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UN CUARTO DE HORA DE AL MENOS CINCO MINUTOS

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UN CUARTO DE HORA DE AL MENOS CINCO MINUTOS
¡Felizmente no pasó de ser un susto!

“Todos tenemos nuestro cuarto de hora”, reza una sabiduría de los abuelos, en referencia a los momentos en que se desactivan todas nuestras alarmas, se nos bajan a cero o a números rojos todas las defensas psicológicas, nuestro disco duro emprende un formateo no solicitado y la inmunidad adquirida o aprehendida a lo largo de la vida, los antivirus y todos nuestros mecanismos naturales de autoprotección se borran. Salí de mi clase de Diseño y Evaluación de Políticas Públicas, alrededor de las 10:00 p.m. cargaba la cartera y el maletín de la labtop, usaba mi bastón, iba camino a puerta principal de la PUCP acompañada de una de las compañeras que también caminaba hacia ése destino, ella trabaja temas de salud, mientras caminábamos compartía conmigo sus reflexiones respecto al embarazo adolescente, la mortalidad materna y su alta incidencia en las adolescentes, con una argumentación francamente interesante. Todo el día estuve mortificada por un suave pero insistente dolor de vientre, lamentablemente la médico responsable de la atención en salud del trabajo no había regresado de sus vacaciones y no me quedó otra que esperar a que mi organismo desactive el dolor o a que vaya retirándose naturalmente. Por la tarde, se me descompuso un poco el cuerpo, calos fríos, algo de calentura y boca seca. No estaba bajo la influencia de ninguna medicación ni estaba sedada pero tenía mucho sueño, el cual felizmente logré controlar durante la clase. En la puerta me despedí de mi compañera, y por esas cuestiones de la rigidéz del tránsito en la avenida Universitaria, los taxistas esperan a los pasajeros con los que previamente hubieran concertado, en ubicaciones relativamente cercanas, pero de ningún modo en la puerta. Alerté vía el nextel al taxista que ya me encontraba en el punto, me respondió que se estaba acercando, unas niñas me preguntaron si iba a cruzar la avenida, yo les respondí que muchas gracias no, que estaba esperando un taxi de color beige, que ya se estaba acercando. Una de ellas preguntó: -¿blanco?, -no, le respondí, -beige,le repetí, -el conductor es un señor gordito, acoté. Lo que sucedió inmediatamente a ese diálogo, -no lo sé, lo presumo-. El taxista debe haber abierto la puerta y haber hecho alguna señal a las niñas quienes convencidas que se trataba del taxi que yo esperaba y que probablemente cualquier diferencia en el color del carro, o en la fisonomía del conductor era atribuible a mi discapacidad visual, haciendo que ellas con su mejor voluntad me acerquen al taxi. Mientras subía, llamé, ¿Israel?, el conductor, me contestó -buenas noches señora, su voz era bastante parecida a la del auténtico Israel, que es el nombre del conductor del taxi al que yo esperaba. Subí, y… aquí una cosa curiosísima, el taxista no me preguntó ni a dónde iba ni cuánto pagaba, cosa que yo atribuí obviamente a que eso ya está previamente concertado, Israel ya sabe a donde voy, y el precio del servicio es único. Si el taxista me hubiera preguntado, yo no hubiera subido porque hubiera identificado que no es a quien estaba esperando. Dentro del auto, noté rápidamente que el auto era diferente y le pregunté al conductor, -¿ha cambiado de auto Israel?, eso no me alertó de nada, debido a que el auto con el que trabaja Israel, es alquilado y el cambio era posible. El conductor, demoró en contestar, -insistí, -¿Ha cambiado de auto?, -él me contestó, es un auto blanco. De inmediato identifiqué la voz, ya no era tan parecida, sonó mi nextel, era Israel que había visto que subí a ése auto, y me alertaba, el auto avanzó y yo presa del pánico, abrí la puerta para bajarme, entonces el conductor,dijo, con cierto aire de despistado -¡ah! la van a recoger, no se baje que voy a retroceder. Con la puerta sin cerrar el auto retrocedió y yo me bajé super asustada. Israel caminó a mi encuentro e intercambió unas palabras impublicables con el otro taxista. De camino a casa, conversábamos con Israel respecto a lo sucedido, yo traía un sweater beige para protegerme del vientecito de la noche, noté que ya no lo tenía, pensé sin comentarlo que puede que lo haya olvidado en el aula o lo más probable en el taxi del cuarto de hora.

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