CIUDADES COMPETITIVAS: DESARROLLO ECONÓMICO Y CALIDAD DE VIDA Carlos Del Castillo Braulio Vargas Becerra

CIUDADES COMPETITIVAS: DESARROLLO ECONÓMICO Y CALIDAD DE VIDA

Carlos Del Castillo
Braulio Vargas Becerra

1. PARADIGMAS DEL DESARROLLO SOCIOECONÓMICO EN LAS CIUDADES
El 2010 es visto como una etapa o hito particular en nuestro registro histórico. Por primera vez, el porcentaje de población viviendo en áreas urbanas superó al porcentaje de habitantes en zonas rurales. Esta transposición porcentual no puede asumirse como un dato aislado, pues conlleva otros fenómenos de naturaleza social, económica, cultural, tecnológica e incluso política; que también ameritan una reflexión en cuanto a su evolución –y por ello los repasaremos a modo de introducción.
La parte superior de la figura 1 muestra, por ejemplo, tres momentos seleccionados en la historia reciente de las ciudades, junto con algunos indicadores que se consideran críticos –en el sentido de sus implicancias para una sociedad. Entre los siglos I y VII se ha hallado que las ciudades experimentaron un gran auge. Este auge no volvió a repetirse sino hasta el advenimiento de la era moderna (siglo XVIII), y hoy en día se observa un cambio drástico e las fuerzas que modelan las ciudades y llevan a preguntar sí las ciudades como hoy las conocemos van a evolucionar o van a quedar obsoletas y necesitarán ser remplazadas en función de otro tipo de modelos.
El auge de la primera etapa (siglos I a VII) no se explicó por la mera aglomeración de personas en torno a núcleos urbanos. Ello ocurrió mucho antes, con la expansión del comercio. Los límites reales hasta este periodo tenían más que ver con problemas urbanos que aun no podían resolverse, como el saneamiento, los servicios públicos y los riesgos a la salud, y que eran desincentivo suficiente para que las ciudades pudieran atraer una gran cantidad de población desde el ámbito rural, de modo permanente; es decir residentes en calidad de ciudadanos.
Un elemento más influyente fue una combinación de distintos factores que debieron ser afrontados por los regentes y líderes al frente de grandes imperios que surgieron en todas las regiones del planeta. Estos factores tenían relación con inversiones colosales para aumentar el atractivo de territorio localizados estratégicamente (que eran centros urbano) para atraer el mejor comercio, mano de obra más especializada (artesanos y técnicos) y crear la burocracia que permitiera administrar los servicios públicos y privados que surgían en torno al resto de elementos económicos y sociales que se ponían de manifiesto. Todo ello evidentemente, tenía la motivación de fondo de mantener el poder y llevar un paso adelante los logros de un régimen.
Sin embargo, sería errado afirmar que en este periodo ocurrieron esas innovaciones aludidas. Muchas de ellas surgieron en los imperios de la antigüedad; pero fue durante los siglos i a VII en que fueron llevados a niveles mucho más sofisticados y pasaron a formar parte de un canon inicial para el planeamiento urbano con fines de promoción económica, confort social y, por ende, afianzamiento de la clase político-militar.
Este esquema inicial de planeamiento urbano comprende patrones que evocan a los que en la actualidad se acepta como componentes de la gestión pública sub-nacional (que se muestra en el segundo nivel de la figura 1), donde figura:

Figura 1.- Paradigmas en la evolución socioeconómica de las ciudades

Los avances del primer periodo se mantuvieron en unos periodos y decayeron en otros (en función de sus propios contextos históricos). Pero los límites al crecimiento sistemático de las ciudades se hallaban en no poder resolver de modo decisivo (al menos para la época) los problemas de saneamiento, infraestructura, servicios y control, que demandan la concentración poblacional y el mayor dinamismo económico, político y social. En ese sentido, por gran parte de la historia contemporánea la relación asimétrica entre población urbana (30%) y rural (70%) se mantuvo estable hasta el advenimiento de la era industrial en el siglo XVII.
