Perú: Arguedas. Poética de la verdad

Por: Nelson Manrique

La Biblioteca Nacional acaba de publicar las actas de un importante evento desarrollado los días 19 y 20 de enero en homenaje a José María Arguedas (BNP, Arguedas. Poética de la verdad. Segunda mesa redonda sobre todas las sangres, Lima 2011). Muchos y muy importantes temas fueron abordados durante esos dos días por estudiosos y amigos de JMA reconocidos como intelectuales de primer orden: José Matos Mar, Aníbal Quijano, Abelardo Oquendo, Fernando de Szyszlo, Alejandro Ortiz Rescaniere, Julio Cotler, Hugo Neira, Edmundo Murrugarra, Rodrigo Montoya, Guillermo Rochabrún y Gonzalo Portocarrero. Moderaron las mesas Carmen María Pinilla y Ramón Mujica.

En junio de 1965 se realizó en el IEP una mesa redonda para discutir la recientemente editada novela de JMA Todas las sangres. La forma como se realizó ese debate deprimió profundamente a Arguedas, lo llevó a desear la muerte y preguntarse si no había vivido en vano. De allí que en la presentación del homenaje de la BNP su director, Ramón Mujica, hablara de un “exorcismo”.

Abelardo Oquendo resume con una claridad meridiana lo que sucedió en el evento de junio de 1965: “Esa noche se dijo, para resumirlo en muy pocas palabras, que la novela Todas las sangres no representaba la realidad aludida, no representaba la cultura andina, no representaba al indio peruano. Y eso lo dijeron científicos sociales, es decir, gente que se supone que conocía esa realidad. Además esto fue ratificado por dos hombres de letras presentes ahí: por un critico literario tan capaz como José Miguel Oviedo, y por un escritor y ensayista tan brillante como Sebastián Salazar Bondy. Es decir, Arguedas quedó arrinconado entre los escritores como él y entre los científicos sociales como él” (p. 38).

Oquendo evoca a Alberto Escobar (que fue el único en la mesa redonda del IEP que pidió distinguir una novela de un texto de interpretación antropológica) diciendo casi al final de ese aciago debate: “Parece que todos hubiéramos enloquecido”. Oquendo apunta que el propio Arguedas enloqueció. Algunos de los más brillantes intelectuales del país terminaron asumiendo la teoría del espejo para juzgar Todas las sangres, y el propio Arguedas lo aceptó: “El espejo está frente a la realidad pero no lee la realidad, el espejo se limita pobremente a reflejarla. En cambio, Arguedas, que forma parte de la cultura quechua, puede leer esa realidad y lo que hace es leerla para nosotros, él nos la interpreta. Él no está frente a esa realidad que retrata, sino él está dentro de esa realidad, habla desde esa realidad” (p. 40).

Una enorme movilización nacional ha acompañado este año la conmemoración del centenario del nacimiento de JMA. No he encontrado otro evento semejante en nuestra historia. Es un fenómeno social extraordinario, tanto por su magnitud como por el carácter descentralizado de los actos de homenaje, que atraviesan todo el espectro social. Arguedas se ha convertido en un héroe cultural, lo que constituye un reconocimiento al aporte que su vida y obra nos han legado. Pero ello puede terminar enterrándolo bajo una montaña de sobreinterpretaciones.

Alberto Flores Galindo decía que el haber sido proclamado José Carlos Mariátegui padre fundador de toda la izquierda peruana había terminado por convertirlo en una especie de megáfono que cada uno utilizaba libremente para legitimar sus propias posiciones. Así terminaban construyéndose Mariáteguis para todos los gustos: indigenista, humanista, guevarista, trotskista, maoísta, socialdemócrata.

Algo semejante viene sucediendo con Arguedas, que termina siendo reconstruido como el precursor, la encarnación o el mejor vocero de las posiciones defendidas por sus exégetas, y convertido desde el teórico de la emergencia del grupo cholo hasta el profeta del incaísmo tahuantinsuyano, como he escuchado en un reciente evento realizado en Cusco.
Fue muy aguda la intervención de Fernando de Szyszlo, al iniciar su intervención en la BNP: “Sentía un poco que había que rescatar, discúlpenme los científicos sociales, a José María de los científicos sociales” (p. 42).

Fuente: La República

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