Ulises: peregrino en busca de los insignificantes

 

“Toda esta broza que adorna y abulta el libro se reduce a la historia del viaje de dos vagabundos. El esquema del viaje empalma Don Quijote con los libros de la Humanidad. Los más profundos y a la vez más populares son libros de viajes: La Odisea, la Eneida, la Comedia, y luego, Gulliver, Robinson, Simbad, Las cartas persas, Fausto, Las almas muertas. Porque todo gran libro es un tímido anticipo del juicio final, y, para juzgar a los hombres, no hay mejor forma que el viaje […]. Mil veces se ha presentado al hombre como peregrino, un peregrino que tiene la culpa por alforjas y la muerte por meta”. Giovanni Papini. Retratos extranjeros.

Releyendo Ulises, de James Joyce, exploramos desde el mundo interno en la Odisea y en Odiseo (Ulises en la traducción latina), traspuestos en el tiempo y en el espacio, al aquí y ahora de la avalancha del Tercer Milenio: una transfiguración por fuerza poética. Se trata del itinerario de un viaje, del exilio lleno de llanto y risa, de la búsqueda en el claroscuro de la significación del insignificante. No sabemos adónde llegaremos en esta travesía de navegantes y náufragos, a nada o a todo.

La Odisea de Homero: el viaje, el exilio, la búsqueda

Penélope -en complicidad con su hijo Telémaco- teje y desteje interminablemente una vela marina, esperando contra toda esperanza a Ulises, de su largo viaje al exilio; esposo y padre despojado de su patria y su hogar, de un mundo construido con sus propias manos.

Ulises, navegante y náufrago, regresará finalmente, paloma y serpiente. Junto a su hijo Telémaco, “destruirá la inteligencia de los inteligentes” (los pretendientes depredadores de los bienes y el alma de Penélope, que solo espera a Ulises), recuperará “la tierra donde mana leche y miel”.

Me imagino un paralelismo, semejanzas y diferencias, entre la Ítaca de Homero y Utopía de Tomas Moro.

Ulises de James Joyce: la universalización de lo insignificante

Entre el Ulises de Joyce y Odisea de Homero hay una distancia inconmensurable: si pudiésemos medirla, veríamos sorprendidos lo poco occidentales que somos.

Joyce, con su maestría en el lenguaje y su intuición mágica, redujo el mundo a la ciudad de Dublín para darle a la insignificancia universalidad.

El escritor irlandés sostenía que el pensamiento es producto del lenguaje y no a la inversa, de allí la utilización de la replana de los bajos fondos dublineses para marcar las distancias en la ciudad y en el pensamiento. Esta idea la desarrolló aún más en Finnegans Wake, en donde creó términos para inventar nociones. Joyce nos conduce por el médium del lenguaje, desestructurándolo, a nuestro mundo interno. La economía del lenguaje no es su fuerte, es su talón de Aquiles como narrador de poesía en prosa.

Coda

Amadeus andino y universal, migrante sin patria y sin hogar. “Provinciano del mundo”, estamos en un viaje, en el exilio, en la búsqueda rumbo a lo desconocido. Nuestra intuición fundamental como creadores es darle a la insignificancia, “al más chiquito y al más olvidado”, universalidad. No hay significación mayor, en la Tierra y el universo, que la de los insignificantes.

Manuel Piqueras, VI. Ulises: peregrino en busca de los insignificantes, en Las paradojas de la soledad, Biblioteca virtual Amazon. Lima: 2012.

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