Blog de ArturoDiazF

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ordenó a niñas musulmanas a ir a clases de natación mixtas

El tribunal internacional ubicado en Francia considera que el interés público de la escolarización está por encima del privado y obligó a todas las alumnas a realizar natación con sus compañeros varones, independientemente de sus preceptos y costumbres religiosas.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ordenó que todas las niñas en edad escolar deberán ir a clases de natación- en caso de corresponder- mixtas. El organismo señaló que la educación como derecho de Estado prevalece sobre las convicciones religiosas.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ordenó que todas las niñas en edad escolar deberán ir a clases de natación- en caso de corresponder- mixtas. El organismo señaló que la educación como derecho de Estado prevalece sobre las convicciones religiosas.

Esta institución, que juzga posibles violaciones de los derechos humanos en 47 países europeos, falló en contra de un matrimonio musulmán que se negó a que sus hijas fueran a clases mixtas en una pileta.

El tribunal, con sede en Estrasburgo, basó su sentencia en el derecho de todos los niños y niñas a gozar de una escolarización completa que permita la integración social; un derecho que prima sobre las prácticas religiosas.

El caso se originó cuando la pareja con doble nacionalidad suiza y turca, residente en Basilea, se opuso a los cursos de natación obligatorios para sus hijas. El colegio informó en 2008 a la familia de que los cursos eran obligatorios e incluso intentó mediar con alternativas. La dirección ofreció a los padres que las niñas llevaran burkini, un bañador que cubre todo el cuerpo y la cabeza, y también que pudieran desvestirse en salas separadas de los chicos, pero los padres mantuvieron su negativa. Ante la falta de acuerdo, las autoridades aplicaron en 2010 a los padres una multa total de casi 1.300 euros por “incumplimiento de responsabilidades paternas”.

La sentencia es polémica ya que produce un choque fuerte entre padres musulmanes y autoridades que deben garantizar la igualdad de oportunidades entre los escolares. Como era de esperarse, la familia rechazó la asistencia de sus hijas a las clases antes de comenzar la adolescencia, momento en el que se mezclan los dos géneros.

Más allá de la libertad religiosa, los padres argumentaban que las clases de natación no forman parte esencial del sistema escolar suizo y añadían que sus hijas ya asistían a cursos privados para comunidades musulmanas. La sala del Tribunal de Estrasburgo, presidida por el juez español Luis López Guerra, sentenció: “el interés de esa enseñanza no se limita a aprender a nadar, sino que reside sobre todo en el hecho de practicar esa actividad en común con todo el resto de alumnos”.

En: diarioregistado

08/12/2016: Algunas preguntas y respuestas sobre el fin de la URSS

Hoy hace 25 años se firmaba el tratado de Belavezha con el que el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, el de Ucrania y el de Bielorrusia declaraban la disolución de la Unión Soviética y el establecimiento en su lugar de la Comunidad de Estados Independientes.

MOSCÚ.- ¿Cuándo se terminó exactamente la Unión Soviética? ¿Cuándo comenzó su fin? En cualquier caso, es claro que después del intento de golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov el proceso de desintegración se aceleró. El tratado de Belavezha, firmado el 8 de diciembre de 1991, fue su acta de defunción, aunque la URSS existió de facto hasta el 26 de diciembre ─el día anterior Mijaíl Gorbachov había dimitido y traspasado sus poderes al presidente de la Federación Rusa, Borís Yeltsin─, cuando el Soviet de las Repúblicas del Soviet Supremo de la URSS firmó su propia disolución y se arrió simbólicamente la bandera roja del Kremlin.

Reunidos en la reserva natural de Belavézhskaya Pushcha tal día como hoy hace veinticinco años, el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, el de Ucrania, Leonid Kravchuk, y el de Bielorrusia, Stanislav Shushkiévich, declararon la disolución de la URSS y el establecimiento en su lugar de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una organización cuya naturaleza quizá haya descrito mejor el historiador estadounidense Stephen Kotkin al escribir que no es “ni un país, ni una alianza militar ni una zona de libre comercio, sino un signo de interrogación”.

El tratado de Belavezha fue justificado en su momento como una formalidad imprescindible para declarar de jure el fin de la URSS. Sin embargo, el historiador Stephen Cohen lo ha calificado de “segundo golpe”. Si era necesario poner formalmente fin a la URSS, escribe Cohen, “Yeltsin podría haber expuesto abiertamente el caso y haberse dirigido a los presidentes o los legislativos de las repúblicas que aún permanecían en la Unión, o incluso al pueblo en un referendo, como hizo Gorbachov nueve meses antes”.

En el referendo del 17 de marzo, que tuvo una participación del 80%, un 77% de los ciudadanos soviéticos se expresó a favor de conservar la URSS “en una federación renovada de repúblicas soberanas” ─el referendo fue boicoteado en Armenia, Estonia, Letonia, Lituania, Georgia (excepto en Abjasia y Osetia del sur) y Moldavia (excepto Transnistria y Gagauzia)─. A juicio de Cohen, “Yeltsin actuó ilegalmente, haciendo por completo caso omiso a una constitución que llevaba años en vigor, en un, como él mismo admitió, ‘secretismo absoluto’, y por miedo a ser detenido”. Es más, “como medida de precaución, los conspiradores de Belavezha […] se reunieron en la frontera con Polonia”, lo que indica que Yeltsin, Kravchuk y Shushkiévich habrían considerado seriamente la posibilidad de tener que huir de la URSS de haber salido mal las cosas.

