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SONETOS – I

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INMÓVIL en la luz, pero danzante,

tu movimiento a la quietud que cría

en la cima del vértigo se alía

deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

 

Luz que no se derrama, ya diamante,

fija en la rotación del mediodía,

sol que no se consume ni se enfría

de cenizas y llama equidistante.

 

Tu salto es un segundo congelado

que ni apresura el tiempo ni lo mata:

preso en su movimiento ensimismado

 

tu cuerpo de sí mismo se desata

y cae y se dispersa tu blancura

y vuelves a ser agua y tierra obscura.

 

Autor: Octavio Paz.

Obtenido de: LIBERTAD BAJO PALABRA – Obra poética (1935-1957)

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!

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Yo soy el poeta del Cuerpo y yo soy el poeta del Alma

Los placeres del cielo están conmigo, y las torturas

del infierno están conmigo también.

Injerto y multiplico en mí mismo los primeros; los

últimos, os traduzco a una nueva lengua.

Soy el poeta de la mujer tanto como el poeta del hombre.

Y digo que es tan grande ser mujer como ser hombre.

Y digo que nada hay tan grande como ser la madre de los hombres.

Canto la canción del crecimiento y del orgullo.

Bastante hemos implorado y nos hemos humillado.

Muestro que el tamaño es sólo desarrollo.

¿Habéis sobrepasado a los demás? ¿Sois el presidente?

Es una bagatela. Todos pueden llegar allí, y todos pueden

llegar más acá.

Walt Whitman (1819 – 1892) – Poeta estadounidense.

Cien años de soledad

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Siempre pensé que se trataba de una obra larga y confusa, al menos eso me pareció después de comentarios de compañeras de clase, que no lograban mantener la identidad de los personajes a medida que avanzaban en la lectura.  Después de leerla debo concordar con quienes la aclaman, ¡es fascinante! Dejo algunos párrafos y frases que me parecen memorables:

“Había tenido que promover treinta y dos guerras, y había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso el privilegio de la simplicidad” 

“El coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad” 

“Uno no muere cuando debe, sino cuando puede” 

“El mundo habrá acabado de joderse – dijo entonces – el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga” 

“… que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera” 

“Las obsesiones predominantes prevalecen contra la muerte” 

Recuperado de:  CIEN AÑOS DE SOLEDAD, Autor: Gabriel García Márquez

¿Por qué son nuestros políticos más caudillos que esclavos?

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“El impulso hacia el poder tiene dos formas: explícita en los caudillos; implícita en los secuaces. Cuando los hombres siguen voluntariamente al caudillo, lo hacen con el propósito de adquirir el poder para el grupo que él manda, y sienten que los triunfos del caudillo son suyos. Muchos hombres no sienten en sí mismos la competencia necesaria para dirigir el grupo hacia la victoria y en consecuencia buscan un capitán que parezca poseer el coraje y la capacidad necesarios para alcanzar la supremacía ⌈…⌉ ” Si esta moral, como acusaba Nietzshe es una moral de esclavos, “todo soldado de fortuna que soporta los rigores de una campaña y todo político que trabaja activamente en las elecciones debe ser considerado como un esclavo. Pero de hecho, en cualquier empresa auténticamente cooperativa, el secuaz no es psicológicamente más esclavo que el caudillo”

Párrafo extraído de la obra “El poder” del filósofo, escritor, matemático y sociólogo británico Bertrand Russell (1872 – 1970) quien recibió en 1950 el Premio Nobel de Literatura. (páginas 16 y 17)

 

 

 

Lo complejo de la identidad

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Alfredo Barnechea periodista y político peruano presenta en su obra “Perú, país de metal y de melancolía” una serie de episodios y crónicas interesantes sobre la historia de nuestro país de los que, en su mayoría, obtuvo testimonio de primer orden . A continuación el extracto de algunos párrafos que tratan específicamente de dos perspectivas opuestas respecto a la complejidad de nuestra identidad.

“La literatura peruana ofrece dos versiones para afrontar el drama, o la complejidad, de la peruanidad. Una es la de Vargas Llosa, y la otra es la de José María Arguedas. Uchuraccay no pertenecía al mundo de Vargas Llosa. Pertenecía, como un mudo telón de fondo, al mundo indígena y rural de las novelas del indigenismo. Pertenecía al mundo de Arguedas.

