El 28 de marzo pasado, el piloto de Fórmula 1 Kimi Räikkönen celebró seguir participando en dicha categoría 20 años después de su debut en ella. En dichos 20 años, el Perú ha tenido 16 ministros de Educación. No sólo cambiamos constantemente de piloto, sino también de estrategia a seguir, pese a correr contra el tiempo.
Sabido es que la educación peruana no destaca por su gran nivel. No importa por dónde se le mire -pruebas estandarizadas internacionales, pruebas estandarizadas nacionales, incluso reflexiones intuitivas a partir de indicadores relativamente atribuibles, etc.- no cabe duda de la necesidad de elevar el nivel educativo de la población en general (¡No sólo de la población en educación básica!).
Mientras el país no termina de cumplir promesas más dignas del siglo XIX que del actual, el siglo XXI ha traído con él nuevos y complejos retos para los ciudadanos, que no hacen sino aumentar la diversidad y profundidad del conocimiento necesario para aspirar a valerse adecuadamente en él.
En tal contexto, el Perú no ha dejado de cambiar el máximo responsable de la gestión educativa en el país: el ministro de Educación. En sí mismo, esto parecería poco deseable. Parecería improbable aspirar a gestiones exitosas con logros sólidos cuando un ministro dura menos en su cargo que muchos técnicos de fútbol en el suyo.
En comparación, tenemos casos como el de Colombia con 6 ministros en aquellos 20 años, o el de Uruguay con 8; pero también el de Chile con 15 ministros, casi a la par que Perú. ¿Qué es lo deseable, entonces?
En primer lugar, habría que considerar que el cambio de ministros es sólo parte de la inestabilidad. La otra parte radica en qué tanto se cambia de ideas centrales de gestión, qué tanto varían las apuestas a largo plazo y, por derivación, también las estrategias adoptadas. En ese sentido, no resulta arriesgado decir que en Perú se han dado considerables contrastes en la manera de concebir la Educación y el rol ministerial respecto de ella, especialmente en temas específicos que podían formar parte de la apuesta clave de cierta gestión para luego pasar a ser proscritos por la gestión siguiente.
En segundo lugar, nunca está de más fijarse en la experiencia de países en mejor situación. Y así tenemos para los últimos 20 años:
- Alemania: 4 ministros.
- Japón: 20 ministros.
- Polonia: 13 ministros.
- Países bajos: 7 ministros.
- Estonia: 12 ministros.
Por supuesto, las responsabilidades, condiciones y relaciones de los ministerios de Educación de los diferentes países mencionados no son exactamente equivalentes, pero es indudable que éstos ocupan un rol importante en la institucionalidad educativa de sus sociedades.
Esta breve exploración de la rotación en el máximo nivel de gestión educativa muestra que la inestabilidad per se no permite explicar directamente el bajo rendimiento que uno podría encontrar en el plano local. Tanto casos geográficamente cercanos (Chile), como lejanos (Japón, Polonia, Estonia) muestran que es posible tener un alto nivel de rotación de jefatura ministerial y, sin embargo, obtener resultados relativamente buenos en pruebas estandarizadas internacionales (sí, se dirá que tales resultados no equivalen exactamente a tener un buen nivel educativo, pero para nuestros fines ésa es una discusión más bien lujosa, ya quisiéramos tener ese tipo de problema por explorar).
Como siempre, es necesario explorar mucho más profundamente la cuestión, considerando la interacción con otros factores (nivel de habilidad promedio de los docentes, nivel de conflictos laborales en el sector, nivel de brechas territoriales en provisión de servicios educativos, estabilidad del personal a cargo y cómo ello permite y hasta alienta comportamientos y expectativas clientelares y patrimonialistas, etc.) y teniendo en cuenta que el cambio de pilotos en dos equipos distintos no implica que los pilotos sean demasiado similares.
Asimismo, es posible que la inestabilidad al mando pueda impactar de manera diferente dependiendo de la calidad en sí del equipo: en casos con mucha superioridad de auto sobre el resto, a menudo parecería que no importara tanto un piloto de élite, bastaría con uno aceptable para triunfar, a la par que en casos con mucha inferioridad de auto parecería que incluso el más ducho de los pilotos no podría conseguir demasiados logros dadas las limitaciones desde las que opera. Es posible que la calidad del piloto y la estabilidad de éste en su puesto pesen más, hagan más diferencia, en proporción, mientras más a media tabla se sitúe el equipo.
Por otro lado, nadie en Fórmula 1 sería tan necio como para esperar que un novato -alguien en su primer año- hiciera un papel demasiado bueno (aunque sí se exige que sea aceptable para el estándar de los recursos a su disposición). Se entiende que tiene que acostumbrarse al auto, conocer a su equipo, compenetrarse con la planificación a largo plazo de éste, etc.
Con todo y todo, quienes han detentado el cargo de ministro de Educación en Perú lo han hecho, en su gran mayoría, por poco tiempo y por primera vez. Es decir, por definición, desde el ser novatos en el puesto (y a veces hasta en el propio sector Educación). ¿Pudieron hacer más con los recursos a su disposición? ¿Fue aceptable su desempeño como novatos? ¿Debimos mantenerlos más tiempo en el cargo? Si lo hubiéramos hecho ¿Nos habría ido mejor, igual o peor?
Es harto previsible que muy pronto tengamos un nuevo piloto al mando y, probablemente, también un nuevo plan para continuar nuestra carrera contra el tiempo. Y sólo el tiempo dirá si ello fue para mejor o no.