Esa frase pertenece a mi abuela italiana, quien solía repetírnosla a menudo. Supongo que muchísimas otras personas, que venían de vivir experiencias de hambre y pobreza, decían exactamente lo mismo.

Hoy, aquel viejo clamor comienza a sonar fuerte en los no siempre atentos oídos de los gobernantes. Un viejo estudio hecho en Francia revela que todas las asonadas populares que precedieron a la Revolución de 1789 y otros que ocurrieron después, estaban en relación directa con el precio del pan: cuando excedía una determinada cifra la gente salía a la calle y hacía tambalear al gobierno de turno.

El presidente del Banco Mundial cree, sin mencionar esta experiencia, que el precio de los alimentos está entrando en una zona de alerta y le ha pedido al G20 que considere la alimentación como una prioridad para el 2011. Es evidente que el alza en el precio de los alimentos estimulará, en el mediano plazo, un crecimiento de la oferta agrícola pero, según el Banco Mundial, durante el tiempo que demandará el aumento de la oferta puede haber rebeliones populares, desórdenes y violentas alteraciones políticas. Ya lo estamos viviendo en el Medio Oriente y en el norte de África. La situación en algunos países amenaza seriamente con salirse de cauce y tornarse incontrolable.

Todo indica que la acumulación de ganancias por parte de poderosos sectores minoritarios dedicados a la especulación, en detrimento de las grandes mayorías, es uno de los factores que empuja hacia una nueva crisis sobre la que, habida cuenta de todo lo que ocurrió sin que nadie lo previera, es muy difícil, sino imposible, hacer pronósticos.

Las alzas habidas hasta ahora han hecho ingresar a la situación de extrema pobreza a 44 millones de personas entre junio y diciembre de 2010. En cifras, extrema pobreza significa un ingreso inferior a U$ 1.25 por día y por persona. Actualmente, siempre según el Banco Mundial, 1200 millones de seres humanos se hallan en esa desesperanzadora condición.