A Vargas Llosa lo rondó siempre la figura de Arguedas. Era la otra cara del alma peruana, distinta pero complementaria a la suya. Un espejo en el que debíamos mirarnos para completar “el país de las mil caras”, como denominaría al Perú en uno de sus artículos.

Vargas Llosa y Arguedas han representado, en la literatura peruana de este siglo, dos mundos divergentes, dos polos del Perú, con el simbolismo que acaso sólo puede transmitir la literatura. Para decirlo con el título de Arguedas, han representado a los dos zorros: al de abajo, del mundo de la costa y  la ciudad, y al de arriba, del mundo rural de los Andes y la aldea. Hablamos, pues, del mundo criollo y del mundo indígena. Por eso es apasionante el diálogo entre estos escritores, como el que mostró ese libro, que constituye un ensayo sobre esa fragmentada e inconclusa totalidad que somos los peruanos  (Aquí el autor alude al libro publicado por Vargas Llosa y posterior a la muerte de Arguedas: La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo).

Aunque había frecuentado su obra desde la universidad, el mundo de Arguedas le saltó a Vargas Llosa a la cara cuando ocurrió la tragedia de Uchuraccay. Su participación en la comisión que investigó esa tragedia es uno de  los acontecimientos cruciales de su biografía política. Uchuraccay y lo que rodeó a ese horrendo crimen constituyeron la resurrección pública de un país arcaico y remoto, con el consiguiente estallido de mitos, prejuicios, ideologías y pasiones sobre los Andes y los indios.

Según Vargas Llosa, la obra de Arguedas es la añoranza de un mundo primitivo y gregario: el de la tribu, “colectividad aún no escindida en individuos, inmersa mágicamente en una naturaleza con la que se identifica“. Para Arguedas, la sociedad moderna era una impostura en la que el individuo se hallaba desamparado, “a merced de fuerzas hostiles que a cada paso amenazan con destruirlo.

El mundo de Vargas Llosa es enteramente diferente. En ese orbe, el individuo ya se ha emancipado de la tribu, se encuentra con la ciudad hostil y sus personajes son seres desarraigados que combaten en ella. Es la novela del antihéroe. Mientras en Arguedas la naturaleza absorbe la narración, en Vargas Llosa es la historia la que lo hace. Por eso, en Arguedas lo más persuasivo es la descripción de ríos, árboles o pájaros, y en Vargas Llosa lo son los diálogos que pronuncian personajes ambivalentes y complejos. Mientras en Vargas Llosa nos enfrentamos a individuos libres, que eligen esa libertad al modo de Sartre, “el lenguaje inventado de los indios de Yawar Fiesta, de sintaxis desgarrada, intercalado de quechuismos, de palabras castellanas que la escritura fonética desfigura, no expresa a un individuo, siempre a una muchedumbre, la que, a la hora de comunicarse, lo hace con voz plural, como un coro”. Es el mundo de Levi-Strauss contra el de Karl Popper.

El libro de Barnechea  es una serie de episodios autobiográficos, en los que la búsqueda frecuente es la identidad de los peruanos. En el epílogo ensaya una respuesta acorde al tiempo:

Menos rural, este nuevo peruano es, por supuesto, más internacional que cualquiera de sus predecesores, y es contemporáneo, en consecuencia, de uno de los grandes fenómenos de nuestro tiempo: el de los ciudadanos nómades, aquellos que nacieron en un país, se educaron en otro, se mudaron a trabajar en un tercero, y sus hijos viven ahora en un cuarto. Más que a naciones, sus memorias están atadas a ciudades. Sus hijos son niños-nintendo: juegan los mismos juegos en Lima que en Singapur o en El Cairo. Sus héroes y mitos no provienen de imaginarios nacionales sino de uno etéreo: el éter de la televisión por cable.

Por todo eso, hay quienes creen que la era digital es una era “sin locación”. Quizá este sea el verdadero choque de civilizaciones: el viejo nacionalismo versus esas experiencias novedosas de exilio o de mera deslocalización.