El propio premier de la URSS se enteró de la disolución de la entidad que presidía por teléfono. “Lo hicieron todo muy deprisa, alejados de los ojos del mundo. Desde allí no se filtró noticia alguna a nadie. […] A toro pasado, esa misma noche me llamó Shushkiévich por teléfono para comunicarme el fin de la URSS y el nacimiento de la Comunidad de Estados Independientes. Pero antes, Boris Yeltsin había informado al presidente de EEUU George Bush”, narró Gorbachov en una entrevista reciente con el diario italiano La Repubblica.

Borís Yeltsin y Stanislav Shushkevich firman el tratado de Belavezha, el 8 de diciembre de 1991. - AFP

Borís Yeltsin y Stanislav Shushkiévich firman el tratado de Belavezha, el 8 de diciembre de 1991. – AFP

¿Por qué (no) terminó la URSS?

Por qué se terminó la URSS es, y no sólo para muchos antiguos ciudadanos soviéticos, la madre de todas las preguntas. Los 74 años de poder soviético son lo que Eric Hobsbawm ha llamado el corto siglo XX, en contraposición al largo siglo XIX (1789-1914). El mundo, como escribió el historiador británico, fue moldeado “por los efectos de la Revolución rusa de 1917” y “todos estamos marcados por él”. Y cabe aún añadir: y por su desaparición.

A pesar de tratarse de un acontecimiento de enorme magnitud histórica, tanto los medios de comunicación como una historiografía perezosa, en el mejor de los casos, y sesgada ideológicamente, en el peor, siguen reproduciendo toda una serie de lugares comunes sobre la URSS y su fin con escasa base histórica. Son generalizaciones y simplificaciones que atraviesan ya todo el espectro ideológico, como que el fin de la URSS era “inevitable” porque el Estado soviético era “irreformable”, motivo por el cual “implosionó” o, incluso, “cayó por su propio peso”. En las versiones cuasirreligiosas más extremas, la URSS estaba “condenada” a su desaparición por su orientación comunista.

Las causas de la desaparición de la URSS son múltiples y desbordan la extensión de un artículo de estas características, pero una manera de comenzar a responderse la pregunta es preguntándose por qué no terminó la URSS. ¿Era el fin de la URSS “inevitable”? En Soviet Fates And Lost Alternatives. From Stalinism To The New Cold War (2011), Stephen Cohen ha calificado este tipo de argumentos de “teológicos”, una muestra más de rechazo ideológico que de rigor histórico.

La URSS, por ejemplo, no era “irreformable” sin más, como demuestra su propia historia: al comunismo de guerra (1918-1921) lo sucedió la Nueva Política Económica (NEP) (1921-1928), a éste una industrialización a gran escala promovida por Iósif Stalin e interrumpida por la Segunda Guerra Mundial (1928-1953), seguida por “el deshielo” de Nikita Jrushchov (1953-1964) y el conocido como “período de estancamiento” de Leonid Brezhnev (1964-1982), el primer intento de reforma bajo Yuri Andropov (1982-1984) y, finalmente, la perestroika de Gorbachov (1985-1991). Del mismo modo, la URSS tampoco “fue víctima de sus propias contradicciones”, un argumento que, como el anterior, no explica por sí solo su desintegración, pues ¿cuántos Estados hasta el día de hoy no presentan contradicciones ─en ocasiones incluso más que la URSS─ y cuántos de ellos han logrado evitar su desintegración de un modo u otro?

Responsabilizar del fin de la URSS exclusivamente a Mijaíl Gorbachov, bien por su acción o por su inacción, no resulta menos banal, y por ello resulta tanto más curioso que éste sea uno de los argumentos recurrentes del actual Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), más aún siendo como es un choque frontal con una visión materialista de la historia. ¿No escribió el propio Karl Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte que los hombres “hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”?

¿La sociedad civil contra el Estado?

El papel jugado por la sociedad civil ─entendida invariablemente como algo exterior y opuesto al Estado─ ha sido no menos magnificado. La nomenklatura soviética se destacó ciertamente por su rigidez y secretismo, pero como escribe Kotkin en el prefacio a su Uncivil Society: 1989 And The Implosion Of The Communist Establishment (2009), “la mayoría de analistas continúan centrándose de manera desproporcionada, e incluso de manera exclusiva, en la ‘oposición’, que fantasean como ‘soviedad civil’” sólo porque ésta se imaginaba a sí misma como tal.

El uso de este término, añade el historiador estadounidense, se extiende hasta nuestros días, utilizado por numerosas organizaciones no gubernamentales, algunas de ellas con fines menos altruistas de lo que aseguran públicamente. La noción de ‘sociedad civil’, explica Kotkin, “se convirtió en el equivalente conceptual de la ‘burguesía’ o ‘clase media’, esto es, un actor social colectivo vagamente definido y que parece servir a todos los propósitos”.

