Los nuevos amos de África

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En medio de la nada, a 14 kilómetros de Maputo, un millar de operarios trabaja en la construcción del nuevo estadio nacional de la capital de Mozambique, que en 2011 albergará los Juegos Pan Africanos. Una cúpula de inconfundible estilo oriental corona la entrada del coliseo en obras, que recibe al visitante con varias frases en caligrafía china y en portugués. “Este proyecto será hecho con la mayor perfección para dar gloria a China”, dice una de ellas. Las mismas señas de identidad adornan la construcción de la terminal nueva del aeropuerto internacional, que ejecuta también una empresa china, con un crédito blando del banco de exportaciones e importaciones de China (EXIM Bank). “Estar unido, ser pragmático, pedir excelencia?Calidad, rapidez, eficiencia”. Son consignas que el nuevo amigo de África disemina por todos los rincones del continente.

Desde Argelia a Mozambique, de Sudán a Zambia, o de Mauritania a Congo, la huella de China es cada día más visible. La ecuación es simple: el gigante necesita materias primas para mantener un ritmo de crecimiento imparable (entre 7% y 9% de promedio en la última década). Petróleo, madera, cobre, hierro, níquel, aluminio, carbón?oro, diamantes y otras piedras preciosas, viajan desde África a Extremo Oriente para alimentar una maquinaria insaciable. A cambio, miles de obreros chinos trabajan a destajo en la construcción de carreteras, puentes, presas, centrales eléctricas, estadios, edificios públicos. La cara de muchos países africanos ha empezado a cambiar desde el aterrizaje masivo de la cooperación china. El presidente Hu Jintao prometió en el cuarto Foro de Cooperación China-África, celebrado en Egipto en noviembre pasado, un préstamo de 10.000 millones de dólares para poner en pie un sistema financiero robusto en el continente africano.

China ha desplazado a Estados Unidos como mercado principal de diversos minerales y, en consecuencia, tiene mucho que decir en la configuración de los precios internacionales. Todo ha ocurrido muy rápido. La necesidad de materias primas determina en gran medida la política exterior de una potencia. Ha sucedido con Reino Unido y Estados Unidos desde el siglo XIX, y lo mismo ocurre con China.

Un marcador electrónico indica que faltan 154 días para la conclusión del estadio nacional de Maputo. Los trabajos avanzan a buen ritmo para cumplir el plazo de entrega. Setecientos mozambiqueños están en el eslabón más bajo de la cadena -pocos pasan de peones-, mientras que unos 300 chinos acaparan los puestos directivos y técnicos. “Ellos son los jefes, nosotros, los esclavos”, dice Eduardo Abrar, director de recursos humanos en un despacho destartalado. El idioma impide una comunicación fluida entre dos mundos tan distintos. Dos intérpretes del chino al inglés y del portugués al inglés poco pueden hacer para que todos se entiendan en este enjambre humano.

Los obreros chinos viven en pabellones dentro del recinto del estadio. A la entrada de muchas viviendas hay ropa colgada, monos de trabajo de color gris y rosa, y cascos. Aquí trabajan, comen y duermen los siete días de la semana. Sólo un grupo sale para comprar en el mercado alimentos frescos. Los demás productos llegan de China.

Es sábado por la mañana y una delegación oficial, encabezada por el ministro de Juventud y Deporte, visita el avance de las obras. La tensión sube varios grados cuando los representantes del Gobierno se quejan de la mala calidad del asfalto en la zona del aparcamiento, y de las maderas utilizadas en el interior del estadio. Caras largas de Deng Lai, director general de las obras, ante los lamentos del ministro.

Maputo vive un boom inmobiliario sin precedentes. Los edificios en construcción o en rehabilitación suman más de 140 en una ciudad de 1,4 millones de habitantes. En la mayoría de las obras están los chinos, que han instaurado una nueva filosofía de trabajo, con subcontratación de empleados y jornadas de trabajo interminables.

“La ley protege claramente a la mano de obra local. Sólo puede trabajar el extranjero especializado que no compite con un mozambiqueño”, explica Fernando Lima, presidente del grupo de comunicación Mediacorp. La realidad es bien distinta: “En la construcción civil los chinos ocupan hasta puestos de trabajo no especializado. Ningún medio informativo mozambiqueño ha publicado una línea del tema. Ni nosotros”, revela Lima.

