Un reconocimiento de los gobernantes después de M. Odría hasta A. García, desde la apreciación de Alfredo Bryce

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Después de la dictablanda del General de la alegría: Manuel Apolinario Odría

 Iba en calesa, pidiendo aplausos, y Lima entera lo reconoció al mirarlo. Era don Manuel Prado Ugarteche y ya había gobernado el Perú entre 1939 y 1945, mandándose realmente la parte por estos hemisferios sur al ser el primero en declararle las hostilidades al Eje Berlín-Tokio, no bien se produjo el ataque a Pearl Harbor.

Tras haber asumido que el mayor inconveniente de ser presidente del Perú, encore une fois, era tener que abandonar París, “el Teniente Seductor” alquiló su departamento de l’avenue Foch y se instaló en Fort Lauderdale, estado de Florida, USA, para estar más cerca del acontecer nacional. Y allí, con el olfato político que lo caracterizó siempre, fue todo nariz y oídos cuando lo visitaron emisarios de los diversos bandos antidictatoriales. “Tú lo conoces, vota por él”, fue el estribillo que lo llevó hasta el Congreso para recibir la banda presidencial, mientras que “el General de la Alegría” y el “ochenio”, Manuel Apolinario Odría, impedido de asistir a la transmisión de mando y con la cadera rota, dizque en otro palaciego jaranón, preparaba maletas de derrota para viajar a un hospital militar USA, en medio de la alegría general.

Monsieur le Président abandonó el Congreso en la calesa descubierta de su preferencia, tirada por cuatro caballos también de su preferencia, y acompañado por los lanceros del Regimiento Escolta Mariscal Nieto.

Don Manuel quedó convertido en Él, un personaje cada día más encantador, elegante y seductor. Logró que el Vaticano anulara su primer matrimonio con una empedernida fumadora de tabaco negro, se casó con una dama tan limeña como parisina y elegante, se abrazó orgullosísimo con el general Charles de Gaulle y se trataron, con foto en París y todo, de Monsieur a Monsieur le Président, …

… Él era Él y ahora todos se cebaban con el primer ministro, con el “premier” don Pedro Beltrán Espantoso, cuyo pro imperialismo yanqui se encarnaba en su matrimonio con la señora Myriam Kellogg, de los Kellogg’s Corn Flakes, …

… Él dejó de ser Él y pasó a ser Monsieur le Président en el exilio y en sus cuarteles de invierno, o sea nuevamente en su departamento de l’avenue Foch, París. Todo sucedió vía un golpecito militar supercantado, realmente vox pópuli y que sólo en palacio se ignoraba, parece ser, mediante el cual el general Pérez Godoy depuso a Manuel Prado Ugarteche, luego de unas muy discutidas elecciones en las que triunfó el candidato del partido del pueblo, o sea quien no debía triunfar.

El 18 de julio de 1962 cuando Manongo se hizo a un lado, como mucha gente y muchas mesas más en la terraza del Café Haití, dejando pasar un montón de arbustos rumbo a Palacio de Gobierno y al golpe de Estado. Minutos más tarde, un alto y fornido coronel y sus rangers le cayeron de a montón a Él y su gabinete en pleno.

-¡Cómo se atreve usted a presentarse sin avisar y en esa facha!- exclamó, furibundo y valiente, don Manuel, haciendo denodados esfuerzos de hombre más bien bajito por mirar de arriba abajo al menos moralmente, al altísimo coronel.

-Con el debido respeto, doctor, esto se acabó.

-¡Quítese esas ridículas ramas de la cabeza y sepa usted que a mí sólo me arresta un general!

