Manuel Piqueras: escritor por amor a la lengua de la Mancha. Diario La Opinión de Murcia, España

Bella entrevista literaria realizada por Mónica Pelluz, lingüista, correctora y periodista. 

 

El autor peruano es uno de los invitados más destacados de la Feria del Libro de Murcia 2019, que le ha invitado a la ciudad para presentar, esta mañana en el Museo Arqueológico, Iluminaciones en el desierto.

El escritor peruano Manuel Piqueras llega hoy a Murcia para presentar, invitado por la Feria del Libro, su última referencia, Iluminaciones en el desierto, un recorrido por sus anteriores obras. En él habla de sueños, libertad, amor y esperanza, y evidencia un bagaje cultural inconmensurable: cine, música, pintura, poesía, prosa y filosofía. Y es que al autor –que estará a partir de las once de la mañana en el Museo Arqueológico– le apasiona aprender; no en vano, sus palabras nacen desde esa «inocencia con experiencia» de la que hablaba Hannah Arendt.”

En el preámbulo de Iluminaciones en el desierto, Marco Martos no sabe cómo definir sus escritos: poesía, prosa, textos académicos… ¿Usted podría calificarlos?

Es la idea de una cierta libertad frente a los géneros literarios. Me muevo entre géneros distintos por libertad. He sido muy rebelde, en el sentido de Albert Camus.

En este libro hay una versión del cuento de El patito feo. Dice de él que es un patito no querido, que «llevaba una espina en el alma que lo hacía agresivo y violento», pero que encontró quien le enseñó a no atacar. ¿Es su reflejo?

Es la historia de mi vida desde la niñez a la adolescencia. Creo que he tenido una vida un poco dura, pero siempre he sido acogido en el amor, en la enseñanza. En el cuento hay dos maestros, uno era cinturón negro de judo y, el otro, el mejor boxeador de Perú; ellos me inculcaron a aprender a defenderte, no a atacar. Con diecisiete años, marca mucho…

Encontramos textos en los que habla de ética, de valores de comunidades, del amor a los otros y del «morir por el otro». Usted fue fundador de Aprodeh, una organización en favor de los derechos humanos en Perú.

Sí. Creo en unos derechos y libertades. Tengo tres sensibilidades altas: la del niño, la de la mujer y la de los que están desvalidos, a los que nadie les da la mano. Yo los defiendo. Sobre todo, hubo una época, al ser diputado, en la que me dediqué mucho a ayudar a la gente mediante métodos no violentos. Insisto: defenderte, pero no atacar.

Vivió una etapa dura para Perú, con el dictador Fujimori.

Fue una época negra. Tengo una espiritualidad un poco sui generis. Marco Martos me asocia con César Vallejo, con el poema Quiero hablar de la esperanza, que es, en realidad, sobre el sufrimiento. Yo soy muy feliz a pesar de los golpes; no soy amargado, soy alegre.

El libro tiene un componente religioso.

Diría que soy un creyente no religioso. Tengo muy buenos amigos en la iglesia católica, pero me quita libertad el amarrarme a ideologías, a partidos, a religiones. No es un acto soberbio; es una cuestión de alma.

Parece que cuando habla de Dios se refiere a un «Dios amor».

Estoy en un diálogo con el budismo. Es un viejo tema que me toca desde que comencé a leer a Gandhi a los quince años. ¿Él afirmaba que era judío, cristiano, musulmán, hinduista, budista? Tengo la impresión de que este ‘Dios amor’ es de todos, nadie puede hacerse propietario de él. Hay una fuerza de ‘infancia espiritual’. El niño está por todos lados en mi libro. Teológicamente, es exacto; la inversión mesiánica de Jesús de Nazaret es la de los niños: «Yo te bendigo, Padre, porque no revelaste esto a sabios y 0prudentes, sino a los niños», decía Mateo.

La filosofía también es un elemento constante en su narración. Cita mucho a Hannah Arendt.

