Pensar el sentido de la muerte

La muerte con que nos encontramos “en el rostro del otro”, no es ni el “paso a la nada” (así lo quisieran los asesinos, el Caín o el Herodes moderno y posmoderno), ni es el “paso a otra existencia distinta”. La muerte es una no-respuesta, el paso a lo desconocido.
Jacques Derrida, Adiós a Emmanuel Lévinas. Palabra de Acogida.

El ser y el tiempo (1927) , del filosofo alemán Martin Heidegger, nos ubica ante la visión y el saber reunidos, y de cara a la fenomenología de “la muerte de personas”, del “ser para la muerte”. Desde el “morir por otro” y la “sabiduría del amor”, Emmanuel Levinas, filosofo judío francés, elabora una crítica lúcida e interpelante a la filosofía occidental y a la interpretación de la muerte de Heidegger.

En el lugar filosófico en el que se desarrollan estas posiciones antitéticas, es necesario plantear la pregunta sobre el principio y el fundamento de un pensamiento de sentido: ¿cuál es el significado de vivir con placer caritativo y de morir con pena compasiva?

“Nadie puede tomar a otro su morir”

La existencia es un enigma, una aventura, una gesta que va madurando hacia la muerte. El ser en el tiempo, en la totalidad de la existencia, enfrenta el vuelco de la muerte. Como escribía Heidegger, “la persona muerta ha dejado detrás de sí nuestro ‘mundo’“ . La muerte es el final del “ser aquí” en el mundo, la muerte es un “más acá” absoluto; la hermenéutica de la muerte del filosofo alemán no se pregunta por la infinitud o la eternidad.

La expresión máxima de la angustia de la muerte heideggeriana es: “Morir por…” , la muerte mía y la muerte de los otros se niegan. La muerte es la disolución de toda sociabilidad; “rotas en él todas las referencias a otro ‘ser ahí’” , la muerte establece una fractura irreparable en la existencia humana.

En Heidegger, la gesta del ser en el tiempo busca descifrar el enigma de la existencia, el final del “mí mismo”: “la muerte es, en la medida en que ‘es’, esencialmente en cada caso la mía” . La “muerte de los otros” no puede ser tomada por mis manos ni vista por mis ojos; es un funeral al que asisten los sobrevivientes apenados y un sepulcro que ellos cuidan.

La lectura de la muerte de Heidegger no se propone la interpretación del bien, del mal y del mal radical. El ser para la muerte se voltea en un mundo poblado de muertos y sobrevivientes que está bajo la hegemonía y el dominio del Yo.

“Morir por otro”

Levinas indaga en “los puntos relativos a la ambigüedad o a la crisis” de la filosofía de Heidegger plasmada en El ser y el tiempo. El ser y su sentido como el “acontecimiento mismo… cuyo sentido se busca, la aventura, la ‘gesta’ de estar tramado en el existir, en el estar-ahí o en la intriga humana que es su modalidad esencial” .

La intervención crítica de Levinas se concentra en el “ser-para-la-muerte” como la “ ¡Autenticidad del poder-ser más propio y disolución de toda relación con los demás!” . Levinas sitúa el dilema del pensar en el sentido de la muerte de personas, en “morir por…” o “morir por otro”.

Morir es una “situación límite” —enunciada con hondura por el filosofo alemán Karl Jaspers en Psicología de las concepciones del mundo (1919)—. “Morir por otro” es la desmesura del amor por el rostro de prójimo. “No se trata de una vida post-mortem, sino de la desmesura del sacrificio, la santidad de la caridad y la misericordia”. Entre la totalidad y el infinito, “lo humano permite… cobrar sentido a un más-allá-del-ser”.

La exégesis de la muerte de Levinas se hace cargo del prójimo, contra toda egolatría dominante en el pensamiento occidental y en la filosofía de Heidegger. En la desmesura del amor al rostro del prójimo se encuentra el sentido mismo de la existencia, del vivir y del morir.

“A mí nadie me quita la vida, yo la doy…”

¿Es posible elaborar en la memoria y en el pensamiento la aventura de Jesús de Nazaret?, ¿es viable una filosofía de la existencia como un tiempo propicio de vivir con placer caritativo y de morir con pena compasiva?

Se aproxima la hora, signo sacramental de un principio y un fin —“aún no ha llegado mi hora” o “mi hora ha llegado”—. En la aventura amorosa de Jesús, el ser en el tiempo es el ser para otros, el morir por otros se revela como un acto de libertad. Es la manifestación suprema del amor al prójimo, de la justicia y la caridad para los asesinados y los despojados.

Jesús da la vida y la recupera por amor a la humanidad. El Nazareno, tuteándose con la muerte —“mi hora ha llegado”—, se debate en la angustia del morir. La vida es recuperada luego del asesinato del inocente. La vida vence a la muerte, la libertad vence a la esclavitud, la luz vence a la oscuridad. La muerte no es la última palabra en la existencia humana ni en la fenomenología de esa existencia.

“Tiempo y sazón”

El giro que produce Levinas en la hermenéutica de la muerte de Heidegger, la oposición irreductible entre el “morir por…” y el “morir por otro”, constituyen un paso esencial en la ruptura con el Yo hegemónico, utilitario y narcisista, aún predominante en el pensamiento de nuestra civilización.

En su aventura por la vida, la libertad y la luz, Jesús de Nazaret traspasa todos los límites, ilumina la vida como placer caritativo y la muerte como pena compasiva. La muerte no es la última razón de la existencia.

El tiempo —cronos y kayros— es cotidianidad y acontecimiento para otros, es vida y caridad, es muerte y compasión en el presente eterno, en el cual se juntan el pasado y el futuro, como recordaba Hannah Arendt en su tesis doctoral sobre El concepto de amor en San Agustín (1929) y en La condición humana (1958). El ser y el tiempo son releídos como el goce de vivir la aventura del ser ahí, del ser en el mundo, del ser para la vida y del ser para la muerte, a la vez.

Manuel Piqueras, La edad de la utopía. Ideele. Lima: 2001. (con modificaciones).

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