Creciendo después de la lluvia II

Pasaba el domingo y empezaba otra nueva pero rutinaria semana, con ese plus que la convertía algo diferente: la lluvia. El cielo aún seguía gris después del tremendo chapuzón de fin de semana (lo cual era signo de que ese regalo del cielo continuaría cayendo por algunas horas más), aún chispeaban esas gotitas de agua parecidas a la “lluvia” que los limeños ven sorprendidos en la capital.

Teníamos que estar en el colegio a las 8:00 a.m. y el bus escolar se aparecía a las 7:15 a.m. para hacerla a tiempo.

Yo, por fortuna, vivía muy lejos del paradero del bus y llegaba a ser uno de los más altos del grupo por causa de la lluvia. Asi es! “creciendo después de la lluvia”, pues sí, el asunto es que muchos quienes han vivido en climas tropicales dirán que lo que les cuento sobre el barro y la lluvia aquí es cierto: El suelo barroso de Tumbes no te suelta..se te pega en las plantas de los zapatos, chancletas o yanques que estes utilizando. La única solución es caminar descalzo en el barro o caminar de espaldas (porque se te despega caminado en sentido opuesto).

Efectivamente, en cada pisada, hacia adelante, siempre se iba adhiriendo una gratuita capa de barro en las plantas de mis recién lustrados zapatos negros escolares. Una verdadera mierda era tener que abrir la lata de betún para lustrar mis zapatos por la mañana, hacerlo era un suplicio para mi naríz porque se me cerraban las fosas nasales por mis alergias respiratorias se habían mitigado mas no curado. En fin, tener que lustar mis zapatos en vano me enseñó a no lustrarlos durante el verano.

Frases como: “Ya no lo hago porque esta lloviendo mucho, ¿ves?”, justificaban mis convicciones de marzo y abril. Por ello, lustar mis zapatos en época de lluvias era algo tan innecesario como la obligación de lavarte los dientes antes de comer, saludar a todos en una reunión ni bien has llegado y aún sabiendo que sólo conversarás a lo mucho con dos personas y nadie más, inclusive hoy, lo comparo con algo tan innecesario como comprar el periódico del día teniendo internet en casa (mil disculpas para quienes no tengan el servicio).

Retornando a mis días de “grandeza” temporal; yo llegaba, solo por molestar, midiendo unos cinco centímetros más de lo que habitualmente mido, para luego, con aquél barro desprendido de mis suelas, meter espectaculares goles de media tijera en las rejas de la casa ubicada frente al paradero con esas suelas de barro que la naturaleza me ofreció: mis suelas estilo “creación del Dr. Frankenstein”.

Yo era bueno, en el “fútbol-reja” nadie me ganaba en ensuciar la pared, y la chica que me gustaba estaba ahí mirándome con asco y deseo: asco de esa actitud infantil de ensuciar paredes y deseo de que el bus me atropellara por casualidad, “oops!”. La mueca de su boca entreabierta me lo decía todo. Ella, más alta y desarrollada que las demás chicas que yo conocía, y yo, aún hecho una papa rellena de cabello muy corto e hirsuto nunca estaríamos destinados a estar juntos en cuestión de sentimientos (pero esa es otra historia).

Entonces, al avisorar el bus a lo lejos, nos afanábamos por tener los zapatos menos sucios. Golpeábamos los tacos contra la pobre pared y, luego, en fiel desacato de las normas de respeto y urbanidad; los más grandes entraban antes que los pequeños, incluso entre amigos la amistad se volvía de barro, ya no habia respeto. El encargado del bus bajaba tratando de poner fin al estado de naturaleza que se desarrollaba en la puerta del bus escolar. Obviamente no podía y tenía que gritarnos terminando cada exclamación con un “carajo”, un “puta” o un “mierda”: la cola se convertía así en el fiel retrato del pensamiento Darwinista o Darwiniano y creo que Thomas Hobbes hubiera estado señalándonos con el dedo ahí parado y aplaudiendo a carcajadas por la confirmación de sus teorías. Como dicen por ahí: “todo depende de la motivación”, para algunos todo ese cáos era por obtener un asiento y llegar descansaditos (¿más?) al colegio; mientras que para mi era sólo para estar en el rango de visión de la chica que me gustaba mucho. Todas las cosas tienen su motivo en este mundo.

Finalmente, era en vano llegar con los zapatos limpios al colegio. El piso del corredor del bus era una verdadera cochinada. Parecía el transporte de cuarenticuatro cerditos yendo por el camino de la granja feliz. Nunca pude llegar en esas época de lluvias con los zapatos limpios al colegio. Ahora, soy capaz de decir: “Crecí paso a paso de camino al colegio en aquéllas mañanas norteñas de lluvia ligera”.

 

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