El exilio es, por supuesto, una realidad inmemorial de los hombres, pero el mundo contemporáneo ha presenciado este otro tipo de exilio, y sin él no se lo puede entender.

En un artículo titulado “Modern Odyseys”, Roger Cohen ha escrito que “puedes vivir en otro lugar por décadas y aun así ese lugar sólo es en tu corazón un sitio para acampar, un lugar para pasar la noche, pero arrancado de todo destino colectivo”.

Es indudable que el ser humano requiere de “su espacio”, del salir de la tribu para vivir su libertad, para descubrir y descubrirse; pero es cierto también que el legado ancestral es genético, con base científica, y espiritual para quienes lo consideramos, con base en la fe. El impulso de la libertad abre fronteras, derriba tabúes, amplia el horizonte; el calor del hogar, nos une, nos afirma, nos fortalece. Debe existir un tiempo, un espacio o una dimensión en la que el individuo, conquistador de nuevos horizontes, incorpore a los suyos, incorpore al colectivo a la amplitud alcanzada; conseguirá entonces extender y fortalecer su identidad, su cultura.

MGC

Referencia:

Barnechea, A. (2011). Perú, país de metal y de melancolía. Memorias de una educación política (pp.  207-303). Lima: FCE, 2011.

Gracias a Borges y su ‘OTRO POEMA DE LOS DONES’

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OTRO POEMA DE LOS DONES

Gracias quiero dar al divino

laberinto de los efectos y de las causas

por la diversidad de las criaturas

que forman este singular universo,

por la razón, que no cesará de soñar

con un plano del laberinto,

por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,

por el amor, que nos deja ver a los otros

como los ve la divinidad,

por el firme diamante y el agua suelta,

por el álgebra, palacio de precisos cristales,

por las místicas monedas de Ángel Silesio,

por Schopenhauer,

que acaso descifró el universo,

por el fulgor del fuego

que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,

por la caoba, el cedro y el sándalo,

por el pan y la sal,

por el misterio de la rosa

que prodiga color y que no lo ve,

por ciertas vísperas y días de 1955,

por los duros troperos que en la llanura

arrean los animales y el alba,

por la mañana en Montevideo,

por el arte de la amistad,

por el último día de Sócrates,

por las palabras que en un crepúsculo se dijeron

de una cruz a otra cruz,

por aquel sueño del Islam que abarcó

mil noches y una noche,

por aquel otro sueño del infierno,

de la torre del fuego que purifica

y de las esferas gloriosas,

por Swedenborg,

que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,

por los ríos secretos e inmemoriales

que convergen en mí,

por el idioma que,, hace siglos, hablé en Nortumbria,

por la espada y el arpa de los sajones,

por el mar, que es un desierto resplandeciente

y una cifra de cosas que no sabemos

y un epitafio de los vikings,

por la música verbal de Inglaterra,

por la música verbal de Alemania,

por el oro, que relumbra en los versos,

por el épico invierno,

por el nombre de un libro que no he leído: Gesta dei per Francos,

por Verlaine, inocente como los pájaros,

por el prisma de cristal y la pesa de bronce,

por las rayas del tigre,

por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,

por la mañana en Texas,

por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral

y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,

por Séneca y Lucano, de Córdoba,

que antes del español escribieron

toda la literatura española,

por el geométrico y bizarro ajedrez,

por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,

por el olor medicinal de los eucaliptos,

por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,

por el olvido, que anula o modifica el pasado,

por la costumbre,

que nos repite y nos confirma como un espejo,

por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,

por la noche, su tiniebla y su astronomía,

por el valor y la felicidad de los otros,

por la patria, sentida en los jazmines

o en una vieja espada,

por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,

por el hecho de que el poema es inagotable

y se confunde con la suma de las criaturas

y no llegará jamás al último verso

y varía según los hombres,

por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos

por morir tan despacio,

por los minutos que preceden al sueño,

por el sueño y la muerte,

esos dos tesoros ocultos,

por los íntimos dones que no enumero,

por la música, misteriosa forma del tiempo.

 

Autor: Jorge Luis Borges    

De: Nueva antología personal

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Lunas

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Quiero, para matarte, tiempo que me vulneras,

volver a la edad azul de los amores castos

y acunar mi lujuria con el dulce sonido

de besos en Su mano, y no en el cuello de otras.