Sí, Hannah Arendt es un canon en la filosofía contemporánea, y es una pensadora poética. Hay un vacío en no conectar la filosofía con la literatura, pero hay grandes pensadores poéticos, incluso terribles pensadores poéticos, como Heidegger: Ser y tiempo es una belleza de libro; es un nazi, sí, pero es una belleza de libro. Por ejemplo, volviendo al tema de los niños, Hannah Arendt decía de Walter Benjamin que era inocente consciente, inocencia con experiencia, que es tener el alma de niño.

Pero ¿es posible mantener la inocencia una vez adquieres experiencia y contemplas la vida?

Es a lo que apuesta Arendt. Aunque el tema es más antiguo; hace una inversión a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, que es en buena parte un tratado de la amistad; pero amistad entre amos, ahí no hay inocencia…: los esclavos y las mujeres no son ciudadanos. En Hannah Arendt hay un antecedente clave: su tesis doctoral estudia el concepto del amor según San Agustín. Conoce el hebreo notablemente bien y tenía una base teológica: sabía que la inversión mesiánica central de eso que llama «religión del amor» eran todas las otras inversiones mesiánicas. Toda gira en torno a la infancia espiritual.

Camus es un pensador que ha mencionado ya y un autor recurrente en el libro. Le pregunto lo mismo que se preguntaba él: «La vida, ¿vale la pena de ser vivida?».

Es una frase que retoma Camus: en el hombre hay más razones de admiración que de desprecio, la vida vale la pena de ser vivida; la respuesta está en El hombre rebelde. Por supuesto que la vida vale la pena. «Estamos condenados poéticamente a amar la vida porque la vida es bella», decía Roberto Benigni en La vida es bella; es una frase notable y real.

Hablando de belleza, la obra está formada por cuatro libros. El primero que escribió se llamaba La belleza nos hace libres. ¿Realmente lo cree así?

Probablemente esa especie de sentido de libertad y rebeldía, de no venderme, tiene mucho que ver con la belleza, que me relaja. La belleza es una cosa muy personal. Ha habido monstruos políticos que han escrito páginas inolvidables, llenas de belleza. ¿Qué tiene que ver la creación artística con la política? No veo qué correlación hay. Me molesta ese pensamiento rígido que no hace mediaciones. El bueno y el malo son categorías que están fuera en la creación. Lo que sí importa es ser auténtico, hablar con el alma. Soy universalista, no quiero excluir a nadie; voy a una tolerancia radical, no extremista, sino a la raíz, y personalmente soy moderado, a la mitad del camino. Sin humildad no vas a ningún lado.

Fotografía: María Angélica, mi madre, la fuente de mi lengua materna, el español, ternura poética…

Manuel Piqueras: escritor entre el Perú y España. Entrevista del diario La Verdad de Murcia.

El escritor peruano Manuel Piqueras presenta en la Feria del Libro ‘Iluminaciones en el desierto’, que recoge escritos de 20 años

Diario La Verdad. Entrevista: Manuel Madrid. Jueves, 3 octubre 2019.

‘Iluminaciones en el desierto’ es el libro que trae a España estos días al escritor peruano Manuel Piqueras, que reúne escritos desde 1999 a 2019, con un preámbulo de Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua y catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. «Inquietud y sosiego» es lo que, según Martos, trae a la mesa de lectura Piqueras, bisnieto de un comandante valenciano del Ejército español que cayó muerto en la guerra de Cuba y nieto del arquitecto, escultor y urbanista peruano Manuel Piqueras Cotolí, que se formó en la Escuela de Huérfanos María Cristina de Toledo. «Mi bisabuela murió al poco tiempo de pena, y no te explicas por qué, pero mi abuelo hizo una resiliencia ante la pérdida del padre y en Perú tiene una vigencia enorme. En España tendré muchos parientes».