En el segundo periodo (siglos XVII a XX), la concentración poblacional, económica y cultural en ámbitos urbanos aceleró el proceso de repensar las ciudades. No como territorios que alojan dinámicas a las que hoy denominamos “dimensiones del desarrollo”; sino como sistemas interactivos, donde existen nuevos criterios para decidir la gestión y el gobierno de una ciudad, así como la implementación de servicios, obras y otros tipos de programas. Muchos de estos criterios condicionan la definición y el dimensionamiento de la relación “producción-consumo” en la medida que sea posible superar las limitaciones que detuvieron el progreso de las ciudades en los siglos precedentes, por un lado, y crear los puentes entre todos ellos (en virtud que el ámbito urbano funciona cabalmente como un sistema interactivo).
Mientras que las ciudades eran al mismo tiempo fuente principal de actividad económica (producción y comercio) y de consumo (para el bienestar y confort de la sociedad), éstas podían depender mayormente de sus propios medios; pero cuando las ciudades empezaron a servir de soporte para la industrialización, también se activaron los vínculos para producir bienes que no se consumirían dentro de ella, sino en otras ciudades o “mercados”. Este nivel de complejidad hizo necesario hacer de las ciudades sistemas interactivos altamente complejos y parte de esa complejidad incluía la planificación urbanística, la infraestructura y los servicios públicos para un número creciente de residentes que hicieran funcionar el sistema en su conjunto.
En suma, el equilibrio entre el atractivo y el desempeño económico y social de una ciudad estaba dado en función del soporte urbanístico, de servicios y de mecanismos de control y administración desde las instituciones locales (gubernamentales y civiles). Esta fórmula ha tenido éxito relativo, sí se le observa desde la perspectiva evolutiva mostrada en las tablas de indicadores incluidas en la parte superior de la figura 1; y tomando como punto de referencia el escenario rural.
Además de la transposición en relación entre población urbana (70%) y rural (30%), la nueva época muestra indicadores como: (a) el aumento en el consumo energético desde las urbes (una relación de 10 a 1 sobre el consumo en lo rural); (b) el aumento acelerado del valor económico producido desde las ciudades en los sectores de servicios , donde la relación entre el valor generado en sectores de servicios también es de 10 a 1 (90% en las ciudades y 10% en ámbitos rurales); y (c) el motor de la competitividad y el desarrollo económico, medidos en términos de la innovación tecnológica, también es sustancialmente mayor en el ámbito urbano (80% versus el 20% en el ámbito rural).
Lo anterior podría suponer que las fórmulas para lograr hacer de una ciudad un modelo de competitividad económica y de confort y calidad de vida para las personas han sido halladas. Pero la verdad es que por cada ventaja del nuevo paradigma de hacer de las ciudades motores de desarrollo económico y de bienestar social, se presentan nuevos tipos de desafíos, incluso de mayor complejidad que aquellos que limitaron el crecimiento y la prosperidad de las ciudades de la antigüedad. Estos desafíos los analizaremos desde la perspectiva del contexto económico y social.
2. CIUDADES Y DESARROLLO ECONÓMICO
En primer lugar, incluso sí las ciudades no experimentasen un aumento de población y de actividad económica al ritmo actual, los sistemas de soporte (infraestructura, servicios públicos, fuentes de alimentación energética) existentes no son suficientes ni tienen un desempeño satisfactorio en las condiciones actuales, y, además, están expuestos al deterioro que afecta “naturalmente” a todo cuanto existe.
Sí a lo anterior se suma la búsqueda permanente por eficiencia económica y la normal afluencia con que se manifiesta el fenómeno migratorio desde el ámbito rural y desde centros urbanos menos atractivos, cabe esperar un futuro cercano en que las ciudades que conserven cierto nivel de importancia sólo pueden crecer.
