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¿Qué intereses tienen las potencias en estos conflictos regionales?

Una guerra por delegación (proxy war, en inglés) es aquel conflicto donde una potencia utiliza a terceros actores (ya sean otros Estados, grupos guerrilleros u organizaciones terroristas) para defender sus intereses. Guerras como las de Siria o el Este de Ucrania han vuelto a la primera plana este concepto, históricamente vinculado a los enfrentamientos que se vivieron durante la Guerra Fría como Vietnam o Afganistán, donde la URSS y Estados Unidos utilizaron a diversos intermediarios para evitar una conflagración directa. En el mundo multipolar de hoy, vemos como las potencias regionales también recurren a estas proxy wars.

Las guerras de Oriente Medio: chiíes contra suníes

Un miliciano chií luchando en Irak. JM LOPEZ/AFP/Getty Images

Los conflictos en Siria, Irak y Yemen han reavivado las disputas entre estas dos ramas del islam. Más allá de los tintes sectarios, en realidad se trata de una pugna por el liderazgo regional entre Arabia Saudí (gran potencia suní) e Irán (el país referente para los chiíes).

Esta rivalidad se traduce en el apoyo a gobiernos y grupos armados amigos en los diferentes conflictos donde están en juego sus intereses. Por ejemplo, Teherán ha utilizado a las milicias chiíes y a la organización libanesa Hezbolá para reforzar a Bagdad y a Bashar al Assad, respectivamente. Mientras que los saudíes cuentan con grupos de rebeldes sirios afines y han justificado la intervención en Yemen para ayudar al gobierno reconocido internacionalmente de Abd Rabbuh Mansur.

Concretando los intereses de cada potencia, Irán sabe que para evitar su aislamiento en Oriente Medio debe contar con gobiernos amigos en Siria e Irak. Por eso no permitirá fácilmente la caída de Al Assad o un triunfo de Estado Islámico, o cualquier otro actor suní fuerte en territorio iraquí. Así seguirá manteniendo la influencia regional, en algunos lugares ejercida con actores como Hezbolá.

Por su parte, Arabia Saudí teme que Irán tenga influencia en los estados de la Península Arábiga, lo que terminaría por acorralarla. Por eso ha intervenido en Yemen, para evitar que los aliados hutíes de Teherán se hagan con el poder, y le proporcionen una base para futuras operaciones contra el reino saudí. Además, Riad también ve la mano de Irán detrás de la agitación de la población chií en sus problemas orientales o en otros -Estados vecinos como Bahréin (solo hay que recordar la intervención para sofocar la revuelta en 2011).

 

Ucrania y la contención de Rusia

El conflicto en el este de Ucrania ha recordado los tiempos de la Guerra Fría, aunque ha tenido más tintes regionales que globales. La anexión de Crimea y los combates en el Donbass ha puesto de manifiesto el desafío estratégico de Rusia para evitar que la Unión Europea y la OTAN se amplíen hacia el antiguo espacio soviético.

Mientras que el Kremlin ha actuado con determinación y ha utilizado las estrategias de guerra híbrida, combinando las operaciones encubiertas con la provocación militar en otros frentes como el Báltico o la presión económica, Occidente ha sido incapaz de conseguir la iniciativa en la crisis ucraniana. La acción más destacada de Estados Unidos y la UE han sido las sanciones que, junto a la caída de los precios de la energía, han puesto contra las cuerdas a la economía rusa.

Pero como apunta el investigador del Real Instituto Elcano, Félix Arteaga, estas sanciones le sirven al presidente ruso, Vladímir Putin, para justificar una agresión occidental contra Rusia, y así mantiene la cohesión interna.

Por su parte, los socios de la UE muestran una disparidad de opiniones sobre si mantener o no las sanciones, a medida que parece que los acuerdos de Minsk han detenido los grandes combates en el Donbass, y solo se producen esporádicas escaramuzas.

Ahora mismo, tras los acuerdos de Minsk de febrero, los combates en el este de Ucrania mantienen una relativa baja intensidad. Pero Putin puede dejar la situación en el Donbass en estado latente para reactivarla cuando le vuelva a interesar (si por ejemplo la OTAN o la UE intentan integrar a Ucrania), al estilo que hizo con Osetia del Sur.

 

La mano de India y Pakistán en el sur de Asia

Soldados paquistaníes hacen maniobra militares cerca de su frontera con India. S.S. MIRZA/AFP/Getty Images

Tras librar al menos cuatro guerras convencionales entre 1948 y 1999, India y Pakistán también utilizan a terceros en su rivalidad estratégica en escenarios como Cachemira, Afganistán o Baluchistán, con el objetivo de desestabilizar el contrincante y privarle de espacios de influencia.

Nueva Delhi ha responsabilizado periódicamente a Islamabad de utilizar a grupos terroristas islamistas como Laskhar e Taiba o Jaish e Mohammed para perpetrar grandes atentados como el que sufrió el Parlamento en Nueva Delhi en 2002 o los ataques contra hoteles de Mumbai en 2008. También ha culpado a Pakistán de ayudarles en sus continuos ataques contra las fuerzas de seguridad en Cachemira.