Piqueras ya vino a la primera edición de la Feria del Libro de Murcia, en 2018, acontecimiento que recuerda con gratitud – «encontré a muy buenos escritores, calidad humana, sencillez, valores para mí muy importantes, y especialmente a Asensio Piqueras, especialísimo amigo, una cosa maravillosa»-. El peruano, entrado en los 70, cuenta a ‘La Verdad’ que pasó en Perú por un largo periodo en que intentó parar la violencia: «Muy jovencito, antes de los 40 años, fui elegido parlamentario, y ayudé a un compañero mío en todo ese tema de la matanza en los penales del Perú, en junio de 1986. Era Alan García, que ahora se ha suicidado. Y años después asumí la investigación de un grupo paramilitar de ese gobierno, pero en nombre de la paz y de la no violencia. Tengo una habilidad, pero la política no es algo que me muera por ello, siempre he estado en choque con el poder, pero la lucha me internacionalizó. Un hombre que me ayudó mucho fue Jimmy Carter, expresidente de Estados Unidos, Nobel de la Paz 2002, un tipo maravilloso, y muy amigo de mi padre. Pero yo llegué a él a través del cardenal Pablo Evaristo Arns, brasileño. Si no se internacionalizaba la lucha nos mataban a los parlamentarios. Y Carter me recibía cada vez que tenía un libro». Carter ensalza en un breve comentario en el libro «la oportuna contribución» de Manuel Piqueras «a los esfuerzos globales para lograr la paz y promover el respeto por los derechos humanos. Hacen falta muchos como él».

Piqueras ha armado numerosos proyectos en Perú para que los niños pudieran salir de la violencia organizada por las altas esferas del poder. «En esta andadura entre la violencia y la lucha por una paz auténtica, tuve la mayor iluminación de mi existencia mortal. Su impacto en los ríos subterráneos de mi alma fue tan profundo que algo, «alguien», me condujo de la mano, por los caminos del pensamiento poético y la lírica, desde el dolor más atribulado al misterio del amor y la resurrección». Esa andadura, según el autor limeño, se inicia con ‘La Edad de la utopía’ (2001), que gira años después en ‘Libro de Emmanuel’ (2017) y culmina en ‘El ángel doliente. Dolor y amor’ (2018).

Piqueras, que se autodefine como «un universalista», dice que estando en la Feria del Libro de Murcia adquirió conciencia de escritor. «Antes escribía a tientas», afirma. «He trabajado durísimo, pero logré lo que Marco Martos llama una percepción formal del español. Mi enamoramiento por el español es total». «La creación es gracia, la soberbia es laberinto humano», señala en esta obra, plagada de referencias a pensadores y autores europeos, desde Kierkegaard a Walter Benjamin, Albert Camus y Erik Erikson, «pensadores poéticos en tiempos de oscuridad y de luz». Afirma que «la belleza y la espiritualidad me salvaron, y Amadeus Mozart, alguien importantísimo en mi obra, se transfigura en un Amadeus andino y universal, Cristo azotado de América, el réquiem de los pobres». «Soy un hispanoamericano, y cuando me preguntan qué es el desierto, no solo hablo de los Andes sino del Mediterráneo». A Hannah Arendt no sé la quita de la boca para afirmar, a modo de glosa, que «moverme entre los géneros literarios fue un acto de libertad», y lo que emana de este libro es «poesía sabia de alguien que ha vivido con intensidad».

Manuel Madrid. Murcia, España, 1979. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Jefe de Área de Culturas de ‘La Verdad’. Cada sábado publica la columna de opinión ‘La Vereda del Capitán’. Autor del libro de crónicas de viajes ‘Amarás América’.

Manuel Piqueras

 

Marco Martos: discurso en la presentación del libro Iluminaciones en el desierto, de Manuel Piqueras

Discurso de Marco Martos en la presentación del libro Iluminaciones en el desierto, de Manuel Piqueras

Lima, 25 de junio de 2019.