En segundo lugar, el crecimiento de las urbes no es de ninguna forma ordenado, no puede anticiparse suficientemente como para efectuar la planificación, inversiones y acciones conjuntas (con los agentes económicos y la sociedad), como para sostener la eficiencia de años anteriores. Ello no significa que no existen casos interesantes desde el punto de vista de planeamiento urbanístico en el mundo. Por supuesto que los hay, pero ello no significa que la fórmula que hoy funciona, sea suficientemente robusta como para adaptar la ciudad a los eventos que ocurren sobre ella.
Por ejemplo, una ciudad más grande implica enormes desafíos para abastecerla de energía sin tener que incrementar el costo por unidad energética consumida, o para mitigar el mayor costo para las personas al tener que trasladarse grandes distancias en medio de una congestión que en el último siglo ha ido exclusivamente en aumento.
Asimismo, el costo del terreno céntrico y concéntrico no ha parado de subir, no sólo debido a un contexto macroeconómico favorable (que es el caso de América Latina en los últimos 20 años) que dispara las expectativas sobre el valor potencial de la propiedad. También se piensa que la obtención de valores más altos para la propiedad es una contramedida para recuperar eficiencia, bajo la siguiente lógica:
La subida de costos que se experimenta a nivel de ciudad pueden ser compensados con un aumento general de las expectativas de precios, tomando como referencia el costo de la propiedad y los activos fijos (por ejemplo la infraestructura pública en torno a la propiedad).
Sin embargo, el devenir de expectativas (más emotivas que racionales) termina alimentando una burbuja en el mercado, de la que sólo parecen beneficiarse quienes la alientan en sus fases iniciales (según lo sugiere el escenario reciente que sirve de trasfondo a la crisis financiera de 2008).
El paradigma de ciudades eficientes, a causa de su propio crecimiento sin conocer límites, está destinado a fracasar, incluso sí los efectos de dicho fracaso sólo pueden evidenciarse luego de varios años (la razón por la que, desde la perspectiva de los ciudadanos, parece no estar ocurriendo). Pero ese no es el único aspecto que limita el realismo del paradigma de ciudades económicamente eficientes. El segundo aspecto proviene de observar eventos o fenómenos que surgen de las propias ciudades e impactan el confort y la calidad de vida de sus residentes (y por tanto la dimensión económica).
3. CIUDADES Y DESARROLLO HUMANO
Al respecto, la parte inferior de la figura 1 resume los principales eventos que ponen en riesgo la viabilidad económica y social de las ciudades; especialmente aquellas que mantienen importantes tasas de crecimiento poblacional y económico. Un primer aspecto, ya referido, lo constituye el costo en el transporte y la posibilidad de tener acceso a dicho servicio en condiciones humanamente aceptables (seguridad, costo, tempo de traslado, etc.); lo que está también vinculado al acceso a empleo y a un nivel de ingreso suficiente para atender necesidades básicas y ahorrar. Ambos aspectos están vinculados y pueden limitar la calidad de empleo y el nivel de ingreso.
Por ejemplo, una persona podría identificar una oportunidad de empleo interesante en lo económico, pero muy distante a su lugar de residencia. Por tanto, deberá balancear el costo (económico y en tiempo) de participar de dicha oportunidad y el ingreso que le va a proporcionar. Si el balance es negativo, evidentemente deberá contentarse con una posibilidad menos interesante, pero más próxima. Entonces, el diseño mismo de la ciudad y de sus sistemas de soporte constituye una restricción a la movilidad libre y a las perspectivas de futuro.
Un segundo aspecto lo constituyen aspectos vinculados a la salud. Las ciudades que crecen no necesariamente están preparadas para prevenir los riesgos derivados del insuficiente soporte en servicios de saneamiento y de provisión de agua apta para consumo humano. El hacinamiento (que es típico en las ciudades) va a cooperar en aumentar el riesgo para la seguridad y la salud; y dicho riesgo (sí se concreta en un caso clínico, por ejemplo) tiene un costo para la persona, la familia, la sociedad y la economía de la ciudad.