“¿Cómo unos cientos, y en ocasiones sólo decenas de miembros de una oposición con un puñado de asociaciones ilegales hostigadas por las autoridades y publicaciones clandestinas (samizdat) podían ser de algún modo la ‘sociedad civil’?”, se pregunta el historiador. “¿Y ello ─continúa─ mientras cientos de miles de funcionarios del partido y del Estado, agentes e informantes de la policía, oficiales del Ejército […] no formaban parte de la sociedad en absoluto?” Esta historiografía, asegura, orilla a muchos ciudadanos de la URSS que, a pesar de su deseo de una mayor liberalización en la política o la cultura y mejores estándares de vida, apreciaban el hecho de tener una vivienda o atención médica garantizada.

Un hombre disfrazado de Stalin en el centro de Moscú el pasado mes de noviembre. - AFP

Un hombre disfrazado de Stalin en el centro de Moscú el pasado mes de noviembre. – AFP

El factor báltico

En paralelo a las generalizaciones sobre la “sociedad civil” se encuentra el argumento de que las tensiones nacionalistas decantaron decisivamente la balanza en la desintegración de la URSS. Sin embargo, este argumento acostumbra a centrar toda su atención en el caso de las tres repúblicas bálticas y, en menor grado, Transcaucasia (Georgia, Armenia y Azerbaiyán) y Moldavia, y olvida por completo Asia Central. En aquellas repúblicas soviéticas el independentismo era marginal y, en palabras de la especialista en la región Martha Brill Oscott,“hasta el último minuto casi todos los líderes de Asia Central mantuvieron la esperanza de que la Unión pudiese salvarse”, como demuestra su vacilación a la hora de declarar su independencia, algo que no hicieron hasta diciembre y sólo después de que lo hubieran hecho Rusia, Ucrania y Bielorrusia.

“No fue el nacionalismo per se, sino la estructura del Estado soviético, con sus quince repúblicas nacionales, lo que se demostró fatal para la URSS”, señala Kotkin en Armaggedon Averted: The Soviet Collapse 1970-2000 (2008). Ante todo, debido a la indefinición de términos como ‘soberanía’ y “a que nada se hizo para evitar el uso y abuso de aquella estructura”, que facilitaba la secesión si la cohesión del conjunto ─la URSS─ se debilitaba, como ocurrió en los ochenta. Por comparación, EEUU era y es una “nación de naciones” compuesta por cincuenta estados cuyas fronteras no las marcan grupos nacionales.

Las reformas de Gorbachov, explica el historiador, “implicaban la devolución expresa de autoridad a las repúblicas, pero el proceso fue radicalizado por la decisión de no intervenir en 1989 en Europa oriental y por el asalto de Rusia contra la Unión”. Como recuerda Kotkin, las únicas intervenciones de la URSS en contra de las tensiones nacionalistas ─en Georgia en 1989 y Lituania en 1991─ palidecen en comparación con el asesinato de miles de separatistas en la India en los ochenta y noventa, los cuales, además, se realizaron “en nombre de preservar la integridad del Estado, con apenas o ningún coste para la reputación democrática de ese país”.

¿Efecto dominó o castillo de naipes?

Del fin de la Unión Soviética puede decirse, a grandes rasgos, que fue una mezcla de efecto dominó y castillo de naipes. Efecto dominó porque el colapso de las llamadas “democracias populares” en Europa oriental acabó golpeando a la propia URSS, y castillo de naipes porque los dirigentes de la perestroika, al retirar determinadas cartas en la base, alteraron un equilibrio más delicado de lo que aparentaba y acabaron provocando el derrumbe de todo el edificio.

Uno de esos naipes era la presencia de dos estructuras paralelas que se superponían: las del Estado y el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Éstas “ejercían esencialmente las mismas funciones: la gestión de la sociedad y la economía”, escribe Stephen Kotkin. “Por supuesto ─continúa─, si se eliminaban las estructuras redundantes del partido, uno se quedaría no sólo con la burocracia del Estado central soviético, sino también con una asociación voluntaria de repúblicas nacionales, cada una de las cuales podía legalmente decidir retirarse de la Unión. En suma, el Partido Comunista, administrativamente innecesario para el Estado soviético y a pesar de todo decisivo para su integridad, era como una bomba de relojería en el seno de la Unión”.

Los sucesivos intentos de reformar el sistema buscaron justamente solucionar ese solapamiento, incrementando la autonomía de las repúblicas soviéticas sin alterar en lo fundamental la estructura del aparato federal. Pero con el intento de implementar en paralelo las políticas de perestroika (cambio) y glasnost (transparencia), el PCUS perdió el control sobre la vida política y la economía centralizada, y lo hizo al mismo tiempo que su credo político se veía desacreditado por los medios de comunicación, dos procesos que además se reforzaban mutuamente, acelerando las tendencias desintegradoras en toda la URSS. Cuando Gorbachov se dio cuenta e intentó dar marcha atrás, en el último año de la URSS, era ya demasiado tarde.

Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov, en el Parlamento ruso, el 23 de agosto de 1991. - AFP

Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov, en el Parlamento ruso, el 23 de agosto de 1991. – AFP

Competencia desleal

Siendo como era una superpotencia, los procesos políticos en la Unión Soviética no ocurrían en un vacío internacional, pero además el desarrollo de la industria petrolífera y gasística en los sesenta, que convirtió a la URSS en una superpotencia energética, conectó al país con la economía mundial, exponiéndola a sus shocks. El descenso de la producción de petróleo en los ochenta ─superada la crisis del 73 y el embargo de los países árabes─ y una caída internacional de los precios pronto se notaron en el país. Aunque la gestión económica, que se llevaba a cabo mediante un sistema planificado fuertemente centralizado, permitía pese a todo mantener los programas sociales y el sector industrial, convertía la diversificación e informatización de la economía en un reto.

“La gente necesita pan barato, un piso seco y trabajo: si estas tres cosas se cumplen, nada puede ocurrirle al socialismo”, dijo en una ocasión el presidente de la RDA, Erich Honecker. El envejecimiento de las cúpulas dirigentes en los Estados socialistas, sin embargo, les impedía ver que sus habitantes ya no comparaban sus condiciones de vida con el capitalismo occidental anterior a la Segunda Guerra Mundial, resultado de la Gran Depresión, y tampoco con la situación de sus aliados en el Tercer Mundo, sino con la de sus vecinos en Europa occidental, a los que se sentían más próximos histórica y culturalmente. (Todo esto obviamente no está exento de ironía, pues la clase media y el Estado del bienestar en Occidente eran producto, entre otros motivos, de un pacto entre capital y trabajo que el temor a la URSS propició, y cuya imagen llegaba al campo socialista distorsionda por los medios de comunicación y la industria cultural occidentales.)

Además, a diferencia de los países occidentales, la URSS estaba moralmente comprometida a apoyar a las economías no sólo del bloque socialista, sino del Tercer Mundo, lo que suponía una carga adicional a su presupuesto. Sirva el ejemplo que ofrece Stephen Kotkin del conflicto entre Somalia y Etiopía, durante el cual “la Unión Soviética decidió transportar tanques pesados a Etiopía, pero debido a que los aviones de carga a larga distancia sólo podían transportar un único tanque, el transporte excedía el coste de los costosos tanques unas cinco veces”.

“En los ochenta, la economía de la India se encontraba posiblemente en peor situación (por diferentes razones), pero la India no estaba atrapada en una competición mundial entre superpotencias con los Estados Unidos (aliados con Alemania occidental, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y Japón)”, valora Kotkin. Esta rivalidad, precisa, era “no solamente económica, tecnológica y militar, sino también política, cultural y moral. Desde su comienzo, la Unión Soviética afirmó ser un experimento socialista, una alternativa superior al capitalismo para el mundo entero. Si el socialismo no era superior al capitalismo, su existencia no podía justificarse.” En suma, las cúpulas dirigentes se enfrentaban al mismo problema que los políticos occidentales: garantizar a sus poblaciones una mejora constante de su nivel de vida, pero, a diferencia de éstos, no contaban con los mismos recursos, se enfrentaban a cargas adicionales y estaban atrapados en un sistema político-económico que los hacía a ojos de su población únicos responsables de la situación.

Una seguidora del Partido Comunista ruso con una bandera con la imagen de Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, durante una manifestación en Moscú. - AFP

Una seguidora del Partido Comunista ruso con una bandera con la imagen de Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, durante una manifestación en Moscú. – AFP

La banca siempre gana

Uno de los aspectos menos mencionados por la historiografía oficial ─por motivos que requieren poca aclaración─ es cómo, para hacer frente a esta situación, varios Estados socialistas recurrieron a la deuda externa con bancos occidentales. Poco sorprendentemente, Europa oriental pronto se vio atrapada en una espiral de deuda, ya que su objetivo era “utilizar los préstamos para comprar tecnología avanzada con la cual fabricar bienes de calidad para su exportación con los cuales… pagar los préstamos”, escribe Kotkin. Pero para eso necesitaba una demanda constante en Occidente ─para la cual había que combatir constantemente contra campañas de boicot y la mala fama de sus productos─ y bajas tasas de interés, además de la buena voluntad de los banqueros.

Según cifras de Kotkin, esta deuda pasó globalmente de los 6.000 millones de dólares en 1970 a los 21.000 millones en 1975, los 56.000 millones en 1980 y los 90.000 millones en 1989. La mayor ironía es que, de haber declarado el cese de pagos de manera simultánea, el campo socialista habría propinado un formidable golpe al sistema financiero global con el que, al menos, habría conseguido renegociar su deuda. Pero rehenes de sus propios sistemas, la mayoría de dirigentes de Europa oriental mantuvo esta política. La única excepción fue Nicolau Ceaușescu, quien se propuso satisfacer la deuda externa de Rumanía (10.200 millones de dólares en 1981) en una década. Para conseguirlo, Rumanía redujo drásticamente las importaciones y los gastos en programas sociales, aumentó las exportaciones de todo lo posible, reintrodujo el racionamiento de alimentos y los cortes en electricidad y calefacción. El resultado de esta política de “devaluación interna” ─por utilizar una expresión actual─ fue un retroceso de todos los estándares de calidad de vida y un descontento popular soterrado que terminó por estallar en 1989, acabando con el propio régimen.