Buenas noches. Para mí es un honor, un gusto, compartir la presentación de este libro con Alina y con Manuel. No es la primera vez que estoy a su lado. Quería contar que, como él me ha hecho recordar, nos conocemos desde hace muchos años, cuando él tenía una participación política. Poco después de que fuera congresista, publicó un libro, La escuela en tiempos de guerra, y yo tuve algo que ver con ese libro —revisé el machote, como se le llama—, y a partir de ahí nos conocemos un poco más, aunque, claro, la vida nos lleva por tantos rumbos…

Luego, leí los otros dos libros —más bien de carácter estrictamente literario, menos político— que él ha publicado. Este, Iluminaciones en el desierto, es el segundo, y ya estoy pensando en releerlo. Conozco a escritores muy diversos, que tienen distintas posturas frente a la cantidad de textos que escriben y publican. Suelo advertir en los novelistas, por ejemplo, que, una vez que tienen éxito, de pronto se entregan a las editoriales y se autoobligan a escribir una novela cada dos años. Y eso es casi nefasto para los lectores, porque el apresuramiento de los escritores —incluso de los mejores— hace que la calidad de las novelas decline. Y lo digo como un lector absoluto de novelas, impenitente lector de novelas que muchas veces se siente defraudado por ellas. De los mejores novelistas estoy hablando; ni siquiera de los regulares, sino de los mejores. Entonces, parece ser que el apuro en la escritura da malos productos.

Hablando exclusivamente de novelistas, hay otros que, más bien, aunque cuentan con una obra copiosa, se dan el tiempo para corregirla, como Marcel Proust, por ejemplo. Y entonces nos ofrece esa maravilla que es En busca del tiempo perdido, que son muchísimas páginas, pero todas corregidas con amor, a lo largo de toda una vida. También hay poetas —como Walt Whitman, como Neruda— que son muy copiosos. Entonces, la lectura de su obra completa resulta, a veces, desanimante. Hay otros, en cambio, que meditan más en lo que escriben. Un ejemplo extremo: San Juan de la Cruz; y otro ejemplo extremo: César Vallejo. Las obras de ellos, en su poquedad, son de una intensa calidad, a tal punto que se vuelven inolvidables.

Y en esa línea es en la que se pone Manuel Piqueras. No es un autor de librerías. No es un autor de grandes ventas. Es un autor que entrega las esencias, y eso es lo que yo he querido decir en las páginas que he escrito para la presentación del libro. Es decir, hay una conexión entre lo que escribe y la vida. Y hay una conexión entre lo que escribe y los distintos géneros literarios. Iluminaciones en el desierto es una obra inclasificable: es poesía y es prosa poética, son reflexiones de un académico, es todo eso.

Entonces, quería decir que hay una tendencia, que ya se está abriendo paso y que ya tiene nombre, que se llama «poemas en prosa». Se llama así, y cuyo ilustre antecesor —o el primero que yo recuerde— es nada menos que Baudelaire, quien, junto con Las flores del mal, escribió Pequeños poemas en prosa, que son un modelo que podemos leer con gran provecho ahora mismo. Y podría decirse que, en la tradición peruana, hay unos cuantos escritores —no demasiados— que intentan este rubro aun cuando no le pongan «prosa poética». Tampoco Manuel Piqueras ha puesto «prosa»: él no ha dicho de qué es este libro. Pero, como una aproximación, se usa este término de «prosa poética», que ya está llamando la atención de los teóricos. Hay un libro, escrito por cinco profesores de la Universidad de Lima, que se llama —el título es aproximado— Introducción a la prosa poética. Es decir, trata acerca de qué es lo que funciona en estos textos que los hace tan agradables; y cómo, al mismo tiempo, el lector por ratos cree que está en poesía y por ratos dice: «¿Esto es prosa?, ¿qué cosa es esto?».

