Archivo del Autor: Héctor Javier Sánchez Guevara

Viajero en la noche

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Memo alza su brazo para mirar su reloj. Son las dos de la mañana y aún no ha terminado el vaso de cerveza que sostiene en la otra mano. Bebe un par de sorbos y deja el vaso casi vacío sobre la barra. Se despide de algunos amigos y sale a caminar en dirección al parque cosmopolita.

Una fría y suave brisa lo acompaña en su caminata mientras las luces de los faroles iluminan la senda que recorre. No se siente triste, la noche fue buena. “Aunque, tal vez”. Entonces recordó que Luisa, aquella amiga que le prometió desde el lunes que iría, no llegó a su fiesta. “Quizá se le olvidó, se lo preguntaré después”.

Veinte minutos más tarde, empieza a notar la vegetación del parque, esa que parece tan alegre tras una fina garúa que humedeció las calles. Se dispone a avanzar hasta la esquina donde paran los taxis. De pronto, una persona se para frente a él. A pesar de tratarse de un muchacho bien vestido y de contextura mediana, algo en su mirada le provoca a Memo una súbita incomodidad.

Negación a ella

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Eres esos ojos que se ilusionan,

pretendiendo verme como algo que no soy,

hoy escaparé de ellos

quitándome de su dirección.

Pues eres aquello que no forma parte de mi vida,

aquello que debí abandonar

antes que me sofocara

con tanto daño y dolor.

Aún así me hubiese gustado

entender aquella energía,

ese impulso e intensidad

que me abrazan fuertemente.

Pero no, contigo no hay avance,

contigo reina la soledad,

mis pilares básicos se desvanecen

en una profunda oscuridad.

Querer a alguien más

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Procuraste pensar que era para ti,

te empeñaste en creer

que los acosos que hacías

me harían volver a verte.

Nada de lo que esperabas sucedió,

todos esos intentos

fueron insuficientes

o quedaron arruinados.

Te la pasaste imaginando

mil y una formas

de que te hiciera caso,

que cambiara de opinión.

No te diste cuenta

que te estrellaste contra una pared,

que reventó tus acciones

una y otra vez.

Equivocado o confundido,

no pude creer en tus sentimientos,

estaban extrañamente sometidos

al deseo de alguien más.

Ahora ya no me ves,

eres libre de tus ataduras,

de vivir en otro mundo,

de querer a alguien más.

La puerta que cruzas

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La señora espera sentada en una mesa blanca, simple pero sofisticada. Mientras mira hacia la calle ardiente, se entretiene comiendo unos panecillos que descansan en pequeño plato. A los pocos minutos, aparece una mujer más joven que ella. Una amplia sonrisa surca su rostro y las dos se abrazan celebrando el reencuentro.

“Arminia, ¿cómo has estado?”, preguntó la más joven. “Muy bien, pero no más que tú, Lorena”, afirmó la noble dama y ambas rieron otra vez de alegría. Se sentaron y empezaron a conversar de las cosas que la vida no había permitido hablar en quince años. Lorena le escucha intrigada y sorprendida por todo lo que narra la mujer mayor.

De pronto, Arminia recibe una llamada. “Sí, estoy aquí. Ven a recogerme”, señala a quien le llamó. “¿Tu esposo?”, preguntó Lorena. “No, mi hijo Alfredo, está por aquí cerca, ya llega”, dijo la dama con otra sonrisa. Luego de unos diez minutos, un joven bien parecido se presentó en el lugar y saludó a su madre.

Ella lo saluda muy efusiva. “¿Te acuerdas de Lorena”, dijo Arminia presentando a su invitada. “Pues claro, como si hubiera sido ayer”, afirmó Alfredo encantado con la amiga de su madre. “Te veo mucho mejor… y más viejo”, bromeó Lorena y todos rieron con su ocurrencia.

(continuará)

Inesperado (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

“Lo recuerdas, ¿verdad?”, Alisa habla detrás mío y un nombre se le escapa. “Markus”, me llama y la incertidumbre se desvanece. Me acerco a ella. La abrazo. La beso. Alisa me sonríe. No deja de mirarme por haberme recuperado. Hasta aquí la parte cursi…

“Me he perdido estos cinco años”, le comento aún aturdido por los recuerdos que siguen volviendo a mi memoria. “Desde tu desaparición no dejé de buscarte, pero era difícil: había que saldar la deuda primero”, señaló Alisa y me mostró las amplias cicatrices de su espalda, aquellas marcas que sólo la tortura le podía dejar.

“¿Quién era el cliente?”, pregunta Markus cada vez más enojado. “Aquel que nos tendió la trampa y me apartó de tu lado”, respondió Alisa con un semblante duro y homicida. “¿Tienes un plan para hallarlo?”, señaló Markus decidido. La fría sicaria sonrió maléfica: “Pues claro. ¿Cuándo le hacemos una visita?”.

Inesperado (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

He despertado. No sé cuántas horas han pasado. Sólo siento que ha sido mucho tiempo y ya no quiero estar echado. Me incorporo y me pongo de pie. La puerta de la habitación está abierta. “Es mi oportunidad”, pienso mientras avanzo hacia esa salida. No parece haber ningún peligro y camino a la sala.