Casi tres cuartas partes del territorio de Mozambique está cubierto de bosque y selva, que producen una amplia variedad de maderas de todas las calidades. China ha entrado en este sector con su voracidad habitual, con la complicidad de quienes otorgan las licencias, y se ha convertido en el primer comprador de madera en África oriental. Carlos Serra Jr., reputado ambientalista, fue uno de los fundadores de la organización Justiça Ambiental y trabaja actualmente en la formación de jueces en Derecho del Medio Ambiente. “Aquí hubo una época que parecía el Far West, depredación de bosques y selvas sin control”. Todo es posible cuando falla la fiscalización y el rigor a la hora de conceder licencias de explotación forestal. “Es un misterio y resulta que aceptamos a cualquier pirata”, lamenta Serra Jr. En la sede de Justiça Ambiental, la directora, Anabela Lemos, muestra fotos recientes de troncos cortados y abandonados en la provincia de Gaza para explicar las consecuencias de la crisis y de la caída del precio de la madera.

La ayuda a Mozambique, país al que España destina 40 millones de dólares al año, ha sido objeto de interminables debates entre los países donantes en los últimos seis meses. Una serie de naciones, encabezadas por el grupo nórdico, proponían un recorte drástico de la ayuda por considerar que Mozambique es un pozo sin fondo. Finalmente seguirá la ayuda, pero el debate está abierto. China ha actuado por su cuenta en toda la crisis. Eduardo López Busquets, embajador de España en Maputo, asegura que en las múltiples reuniones multilaterales sobre cooperación, el representante chino siempre ha brillado por su ausencia. Toda una señal.

Los intercambios comerciales de China con África se han multiplicado por siete desde el cambio de siglo. En 2008 alcanzaron 107.000 millones de dólares en valores absolutos, una cifra que queda lejos todavía del comercio de China con la Unión Europea (425.000 millones de dólares), y con Estados Unidos (334.000 millones). En el terreno político, el gigante asiático ha logrado un éxito más rotundo con el respaldo de la mayoría de naciones africanas al principio de “una China”, que implica el desconocimiento de la independencia de Taiwan.

Sólo cuatro de los 54 países del continente reconocen actualmente a Taiwan en lugar de la República Popular China. Uno de ellos, el reino de Suazilandia, antiguo protectorado británico, es el único que jamás ha tenido relaciones diplomáticas con Pekín. A cambio de este reconocimiento, el apoyo de la República de China (Taiwan) a Suazilandia es visible en grandes carteles con la bandera azul, roja y blanca que anuncian aquí y allá un proyecto agrícola, una planta de tratamiento de aguas, un tendido eléctrico, un centro de salud o la construcción de una autopista.

Este pequeño país de un millón de habitantes, enclavado entre Mozambique y Sudáfrica, vive esencialmente del turismo, la agricultura de subsistencia, una industria minúscula y las remesas de los trabajadores suazis en la vecina Sudáfrica, de la que depende económicamente. Y de la ayuda de Taiwan. “Suazilandia es nuestro hermano. Estamos muy contentos con la cooperación entre ambos países”. En su amplio despacho, el embajador Peter M. Y. Tsai, 57 años, se deshace en elogios al rey Mswati III, único monarca absoluto del continente, de 42 años, polígamo con 14 mujeres y 23 hijos.

El diseño de la embajada en Mbabane, capital de Suazilandia, recuerda una gran pagoda de tejado verde. Peter Tsai, estuvo destinado en Malawi hasta que este país rompió con Taiwan y reconoció a la República Popular China en enero de 2008.

A las seis de la mañana, la carretera desde Lusaka a la provincia minera de Copperbelt, en el norte de Zambia, está repleta de camiones. Aquí están las minas de cobre y cobalto, las mayores fuentes de riqueza y artífices del crecimiento económico del país, que en los últimos años ha superado el 5%. La producción de cobre (líder de África y séptimo del mundo) ha estado sometida a los vaivenes de los precios en los mercados internacionales. El año pasado alcanzó las 667.000 toneladas.

China es el mayor cliente de Zambia y primer consumidor mundial de cobre, que emplea en la construcción, electrónica, informática, automóvil y otros bienes de consumo, que exporta a gran escala. Tras el colapso de los precios de los años noventa, que desembocó en la privatización del cobre zambiano, el consorcio China Nonferrous Metal Mining (CNMC) compró en 1998 la mina de Chambishi, que estuvo cerrada durante varios años, y años más tarde, las minas de Luanshya y una fundición.

Bajo un intenso aguacero, la primera parada en la provincia de Copperbelt es en Kitwe, segunda ciudad del país e importante polo minero e industrial. En la sede de la Unión de Mineros de Zambia, el sindicato más poderoso que cuenta con 20.000 afiliados, espera el secretario general, Oswell Munyenyembe. “Llevo más de treinta años trabajando en las minas. He tenido jefes de muchas nacionalidades, y puedo decir que los chinos son los peores”, comenta. Chambishi es una localidad de 14.000 habitantes junto a la frontera con la República Democrática de Congo, poco agraciada. Mil mineros chinos viven a la entrada del pueblo, aislados del mundo. Los locales, en cambio, viven en el Zambia Compound, el peor barrio, sin luz ni agua corriente.