Bueno, yo quisiera mencionar, como un autor de culto en el Perú, a Luis Loayza, fallecido recientemente, compañero de generación de Mario Vargas Llosa, quien en 1955 escribió el libro que se llama El avaro. Podría decirse que es trasladar, en un intento de acercamiento a la prosa, las ganas de la poesía. E incluso estas ganas de la poesía pueden llegar, como en el caso de Loayza, a sus artículos en prosa. Diría que, en el Perú, no hay mejor prosista que Luis Loayza en sus ensayos, no solamente en El avaro, que acabo de citar como un ejemplo de creación. Y yo diría que esto es muy aventurado, que hay novelistas —no solamente Proust— que pueden llevar esta pureza de la poesía a la propia novela, por ejemplo, Valle-Inclán. Claro, todas estas palabras son de un profesor, pero poniéndome en la categoría de poeta —que también creo que me corresponde—, yo he disfrutado intensamente con el libro Iluminaciones en el desierto, de Manuel Piqueras, que justamente concentra sabiduría en cada página que escribe. Él no se obliga a escribir, a terminar un libro. Este libro resume varios años de su vida. Y entonces, yo me pregunto: aquí, en el Perú, ¿cuántas páginas habrá desechado?, ¿qué cosas estarán en sus cajones que desechó para tener esta perfección formal que, por supuesto, quedará en quinientos lectores? Así es el Perú, no da más. Pero esos quinientos lectores —o mil lectores— van a disfrutar intensamente de una poesía que no está escrita en verso, que es una concentración.

Y el otro autor que quisiera mencionar, porque también tiene estos enormes logros, es Julio Ramón Ribeyro con sus Prosas apátridas y también con sus cartas. Por ejemplo, Ribeyro le escribe una carta a su hermano Juan Antonio, y le habla de fútbol, de otras cosas; en fin, de cosas normales que le están ocurriendo. Y de pronto, le dice que, un día de noviembre de 1952, él y veinte peruanos más —cuyos nombres enumera— disfrutaron, por primera vez, de una ciudad de Europa: Barcelona. La emoción de ver algo diferente e intenso se repite pocas veces en la vida, dice. «Solamente he sentido eso llegando a París, después, y llegando a Londres». Luego hace una aparente divagación: dice que el ser humano es nómade, que él siente que ha sido nómade y que ha estado siempre yendo de un lugar a otro; pero que el ser humano necesita también establecerse, buscar un espacio, y este espacio necesita una mesa, una silla, un hijo, una mujer a la que adorar y satisfacer. Entonces, él piensa que su doctrina, la del errabundo, está en contradicción con la necesidad de la sociedad. Esa misma página él la redactó otra vez en Prosas apátridas, es la misma página hecha dos veces, y en la segunda dice que nos vamos rodeando de todo lo que apetecimos, y que son licores que tenemos prohibido beber, libros que no tenemos ánimos de leer, discos que no queremos escuchar, amigos a los que no tenemos nada que consultar, y todo lo deseado y apetecido nos rodea cuando estamos ya en el umbral de la muerte. Esa es la idea del viajero y el estable, del sedentario y del que va y viene.

Y finalmente, casi podría decir que todos los libros de literatura, incluyendo Iluminaciones en el desierto, responden a esta imagen homérica, que es la del que parte hacia la aventura y regresa a lo conocido —la Ilíada y la Odisea—, con la diferencia de que, en el caso de Manuel, en medio está la esperanza, está el dolor en su máxima intensidad, que él ha vivido y sufrido como nadie, como muy pocos. Pero está también esa terca esperanza, relacionada con San Juan, por un lado, y con Vallejo, por el otro.

Si me permiten hacer un paréntesis vallejiano, en el 2017 fui por primera vez a Santiago de Chuco y me admiré al ver que la Municipalidad queda en la calle Paco Yunque, que al costado está Poemas Humanos, más allá Los Heraldos Negros, y hasta tenemos Rusia 1931. Entonces, Danilo Sánchez León me dice: «Me han dicho que allá, al fondo, está la calle Voy a Hablar de la Esperanza, pero todavía no he ido». ¿Se dan cuenta? Miren eso, tan poético: «Me han dicho que allá, al fondo, está la calle Voy a Hablar de la Esperanza, pero todavía no he ido». Bueno, la anécdota es esta: converso con dos niños de siete años y le pregunto a uno: «¿Te sabes un poema de Vallejo?». «Sí, me sé», me dice. Y el otro me dice: «Todavía no me sé».