Tenga yo lo que tenga, que ría o que solloce,

¡que el Tiberio espantoso que soy en este tiempo

se duerma! Para soñar muy lejos de la cruel alegría

con pálidos pimpollos cuyo honor se cuidaba

en las fiestas después de bailar sobre el césped,

bajo el claro de luna cuando daban las doce.

 

Autor: Paul Verlaine

Tomado de: Antología poética 

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¿Hay ventajas en ser intolerantes?

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Pasa en la religión como en el amor: el mandato no puede nada, la coacción menos todavía; nada hay más independiente que amar y creer.

Si el cielo os ha amado bastante para haceros ver la verdad, os ha hecho una gran gracia; pero, ¿es propio de los hijos que tienen la herencia de su padre odiar a los que no la han tenido? (Espíritu de las leyes, libro XXV).

Podría hacerse un libro enorme, compuesto todo él de pasajes semejantes. Nuestras historias, nuestros discursos, nuestros sermones, nuestros libros de moral, nuestros catecismos, todos ellos respiran, todos ellos enseñan hoy este deber sagrado de la indulgencia. ¿Por qué fatalidad, por qué inconsecuencia iríamos a desmentir en la práctica una teoría que todos los días proclamamos? Cuando nuestros actos desmienten nuestra moral es porque creemos que hay alguna ventaja para nosotros en hacer lo contrario de lo que enseñamos; pero desde luego no hay ventaja alguna en perseguir a los que no son de nuestra opinión, y en hacernos odiar por ellos. Hay por tanto, repitámoslo una vez más, absurdidad en la intolerancia. Pero, se dirá, quienes están interesados en turbar las conciencias no son absurdos.

 

Párrafos extraídos de la obra “Tratado sobre la tolerancia” del filósofo francés Voltaire,  escrito a fines del siglo XVII. Traducido por Mauro Armiño, cuarta edición de Espasa Calpe, S.A., Madrid 2007.

 

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El caudillo

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Cuando el chofer, reapareciendo con los brazos engrasados, dijo que la única solución era empujar el ómnibus, nadie se movió de su asiento. Cada cual esperaba, sin duda, que su vecino se levantara, pero como el vecino pensaba lo mismo, reinó la más completa inmovilidad. Comenzaron, entonces, a lanzarse miradas oblicuas que eran una invitación y, a veces, hasta una orden. Pero el sol ardía implacable. Cayendo sobre los arenales se aplastaba en todas direcciones con una luz espesa que parecía humear.

– ¿Cómo? – preguntó el chofer – . ¿Nadie se anima? ¡Entonces nos vamos a quedar botados en este lugar! Ustedes saben que por aquí pasan muy rara vez dos carros…

Pero esta arenga, lejos de persuadir a los pasajeros, los invitó a seguir observando el interior del vehículo, buscando una víctima propicia. En el último asiento había un mocetón en mangas de camisa, con unos poderosos bíceps de herrero, leyendo despreocupadamente su periódico. Todos repararon en él y, sin previo concierto, calcularon que sería él quien diera el empujón. Cuando el joven levantó el rostro vio la cuádruple fila de pasajeros mirándolo en silencio. En sus facciones se vislumbró una mueca de fastidio.

– Entonces, ¿yo? – dijo, señalándose el pecho.

Nadie respondió “sí” directamente, pero comenzaron a hacer comentarios más expresivos.

– Usted es el más fuerte…

-La ciudad está aún muy lejos…

– Hay que ser un poco desprendido…

Y no faltó quien buscara la excusa en su camisa:

– Me la acabo de cambiar esta mañana.

– ¡Malaya! – exclamó el joven, levantándose al mismo tiempo que arrojaba su periódico -. Lo haré, pues.

Y comenzó a cruzar el ómnibus hacia la puerta. Una vez afuera lo vieron arrugar los párpados para protegerse del sol y remangarse más la camisa. Pronto se dirigió a la espalda del ómnibus con un paso decidido y atlético que despertó la admiración unánime por su corpulencia.

