Las dos maneras de perderse

Introducción del “Atlas de los conflictos de fronteras”

por Benoît Bréville

La cantinela se recita fácilmente: vivimos en una aldea planetaria donde las nuevas tecnologías, el comercio y las finanzas, pero asimismo la información, el deporte y la cultura, han hecho volar en pedazos las barreras nacionales. Movilidad, fluidez y adaptabilidad; el trío parece dotado de todas las virtudes y, de ahora en adelante, cada oficio puede revindicar la etiqueta “sin fronteras”. Médicos, farmacéuticos, reporteros, electricistas, arquitectos, archiveros… “Estamos convencidos de que no tienen futuro las profesiones que olviden poner en sus tarjetas de visita este ‘¡ábrete, sésamo!’ de las subvenciones y de las simpatías. ‘Aduaneros sin fronteras”, eso lo dejaremos para otra ocasión” (1), ironiza un intelectual francés.

Sin embargo, lejos de la tan elogiada “descompartimentación”, separaciones de todo tipo (físicas, culturales, simbólicas…) continúan fragmentando las sociedades. En las ciudades, los pudientes se parapetan en las gated communities, urbanizaciones-búnkeres y residencias privadas donde las alarmas, guardias jurados, códigos digitales y cámaras de vigilancia velan por su tranquilidad; y protegen la reputación de sus escuelas gracias a un mapa escolar de contornos rígidos que encierra a los jóvenes de los barrios populares en “zonas urbanas sensibles” a la división geométrica. Durante sus actividades de ocio o en su lugar de trabajo, es inhabitual que un alto ejecutivo se cruce con un obrero: dentro de un mismo país, prevalece la segregación, y el abismo social se ahonda.

Por lo que se refiere a las fronteras nacionales, en absoluto han desaparecido. Situadas en el centro de múltiples conflictos territoriales, incluso han aumentado –desde 1991 y la implosión de la URSS, se han creado más de veintisiete mil kilómetros de fronteras en el mundo, añadiéndose a los doscientos veinte mil kilómetros ya existentes– y se han reforzado. Por todo el mundo, decenas de miles de policías y militares, fusil en mano, impiden el paso de intrusos. Entre Uzbekistán y Kirguizistán, la India y Bangladés, Botsuana y Zimbabue, Estados Unidos y México, se erigen muros para alejar a los vecinos indeseables.

Pero no detienen las migraciones: las filtran. Minuciosamente custodiada, con su barrera de cinco metros de altura, sus mil ochocientas torres de vigilancia y sus veinte mil agentes de seguridad, la frontera entre Estados Unidos y México es asimismo la más transitada del mundo, de manera totalmente legal, con más de cincuenta millones de personas que la cruzan anualmente. Incluso el muro israelí, construido para cercar al pueblo palestino, comprende treinta y un puntos de paso (2). Dado que es imposible impedir el movimiento de personas, ¿es necesario levantar todo tipo de obstáculos a la libertad de circulación?

Plantear esta cuestión puede llevar a descubrir sorprendentes convergencias. Preocupados por preservar un derecho humano fundamental, una gran parte de los altermundialistas abogan por una “política abierta de inmigración”, para terminar con controles que se consideran inútiles y peligrosos, así como costosos e ineficaces (3). Al otro lado del espectro político, los portavoces del neoliberalismo proponen la misma respuesta, pero con argumentos distintos. Según ellos, la desaparición progresiva de las fronteras económicas, para la cual se sirven de numerosos acuerdos de libre comercio y de otras uniones aduaneras, debe ir acompañada de una liberalización de los movimientos de poblaciones. Una medida así permitiría que la economía mundial “se enriqueciera con treinta y nueve billones de dólares en veinticinco años” (4), incluso profetiza el economista Ian Goldin, ex vicepresidente del Banco Mundial. La patronal británica, en nombre del “desarrollo empresarial”, llegó a oponerse al gobierno conservador, su aliado habitual, cuándo éste propuso limitar los flujos migratorios (5)…

La convergencia entre banqueros de inversión y militantes progresistas se explica en parte por la ambivalencia de las fronteras, que dividen los pueblos y las culturas a la vez que los reúnen y los protegen; que originan guerras, pero constituyen espacios de intercambios, de negociaciones y de encuentros culturales, diplomáticos y comerciales. Amenazantes y protectoras, cristalizan las “dos maneras de perderse”, definidas por Aimé Césaire, “por medio de la segregación murada en el caso particular y de la dilución en el universal” (6).

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(1) Régis Débray, Eloge des frontières, Gallimard, París, 2010.
(2) Michel Foucher, “Actualités et permanence des frontières”, Médium, nº 24-25, París, 2010.
(3) Attac, Pour une politique ouverte de l’immigration, Syllepses, París, 2009.
(4) Ian Goldin, Geoffrey Cameron y Meera Balarajan, Exceptional People: How Migration Shaped Our World and Will Define Our Future, Princeton University Press, 2011.
(5) “Immigration: les patrons britanniques mécontents”, Les Echos, París, 29 de septiembre de 2010.
(6) Carta de Aimé Césaire a Maurice Thorez, 24 de octubre de 1956. Publicada en Black Revolution, Demopolis, París, 2010.

En: Lemondediplomatique

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