Entonces, yo quisiera, cerrando mi intervención, establecer el vínculo entre Manuel Piqueras y César Vallejo: hombres que han sufrido los más intensos dolores, pero que son tercos en su esperanza. Ese texto de Poemas en prosa que se llama «Voy a hablar de la esperanza» es un poema doloroso. La esperanza marcha junto con el dolor, es la terquedad de levantarse a pesar de los golpes que nos da el destino. Yo creo que esa sería la frase que sintetiza un poco toda la vida de Manuel Piqueras y todos los textos que él ha escrito en su vida. Muchísimas gracias.

Iluminaciones en el desierto, de Manuel Piqueras, en la FIL Lima, Stand 12 de Lápix Editores, fiesta de la esperanza

A Mar: amor, talento y trabajo

Iluminaciones en el desierto, de Manuel Piqueras en el Stand # 12 de Lápix Editores en la FIL Lima 2019 (cerca del auditorio Clorinda Matto de Turner),  fiesta de la esperanza. El libro está en venta en el Stand 12 de Lápix Editores durante toda la Feria, del 19 de julio al 4 de agosto. 

 

 

Poesía: bella poquedad del lenguaje

Como escritor cada vez tengo más consciencia de la belleza de la poquedad del lenguaje poético, frente a poetas copiosos que abundan en palabras. San Juan de la Cruz alcanzó la cumbre de la poquedad de la palabra en lengua española en el siglo XVI con su genial poema, Noche Oscura.

En el siglo XX, César Vallejo, continua está economía maravillosa de la lengua de la Mancha, en su poema en prosa, “Voy a hablar de la esperanza”, en Poemas humanos. Trilce, asombroso poemario, es un magnífica muestra de la poquedad de la palabra y de la creatividad de la lengua humana.

Matsúo Basho, entró en nuestra lengua por medio de Octavio Paz, en Sendas de Oku, maravilloso peregrinaje espiritual del poeta monje budista en el Japón del siglo XVII, en un viaje por los territorios del alma y de la creación poética por el médium del haiku:

“Terco esplendor:

bajo la luvia, erguido

templo de luz.”

Un bello haiku de Matsúo Basho:

“Narciso y biombo:

uno al otro ilumina,

blanco en lo blanco.”

Al respecto de este poema, Octavio Paz dice que “traza en tres líneas la figura de la iluminación y, como si fuese un copo de algodón, sopla sobre ella y la disipa. La verdadera iluminación, parece decirnos, es la no-iluminación.”

 

Portrait of Bashō by Hokusai, late 18th century

 

 

 

 

Marco Matos: sobre Iluminaciones en el desierto, de Manuel Piqueras

Iluminaciones en el desierto recoge los escritos de Manuel Piqueras desde 1999 hasta el 2019. Se trata de un libro de poesía de alguien que ha vivido con intensidad y desea que sus días transcurran, en lo posible, en las esencias: el aroma del amor, la frugalidad, la dicha de la amistad, la aspiración a la eternidad. Marco Martos

Como ilumina Marco Martos en el prólogo del libro:

Sin duda tiene un aliento poético, pero no está escrito en verso casi nunca. ¿Será entonces lo que desde Baudelaire hasta Vallejo se ha llamado «poemas en prosa»? Podría ser, pero a ratos hay citas de carácter universitario, académico. Bien se parece también a los «carnets» a los que son aficionados los escritores franceses como Camus.

