El rey Azul (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, los asistentes al banquete se desbordaron. El vino fue servido a mares y las doncellas aparecieron por doquier. Para cuando el rey despertó, ya era el mediodía y la resaca lo traía bien cansado. Mirando a su alrededor, salvo algunas excepciones, los soldados estaban totalmente borrachos.

“En este estado no puedo iniciar la batalla”, pensó para sí y llamó al consejero que le habló el otro día. Su consejero no tardó en llegar y Eduardo le pidió que armara la comitiva para que, en dos días, llevara la oferta de indulgencia para los rebeldes. “Mi señor, si me permite, quisiera ser yo quien lleve el mensaje”, se ofreció Petreos, quien es el más sobrio de los presentes.

Eduardo le da su consentimiento y junto con el consejero arman una comitiva de cinco hombres. Ellos montan sus caballos y se dirigen hacia el bosque. Luego de una cabalgata de más de cinco horas, la comitiva es detenida por dos vigilantes. Ellos les preguntan rudamente de dónde vienen.

(continúa)

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