Tras unos años de tímidos gestos amistosos entre ambos países, el primer ministro indio, Narenda Modi, resucitó estas acusaciones el pasado mes de agosto, durante la conmemoración del 15 aniversario de la guerra del Kargil, y en un momento donde las escaramuzas entre tropas de ambos países en la frontera de Cachemira tuvieron un repunte.

Asimismo, ambos países han rivalizado en Afganistán, tal y como ha explicado ampliamente el célebre periodista Ahmed Rashid. India ha sido uno de los principales apoyos internacionales del anterior presidente afgano Hamid Karzai. Mientras que el ISI, los servicios secretos paquistaníes, apoyaron a algunas facciones de talibanes afganos, tal y como reconoció recientemente el ex dictador Pervez Musharraf. La llegada del nuevo presidente afgano, Ashraf Ghani, las relaciones entre Islamabad y Kabul han mejorado.

Por su parte, Pakistán ha acusado a India de apoyar al Ejército de Liberación de Baluchistán, un grupo que busca la secesión de esta parte del país. Aunque Islamabad nunca ha conseguido aportar pruebas concluyentes.

Libia, la contrarrevolución de la Primavera Árabe

El caos que ha seguido a la caída de Muamar Gadafi en Libia demuestra otra cara del enfrentamiento en el mundo musulmán. Aquí no se trata de la rivalidad sectaria entre chiíes y suníes, la mayoría de libios profesan esta última rama del islam.

En principio, se trata de un conflicto entre varias facciones: el gobierno de Tobruk (el internacionalmente reconocido), Amanecer Libio (una coalición de islamistas apoyados por los Hermanos Musulmanes), los salafistas de Ansar al Sharia, la rama del Estado Islámico en el país, y los tuaregs.

Pero más allá de este escenario inicial, y tal y como apunta Oxford Research Group, en Libia se está disputando una lucha entre los Estados que apoyan a los Hermanos Musulmanes y su visión de un islamismo político (Turquía y Qatar), y los países que quieren limitar los movimientos surgidos tras la Primavera Árabe y defiende el orden tradicional en el mundo árabe (Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí en un papel secundario respaldan al gobierno internacionalmente reconocido).

La implicación de potencias extranjeras llamó la atención en agosto de 2014, cuando aviones de Egipto y Emiratos Árabes Unidos (EAU) bombardearon el aeropuerto de Trípoli que había caído en manos de Amanecer Libio. Por su parte, Qatar, Turquía y Sudán sólo reconocen prestar apoyo financiero. Aunque varios barcos han sido interceptados transportando armas desde puertos turcos hacia Libia.

Sudán del Sur, el tablero de sus vecinos

Fuerzas de defensa ugandesas llevan a cabo ejercicios militares cerca de la frontera con Sudán del Sur. Peter Busomoke/AFP/Getty Images

Sudán del Sur, el país más joven del mundo, se vio afectado por el estallido de una guerra civil a finales de 2013 cuando apenas contaba con dos año de vida. Pronto, sus vecinos comenzaron a intervenir de manera más o menos directa, para así obtener una posición ventajosa en sus respectivas pugnas regionales.

Por un lado, Uganda acudió en apoyo del presidente Salva Kiir enviando tropas. En teoría protegían a sus conciudadanos atrapados en Sudán del Sur. Pero también defendían los importantes lazos económicos entre ambos Estados y de seguridad, evitando que el Ejército de Resistencia del Señor (grupo de extremista cristiano que combate al Gobierno ugandés desde 1987) consolidase sus bases en el país.

Tras la guerra entre Sudán y Sudán del Sur (1983-2005), Jartum ha mantenido una teórica neutralidad en el conflicto civil de su vecino, pero mira con preocupación la intervención ugandesa. Este país tienen tiene un largo historial de apoyo al Frente Revolucionario de Sudán (SRF, en sus siglas en inglés), amalgama de grupos opositores al régimen de Omar al Bashir que operan desde Sudán del Sur. Por lo que Jartum teme que este apoyo se intensifique, si se afianza la influencia de Uganda en su país vecino.

Por lo tanto, el gobierno de Sudán ha dado apoyo a la insurgencia en Sudán del Sur para desgastar a Uganda y evitar que el SRF tenga bases más estables, según el think tank International Crisis Group y otras fuentes. Pero esta actuación es encubierta, el presidente sudanés Al Bashir se ha presentado como una agente estabilizador impulsando negociaciones de paz.

Por otro lado, Eritrea y Etiopía han llevado también su rivalidad a Sudán del Sur. Adis Abeba quiere evitar un colapso del gobierno de Juba que afectaría a su seguridad. Teme que su rival esté apoyando los rebeldes de Sudán del Sur con el fin de utilizar al país como base para los grupos que luchan contra el Gobierno etíope, y a los que también respalda.

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