Un tercer aspecto (entre otros varios que, por motivo temático, no abordaremos en este artículo) alude a la educación. Una ciudad también prospera en la medida que el desarrollo social se sustenta en un mayor nivel de educación. La educación de calidad beneficia a las personas (que se hallan en mejor posición pueden acceder a oportunidades de trabajo y desarrollo personal), a las familias (que se benefician de un mayor ingreso familiar que les permite invertir en su propio bienestar y en el futuro), a la economía local (que pueden ganar en eficiencia gracias a la productividad de un recurso humano de mejor calidad) y a la ciudad en su conjunto (que cuenta con residentes que mantienen en marcha los sistemas de la ciudad a través de su actuación en lo social, económico e institucional).
El problema con las ciudades ocurre cuando las brechas de ingreso y calificación se amplían entre unos y otros. Para una pequeña proporción de la población en un lado de la brecha, los beneficios que están efectivamente al alcance son comparables al grado de esfuerzo personal que invierten. Pero para una gran proporción de la población (incluso en países ricos) que se halla al otro lado de la brecha, los esfuerzos para mantener un nivel de vida suficiente para subsistir son desproporcionados en comparación con los beneficios efectivamente accesibles.
Es decir, por ejemplo, que deben invertir más horas de trabajo por mantener un mismo nivel de ingreso; deben exponer su salud en más ocasiones para no perder de vista las pocas oportunidades a la vista; deben dividir su tiempo entre el trabajo, la vida personal, el tiempo que dedican a trasportarse, y algo de preparación para no quedar en gran desventaja frente a otras personas; entre muchos otros fenómenos asociados a cómo la educación y la información tienen influencia directa en la dimensión social y económicas de las personas en las ciudades.
Evidentemente, otros casos más extremos incluyen el fenómeno de la pobreza urbana, que se ha agudizado en las ciudades de todo el mundo, no solamente por causa de un escenario económico que es más incierto, sino también por que las ciudades mismas no están en capacidad de traducir potencialidades en potencialidades con la velocidad suficiente como para igualar a las necesidades y las expectativas de la población (lo que se agrava algo más en virtud de la migración de personas que provienen de lugares donde las condiciones de educación no han sido mejores).
En suma, el paradigma urbanístico, con crecimiento a ritmo constante es poco viable y, por el contrario, presenta dificultades para las que no se conocen soluciones inmediatas ni mucho menos. Este es el escenario que diversos decisores de política al frente de gobiernos metropolitanos y de organizaciones civiles han tratado de llevar a la mesa de discusión y de análisis estratégico en la última década. Los resultados de tales discusiones apuntan a la necesidad de repensar el paradigma de las ciudades y trabajar en un paradigma para el siglo XX.
4. EL PARADIGMA DE LA CIUDAD COMPETITIVA
El paradigma que parece emerger no está del todo claro; pero ya se han identificado varios de los componentes que un nuevo paradigma debería contener. En todo caso, el desafío no se basa en mejoras incrementales o en arreglos o restauraciones; sino más bien en medidas integrales y de gran escala para la reconfiguración de ciudades existentes, para el trabajo “piloto” dentro de ciertas zonas de una ciudad, o para el desarrollo de ciudades enteramente nuevas.
Las denominaciones propuestas para el nuevo paradigma son diversas y atractivas: como ciudades sostenibles, ciudades saludables, ciudades inteligentes y ciudades verdes, principalmente. Estas denominaciones básicamente plantean un desafío inédito para las ciudades de todos los tiempos. A continuación trataremos de revisar algunos de los principios que se espera modelen la definición del nuevo paradigma; los que en su turno van a definir algunos de los componentes a la vista que el nuevo paradigma debería comprender.
