Archivo por meses: marzo 2013

El rayo que no cesa – Poema 11

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Te me mueres de casta y de sencilla:

estoy convicto, amor, estoy confeso

de que, raptor intrépido de un beso,

yo te libé la flor de la mejilla.

 

Yo te libé la flor de la mejilla,

y desde aquella gloria, aquel suceso,

tu mejilla, de escrúpulo y de peso,

se te cae deshojada y amarilla.

 

El fantasma del beso delincuente

el pómulo te tiene perseguido,

cada vez más patente, negro y grande.

 

Y sin dormir estás, celosamente,

vigilando mi boca ¡con qué cuidado!

para que no se vicie y se desmande.

 

De: Poesías completas                 Autor: Miguel Hernández

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El Golem

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Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de ‘rosa’ está la rosa
y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ‘¿Cómo’ (se dijo)
‘pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?’

‘¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?’

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?




Autor:  Jorge Luis Borges 

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Poema 10

[Visto: 447 veces]

Hemos perdido aun este crepúsculo. 

Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas 

mientras la noche azul caía sobre el mundo. 

He visto desde mi ventana 

la fiesta del poniente en los cerros lejanos. 

A veces como una moneda 

se encendía un pedazo de sol entre mis manos. 

Yo te recordaba con el alma apretada 

de esa tristeza que tú me conoces. 

Entonces, dónde estabas? 

Entre qué gentes? 

Diciendo qué palabras? 

Por qué se me vendrá todo el amor de golpe 

cuando me siento triste, y te siento lejana? 

Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo, 

y como un perro herido rodó a mis pies mi capa. 

Siempre, siempre te alejas en las tardes 

hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas. 

De: “Veinte poemas y una canción desesperada”  

Autor: Pablo Neruda

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