-Sin ofender, oiga usted, doctor…

Pero don Manuel Prado Ugarteche y sus señores ministros tuvieron el coraje y la elegancia de arrancar, todos a una, como Dios manda y sin que el coronel y sus rangers lograsen escuchar una sola nota de miedo en falso, con el Himno Nacional del Perú. Y los otros bien cuadraditos y respetuosos hasta que el Teniente Seductor terminó de probarles que, además de huevos, tenía un gran savoir faire. Después, sí, ya vino el primer empujonazo…

 

Y vino también el triunvirato militar, al mando del general Perez Godoy. Pero a éste también tuvo que darle su empujoncito de Estado, porque ya andaba queriendo quedarse para siempre de Yo el Supremo, el muy correcto general Lindley, con gran beneplácito de los miembros del Phoenix Club,…

Y después vino aquel abril de 1964 … el primer gobierno del arquitecto Fernando Belaunde Terry, y perdonen la tristeza, que habría dicho en verso inmortal el poeta y cholo universal César Vallejo. Belaunde hablaba con tanta pasión como vaguedad de una conquista del Perú por los peruanos y reclamaba el derecho del pueblo a una vida mejor y muy justa y muy digna. Recorrió el país hasta perderse por completo varios días, para conocerlo mejor, y regresó de la selva jurando terminar con la pobreza …, poner en marcha la reforma agraria, acabar con los ricos terratenientes y cumplir hasta con las promesas electorales que el dúo Los Troveros Criollos le hicieran al pueblo peruano, en risueño y muy limeño valsecito, y al compás de las alegres voces y guitarras de Lucho Garland y el Carreta Jorge Pérez:

Haremos casas de ochenta pisos,

ómnibus nuevos, más de cien mil.

Vendrán expertos en logogrifos

y en el cultivo del perejil.

Serán vitalicios todos los empleos,

con sueldo, propina y bonificación.

Y se harán escuelas para analfabetos

que hayan terminado segunda instrucción.

Las carreteras correrán solas,

buques y aviones,

en pelotón…

No defraudaremos la fe popular.

Y las corvinas,

sobre las olas, las olas,

nadarán fritas

con su limón.

 

Y tan buen candidato fue siempre el arquitecto Belaunde Terry que hasta creó división de opiniones. Unos querían oírlo siempre y gritaban que sí, que querían más promesas y ya no más realidades, como siempre, por favor basta ya, mientras que otros empezaban a llamarlo Belagogo Terry y otros temblaban porque les había salido un comunista blanco y nada menos que de barrio y familia residencial. Las mujeres, por su parte, mojaban calzón al ver al joven arquitecto tan pintón y prometedor.

… al arquitecto presidente se le dijo, se le insistió, y hasta se le pasaron películas documentales respecto al gasto público. Pero Belaunde, también como el pobre Fernandez y Manongo Sterne, erre con erre, caprichito, amor propio, que una carretera marginal por la selva, que otra obra pública por allá, y otrita más por acullá, mientras su ministro de Hacienda pasaba la gorra por los países ricos, tratando de refinanciar la deuda externa, a como diera lugar, antes de que se le convirtiera en deuda eterna.

… las cosas iban de mal en peor y la moneda peruana empezaba a parecer boliviana … Hartáronse los generales Velasco Alvarado y adláteres que hasta ayer mismo habían tomado felones whiskies de fidelidad y hoy un juramento, mañana una traición, con el arquitecto y, sin respetar las formas ni nada, otra vez tanques y empellonazos en Palacio, con nocturnidad, alevosía y gran maldad, al siempre sorprendido presidente. Y una vez más el Himno Nacional del Perú mientras el entonante arquitecto abandonaba empujadísimo la Casa de Pizarro y sede del Gobierno, rumbo al amargo exilio y sin que le dieran  tiempo ni siquiera para recoger sus anteojos de lectura.

-Yo no sé por qué siempre nuestros presidentes son tan dignos cuando los botan a patadas y tan poco dignos cuando gobiernan comentaba un agudo observador nacional.