En primer lugar su diseño estará pensado en lograr la máxima eficiencia en el empleo de recursos, infraestructura y servicios, tal que los costos de administrar la ciudad y de vivir y conducir transacciones en ella esté por debajo de los beneficios (en términos económicos y de confort). Ello significa un gran esfuerzo por parte de las autoridades que administran la ciudad (en términos financieros y técnicos). Por tanto, necesitarán incrementar los niveles de ingreso tributario a través de mejorar el clima de negocios y alentar la inversión privada de las empresas y de los residentes.
En segundo lugar, se tratará de hacerlas eficientes energéticamente; lo que implica que se tome en cuenta las implicancias de las fuentes de abastecimiento energético en términos de costo, tipo de fuente energética, tipos de consumo, pérdidas en la red de distribución eléctrica, sobrecosto del transporte (en función del sistema vial), consumo percápita y por predio, e implicancias ambientales. Este énfasis hace necesario esfuerzos coordinados para identificar fuentes de ineficiencia, así como oportunidades de aumentar el rendimiento en el empleo de energía de la mayoría de activos que hagan uso de ella, como casas, edificios, alumbrado público, alumbrado residencial, tipos de combustible que se distribuyan y uso masivo de sistemas de transporte público.
Evidentemente, además de las complicaciones técnicas y financieras de tal emprendimiento, se hallan los requerimientos de nuevos marcos normativos, regulaciones y controles. Además de ello, los desafíos para buscar remplazar fuentes tan contaminantes como la quema de petróleo y carbón para producir electricidad son muy grandes en términos de costo, tecnología a la mano y disponibilidad de fuentes de energía alternativas; lo que nos lleva al siguiente punto.
En tercer lugar, la ciudad necesita minimizar sus impactos en el ambiente. Ello no se limita al paradigma aún vigente en el que se busca un sistema de limpieza pública eficaz, sino que busca ir más allá para responder a las preguntas: ¿Cómo reducir el desperdicio? ¿Cómo aprovechar los desperdicios como insumos de otros procesos que creen valor para la ciudad y la sociedad? ¿Cómo lidiar con los desperdicios que no puedan ser rescatados como un potencial activo económico?
Por otro lado, también se necesitará plantear nuevas estrategias para reducir la contaminación en sus diversas manifestaciones –donde el criterio principal es su impacto en la salud de las personas y la flora y fauna locales– y tomar medidas para impulsar inversiones en servicios, infraestructura y cultura, entre otros aspectos, que alimenten el bienestar y confort de las personas. Evidentemente, este tipo de consideraciones ya se halla contemplado en el paradigma previo de ciudades como aglomeraciones urbanas de personas, instituciones y actividades socioeconómicas. Probablemente la diferencia más notable consiste en tratar de dar una solución robusta a los problemas y desafíos que se han mencionado en el ítem del ambiente (lo que aún no ha sido resuelto por el paradigma vigente).
Otro aspecto fundamental que ya es ampliamente aceptado por los gestores, los planificadores, los ciudadanos y los agentes económicos es la importancia de contar con una ciudad conectada con su entorno, no solamente por los medios de transporte, sino también en el sentido de la información y de la aplicación de tecnología para facilitar las dinámicas de la ciudad y los flujos de conocimiento y “novedad” entre la ciudad y el entorno nacional y global. Implica también un tipo de conectividad al nivel de acceso a la educación, las redes sociales y de salud, y los servicios públicos.
Finalmente (pero la lista no se agota), las ciudades deben contar con dos mecanismos que son parte de todo sistema complejo. Un mecanismo se conoce como “auto-referencia” que implica que todos los avances de una ciudad deben servir de base para la siguiente mejora. Este mecanismo existe incluso si no se lo planifica (bajo una propiedad también de os sistemas complejos conocida como “auto-organización”); pero su funcionamiento “silvestre” resulta caótico y no necesariamente conduce a los propósitos de hacer que la evolución de la ciudad contenga un mecanismo de retroalimentación que oriente dicha evolución en el rumbo deseado.