Que estos préstamos no eran una mera transacción financiera lo demostró la apertura de la frontera entre Austria y Hungría el 27 de julio de 1989, que sirvió de paso para la huida de ciudadanos de la RDA hacia Alemania occidental. La deuda externa de Hungría pasó de los 9.000 millones en 1979 a los 18.000 millones de dólares en 1989, lo que significaba que el país necesitaba un superávit en exportaciones de mil millones solamente para satisfacer los intereses de su deuda. Según recoge Kotkin, el primer ministro húngaro, Miklós Németh, y su ministro de Exteriores, Gyula Horn, volaron antes de la apertura de la frontera a Bonn para negociar la concesión de un crédito de mil millones de marcos alemanes con el que mantener a flote su economía, un acuerdo que se anunció el 1 de octubre, “mucho tiempo después de la reunión secreta, para que no pareciese el soborno que era”.

Durante años la URSS había subvencionado a Europa oriental con materias primas, sobre todo hidrocarburos, a un precio muy por debajo del mercado. A cambio, recibía mercancías de baja calidad ─las restantes se destinaban a la exportación a mercados occidentales con el fin de conseguir divisa fuerte─, por lo que, teniendo en cuenta el desequilibrio, el Kremlin no descartó planes de desconectarse de ellas desde mediados de los ochenta. El socialismo realmente existente en la URSS, como escribe Kotkin, “era letárgicamente estable y podría haber continuado por algún tiempo, o quizá podría haber intentado un repliegue en clave de realpolitik, dejando de lado sus ambiciones de superpotencia, legalizando e institucionalizando la economía de mercado para revivir sus fortunas y manteniendo de manera firme el poder central utilizando la represión política”. Pero estando conectada a sus Estados satélite, la URSS se vio arrastrada por ellos en su competición geopolítica. Poco sorprendentemente, el fin de la Unión Soviética sigue estudiándose en China hasta el día de hoy. Con todo, como recuerda Kotkin, a diferencia de China, “la Unión Soviética era un orden global alternativo, un estatus que no podía abandonar sencillamente”. Y en esa maraña de razones, se vino abajo.

En: publico.es

Family Sues Apple, Claiming FaceTime Distracted Driver in Crash That Killed 5-Year-Old Daughter

https://youtu.be/ETdtVwSNHDQ

A Texas couple is suing Apple, claiming that its FaceTime app distracted a driver who rammed into the couple’s car, killing their 5-year-old daughter.

Parents James and Bethany Modisette are suing Apple for damages on the basis that the electronics giant failed to install and implement a “safer, alternative design” for FaceTime that would have helped to prevent a driver from using the app while traveling at highway speed, court documents show.

The lawsuit filed Dec. 23 in California Superior Court in Santa Clara County also claims that Apple failed “to warn users that the product was likely to be dangerous when used or misused” or to instruct on its safe usage.

The fatal accident occurred Christmas Eve in 2014 near Dallas, when, according to the lawsuit, the Modisette family was driving in a Toyota Camry, with daughter Moriah, 5, in a booster seat in the left rear passenger seat and her sister, Isabella, next to her in the right rear seat.

The Modisettes had slowed or stopped their car due to police activity ahead of them on the highway that had caused traffic to back up, according to the suit.

Another driver, Garrett Wilhelm, traveling in his Toyota 4Runner in the same direction and behind the Modisette car, allegedly had his attention diverted by his use of the FaceTime app, the suit says.

“As a result of that distraction, his Toyota 4Runner, while traveling at full highway speed (65 mph), struck the Modisette family car from behind, causing it to be propelled forward, rotate, and come to a final rest at an angle facing the wrong direction in the right lane of traffic,” the suit says.

Wilhelm’s car then “continued its trajectory by rolling up and over the driver’s side of the Modisette car,” the suit claims.

The crash caused extensive damage to the driver’s side of the Modisettes’ car, and rescue workers had to extract both the father and 5-year-old Moriah from the car, the suit says.

The father was in critical condition after the crash while the mother and daughter Isabella were taken to a regional medical center to be treated for injuries. Moriah was airlifted to the area children’s hospital where she later died from her injuries, according to the suit.

“Wilhelm told police at the scene that he was using FaceTime on his iPhone at the time of the crash, and the police located his iPhone at the crash scene with the FaceTime application still active,” the suit claims.

The Modisettes contend in their suit that, “At the time of the collision in question, the iPhone utilized by Wilhelm contained the necessary hardware (to be configured with software) to automatically disable or ‘lock-out’ the ability to use [FaceTime] … However, Apple failed to configure the iPhone to automatically ‘lock-out’ the ability to utilize ‘FaceTime’ while driving at highway speeds, despite having the technical capability to do so.”

Wilhelm was indicted on manslaughter charges by a grand jury in Denton County, Texas, according to the Denton Record-Chronicle. He has been out of jail on bail since August, and a jury trial in the case is scheduled for Feb. 27, the Record-Chronicle reports.

Wilhelm’s lawyer, Ricky Perritt, issued the follow statement: “The Wilhelm family offers their thoughts and prayers for the family of the young lady who lost her life in this tragic accident. We are confident that after all the facts are brought out in Court, it will be shown that the use of a cellular device did not contribute and Mr. Wilhelm did not commit a crime … it was simply an accident.”