– ¿Ya? – gritó al poco rato, y el chofer, apostándose en su asiento, encendió el motor.

Al principio el ómnibus no se movió, pero todos sintieron vibrar a través de su armadura una fuerza sobrehumana.

-¡Más fuerte! – gritó un pasajero.

Otro sacó la cabeza por la ventanilla:

-¡Dale, mozo! ¡Con fuerza!

Muchos lo imitaron y así el joven notó, de pronto, que casi todos los pasajeros lo alentaban, con medio cuerpo fuera de la ventana.

– ¡Ahora! ¡Bravo! ¡Así! ¡Un poco más!

Él, para no defraudarlos, a pesar del calor que lo ahogaba, se aplicó con tal energía que el ómnibus comenzó a rodar lentamente. Después fue aumentando su velocidad, comenzó a roncar el motor, lanzó una gruesa columna de humo y arrancó con una rapidez vertiginosa.

El joven quedó en medio de la pista limpiándose el sudor con ambos brazos y al levantar la mirada, divisó al ómnibus que seguía su marcha. Esperó un momento que se detuviera, pero no tenía trazas de hacerlo. Entonces comenzó a correr detrás de él gritando y agitando los brazos con desesperación. Hubo un momento en que se aproximó tanto que pudo ver al conductor prendido del estribo.

– ¡Pare! – gritó – . ¡No se olviden de mí!

– ¡Si nos detenemos, se vuelve a malograr! – escuchó que le respondía.

– ¡Lo vuelvo a empujar! – bramó el joven haciendo una promesa que seguramente no iba a poder cumplir.

El conductor se introdujo un momento, como si fuera a consultar con la mayoría. Poco después reapareció:

– ¡Ya no podría hacerlo arrancar! ¡Está usted muy cansado!

Por último, en una curva cerrada, el ómnibus desapareció. El joven alcanzó a divisar aún los rostros de los últimos pasajeros que, vueltos hacia él, parecían reír.

 

Extraído de “La palabra del mudo”  Autor: Julio Ramón Ribeyro.  

1956

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El ser humano y su composición

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Un resumen y aporte

Capítulo 3 del libro “Saber, querer, poder” del Ph.D. Gustavo Ruiz Pereyra

El ser humano se compone de varios cuerpos:

–  El cuerpo físico: parte material evidente con aspectos de estructura y función aún desconocidos. Es el aspecto del ser humano igual al mineral.

–  El cuerpo etérico: no es perceptible; permite mantener la forma del cuerpo físico mediante la proporción de la energía que toma de otros seres y del sol, esencialmente mediante la respiración. El sistema inmunológico está asociado a este cuerpo; el timo y el bazo son órganos fundamentales en la conexión de este al cuerpo físico. No alcanza el nivel de conciencia. Es el aspecto del humano igual al vegetal.

–  El cuerpo astral: ilumina al cuerpo etérico. La conciencia es propia de este. Es el mediador plástico que sirve para unir la idea y los órganos. Conecta al cuerpo físico con el espíritu a través del alma astral (que es consustancial a los animales); el alma intelectual, que es la parte racional y que permite el entendimiento; y, el alma moral o espiritual, componente que caracteriza al ser humano de las otras criaturas. Se considera que el alma espiritual es de la misma naturaleza de Dios. 

Aporte:

  • El reconocimiento del ser, del “yo” requiere de una revisión introspectiva del individuo. En la novela “Siddhartha” (1922), del escritor alemán Herman Hesse, se presenta un momento crucial, íntimo y de iluminación, en el que el joven Siddhartha ve en su maestro múltiples criaturas: desde piedras, hasta un hombre santo y un asesino, pasando por diversos animales y plantas.
  • Tal vez el hombre no tenga que recurrir a toda la ciencia para encontrase con su esencia, de hecho la historia tiene para cada tiempo un registro de testimonios.
  • El  siguiente párrafo puede resumir el tema:

 “Cuando tú encuentres el camino, otros te encontrarán a ti.

Al pasar por el camino, serán atraídos hasta tu puerta.

Y el camino que no puede oírse, resonará en tu voz.

Y el camino que no puede verse, se reflejará en tus ojos”

                                                                                         Lao Tsé.

MGC

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