El segundo mecanismo de una ciudad entendida como un sistema complejo es el de “robustez” que implica que la falla de un componente del sistema debe compensarse por otro componente o por un mecanismo alterno que el sistema ciudad también contenga. El entendimiento de este mecanismo es aún algo abstracto, porque no contamos con buenos marcos de referencia que se le aproximen. Posiblemente el mejor ejemplo de algo parecido al mecanismo de la ciudad robusta se halle en dos sistemas de alta importancia pero de perfil muy discreto: El sistema que denominamos defensa civil y el sistema de seguridad ciudadana (que tomaremos como ejemplo).
En el ejemplo del sistema de seguridad ciudadana lo que llama la atención es que viene siendo mal entendido (en muchos casos) como la respuesta ante eventos que atenten contra la seguridad de las personas y la propiedad privada y pública. El problema con esa visión es que las medidas que se suele adoptar no son compatibles con la visión de ciudad competitiva, con libre movilidad y económicamente eficiente.
Así por ejemplo, la implementación de un sistema de vigilancia mediante un tendido de cámaras, el aumento de unidades de patrullaje, el enrejado de parques, calles y vecindarios, y el aumento de cuerpos de serenazgo tienen puesto su énfasis en la disuasión más que en la prevención. Ello es así porque ante un evento de inseguridad estos sistemas permiten identificar a los autores, pero no necesariamente habrán podido evitar que el daño sea producido. Es decir, descansan sobre el elemento disuasivo y sobre un cuerpo de leyes y normas que penan los actos dolosos. Con ello no queremos decir que sean medidas extremas o innecesarias, sino implemente que no son eficientes y conlleva un alto costo social y económico.
Las reales medidas de prevención tienen otro tipo de aproximación, que se sustenta más en factores culturales, en educación, en vigilancia ciudadana, en ejemplos de orden público y en un ambiente social y de negocios en que todo acto potencialmente doloso resulte ridículamente fuera de contexto, incluso desde la perspectiva de los potenciales autores. Este modelo ya se ha experimentado con éxito en ciudades de países como Japón, Corea del Sur, Singapur y, de alguna forma, en países como Canadá, Países Bajos, Noruega, Suiza, Australia y Nueva Zelanda. En estos contextos nacionales, las medidas de disuasión y las leyes son un respaldo de fondo, pero no constituyen la medida preventiva per sé. Sin embargo, el asunto de la seguridad preventiva no logra erradicar el crimen organizado; por lo que las medidas de inteligencia y el manejo de la información (en alusión al componente de la ciudad interconectada) deben también ser parte del sistema.
En suma, el paradigma de la ciudad competitiva del siglo XXI no privilegia la aglomeración de poblacional ni la ferviente actividad económica que hoy predomina en la casi totalidad de ciudades importantes del mundo y, específicamente, en el 100% de las ciudades de las Américas. Por el contrario, en cada dimensión de su desarrollo predomina la eficiencia, la inteligencia, las redes, la calidad, la vinculación saludable y productiva con el entorno, el clima de negocios favorable y sobretodo el nivel de confort y bienestar humano; bajo una perspectiva de robustez y de auto-referencia.
5. EL MARCO DE REFERENCIA PARA UNA CIUDAD COMPETITIVA
A la luz de los elementos revisados en el punto anterior, es evidente que aún no contamos con un marco de referencia coherente que los integra. Sí contamos con una caracterización de que estos componentes deben ser parte del sistema-ciudad que requieren las personas, las instituciones y los agentes económicos para prosperar; pero evidencia de su puesta en práctica aún se halla fragmentada en algunas pocas experiencias, en pilotos, en proyectos urbanos de grandes proporciones como los que se vienen gestando en algunas partes del mundo (como la ciudad ecológica de Masdar o los portentos arquitectónicos de Dubái en los Emiratos Árabes Unidos) y en el papel (en estudios de arquitectos y en los gobiernos metropolitanos).