ABC News reached out to Apple but did not receive a comment on the case.

In: abc

Here’s how American journalists covered the rise of Hitler in the 1920s and 30s

How to report on a fascist?

How to cover the rise of a political leader who’s left a paper trail of anti-constitutionalism, racism and the encouragement of violence? Does the press take the position that its subject acts outside the norms of society? Or does it take the position that someone who wins a fair election is by definition “normal,” because his leadership reflects the will of the people?

These are the questions that confronted the U.S. press after the ascendance of fascist leaders in Italy and Germany in the 1920s and 1930s.

A leader for life

Benito Mussolini secured Italy’s premiership by marching on Rome with 30,000 blackshirts in 1922. By 1925 he had declared himself leader for life. While this hardly reflected American values, Mussolini was a darling of the American press, appearing in at least 150 articles from 1925-1932, most neutral, bemused or positive in tone.

The Saturday Evening Post even serialized Il Duce’s autobiography in 1928. Acknowledging that the new “Fascisti movement” was a bit “rough in its methods,” papers ranging from the New York Tribune to the Cleveland Plain Dealer to the Chicago Tribune credited it with saving Italy from the far left and revitalizing its economy. From their perspective, the post-WWI surge of anti-capitalism in Europe was a vastly worse threat than Fascism.

Ironically, while the media acknowledged that Fascism was a new “experiment,” papers like The New York Times commonly credited it with returning turbulent Italy to what it called “normalcy.”

Yet some journalists like Hemingway and journals like the New Yorker rejected the normalization of anti-democratic Mussolini. John Gunther of Harper’s, meanwhile, wrote a razor-sharp account of Mussolini’s masterful manipulation of a U.S. press that couldn’t resist him.

The ‘German Mussolini’

Adolf HitlerAdolf Hitler. AP Photo

Mussolini’s success in Italy normalized Hitler’s success in the eyes of the American press who, in the late 1920s and early 1930s, routinely called him “the German Mussolini.” Given Mussolini’s positive press reception in that period, it was a good place from which to start. Hitler also had the advantage that his Nazi party enjoyed stunning leaps at the polls from the mid ‘20’s to early ‘30’s, going from a fringe party to winning a dominant share of parliamentary seats in free elections in 1932.

But the main way that the press defanged Hitler was by portraying him as something of a joke. He was a “nonsensical” screecher of “wild words” whose appearance, according to Newsweek, “suggests Charlie Chaplin.” His “countenance is a caricature.” He was as “voluble” as he was “insecure,” stated Cosmopolitan.

When Hitler’s party won influence in Parliament, and even after he was made chancellor of Germany in 1933 – about a year and a half before seizing dictatorial power – many American press outlets judged that he would either be outplayed by more traditional politicians or that he would have to become more moderate. Sure, he had a following, but his followers were “impressionable voters” duped by “radical doctrines and quack remedies,” claimed the Washington Post. Now that Hitler actually had to operate within a government the “sober” politicians would “submerge” this movement, according to The New York Times and Christian Science Monitor. A “keen sense of dramatic instinct” was not enough. When it came to time to govern, his lack of “gravity” and “profundity of thought” would be exposed.

In fact, The New York Times wrote after Hitler’s appointment to the chancellorship that success would only “let him expose to the German public his own futility.” Journalists wondered whether Hitler now regretted leaving the rally for the cabinet meeting, where he would have to assume some responsibility.

Adolf Hitler at the German Opera houseAdolf Hitler at the German Opera house. AP Photo

Yes, the American press tended to condemn Hitler’s well-documented anti-Semitism in the early 1930s. But there were plenty of exceptions. Some papers downplayed reports of violence against Germany’s Jewish citizens as propaganda like that which proliferated during the foregoing World War. Many, even those who categorically condemned the violence, repeatedly declared it to be at an end, showing a tendency to look for a return to normalcy.

Journalists were aware that they could only criticize the German regime so much and maintain their access. When a CBS broadcaster’s son was beaten up by brownshirts for not saluting the Führer, he didn’t report it. When the Chicago Daily News’ Edgar Mowrer wrote that Germany was becoming “an insane asylum” in 1933, the Germans pressured the State Department to rein in American reporters. Allen Dulles, who eventually became director of the CIA, told Mowrer he was “taking the German situation too seriously.” Mowrer’s publisher then transferred him out of Germany in fear of his life.

By the later 1930s, most U.S. journalists realized their mistake in underestimating Hitler or failing to imagine just how bad things could get. (Though there remained infamous exceptions, like Douglas Chandler, who wrote a loving paean to “Changing Berlin” for National Geographic in 1937.) Dorothy Thompson, who judged Hitler a man of “startling insignificance” in 1928, realized her mistake by mid-decade when she, like Mowrer, began raising the alarm.

“No people ever recognize their dictator in advance,” she reflected in 1935. “He never stands for election on the platform of dictatorship. He always represents himself as the instrument [of] the Incorporated National Will.” Applying the lesson to the U.S., she wrote, “When our dictator turns up you can depend on it that he will be one of the boys, and he will stand for everything traditionally American.”

John Broich, Associate Professor, Case Western Reserve University

This article was originally published on The Conversation. Read the original article.

