Perú: Guardianas de la tierra: mujeres que saben defender la naturaleza

En el Día Internacional de la Mujer, tres historias para tomar como ejemplo

MIGUEL ÁNGEL CÁRDENAS *JOSÉ ROSALES VARGAS *
FERNANDO GONZÁLEZ-OLAECHEA

Son tres defensoras de la naturaleza que tienen una actividad conservacionista admirable, vinculada a la protección de la tierra y a las costumbres de las zonas más emblemáticas del Perú. Con gran compromiso, la socióloga Martha Giraldo ha convertido la isla de Suasi, en el lago Titicaca, en un paraíso ambientalista. Con una especial mística, la pintora Olivia Sejuro ha perennizado en acuarelas a cientos de especies de flora y fauna en Ica y ha contribuido a su preservación. Y con gran independencia, la alemana Leonie Lange adopta las tradiciones y se ha convertido en la más famosa partera del Urubamba, en Cusco.

LA DAMA DEL LAGO
En el día, en la isla de Suasi, uno siente que podría calcularle la edad al Sol. Por la noche, entre las totoras del lago Titicaca, uno sospecha que preguntar por la edad de la Luna sería ofenderla. Todos sienten el mismo sortilegio y estricto respeto por los elementos al llegar a esta isla de 43 hectáreas, a 150 kilómetros desde Puno, que en el pasado estuvo habitada por calullos, pucaras y tiahuanacos, y luego fue una encomienda española adjudicada a un vasco apellidado Suazo.

Hasta que fue comprada en 1988 por Martha Giraldo, la mujer que la encontró como un peñón de tierra yerma –que se salvó de ser confiscada por la reforma agraria porque no estaba habitada– y la convirtió en una arcadia ecológica.

Vinculada a la defensa de los DD.HH. y pionera del turismo rural comunitario en Puno, Martha se la adquirió a su abuelita Candelaria Gálvez de Giraldo, quien la había heredado de sus abuelos hacendados. “Yo había venido de niña, era un lugar enigmático, que visitábamos y retornábamos el mismo día porque era como una isla fantasma, precaria, y no había dónde dormir”.

A fines del siglo pasado todo cambió. La abuela, que luego murió a los 99 años y 6 meses, no podía creer lo que veía en fotos: “Esa no puede ser Suasi, allí no había flores”. Pero las flores no llegaron inmediatamente. Martha empezó cocinando en una ramada con palos, viendo cómo su hijo de 5 años descubría colinas y playas en este islote que parece tener dos cinturas.

“Mi proyecto original era convertir la isla en un escenario de conservación y recuperación de variedades nativas de plantas. Pero me di cuenta de que me costaba mucho dinero. Y pensé en algo que me permitiera generar ingresos y, por eso, empecé a construir un pequeño albergue de piedra”. Era 1997 y empleó para eso a los comuneros aimaras de Cambría. Había temporadas en que podía contar con 80 obreros y otras con 10 para construir caminos, andenes, jardinerías.

Como la idea era resguardar el equilibrio ecológico todo fue más trabajoso: “Todos me preguntaban qué se sentía ser la reina de tu propia isla, pero yo era más la obrera, tenía que restituir árboles nativos y salvar las áreas dañadas por el eucalipto”. Además de tener un cuidado arqueológico: en los trabajos encontraron siete cementerios preíncas.

Y los visitantes fueron llegando de pronto. Cuando solo tenía unos cuantos cuartos de piedra, vino Pascual Maragall, quien fuera alcalde de Barcelona por 15 años; y le siguieron princesas nórdicas, almirantes de la Armada Real Británica, intelectuales franceses. “Nuestra opción era distinta: la observación de la naturaleza, el silencio, un lugar para estar contigo mismo”.

De repente, en el 2005, Martha alquiló su hotel a la cadena Casa Andina. “Decidí hacerlo porque yo era desde gerente general hasta cocinera, nunca dormía, el soñado proyecto ambiental me dejó endeudada”. Les puso firmes condiciones: lugar pequeño, personal mínimo, no uso de detergentes, que saquen toda la basura no degradable y, sobre todo, que sean los primeros en el país en utilizar solo energía solar.

Hoy Martha sigue embelleciendo la isla con flores nativas, replanta árboles y repuebla fauna en su quijotesco edén. “Ya no sirven los antiguos indicadores ecológicos, todo ha cambiado, tenemos que volver a ser observadores de la naturaleza”, canta.

