IMPORTANCIA DE LA IMAGEN
Hace unas semanas regresé a Perú después de medio año de pura “influencia anglosajona”, en países tan disímiles como Australia o Estados Unidos. En mi emoción de reencontrarme con mi gente querida, con mi delicioso arroz con pollo y extrañando un buen pisco sour había olvidado algunas prácticas comunes que tiñen el comportamiento de buena parte de nuestros compatriotas en sus diferentes roles, desde empresarios hasta colaboradores, desde padres de familia hasta amigos de toda la vida. Por ende, no había meditado a profundidad en los impactos y resultados de costumbres tan como populares sobre la imagen personal y profesional de nuestros conciudadanos.
Ejemplos me sobran: fui invitada a una reunión en una importante empresa nacional y me era difícil ver con claridad el rostro de la orgullosa poseedora de una moderna oficina -para colmo de males ella era de pequeña estatura-, porque alguien tuvo la brillante idea de posicionar el moderno monitor exactamente en medio entre el sillón ejecutivo y las sillas destinadas a los interlocutores (de lado calzaba perfecto, se los aseguro). Mientras batallaba por mirar pensaba: ¿qué será más importante?, ¿la maravillosa tecnología a disposición o una mirada libre y limpia entre entrevistado y entrevistador que garantice contacto visual y una comunicación de calidad? Me huele que nadie siquiera se había percatado de ese detalle. Pero olvidémonos del escritorio, pasemos a la persona. La joven ejecutiva en cuestión -cuyos conocimientos no están en tela de juicio-, lucía una seriedad más que marcada. Acostumbrada a la sonrisa como mecanismo de apertura me encontraba ahora con un interlocutor que parecía creer que un rostro adusto era sinónimo de profesionalismo. Hasta la despedida fue imposible detectar en ella un gesto agradable, simpático o simplemente humano. ¡Con lo mucho que se puede lograr aprendiendo a sonreír oportunamente! Banquero, ministro, deportista, ingeniero de minas, no importa el puesto ni la formación. Es tan importante aprender a ejercitar sonrisas francas que tiendan puentes con los demás y a sintonizarlas con una mirada directa y limpia.
Otro ejemplo. En mi feliz recorrido limeño de retorno a la patria también debí llevar a una queridísima amiga a una conocida cafetería sanisidrina con objeto de tomar un esperado desayuno peruano (antecedente: con la misma amiga, peruana residente en los Estados Unidos hace un año habíamos llegado un día domingo al mismo negocio y los desayunos peruanos de marras -con tamalito y chicharrón incluido-, estaban agotados). En este segundo intento, una noche antes -viernes para ser más exactos-, cheque la página web respectiva para asegurarme que los sábados contasen con el dichoso manjar matutino. Ahí decía: “Desayuno peruano sábados y domingos”. Cuál creen que sería nuestra sorpresa a la mañana siguiente cuando un joven y despreocupado mozo nos indicaba que había un error en la web y los sábados el combo peruano de mañana no estaba a disposición, sino tan sólo el día domingo. Después de comer ensaladita de frutas, infusiones y café con leche mi decepcionada amiga y yo nos preguntábamos ¿alguien se dará cuenta del impacto que tienen estos “errorcillos” y sobre todo, sus actitudes personales en el negocio y en la credibilidad? Ni qué decir en la marca nacional tan promovida hoy en día. Aseguro que no, creo que hasta se sintieron vencedores al vernos resignadas ordenando cualquier otra cosa.
La última: ¿Cómo se sentiría si un día de semana, a las 8pm está conectado en Skype y una persona con la que tiene negocios en curso le dice: te estamos esperando, nos reunimos en media hora por esta vía para tratar avanzar con el proyecto? Tremenda criollada. Y así hay muchas más: la ejecutiva que llama al celular ocho veces seguidas sin cesar, el gerente que envía correos electrónicos gritando en mayúsculas a sus contactos, las tardanzas de profesionales acostumbrado a hacerse esperar, la excusa de que “las cosas espontáneas salen mejor” cuando hay que poner la cara ante una falta de coordinación y un largo etc. Así tenemos muchos ejemplos cotidianos que aunque no se noten restan en lugar de sumar a nuestra proyección como individuos.
¿Qué reflejan todas las anécdotas que acabo de enumerar? Pues que definitivamente los peruanos conformamos una nación pujante y luchadora que está aprendiendo cada día como avanzar, crecer, lograr metas a la par que procura, mantiene y fortalece una buena imagen y no depredando este activo intangible y trascendente a la vez. Obvio, en todas partes se cuecen habas y la falta de conciencia respecto a las consecuencias de una imagen pobre no son de nuestra propiedad exclusiva ni mucho menos, pero tenemos ciertas tendencias que cualquier observador foráneo termina detectando en cierto tiempo.
¿Quién quiere tener amigos o proveedores en quien no confíe plenamente? Nadie, por supuesto. Sin embargo aún no todos somos conscientes de la importancia de lo que transmitimos con palabras y actitudes. Algunos se están quedando en la falsa seguridad que estando bien vestidos ellos y perfectamente peinadas ellas, están “marketeandose” de lo lindo. Craso error, el marketing personal y profesional es muchísimo más hondo e inteligente que un buen maquillaje y una magnifica “pilcha”. ¿Se ha hecho ya usted cargo de su imagen?
Por Annie Basetti Middleton, Gerente de Marketing de PERFIL (http://www.perfil.com.pe/)
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