In: businessinsider

 

North Carolina is no longer classified as a democracy

Is Pornography The Same As Prostitution? A New York Judge Says “No,” But the Answer Is Less Clear

By SHERRY F. COLB
Wednesday, Aug. 10, 2005

Jenny Paulino stands accused of running a prostitution ring on the Upper East Side of Manhattan. Among other defense arguments, Paulino moved to dismiss the case on Equal Protection grounds. She claimed that the Manhattan District Attorney’s office selectively targets “escort services” for prosecution, while ignoring distributors of adult films, who are engaged in what is essentially the same activity.

Justice Budd G. Goodman recently issued a ruling rejecting Paulino’s claim, on the ground that pornography does not qualify as prostitution under the relevant New York statute. “[P]rostitution,” said Justice Goodman, “is and has always been intuitively defined as a bilateral exchange between a prostitute and a client.” Therefore, the judge explained, the District Attorney’s office has not ignored one form of prostitution and pursued another, within the meaning of the law.

Though the Equal Protection argument may be weak as a matter of statutory interpretation, the distinction between prostitution and pornography is not nearly as clear as Justice Goodman suggests.

What Is Prostitution?

As Justice Goodman asserts, most of us typically think of prostitution as involving a customer who pays a prostitute for providing sexual services to that customer. We intuit that pornography, by contrast, involves a customer paying an actor for providing sexual services to another actor.

In other words, prostitution is generally understood as the bilateral trading of sex for money, while pornography involves the customer of an adult film paying money to watch other people have sex with each other, while receiving no sexual favors himself in return for his money.

In keeping with this distinction, notes Justice Goodman, “the pornographic motion picture industry has flourished without prosecution since its infancy.” The failure of the New York legislature to do anything about this state of affairs, moreover, further demonstrates that New York’s prostitution statute was never intended to encompass pornography.

Is It Sensible To Exclude Pornography From Laws Against Prostitution?

Justice Goodman may be correct about the statute in question, although the statutory language does not help his position.

New York Penal Law defines a prostitute as a person “who engages or agrees or offers to engage in sexual conduct with another person in return for a fee.” A pornographic actor does just that: Like a more typical prostitute, he or she engages in sex in return for a fee.

Still, as Justice Goodman points out, traditional interpretations of the word “prostitute” narrow the literal definition to exempt pornography.

But that leads to another question: Does the pornography exemption make sense?

Stated differently, the District Attorney’s office has perhaps correctly divined the legislative intent behind the statute at issue, but there might nonetheless be something fundamentally unfair about exempting distributors of nonobscene pornography from the vice laws.

To appreciate the unfairness, let us examine some of the arguments for this distinction.

Free Speech: One Possible Distinction Between Prostitution and Pornography

Most distributors of pornography would express shock at the prospect of being prosecuted for promoting prostitution. Under Miller v. California, as long as a work, taken as a whole, has “serious literary, artistic, political, or scientific value,” the First Amendment protects its distribution. Given this legal principle, how could pornography be criminal, in the way that prostitution is?

One might begin to formulate an answer in the following way. The process of filming and distributing pornography is indeed considered protected speech, under the Supreme Court’s First Amendment precedents. However, the First Amendment does not insulate the commission of crime from prosecution just because someone with a camera records the crime and intends to sell that recording to customers.

In keeping with this portrayal, one could reasonably characterize pornography as the payment of prostitutes for having sex in front of a camera. Though the film itself might be protected by the First Amendment, it could nonetheless constitute evidence of paid-for sexual encounters — that is, evidence of prostitution — if a statute were designed to extend to that sort of prostitution.

For clarification, let us take an example from another area of criminal law. Doug the drug-dealer sells Carl the customer eight ounces of marijuana. Both Doug and Carl are guilty of (different) criminal acts for having engaged in this illicit transaction. Assume that there is an audience for such transactions on reality television (all rights reserved). In anticipation of this audience, Fiona the filmmaker pays Doug and Carl to permit her to tape them carrying out their business.

Has Fiona done anything illegal? No, but neither has her First-Amendment-protected act of filming and distributing her recording altered the illegal character of Doug’s and Carl’s conduct. Doug and Carl may still be prosecuted for engaging in a drug transaction, despite the fact that Fiona may not be prosecuted for taping it or showing the tape.

Furthermore, Fiona’s tape may be subpoenaed and used by the District Attorney’s office as evidence of the drug transactions charged against Doug and Carl.

Some Possible Differences Between Filming Drug-Dealing, and Filming Pornography

To be sure, there are some differences between Fiona and the pornography distributor, which might translate into differences between pornographic actors, on the one hand, and Doug and Carl, on the other.

In our example, Doug and Carl have engaged in a drug transaction, and the only element that Fiona has added to the mix is her filming of that transaction. In the case of pornography, however, the actors having sex are doing so precisely because they are being filmed. The taping, in other words, is not just “evidence” of their having sex; it is the entire point of that sex. In pornography, then, the recording is an integral, rather than a peripheral, part of the transaction.

What this means is that unlike Doug and Carl, the people who have sex for the camera are actors, and acting — unlike drug-dealing or prostitution — is part of what falls within the protection of the First Amendment.

A better analogy to pornography might therefore be a film-maker paying Doug and Carl to act as though they are dealing drugs for the camera when in fact they are not. In such a case, of course, there would be no grounds for prosecuting the two men.

