La puerta que cruzas

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La señora espera sentada en una mesa blanca, simple pero sofisticada. Mientras mira hacia la calle ardiente, se entretiene comiendo unos panecillos que descansan en pequeño plato. A los pocos minutos, aparece una mujer más joven que ella. Una amplia sonrisa surca su rostro y las dos se abrazan celebrando el reencuentro.

“Arminia, ¿cómo has estado?”, preguntó la más joven. “Muy bien, pero no más que tú, Lorena”, afirmó la noble dama y ambas rieron otra vez de alegría. Se sentaron y empezaron a conversar de las cosas que la vida no había permitido hablar en quince años. Lorena le escucha intrigada y sorprendida por todo lo que narra la mujer mayor.

De pronto, Arminia recibe una llamada. “Sí, estoy aquí. Ven a recogerme”, señala a quien le llamó. “¿Tu esposo?”, preguntó Lorena. “No, mi hijo Alfredo, está por aquí cerca, ya llega”, dijo la dama con otra sonrisa. Luego de unos diez minutos, un joven bien parecido se presentó en el lugar y saludó a su madre.

Ella lo saluda muy efusiva. “¿Te acuerdas de Lorena”, dijo Arminia presentando a su invitada. “Pues claro, como si hubiera sido ayer”, afirmó Alfredo encantado con la amiga de su madre. “Te veo mucho mejor… y más viejo”, bromeó Lorena y todos rieron con su ocurrencia.

(continuará)

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