LAS FLORES DE OLIVIA
“Mi padre hacía que nos quitemos las medias y zapatos para caminar descalzas cuidando de no pisar los bellísimos mantos de flores que cubrían las lomas de Marcona. Los pastores también nos enseñaron a pedir permiso a sus cerros para cortar flores y llevarle un puñado a mi madre”, recuerda con nostalgia Olivia Sejuro Nanetti, la más ferviente defensora del medio ambiente y la biodiversidad del desierto de Ica, que ha retratado en estos últimos 32 años más de mil cuadros de flores, insectos y aves.

“En todo este tiempo me he dedicado a viajar por gran parte del Perú, ingresando, con respeto, a los hermosos y tupidos bosques de la selva, a los montes poblados de vegetación de la sierra y a las bellas lomas que se extienden en la costa para recolectar más de 380 variedades de flores que he pintado en acuarelas para perennizar nuestra flora nativa, incorporarla a nuestros usos y costumbres y difundir sus propiedades medicinales mágico-religiosas y también alimenticias”, comenta con emoción.

Desde su casa-huerta Wasipunko (la puerta de mi casa), Olivia ha trabajado intensamente en recuperar y desarrollar una serie de cultivos nativos como el algodón de colores con tonalidades que van del blanco característico, pasando por una gama de rosados, lilas, marrones, beiges y verdes intensos.

Desde esta zona privilegiada de Pajonal Alto, rodeada de unas 45 variedades de árboles, Olivia ha sido también pionera en la siembra de la cochinilla, ha restablecido en Nasca la ancestral tradición en el cultivo de uvas con las que ahora produce, aunque en pequeña escala, un pisco de extraordinarias cualidades.

“Estoy tratando de recuperar la fibra de color del carnero con lanas marrones, negras y plomas. Soy una firme defensora del chaucato, esa ave milenaria y sus múltiples cantos”, asegura quien, desde 1979 con sus diáfanas pinceladas, defendió los pocos espacios naturales y ecológicos que aún quedan y rescató ancestrales tradiciones y cultivos milenarios para volver a incorporarlos, como ella misma define, “en ese gran universo cultural que es nuestro país”.

Esto le ha permitido reconocimientos como las cuatro reproducciones filatélicas que hizo la Dirección de Correos de cuatro de sus pinturas, a la que se sumó la incorporación de 20 de sus cuadros sobre frutos peruanos en el Atlas del Perú del Instituto Geográfico Nacional.

En estos 32 años de defensa medioambiental, Sejuro ha realizado más de 500 conferencias, disertaciones y exposiciones en casi todo el Perú.

EL PARTO DE LA TRADICIÓN
Con un bebe en brazos y una mochila llena de pañales, la alemana Leonie Lange se dio cuenta de que no tenía idea de qué iba a hacer en este país del que supo algo por un atlas, que leyó un mes antes de bajar del avión. Era 1985 y venir al Perú a instalarse no parecía buena idea. Pero quedarse en la parte occidental de un Berlín dividido tampoco.

Ahora, años más tarde, en la sala de su casa en Urubamba lo recuerda y una sonrisa se le escapa. Tiene cuatro hijos y el mayor, aquel bebe que vino con ella de Alemania, ahora está en ese país estudiando Antropología y Sociología. Su madre llegó sin saber una palabra de español, él se fue sin saber una de alemán.

Las mujeres de la comunidad Querocancha, donde vive, la saludan con cariño. Ella se acerca a una y saluda a su hija de 8 meses. Conversan sobre la salud de la niñita. Leonie le dice a la madre que vaya luego a su casa.

Ocurre que Leonie es partera. Muchos de los niños y no tan niños de la comunidad los ha traído al mundo ella. También es hospitalaria y su casa es parte de un albergue. También es agricultora y ahora hay choclos y duraznos. También cura, y cuando alguien anda mal de algo, Leonie sabrá encontrar la planta que alivie ese mal. “Todas las plantas son medicinales. Cuando te instalas en una casa, las plantas que ves que crecen ahí son las que vas a necesitar. Yo lo aprendí en la selva y me pareció cursi al principio, pero luego vi que era verdad”.

Porque antes de vivir en Urubamba, Leonie ha pasado por una serie de lugares y situaciones: Vivió en Tarma y trabajó como peona y empleada en una hacienda. Y fue pa’l monte. Compró un machete y entró hasta que nadie hablaba español. Ahí, durante tres años, aprendió a vivir y convivir con la naturaleza. “Una mujer que no pasa por el parto, que es la primera prueba de la maternidad, no podrá pasar las siguientes”, dice no sin severidad. No hay cómo dudar de ella.

Fuente: El Comercio

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