 

Tirios y troyanos siguen discutiendo los grandes cambios en que se empeñó el general Velasco Alvarado (chino cholo Kausachun Perú) antes de convertirse en otro dictador más. La izquierda marxista lo calificaba de revisionista burgués; la burguesía, de comunista pro castrista y destructor, y él se calificaba de antioligárquico, antiimperialista y antiburgués y de Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Dicen que de todas sus reformas, la única que sobrevivió con buena salud, fue la de implantar el uso de la guayabera entre los empleados públicos, con lo cual, indudablemente, alguien debió convertirse en el Rey de la Guayabera, porque la burocracia creció como moscas ante panal de rica miel mientras el Perú, y el Estado peruano, dicho sea de paso, dejaban de ser un mendigo sentado en un banco de oro, como dijo un agudo observador internacional llamado Raimondi, para convertirse en un harapiento mastodonte sentado en un banco público.

Y todo esto mientras Zavalita, el personaje de Mario Vargas Llosa en Conversación en La Catedral, …, seguía repitiendo por calles y plazas, no ya aquello de ¿En qué momento se jodió el Perú?, de muchos años atrás, sino ¡El Perú se sigue jodiendo, carajo!, o sea una versión actualizada.

 

Un general moderado dio el golpe de la moderación. Era nieto de presidente constitucional, o sea que lo suyo era convocar a una Asamblea Constituyente en 1979, aunque la verdad es que la casa del general Francisco Morales Bermúdez, se estaba viniendo abajo desde el temblorazo que significó, meses antes, el paro general convocado por la Izquierda Unida, que nunca será vencida, según su propio eslogan, y de ahí probablemente sus húmedas y dogmáticas divisiones harakiri-mil, en el seno o más bien los senos de sus mil partidos partiditos en mil, de los que el pueblo por fin se hartó, dejando a los líderes populares en busca del pueblo perdido, allá en los pueblos jóvenes, eufemismo revolucionario-velasquista que en el Perú se conoció siempre como barriada y que, en realidad, es simplemente hambre, miseria, choza o un alguito más.

 

Triunfador en las elecciones de 1980, Belaunde Terry regresó a Palacio a visitar al general golpista contradictorio-constituyente Morales Bermúdez.

Los peruanos se dividieron en una inmensa mayoría y una muy pequeña minoría, al juzgar el segundo gobierno de Belaunde Terry, a quien ya nadie llamaba Belagogo, siquiera, porque simplemente ya nadie estaba de humor para apodos. La pequeña minoría “no sabe”, “no opina”, y alza los hastiados hombros. La inmensa mayoría sigue hablando de aquella especie de húmeda restauración borbónica.

Durante el exilio, como aquellos borbones de Francia, Belaunde Terry no olvidó ni aprendió nada. Ni tomó en cuenta una nueva realidad peruana, ni el tremendo desborde popular ni el terrorismo ni nada.

 

Y la gente sólo lo logró olvidar, al menos pasajeramente, con el horror que vino después. El APRA, “el partido del pueblo”, llegaba al poder con el presidente más joven de todos los tiempos, al cabo de sesenta años de catacumbas, destierros, heroicas luchas y húmedas claudicaciones. Al presidente aprista Alan García Pérez se le apodó muy pronto Caballo Loco, y donde soltaba uno de sus frenéticos discursos no volvía a crecer la hierba. Mucha gente esperanzada había regresado al país con Belaunde Terry. Verdaderas multitudes empezaron a dejar el país terminado de destrozar por Caballo Loco. Y encuestas hubo en que fueron muchísimos los que respondieron que habrían preferido nacer en un lugar que no se llamara Perú.

 

Extracto tomado de “NO ME ESPEREN EN ABRIL”  Autor: Alfredo Bryce Echenique

Más allá de la crítica, la memoria y el humor de Bryce  sacuden a través de la palabra, la historia de nuestro país.

¡No hay nada que hacer, que el pueblo ha tenido y tiene el gobernante que se merece! La mayoría, la masa, es cómplice de quien la dirige.

MGC

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