Perú: 20 años después

Imagen: Diario 16

Por Rosa maría Palacios

La captura de Abimael Guzmán y del cogollo del senderismo un 12 de setiembre, hace ya veinte años, fue el punto de inflexión para lograr su derrota política y militar. En pocos años, sus líderes estaban presos o muertos. Su capacidad de acción, de salvaje violencia de 1980 a 1992, quedó severamente disminuida, reducida al Huallaga y hoy al Vraem.

A diferencia de otros procesos de violencia en América, el nuestro no admitió, por sus propias características, un proceso de desarme o de pacificación consensuada con el enemigo. Aquí tuvimos vencedores y vencidos. Estos últimos pidieron “acuerdo de paz” y luego “solución política a los problemas derivados de la guerra interna”, copiando a sus pares de otros puntos del continente que sí lograron un equilibrio bélico con las fuerzas armadas democráticas. Como aquí, a pesar de la ferocidad de sus actos, tal equilibrio no existió, sus demandas, felizmente, jamás fueron atendidas.

Sendero fue un movimiento terrorista impopular. Los expertos señalan que, en su momento de mayor expansión, logró reclutar unos 2.700 militantes. No encabezó, pues, una lucha reivindicativa o patriótica. Responsable directo de crímenes de lesa humanidad, se calcula que sus víctimas directas pasan de los 31.000 asesinados. No tuvo pues, ni entonces, ni hoy, apoyo alguno de la sociedad urbana o rural. Lo poco que queda en el Vraem (y que reniega de SL) responde más al fenómeno cocalero que al “pensamiento Gonzalo”.

Sin embargo, a pesar del triunfo histórico contra la violencia, quedaron secuelas. Las peores, las que quedan en el cuerpo y en el alma de los que defendieron la democracia. Militares, policías y autoridades civiles discapacitadas, mujeres violadas, viudas, huérfanos, madres y padres desamparados material y psicológicamente, y poblaciones rurales aterrorizadas que conviven en silencio junto a los sitios de entierro donde aún están sus muertos. Todavía las ansias por conocer la verdad son perseguidas y estigmatizadas por grupos políticos cuyos extremismos se tocan y han hecho del valioso trabajo de la CVR su objeto de insulto permanente. Todavía buscar justicia para las víctimas de la acción ilegal de fuerzas armadas y policiales es casi una utopía. Y todavía no se pagan las reparaciones prometidas a las miles de familias que esperan.

Pero tal vez lo más grave es que el silenciamiento sobre lo que pasó (buscando la justificación de los crímenes del Estado y la exculpación de sus autores) y la falta de debate público sobre “¿por qué nos pasó esto?” también ha tenido secuelas políticas. Sorprendidos televidentes mayores de 40 años no podían creer, hace pocos meses, que jóvenes menores de 25 años no reconocieran a Guzmán en fotografías.

Tampoco podían creer que el Movadef, brazo público de Sendero, tuviera capacidad de realizar acciones de propaganda y reclutamiento juvenil. Mucho menos que el Sutep, controlado por Patria Roja –enemiga declarada de Sendero–, se escindiera en el Conare, brazo magisterial del senderismo.

Entonces, que no se engañe nadie. Veinte años después, la agenda de paz sigue pendiente. Para que no se repita, nunca más.

Fuente: La República

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