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UN AREQUIPEÑO HACIENDO ARTE EN EL CUSCO ‘Nadie es profeta en su tierra’

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El arequipeño Luis Enrique Palao Berastain es uno de los más destacados plásticos nacionales, pues no sólo domina la difícil técnica de la acuarela, sino también el óleo, la temperas, pasteles, tintas y carbones, y sus obras ya forman parte de varias colecciones del Mundo. Existe un libro publicado por Eduardo Moll sobre su vasta y exquisita producción artística, que lo ha situado en un envidiable lugar en el campo de la pintura; sin embargo, Palao a pesar de su fama conserva su humildad y ello lo engrandece aún más.

El artista durante la larga conversación que sostuvimos hace unas semanas en la casa del amigo Manuel Rodríguez Velásquez, recordó con emoción a su finada madre doña Rosa Berastain Berastain, quien siempre lo alentó a seguir su vocación artística, ella era quien lo levantaba muy temprano para que cumpliera sus planes de pintar a la salida del sol los verdes campos de Sabandía o Tiabaya; incluso le hacía sugerencias sobre los colores y matices que debía llevar en su paleta para plasmar en las cartulinas y lienzos la campiña arequipeña. Es decir, también ella fue una de sus primeras maestras del genio plástico a pesar de la oposición del padre.

Luis Palao, recordó también que nació en la calle Jerusalén (1943)en una casona frente al antiguo local del Colegio San Francisco; luego su familia se traslado a la calle Saenz Peña del distrito de Miraflores, en donde vivió muchos años. El pintor mistiano destacó que en aquellos tiempos Arequipa era la mata de los pintores, pues en cada calle había uno y él tuvo la oportunidad de conocer a muchos, con los que entabló amistad y salía a pintar. “Antes en Arequipa todos eran muy generosos, los pintores no sólo enseñaban sus trucos sino también invitaban el almuerzo a jóvenes como yo que recién nos iniciábamos en el camino del arte”, expresa Palao.

Uno de esos personajes era don Guillermo Mansilla Canessa de quien guarda un grato recuerdo nuestro entrevistado, precisamente del momento en que decide irse a radicar al Cusco. A continuación reproducimos una crónica que escribió Luis Palo Berastain sobre este hecho, varias décadas después:

PARADO SOBRE LAS PIEDRAS

Por Luis Palao Berastain (Qosqo, Chinchero, 3 de agosto de 1993)
La mañana del 14 de julio de 1966 no solamente era fría por el invierno de Arequipa sino también por los baldazos de agua con que los vecinos lavaban sus veredas de piedra.

Apoyado en la puerta del estrecho zaguán de su casa en la cuesta del Puente Bolognesi, un hombre alto, delgado, de fina nariz abrigado en su saco plomo y en sus holgados pantalones de casimir, me esperaba.

Desemboqué yo de la Plaza de Armas a la carrera con mi mochila y mis bártulos de pinturero ya que la noche anterior ese hombre, Don Guillermo Mansilla Canessa, el acuarelista, me había dicho:

-Mañana levántese más temprano y antes de ir a la estación de la Peruvian a tomar el tren de la sierra, pase usted por mi casa, amiguito Palao.
No bien me vio el acuarelista, cobró vida y exclamó:
-¡Ay, chulla madre!, por la grandísima apure amigo Palao que ya se va el tren de la sierra…
Vino hacia mí y me dio un apretón de manos. Me entregó una linda carpeta con cartulinas para acuarela, papeles cortados y empastados por sus hábiles manos de ebanistas.

-Se las he preparado pequeñas porque sé que a usted le gusta pintar hectáreas. ¡Váyase lejos amigo Palao, aquí en Arequipa nadie lo quiere! Esta tierra está llena de pintamonos y monosabios. Usted, allá en el Cusco, va a encontrar maravilla y media. Mi padre amaba a los indios igual que Marcelo Uría. Déjeme a mí, aquí yo haré salir el sol por Tiabaya. Y tome esta pegacha.
Me alcanzó un rollo de cinta de papel engomado, agregando:

-Lleve usted este tubo de carmín que es el padre de todos los grises y para los puntos mágicos este gran amarillo de goma guta. Pínteme usted esas rejitas que ya están por caerse, los balcones de la calle sucia, que cuando yo fui a pintarlos ya estaban en el aire. Écheles azulacho, a lo macho nomás… El día que usted regrese le tomaré examen creo que con mi paleta y en uno de mis papeles finos que guardo especialmente. Y en mí delante y sin perderlo de vista hágame algunas de sus creaciones, pequeña nomás para ponerla al lado de mi calvito (Un óleo de César Calvo de Araújo).

Esta pintura siempre lo acompaño en su comedor. El pintor “Salvaje” después de pintarle su retrato a Don Guillermo Mansilla, con los repuchetes que quedaron en su paleta, le pintó con la espátula sin dibujar un retazo de su selva amazónica.

En esa fría mañana le di un fuerte abrazo en sus grandes hombros de su saco de casimir, parados en la vereda de piedra, me apretó en sus brazos diciéndome mientras giraba con su buena pierna hacia el zaguán de su casa:
-¡Adiós mi amiguito!

Los siguientes meses caminaba asombrado, atónito, debajo de los balcones. Me amparaba en la sombra de las tejas recorriendo callejones con los papeles del acuarelista Guillermo Mansilla, sobre las piedras del gran Cusco.
-Gracias Don Guillermo.

Contribución de la periodista: NEXMI DAZA ARENAS

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