El crimen del olvido

Por Santiago Alfaro Rotondo

En el prefacio de Los hundidos y los salvados, Primo Levi, escritor-testigo del holocausto judío, cuenta que los soldados de las SS se divertían en advertir lo siguiente a los prisioneros del campo de exterminio de Auschwitz: “De cualquier manera que termine esta guerra, la guerra contra ustedes la hemos ganado; ninguno de ustedes sobrevivirá para dar testimonio de ella, pero incluso si alguno lograra escapar, el mundo no le creería. Tal vez haya sospechas, discusiones, investigaciones de los historiadores, pero no podrá haber ninguna certidumbre, porque con ustedes serán destruidas las pruebas. Aunque alguna prueba llegase a permanecer, y aunque alguno de ustedes llegase a sobrevivir, la gente dirá que los hechos que cuentan son demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda aliada, y nos creerá a nosotros que lo negaremos todo, y no a ustedes. La historia de Auschwitz, seremos nosotros quien la escriba”.

El régimen nazi planificó la “solución final” de tal manera que no dejara rastro. Luego de las humillaciones, cámaras de gas, masacres y asesinatos, vinieron los hornos crematorios, las fosas comunes, la eliminación del recuerdo. Los nazis sabían bien que la memoria era un campo de batalla, una manera de continuar la guerra por otro medio: el control de las interpretaciones del pasado. De allí que sus fábricas de la muerte fueran también del olvido.

Esta experiencia debe resultar pedagógica para otros casos de violencia como el que vivimos desde que el PCP – Sendero Luminoso se levantó en armas. La prédica de Auschwitz es una muestra de la importancia que tiene reconocer y mantener vigente la memoria de las víctimas, su versión de lo ocurrido. La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) así lo comprendió, por ello basó la elaboración de su Informe Final en más de 16.000 testimonios, algunos transmitidos a través de audiencias públicas y otros por intermedio de la muestra fotográfica Yuyanapaq. Para Recordar.
Las víctimas son los testigos de las injusticias cometidas. Su voz nos habla de lo sucedido y de lo que podría volver a suceder, de las contradicciones de nuestra convivencia y de las claves para enmendarlas, de las responsabilidades de quienes se convirtieron en verdugos y de los que se mantuvieron indiferentes frente a la tragedia. Tenerla siempre presente no es un obstáculo, sino la condición básica para alcanzar la reconciliación, entendida como “el proceso de restablecimiento y refundación de los vínculos fundamentales entre peruanos” (Informe Final de la CVR).

Por esta razón, las víctimas representan una autoridad moral que no puede ser acallada. El olvido es otra forma de condena para ellas y sus descendientes, una réplica de los crímenes que ocasionaron su desaparición, muerte y/o dolor. Asimismo, el olvido impide al resto de la sociedad explicar la violencia, conjurar las causas que la motivaron, ajusticiar a quienes la ejercieron indebidamente y transmitir a las nuevas generaciones las lecciones que nos deja. El recuerdo se convierte de esta manera también en un deber moral para todos.

La creación del Museo de la Memoria es una manera de cumplir dicho deber. Para ello, todas las víctimas tienen que estar representadas. Las del PCP – Sendero Luminoso y las del MRTA; las de las Fuerzas Armadas y las de la sociedad civil; las que cumplían su deber en defensa del Estado y las que solo protegían su vida; las que habitaban en las ciudades y en el campo, las de origen costeño, andino y selvático.

No obstante, un museo con estas características no es suficiente. Otra forma de olvido es la ausencia de reparaciones y la impunidad. Para remediar lo primero, el gobierno tiene la obligación de implementar el Plan Integral de Reparaciones y dotar de presupuesto al Consejo de Reparaciones. Los funcionarios públicos que se niegan a hacerlo pierden toda autoridad moral, convirtiendo al Estado en cómplice de la barbarie.

Lo mismo sucede con los que apañan los crímenes de las Fueras Armadas. Masacres como las de Putis, Accomarca o Barrios Altos tienen responsables. Pretender que sean juzgados no implica validar el terrorismo, tampoco atentar contra las Instituciones Armadas. Eso solo cabe en mentes que desprecian la dignidad humana. Por el contrario, el establecimiento de una frontera entre lo prohibido y lo permitido a través del castigo a los culpables, las civilizaría y reconciliaría con la población. Nada justifica, entonces, que la justicia se canjee por reparaciones ni las reparaciones por un museo, tal como parece ser la lógica del alanismo en funciones.

No se puede amar el Perú siendo indiferentes a la suerte de sus habitantes. Como lo anotaba el padre Hubert Lanssiers, aquellos que lo hacen “navegan en el reino de lo etéreo, son contorsionistas verbales, Houdinis lingüísticos, verdugos de la lógica y enciclopedias de metáforas raídas, persiguen lo absoluto con un matamoscas”.

Fuente: Poder 360°

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