La Cabeza de Payaso

Cuando uno es adolescente hace cojudeces. Uno es un mamarracho púber y sólo sabe hacer huevadas que no tienen sentido. Suceden cosas que son graciosas y extrañas. A los nuevos del salón nos habían convencido de que existía un rito de medio año que era el “tradicional” lance de la cabeza del Payaso.

Le decían “payasho” o “payashito”, en realidad no importaba porque independientemente de su denominación esa cosa era mortal. Al fin y al cabo sus efectos iban a ser los mismos.

Cuando sonaba la campana del descanso todos salíamos a comprar, estirarnos o conversar con amigos de otros salones de clase. Sin embargo, ese día fue diferente porque algunos se quedaron. Salí extrañado – ¿qué tramarán estos pendejos?. Fui al puesto de comidas y me compré un cevichito (en mi colegio vendían ceviche en los recreos) luego retorné inmediatamente al salón para enterarme lo que estaba por suceder. Error, no debí regresar.

Parado debajo del umbral de la puerta del salón con mi plato de ceviche en la mano, vi a todos mis compañeros de clase pegados a la pared y expectantes. Mi nuevo amigo, Carlos, estaba riéndose y los demás se miraban con una sonrisa cómplice – ¿qué va a suceder? miré al techo, detrás mio, a mis espaldas, mis pies; pero nada extraño, sólo esa sonrisa inexplicable de 17 compañeros de clase unidos por alguna “mágica” razón.

Peña, el más gigante de mis compañeros, me fue dar el alcance en la puerta y me señaló el techo. Miré, y en un abrir y cerrar de ojos ya me estaba retorciendo de dolor por un certero golpe en mis testículos. Mierda! qué dolor! p$%&ta $%&dre, hijo de p$%ta, conch$%&re, la rep%&ta! ah! auuch!. Mi reacción fue acurrucarme y tirarme al piso pero sin botar ni una gota de la leche de tigre de mi ceviche.

Mientras me agarraba las bolas con la mano derecha, yo aún podía sostener mi plato de ceviche con la mano izquierda, parecía un mozo humillado. Todos rieron, y sin embargo, mi brazo izquierdo era ese último bastión incólume que nunca claudicó.

El dolor de huevos era inspoportable, me blanqueó los ojos, iba desde abajo hasta la barriga y se quedaba ahí por un buen momento. Recordé pelotazos, manazos, golpes involuntarios, etc respiré hondo y al tiempo que se calmaban las carcajadas de los otros mi dolor también desaparecía.

Al abrir los ojos, vi que a mi costado estaba tirada la cabeza plástica de un payaso que, a pesar de no mirarme, sonreía de soslayo con aquellos ojos fijos y felices, maquillado y relajado.

En ese momento recordé los paneles publicitarios de los hermanos Fuentes Gasca, el circo Ringling y el Orlando Orfei. Ni hablar, cogí la “inofensiva” cabeza de payasito que estaba a mi lado y al observarla bien noté que estaba rellena de piedras y papeles. Pesaría cerca de medio kilo.

Era una estupidez, pero muy graciosa. Así como a los otros les había sucedido, mi reacción inmediata; luego de pararme cual moribundo; fue pegarme a la pared y esperar a la próxima víctima. Milla!. El chato llegó, sonreía como siempre, se paró en la puerta y todos le sonreímos también. Nos miramos con complicidad, le señalamos que mirara hacia arriba, – “¡mira oye!, ¡la araña!” – nuestra noble víctima miró hacia arriba y vi un brazo que se estiró cual catapulta medieval y con una puntería digna del troyano Paris al parecer le chuntó en la pelota derecha.

Entraron algunas compañeras al salón de clase y nos reímos. Les decíamos que se fueran sino el payasito les iba a hacer doler. Ellas volvían a salir del salón de clase con una expresión en el rostro como “¡Ay¡ pobrecitos estos enfermitos”. En fin, ellas no eran parte del juego. Así, con todos dentro del salón se cerró la jaula (Mi salón de clases no tenía ventanas de vidrio sino rejas con mallas mosquiteras, solamente se notaban los marcos de metal de las ventanas y la puerta de ingreso).

Encerrados todos, y con las mujeres esperando afuera y observándonos por las ventanas, empezaba la matanza: la cabeza de payaso iba golpeando a cualquiera de manera fortuita e inopinada. Podía ser cualquiera, era como la “ruleta rusa”, como un juego de azar, donde tu “premio” era un fuerte y certero golpe en las pelotas con ese proyectíl aparentemente inofensivo.

Cualquiera podía ser víctima, nadie se salvó ese día, yo recibí 2 golpes más y esquivé como 6 intentos. Lo mismo sucedió con mis compañeros.

Ese día sentí que hubo una comunión entre nosotros, algo que no se repetiría tiempo después hasta los partidos de fútbol con otra sección y nuestra fiesta de promoción. El que más sufrió ese día fue José quién recibió los saludos de “payashito” en la espalda, en el cuello, las piernas y la cara.

Chucky, el muñeco diabólico, quedó como un principiante ese día frente a “Payashito”!!

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