El fantasma que vimos, ya no vemos y veremos
Muy lejano lo veíamos desde nuestro roca acá en el tercer mundo. Ni siquiera el bienestar europeo ha podido prever el golpe moral que ha significado la pandemia. Una peste como la que vemos simplemente no cuadra en la más optimista película italiana o una revolución entra fuera del contexto cuando el miedo a un enemigo invisible obliga a los miserables de Victor Hugo a esconderse en vez de luchar. Esta es una batalla que se pelea escondiéndose y atrincherados a la vez en contra del aburrimiento, depresión y paranoia. Es lo que se siente tras el confinamiento que nos hemos visto obligados a tomar por una pandemia que empezó tomándose como un mal chiste.
Pero volvamos a nuestra roca acá en el cada vez menos lejano sudamérica. En Bolivia nos olvidamos por un momento que Evo está en algún país socialista, este mismo probablemente está feliz de que en vez de buscarlo los líderes se están escondiendo. En Chile la revolución tuvo que decir con la voz entrecortada y las manos levantada “ Ok, carabineros, defiendan y luego volvamos a pelear”. Argentina que últimamente es el hermano más lento de la camada se ha visto obligado a dar una tregua entre kirshneristas y oposición por el miedo a la peste. En mi querido Perú, sucede lo mismo: La oposición ha tenido que dar un cese al fuego al controversial presidente y a su tambaleante gobierno. Y aquí es en donde estamos, olvidándonos por un rato sobre lo que hace o no el gobierno y preocupándonos por limpiar las perillas de las puertas al entrar a la casa. Sin embargo, yo soy de los que vemos el vaso medio lleno y creo que incluso en la crisis hay que poner un ojo en el presente y otro en un futuro en el que esta crisis pasará.
Yo me pregunto ¿qué pasará después de que la curva de contagios caiga hasta el nivel en que podamos hablar de otra cosa? Esta clase de crisis deja deja cicatrices más profundas que las que se puedan considerar sanitarias, al igual que las guerras esta deja resultados en lo profundo del ser humano que incluso puede ser observado estadísticamente. Recordemos que el final de las guerras mundiales trajo el boom de nacimientos en el mundo pues se suponía que existía un mundo probablemente más feliz para los niños. Por otro lado, Alemania después de la primera guerra mundial cayó en un estado de resentimiento generalizado que solo se recuperó tras la llegada de un puño de acero llamado Hitler. ¿Ven? catástrofes de esta índole pueden calar en lo profundo de nosotros como sociedad.
Dicho esto quiero recordar una lectura que es obvia para esta época de calamidades: La peste. Albert Camus relata como la peste va acabando con la vida de los individuos (no ciudadanos) de Orán en su natal Argelia bajo la mirada del doctor Rieux. Sin ánimo de resumir la obra quiero tocar ciertos puntos que inevitablemente llegan a mi mente tras observar las actitudes de las personas en esta cuarentena. Al igual que en la novela los infectados por el virus aumentan exponencialmente a diario y con él, los matices del ser humano se ven obligados a dar la cara en el vacío de las calles. Camus explica retrata que en época de pestes el ser humano saca lo peor de sí: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. No hay que ser muy observador para darse cuenta de esto al ver una gran cantidad de estúpidos abarrotando el auto con toneladas de papel higiénico (una clase de absurdo que a Camus sorprendería) o yendo a fumar su troncho a las 7 y 55 de la noche (en Perú el toque de queda es a las 8 pm). Sin embargo también hemos visto la incesante labor de médicos y militares en las calles velando para que la frágil sociedad no se termine de desmoronar. Pero ¿qué pasará después? Al final de la peste vemos a un personaje llamado Cottard que se vuelve loco al terminar la peste. Este personaje se siente integro y logrado en época de crisis tras sobrevivir a un intento de suicidio. Saca provecho de la peste al ser un contrabandista y, al terminar la crisis, este es arrestado. Será que el coronavirus sacará el Cottard que llevamos dentro? o seremos como el médico incansable que se arriesga en visitar a todos los enfermos para calmar su dolor? No tengo idea.
Pero lo que sí sé es que todos tenemos algo de aquello y de lo otro dentro de nosotros y que debemos ver con suspicacia cada acto en esta época de pandemias. Este sí es momento para aplaudir de pie la labor de los que se están sacrificando realmente por detener esto, pero no es momento de pensar en ideologías ni ídolos. Dicho toda esta explicación y pasandome por la tangente sobre el tema político que me fascina me vuelvo a vestir como abogado del diablo y me pregunto ¿Es que nuestro presidente se está volviendo un ídolo con razón o este virus es la oportunidad perfecta para llevar agua a su molino? Hoy en su cumpleaños ¿vamos a aplaudirle a él o a la gestión en esta excepcional última semana? ¿Nos hemos olvidado de algún “anticucho” importante al igual que en los otros países de sudamérica por pensar en el virus? ¿el codinome de Vizcarra es Cottard? Yo no lo sé y no lo volveré a pensar hasta que la cuarentena temine.