En el recuerdo de todos está el desastre de 2005 en una fábrica de explosivos de la CNMC, que saltó por los aires y mató a los 54 mineros que había en su interior. Todos eran zambianos. El accidente levantó las iras de la población y una manifestación de protesta fue reprimida a tiros por la policía, que causó cinco muertos. “La gente acusaba a los chinos de no haber evacuado el lugar”, cuenta Lilian Pungwa, funcionaria del Ayuntamiento de Chambishi. En cinco años no ha habido ni un detenido ni un procesado por el caso de la explosión.

Cuando la CNMC compró la mina, adquirió también varias casas en la calle principal del pueblo para los directivos. Todas menos una, de Kenel Tembo, que se negó a vender. “Nunca hicieron una oferta aceptable”, explica. Como representante de la Comisión Justicia y Paz de Chambishi, Tembo recibe numerosas denuncias sobre las condiciones laborales en la mina. “Al principio hubo muchos accidentes que no fueron reportados a las autoridades. Recuerdo casos de mineros que perdieron los dedos, nunca fueron indemnizados”.

A las cuatro de la tarde termina el turno de la mañana. Los mineros zambianos llegan a una plaza del pueblo en autobuses de las distintas compañías. La queja es unánime contra los salarios bajos, malas condiciones de trabajo y el maltrato de los jefes chinos. “¿Qué puede hacer con un salario de 500.000 kwachas al mes (107 dólares) un trabajador que tiene una familia que mantener?”, pregunta Katu, de 27 años, tres de ellos en la mina. Evans, de 32 años, trabaja como operador de una máquina. Lleva dos años en la mina y gana 700.000 kwachas mensuales (150 dólares). “No me gusta mi trabajo”, es su escueta respuesta. Kay Kabwela, 26 años, dos de ellos en la mina, es el único que no habla más del trabajo. Claro que como contable su salario es superior al de la mayoría, 1,8 millones de kwachas (385 dólares). “No es lo mismo trabajar y ver el sol, que hacerlo a 1.006 metros bajo tierra, colocando explosivos para extraer el mineral”.

En la entrada de la mina de Chambishi pido ver al director general, Xu Ruiyong. Un guardia de seguridad responde: “Tiene que enviar una solicitud por fax. En 15 días recibirá la respuesta”. Gracias, buenas tardes.

La llegada de los chinos a Zambia se remonta a los años setenta, cuando construyeron el Tazara, ferrocarril Tanzania-Zambia, la primera gran obra de infraestructura de África. Durante seis años, 25.000 chinos enviados por Mao Zedong instalaron 1.860 kilómetros de vía, perforaron montañas y cruzaron ríos. El tren recorre el trayecto desde la ciudad zambiana de Kapiri Mposhi hasta el puerto de Dar-es-Salaam, capital de Tanzania. Esta obra mastodóntica permitió una salida hacia el océano Índico para el cobre zambiano.

Tras la inauguración del Tazara, los chinos se marcharon y no regresaron a Zambia hasta los años ochenta, en una nueva oleada de expatriados. Como la doctora Kenan Gao, de 61 años, que llegó a Lusaka en 1988 para trabajar en el hospital militar, primero, y abrir un consultorio de dentista más tarde. “Los zambianos ven hoy a los chinos con otros ojos. En la época comunista, China construyó el ferrocarril, carreteras, sin pedir nada a cambio. Ahora vienen con los bolsillos llenos para seguir llenándolos. Su actitud es otra: negocio, negocio, negocio”.

La presencia china en Lusaka es visible en restaurantes, tiendas de productos baratos, motocicletas Jialing y numerosos edificios en construcción bajo licencia china. Según la embajada en Lusaka, hay registradas unas 300 empresas chinas en minería, construcción y agricultura, con una inversión total de 1.500 millones de dólares.

Jack Ni llegó a Zambia a finales de 2005 como director general de la empresa china Wah Kong Construction Limited. La sede de la compañía en Lusaka está en una extensa propiedad que alberga las oficinas y las viviendas de los empleados. Curiosidades de la transición china, el señor Ni, empresario agresivo como el que más, es miembro del Partido Comunista. “Pero soy un hombre de negocios. China vive una situación especial”, puntualiza.

Un ejemplo de la importancia que los dirigentes de ambos países otorgan a la relación bilateral es la visita que realizó el presidente de Zambia, Rupiah Banda, a China en febrero pasado. Después de 10 días en el país, regresó a Lusaka con un préstamo millonario y cinco contratos firmados.

El enemigo público número uno de los chinos en Zambia es el líder de la oposición, Michael Sata, 72 años, del Frente Patriótico, apodado Rey Cobra, que prometió reconocer a Taiwan y romper con Pekín si ganaba las elecciones de 2006. Perdió por escaso margen. “Los chinos no aportan ningún valor añadido, ocupan empleos que deberían ser para los zambianos”, dice en el salón de su casa. Sata, que fue ministro durante 10 años, acusa al Gobierno de dar un trato privilegiado a los ciudadanos chinos y de permitir que dilapiden los recursos del país.