Empero, en la actualidad se están gestando marcos de referencia que ponen énfasis en los aspectos de seguridad energética (donde el foco central es la superación del alto costo energético en las ciudades y la reducción de la dependencia de fuentes energéticas con base en combustibles fósiles, entre otros), de atractivo económico (donde el foco de atención es la mejora del clima de negocios y su efecto en el desarrollo económico local, la competitividad de las empresas y la creación de empleo de alto valor) y la seguridad humana (con un énfasis sobresaliente en las medidas tendientes al desarrollo sostenible, aunque el término resulta aún muy abstracto).
Para este artículo nos interesa poner énfasis en la segunda aproximación en torno al clima de negocios, no solamente porque resulta pertinente para el área temática sobre competitividad y desarrollo económico (como parte de esta publicación mensual), sino también porque desde hace unos años ha ganado notoriedad el denominado ranking de “Mejores ciudades para hacer negocios en América Latina”, elaborado y difundido por la revista América Economía (cuya última edición se puede consultar on-line).
En tal sentido, a continuación revisamos algunos de los criterios que se califican para la elaboración del ranking; sin que ello signifique que compartimos del todo la metodología y los resultados de las evaluaciones. Asimismo, queremos dejar en claro que este ranking aún resulta bastante agregado para efectos de los usos que un gestor y/o un planificador de ciudades quisiera darle (debido a que su empleo ha sido pensado más en función de quienes tienen intereses en hacer negocios en las ciudades de la región). Sin embargo, existe una gran ventaja en emplear dicho ranking como marco de referencia para visibilizar qué aspectos de las ciudades son compatibles (o pueden llegar a serlo) con el paradigma emergente de las ciudades competitivas, inteligentes eficientes y con calidad de vida. Esta ventaja es que varias de las categorías que presenta el ranking de ciudades coinciden con los componentes que hemos señalado en la sección anterior.
En términos generales, el ranking del año 2011 indica que las mejores ciudades para hacer negocios en la región son aquellas en las que no solamente la mejora de infraestructura y servicios tiene lugar, sino también la innovación, el aprovechamiento de las nuevas tecnologías de información y comunicaciones, el orden y los sistemas públicas y las capacidades de los locales (su educación y capacidades para participar de las dinámicas insertas en los negocios).
Así, desde la perspectiva de los ejecutivos de la región que fueron encuestados, las ciudades más relevantes se agrupan en dos. En un primer segmento se hallan capitales como Buenos Aires, Sao Paulo, Santiago, Miami (única ciudad de los Estados Unidos incluida en el ranking) y Bogotá. Evidentemente, estas ciudades han sido ya por algunas décadas mercados importantes o centros de negocios para toda la región latinoamericana, por lo que resulta difícil concebir que no se hallen dentro de los primeros puestos. En un segundo grupo se hallan capitales y ciudades importantes que se mantienen relevantes en el contexto de los negocios o que han ganado mayor presencia en años recientes. Allí se encuentran Ciudad de México, Río de Janeiro, Monterrey, Lima y Montevideo.
El ranking emplea una metodología que cubre ocho dimensiones, que comprenden principalmente el marco social, político, económico, la infraestructura, la conectividad y el capital humano. Es esta agrupación e interrelación de variables que no solo apuntan a la dimensión económica o de hacer negocios la que hace de este ranking un proxy válido para entender sobre la base de que ejes se podría asentar una ciudad que funcione bajo el paradigma de “la ciudad competitiva”. Cabe recordar que otras denominaciones han sido acuñadas en años recientes, por lo que la empleada en este artículo es meramente una definición de trabajo (de hecho, en el ranking de América Economía se emplea la denominación “ciudades del conocimiento”.)