Tampoco hay nadie. Miro a mi alrededor. Una mesa, un sofá, una puerta. Me dirijo hacia la puerta, con la esperanza que sea la salida de mi escondite. Cuando estoy por alcanzarla, algo me llama la atención sobre la mesa. Son una serie de fotografías. Veo una y otra y otra. Y me dejan desconcertado.

En ellas estoy con Alisa. Alisa me sonríe, ella me abraza, ella me besa. No sé cómo pueden existir esas fotos si recién las miro. No lo entiendo. Trato de huir. Mi mano se posa sobre la manija de la puerta… y empiezo a recordar. De pronto, ella se me hace tan familiar que ya no tengo temor. Las emociones afloran naturales. “¿Qué es lo que me pasa?”, me pregunto sin comprender del todo lo que ha sucedido.

(continuará)

Pacto de necesidad (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, César llamó a Camila para saber cómo se encuentra. Ella se disculpó con él, no había sido su intención dejarlo plantado. “Tu tía me comentó que habías tenido un problema familiar, por eso saliste de pronto”, preguntó el joven.

Ella se quedó en silencio un rato. Luego suspiró y le contó lo ocurrido. Sus padres se habían reunido con Camila para anunciarle que viajarían en un par de días al extranjero. “Me voy a vivir con ellos, siempre lo habíamos deseado”, dijo Camila estas últimas palabras como si no las sintiera cercanas. Como si una pesadilla hubiera surgido frente a ella.

A pesar del impacto de la noticia, César se contuvo y la felicitó por la noticia. “Pues espero que te vaya muy bien”, fue la breve respuesta del joven, quien cortó la llamada porque no podía contener la tristeza. Sintió que, para Camila, sólo había sido una situación temporal de su vida, un actor secundario de un breve momento.

Ya no tenía por qué estar más. Ya Camila consiguió lo que le era suficiente. Y, definitivamente, el pacto de necesidad se ha roto.

La playa del miedo (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Es otra noche que Anderson no pudo dormir. Otra noche que sintió su cama pesada y que le era imposible entender todo lo que había ocurrido. Porque todo era muy extraño, muy incoherente. Los rayos del sol ya entraban por su ventana pero era claro que no tenía ganas de trabajar. Su compañero lo fue a buscar cuando terminó su turno.

Tocó la puerta y espero que Anderson saliera. Cuando lo vio, le preguntó si había enfermado. “No. ¿Por qué?”, señaló Anderson movido por su curiosidad. Su compañero le informó que tampoco el comisario había ido a sus labores. Confundidos por aquel acto inusitado, ambos jóvenes fueron a la casa del comisario a ver qué pasaba.

Al llegar, golpearon la puerta pero nadie contestó. Temiendo que algo hubiera pasado, Anderson derribó la puerta y lograron ingresar. El comisario ya no estaba: encontraron un desorden en la habitación, se había llevado una maleta y varias de sus ropas. Entraron al garage donde guarda su camioneta. Está vacío. Anderson se pregunta por qué el comisario se fue sin avisar, “a no ser que…”

En la carretera, el viejo hombre maneja sin prisa su fuerte y azul camioneta. Para un momento al costado del camino para estirar un poco los brazos y las piernas. Vuelve a subir y se siente más despejado. Acomoda el retrovisor para ver mejor. Unas algas verdes parecen dormir en el asiento posterior…

Pacto de necesidad (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Jadeando por el esfuerzo, César llegó a la puerta del departamento de Camila. Se dio un momento para recuperar el aire y luego tocó el timbre. Sin embargo, ella no estuvo cuando se abrió la puerta. Mas bien una señora cuarentona se plantó frente a él.

César preguntó qué había pasado con Camila. “Disculpe joven, pero mi sobrina tuvo un problema familiar y salió de urgencia”, señaló la señora brevemente y le dio un papel. En este, había un número de teléfono para que la pudiera llamar.

César agradeció a la señora por el mensaje y se retiró al paradero. Prefirió no llamar ese día, seguro que Camila no le respondería. “Será mejor mañana”, dijo para sus adentros. Espero en el paradero hasta que llegó el bus, al que subió lentamente y con cierta decepción.

(continuará)

Inesperado (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Es aburrido tener que admitir que Alisa me ha secuestrado. ¿Qué ganaría teniéndome de su rehén? ¿Acaso no sabe que puedo huir? Trato de salir por la puerta. No se puede. Un pestillo parece estar evitando que logre escapar. Hago un berrinche enorme y golpeo y pateo la puerta, esperando que ceda.

La seguridad de esta habitación, se nota, es a prueba de mi enojo. Sólo me queda echarme a descansar porque la espalda me vuelve a fastidiar. Me quedo divagando mirando hacia ese techo blanco y algo sucio que se muestra sobre mi cabeza.

“Alisa, quisiera saber qué estás tramando”, me dije interiormente mientras la mirada al techo me cansó y me quedé dormido con esa fastidiosa duda. Estoy tan cansado que no me importa estar adentro. Estoy tan cansado que no me importa llegar afuera.

(continuará)