El modelo chino de intercambio de minerales por infraestructuras ha sufrido un revés, quién sabe si momentáneo, en la República Democrática de Congo, vecino del Norte de Zambia. El Gobierno del presidente Joseph Kabila ha dado marcha atrás al principio de acuerdo que había firmado con un consorcio de compañías estatales chinas, de construcción de carreteras, vías férreas y hospitales a cambio de la licencia de explotación de una mina de cobre y cobalto. La operación, valorada inicialmente en 9.000 millones de dólares, fracasó tras intensas presiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y países donantes occidentales.

Siguiendo camino hacia el Norte, Sudán es el aliado más incómodo de China y, probablemente, el que tiene peor imagen. Omar al-Bashir, el presidente reelegido en los comicios del pasado 11 de abril que fueron boicoteados por la oposición, tiene una orden internacional de captura del Tribunal de La Haya por crímenes de lesa humanidad. La guerra entre el Norte y el Sur, y posteriormente el conflicto de Darfur han causado millones de muertos y de desplazados. Las denuncias de violaciones de derechos humanos contra el régimen de Bashir son una constante, y el país sigue sometido desde 1997 a sanciones económicas de Estados Unidos.

El petróleo es un elemento esencial en la política de Sudán, primera fuente de ingresos y motor del crecimiento económico. China aprovechó la retirada de muchas empresas occidentales y llegó a Sudán con inversiones millonarias. Según el Gobierno de Jartum, ha desembolsado más de 6.000 millones de dólares en 50 proyectos, que incluyen oleoductos, refinerías, la mayor presa de África (Merowe, en el Nilo), plantas eléctricas, carreteras y todo tipo de obras públicas. Con las nuevas infraestructuras, Sudán ha aumentado la producción de petróleo, por encima de los 500.000 barriles diarios. A cambio, el 43% del crudo que se extrae de los pozos sudaneses navega rumbo a China en los petroleros que zarpan de las terminales de Port Sudán y Port Bashir, en el mar Rojo.

Con Sudán, la cooperación no es sólo económica. China ha suministrado aviones de combate, helicópteros de transporte de tropas y otro material militar al régimen de Bashir, y desde su puesto en el Consejo de Seguridad ha maniobrado para evitar sanciones de la ONU a Sudán.

En la polvorienta Jartum las cosas se ven con otros ojos. “China vino sin imponer condiciones. Los occidentales se meten en todo, en nuestras tradiciones y nuestras constumbres”, dice el doctor Abdelrahman Ibrahim Elkhalifa, que intervino en el proceso de paz que puso fin a la guerra Norte-Sur.

Diversos interlocutores me remiten a la Embajada de la República Popular China para obtener datos más precisos de la ayuda, inversiones y proyectos. Una larga espera en una sala con un cuadro de Mao Zedong rodeado de niños, y numerosos folletos de empresas chinas con inversiones en África, termina con la llegada de un joven diplomático. “No tenemos la información que busca. Puede preguntar en la Cámara de Comercio China. Gracias por su visita”.

Qian Zengde es el presidente de la Cámara, director general de una empresa constructora y accionista principal del hotel Plaza de Jartum. Recita cifras con muchos ceros para explicar la presencia de China como primer inversor en Sudán. Quince mil millones de dólares desembolsados hasta la fecha, 15.000 chinos trabajando y unas 120 empresas instaladas en el país.

En Al Dbagair, unos 40 kilómetros al norte de Jartum, Qian Zengde compró 100 hectáreas de tierra desértica que ha convertido en un vergel, gracias a la canalización del Nilo desde 10 kilómetros de distancia. “Hemos plantado de todo, hasta árboles de Australia”, explica, mientras 20 empleados sudaneses y dos ingenieros chinos trabajan en la construcción de una piscifactoría. Lleva gastados dos millones de dólares y piensa invertir hasta cinco. Es un ejemplo del poderío de los nuevos ricos chinos.

El viaje llega a su fin y el debate sobre las implicaciones de la presencia china en África sigue abierto. Entre las opiniones recogidas y fuentes consultadas, las siguientes reflexiones resumen con lucidez la situación del continente: “Los africanos, las élites, los líderes, están más educados y mejor preparados que en el pasado para hacer frente a un eventual neocolonialismo chino” (Abdelrahman Ibrahim Elkhalifa, consultor político sudanés). “En los últimos 50 años, los países ricos transfirieron un billón de dólares en ayuda a África. ¿Ha mejorado esta asistencia la vida de los africanos? No”. (Dambisa Moyo, economista zambiana, autora de Dead aid). P

En: elpais.es

Ver: China da un giro a su política exterior en África

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