Más allá de lo que puedan indicar las posiciones de las ciudades en el ranking, lo que destaca es que las opiniones que las colocan allí provienen de personas que hacen negocios en todo el mundo y que tienen un mirada que no sólo es económica, sino transversal. Esto nos da una buena pista para vincular cómo podrían percibir los gestores y planificadores urbanos la importancia de intervenir en ejes concretos de la realidad local, para crear condiciones que haga de sus ciudades más atractivas y, por tanto, algo más competitivas. Las dimensiones calificadas son las siguientes:

Para efectos de reflexión emplearemos el caso de Lima. En este particular, el buen momento por el que ha atravesado nuestra capital en los últimos diez a quince años se refleja en la lectura de los gestores de negocios. Así, en el año 2003 Lima ocupaba la casilla 23; en 2007 obtuvo su mejor posición (puesto 7); en 2010 bajó al puesto 10; y en 2011 mantuvo ese puesto. Este buen desempeño se refleja en la mejora del poder de marca (que es un reflejo del buen momento del país, que también podría beneficiar a otras ciudades (ventaja potencial que aún no ha sabido ser aprovechada), en infraestructura, y en disponibilidad de capital humano calificado, principalmente.
Como elementos que aún están limitando un mayor avance de Lima se hallan, por otro lado, los aspectos de sustentabilidad ambiental, servicios, clima de negocios y marco social y político. El caso de la sustentabilidad ambiental es de preocupación (pese a que la ponderación de dicho factor es injustificadamente baja), porque, por ejemplo, Lima depende de un sistema de saneamiento insuficiente, precario, obsoleto que no está a la altura de las necesidades de ciudad alguna que supere el millón de habitantes (lo que también ocurre con ciudades como Trujillo, Arequipa, Piura, Cusco, entre otras ciudades que se aproximan al millón de habitantes). Es decir, el sistema de saneamiento integral en una ciudad que aspire a un desarrollo económico local en función de la competitividad y el bienestar duraderos no debería dejar de privilegiar la dimensión de la sustentabilidad ambiental y lo que ella implique. Sin embargo, lo que se observa en la realidad es que este aspecto permanece descuidado y sujeto a los vaivenes y la debilidad de los movimientos políticos.
El clima de negocios no ha mejorado en la medida de lo esperado. Otros países de la región han implementado procesos de simplificación administrativa municipal, para acelerar y hacer más eficientes los procedimientos de otorgamiento de licencias comerciales; y sin embargo, poco se ha avanzado en el país. Y en el caso de Lima, los avances a través del sistema Tramifácil puesto en marcha por la gestión metropolitana anterior no han logrado mejoras sostenidas ni parecen haber impactado en la mejora del clima de negocios en la medida de lo previsto. Posiblemente, los gestores deban interesarse en vincular otras variables que resultan influyentes para la mejora del clima de negocios, además de los procedimientos de otorgamiento de licencias. En el resto del país, la situación no ha sido mejor, salvo algunos casos en los que se ha aplicado tecnologías de información para ganar eficiencia a través de la digitalización de documentos y de la automatización de ciertos procedimientos.
Como reflexión final, queda llamar la atención sobre la necesidad de priorizar la cooperación público-privada. Primero, como un mecanismo para combinar recursos y capacidades que hagan más potentes las intervenciones a favor de una ciudad competitiva. Segundo, como una estrategia para diseminar mejores perspectivas (sobre Lima y otras ciudades del país) en cuanto a las oportunidades económicas que pueden surgir si estas ciudades emprenden la ruta de la competitividad. En virtud que al hecho de competitividad ya implica que son económicamente eficientes y que se han acercado al equilibrio saludable entre desarrollo económico y confort y bienestar para residentes y gestores de negocio.
CIUDADES COMPETITIVAS: DESARROLLO ECONÓMICO Y CALIDAD DE VIDA

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Braulio Vargas Becerra

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