editorial: una temática actual.
Fuente: Diario Correo
http://www.correoperu.com.pe/paginas_nota.php?nota_id=24739&seccion_nota=4

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¿Estamos aquí, o en Jauja?

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Capilla Cristo Pobre de Jauja

ORLANDO MAZEYRA GUILLÉN

A País de Jauja,
y a todos los jaujinos que habitan en mí.


I

“Todos vuelven a Jauja… menos yo”, solía decir mi papá mientras descansaba alegremente en una de las dos mecedoras gemelas que había en esa desangelada ramada que era, para ambos —aunque más para él—, el bastión del letargo y la añoranza.

Me hablaba siempre, mezclando ansia y deseo, de un paraje, ahora remoto, de invencible belleza, magia y colorido en el que él había crecido: “Allí aprendí todo lo malo, todo lo bueno y todo lo feo… lo agradable y, también, lo insoportable, lo tonto y lo ridículo”.

—¿Tú sabes que fue la primera capital del Perú? —preguntaba dejando rezumar un secreto orgullo que modulaba con discreción su semblante.

—Me lo has repetido tanto que prefiero olvidarlo.

—Es que, en realidad, muy pocos lo saben, hijo; casi nadie. Y los que lo saben lo ignoran, o prefieren olvidarlo, como lo haces tú.

—Estamos en Lima, papá, la única capital. Lima es el Perú. Yo nací aquí, aquí viviremos; y aquí también moriremos: Jauja es tu pasado. ¡Mira para adelante, ahora ésta es nuestra casa!

Todos vuelven a Jauja… menos yo.

—¿Quiénes son Todos?

—Nadie —respondía sin ganas y cerraba los ojos, como para que nadie, que no sea él, se asome en lo que parecía ser algo estrictamente privado: su tierra y sus recuerdos más nítidos.

¿Quiénes eran Todos? ¿Sus familiares? ¿Sus amigos? No lo sabía, a veces me dejaba llevar por la intriga y, con persistencia, reformulaba la misma pregunta con alguna que otra variante. La respuesta no admitía nuevos esbozos y siempre era terminante (con los ojos cerrados): Nadie.

II

Cuando papá desfallecía, yo estaba poderosamente convencido de que él me pediría una sola cosa: que lo entierren en Jauja. Pero me equivoqué: no fue un, sino dos pedidos; y fueron más simples de lo que yo vaticinaba:

—Te pido dos cosas, nada más, toma nota si puedes, porque tú y tu madre no tienen buena memoria.

—Te escucho atento, papá.

—Quiero una estampilla de la Mamanchic Rosario.

—¿De quién? —pregunté azuzado por mi ignorancia.

—¡Mamanchic Rosario! La patrona de Jauja —levantó la voz y, por un instante, pareció recuperarse—. Me la pones en el bolsillo de mi camisa, mirando hacia el cielo… hacia la eternidad…

—¿Qué más, papá? —le preguntaba tomando una de sus temblorosas manos y tratando de contener el llanto—. Pide lo que quieras.

—Quiero huaynos en el sepelio. Tu madre sabe cuáles son los que me gustan. Es todo: siempre fui un hombre simple y déjame decirlo con vanidad.

—Si quieres nos vamos mañana mismo para Jauja, tal vez ahí te recuperas. No conozco tu tierra. Vamos, papá, ¡quiero conocer Jauja!

—No, hijo, a ti nunca te interesó mi Jauja… y quizá estuvo bien. Moriré en Lima y así debe ser: todos vuelven a Jauja… menos yo.

III

Dicen que nuestros padres muertos viven en nosotros y que, igualmente, nosotros, al morir, viviremos en nuestros hijos. Debe ser cierto, porque desde que murió mi padre siento como, no sé, una especie de nostalgia de Jauja. Ahora tengo una voluminosa colección de huaynos jaujinos que iluminan mis tardes dominicales (el primer par de discos lo compré para el sepelio de mi padre, tal como él me lo encargó), me enamoré del picante de cuy y del ajiaco de papa. He decorado mi cuarto con una enorme foto de la Plaza de Armas de Jauja que contemplo arrobado al levantarme, y sobre la cabecera de mi cama se erige la imagen de la Mamanchic Rosario.

Eso no es todo: acabo de terminar de leer una hermosa novela. Se llama País de Jauja y, gracias a esta extensa lectura, ahora hago lo que debí hacer hace mucho: viajar a Jauja en busca de mis raíces.

“Ya falta poco”, afirma la señora del asiento delantero y siento que la emoción y la pena se confunden con la altura y me desestabilizan. En menos de una hora llegaré y todo habrá terminado (o, quizá, recién ahora comenzará). Siento como si ya hubiera venido antes, tal vez es papá que está dentro de mí… o tal vez todo esto sea sólo una mentira que trato de sostener como sea para soportar su muerte. No lo sé. Pero ahora ya sé quiénes eran Todos, esos Todos a los que se refería mi viejo:

Todos vuelven a Jauja… menos yo.

Esos Todos eran sus Recuerdos. Todos volvían a Jauja menos él: porque esa cárcel que era su cuerpo no lo dejaba escapar de esa Lima en la que siempre se sintió un foráneo, un convidado de piedra.

Ahora ya nada le impide volver, porque ese cuerpo —esa prisión— se extinguió para siempre: él ya volvió (y volverá conmigo), él ya está en Jauja (y arribará conmigo).

Papá: estás ausente y, a la vez, presente. Eres nada y, a la vez, todo. Ahora eres eternidad y Jauja el punto de encuentro, el epicentro de tu universo espiritual donde, inagotables, estallan los recuerdos que alimentan tu —mi— alma.

—¿Estamos aquí, o en Jauja? —me pregunta mi mamá al despertar. Me quedo callado. Le acomodo el chal y le alcanzo una revista para entretenerla y, así, evitar una respuesta desafortunada que disipe su perplejidad.

Sobre Orlando Mazeyra Guillén:
Nació en Arequipa (1980). Estudió en el colegio De La Salle y, posteriormente, en la Universidad Católica de Santa María (UCSM), de Arequipa. Ganador del primer Concurso Nacional Universitario Nicanor de la Fuente (Nixa) 2003, organizado por la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo (UNPRG), de Lambayeque, con su novela corta Todo comenzó en la Universidad. Artículos suyos han aparecido en el diario El Pueblo, de Arequipa, en la revista de política y cultura Espergesia, en el diario Liberación, de Lima, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de España, y las revistas El Hablador (Lima, Perú), Voces (Madrid, España) y El Parnaso (Granada, España), así como en el Proyecto Quipu: Literatura descentralizada, que promueve Gustavo Faverón Patriau y en el Proyecto Sherezade.

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