Not So Fast: Does the Pornographic Actor/Prostitute Distinction Really Work?

The distinction between pornography and prostitution is not, however, quite so straightforward as the latter analogy suggests. A couple having actual sex for the camera — let’s call the people Jason and June — is different from Doug and Carl pretending to deal drugs. Doug and Carl really are just acting, but having intercourse is not just acting — it is also bona fide sex.

That is what distinguishes a pornographic film from a film in which people pretend that they’re having sex when they are not. In that sense, the reality TV example of Doug and Carl may be more like adult film than it initially appeared to be. Doug and Carl truly are dealing drugs and there is also filming going on, just as Jason and June really are having sex and there is also filming going on.

Why Real Sex is Not Like Acting, From the Law’s Point of View

But why should the distinction between pretending to have sex, and actually having it, make a difference, from a legal standpoint?

The sex act is a legally significant event. If it occurs without consent, it is rape. If it takes place between a married person and a third party, it is adultery. If it occurs and leads to the birth of a child, then the man is legally responsible for that child until the age of 18. And if it happens in exchange for a fee, then it is prostitution.

Pretending to have sex, however, for a camera or in private, triggers none of these legal consequences and can therefore be characterized as mere acting.

Who Is Paying Whom and Should It Matter?

When pornography is correctly understood as involving real sex, the question in comparing pornography to prostitution becomes whether who is paying whom matters (or should matter) to the law. That is, should it make a difference whether Jason pays June to have sex with Jason or whether, instead, Filmore (the filmmaker) pays June to have sex with Jason?

If these two scenarios seem functionally equivalent, then there may be something seriously wrong with our laws.

Consider the following example. Jason has just turned 21, and he is a virgin. His uncle Lecher believes that Jason should have some experience with sex before he finishes college, so Lecher pays June (a family friend) to have sex with Jason. Jason happily accepts this gift, and June carries out her side of the deal.

It does seem that in this example, prostitution has taken place. The payor may not be the same person as the recipient of sexual services, but so what? In all relevant respects, this transaction appears to fall within any reasonable definition of prostitution, with June in the role of prostitute and either Lecher or Jason or both (depending on the state of mind of each of them with respect to the quid pro quo) in the role of customer. Justice Goodman’s emphasis on the bilateral nature of prostitution no longer seems well-placed.

How are Adult Films Different?

If it “intuitively” seems like prostitution even when a third party pays someone to have sex with another third party, then what makes adult films so different? Is it the fact that Uncle Lecher is not seeking his own sexual gratification (in the way that a customer of pornography is) but someone else’s (Jason’s)? If so, then assume that Uncle Lecher wants to watch June and Jason having sex. That added feature hardly seems to mitigate the character of the act as prostitution.

Is the important difference instead the fact that Jason, the college student, is seeking sexual gratification from June, the prostitute, while neither Jason the porn star nor June the porn star are seeking sexual gratification for themselves? If that matters, then assume that Jason the porn star loves his work (and could be earning a lot more as a regular actor), so he is as interested in sexual gratification as Jason the college student is.

On these facts, in both pornography and conventional prostitution, people are having sex with other people as a condition of getting paid, and someone seeking sexual gratification but not money is ultimately driving the demand for the activity (the customer of the prostitute, in one case, and the future viewer of the pornography, on the other).

The First Amendment Returns: Why the Court Protects Pornographic Films

Having said all of this, it is nonetheless almost certain that on its current precedents, the U.S. Supreme Court would hold that garden-variety pornographic actors are indeed engaged in First-Amendment-protected activity, so long asobscenity – as defined by the Miller test, quoted in part above — is not involved. Odd as it may seem, what appears finally to make all of the difference is the mode of gratification for the person who is paying but not himself seeking money.

The ultimate demand for pornography comes from the viewer of pornography, and what excites him is the watching of the adult film, rather than any physical act performed on him by another person. The “enjoyment” of pornography is therefore as “speech,” rather than as action.

Though real sex occurred in the making of the pornographic film, this fact is only relevant insofar as it is known (or believed) by the viewer. If, for example, the entire film were created with highly realistic computer graphics, but the viewer believed that what he saw was real, then he would enjoy the material just as much.

Because the impact of pornography occurs through the mediation of an audience witnessing a performance, rather than an audience receiving physical services from a performer, pornography and its making qualify as First-Amendment protected speech.

Does this make sense? Consider again the significance of the sexual act: legal consequences can follow from it and it can, accordingly, be regulated by the law in a variety of ways. Though two people may very much want to have sex with each other in private, the law can intervene to say that they cannot, just because one of them seeks money and the other gratification, for example.

If, however, both members of the couple are in it for the money, and there is a man with a camera taping them so that millions of people can buy or rent the tape and masturbate to it, then the sex is insulated by the Constitution from legal regulation.

That is in fact the law, but Jenny Paulino can hardly be faulted for calling it arbitrary.

Sherry F. Colb, a FindLaw columnist, is Professor and Frederick B. Lacey Scholar at Rutgers Law School in Newark. Her columns on criminal law and procedure, among other subjects, may be found in the archive of her work on this site.

In: findlaw

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