En la época medieval, existía la costumbre de «iluminar» la primera letra de un escrito con un fondo gualda, el amarillo dorado intenso. Rimbaud escogió el término para uno de sus manojos de versos más hermosos. Iluminación es un vocablo que, en el campo literario, alude a una intensificación del sentido. La parte más hermosa de un escrito. Y así son las páginas de Piqueras reunidas a lo largo de veinte años: el lugar de la poquedad bella. ¡Cuántos borradores habrán quedado en el camino! El autor solo nos ofrece páginas concentradas que, como cuando bebemos un fuerte licor, tenemos que paladear con pausas.

Un texto como este, con una pulida unidad, no aparece así porque sí. En la historia literaria, se relaciona, sin duda, con la vida del autor, de muchas satisfacciones, pero también de mucho sufrimiento; y, al mismo tiempo, con la gran tradición religiosa de la humanidad, tanto la de los ascetas que se retiraban al desierto como la de los místicos, que podían ser eruditos o no, pero se caracterizaban, precisamente, por una búsqueda de comunicación directa con la divinidad. Sea como fuere el lugar de género en el que coloquemos este libro, lo que emana de sus páginas es una poesía sabia, de alguien que ha vivido con intensidad y desea que sus días transcurran, en lo posible, en las esencias: el aroma del amor, la frugalidad, la dicha de la amistad, la aspiración a la eternidad.

 

Iluminaciones en el desierto

De Manuel Piqueras

Por Marco Matos. Poeta

Marco Matos

Alina Gadea: sobre Iluminaciones en el desierto, de Manuel Piqueras

Iluminaciones en el desierto

De Manuel Piqueras

Por Alina Gadea Valdez. Escritora

Al llegar a este libro lo primero que nos pasa por la mente es por qué ese título. Resulta muy sugerente porque el desierto lejos de ser un lugar sin vida, como se podría creer, es un espacio de sutiles cambios de luces y colores, de matices, de movimientos imperceptibles en el aire invisible que cambia de lugar las dunas con su sonido misterioso. Y un poco de eso trata este texto que es un testimonio sui géneris sobre lo esencial en la vida.

A manera de prosa poética y con una estructura fragmentada, Manuel nos va haciendo entrar en su mundo interior, con necesidad y hasta con urgencia. Entre reflexiones, cartas, poesías e ideas genuinas, las páginas están salpicadas de comienzo a fin por referentes culturales. Nos deja así una sensación fuerte de espiritualidad y al mismo tiempo un claro cuestionamiento a la sociedad, que tal como ha venido el curso de la historia nos muestra un terrible desbalance, siendo lo que más preocupa al autor lo que concierne a la protección de la niñez, el problema de la pobreza y la violencia, entre otros grandes temas. A propósito de esto, cito una frase de la página 133 que nos impacta por su profundidad, en la que se refiere a un crimen cometido contra un niño: “La reserva de vida más importante es la inocencia”.

La impresión que dejan estas páginas es la de una gran humanidad en Manuel, virtud cada vez más escasa hoy por hoy. Así, desde la dedicatoria apreciamos una honestidad que agradecemos y a través de cada línea, los pensamientos originales y hasta las duras denuncias, en contraposición a su claro amor por el arte. La filosofía, el cine, la literatura y la estética siempre presente, así como su admiración por importantes figuras de la intelectualidad. Desde San Juan de la Cruz, pasando por el poeta maldito Rimbaud, nuestro César Vallejo, Joyce y su Ulises, Hannah Arendt y hasta Buñuel, Dalí, Camus y Kierkegard, entre otros aportan un balance de eros como impulso vital frente al tánatos del mundo real.

Iluminaciones en el desierto es un libro con el que podrán identificarse los lectores y también, como no decirlo, apoyarse, como sucede con los buenos libros, en las palabras que alguien dijo mejor que lo que uno mismo pudiera expresar.

Finalmente, los lectores podremos abrir nuestro interior junto con el de Manuel, como quien abre una ventana a un espacio de luz.

Alina Gadea