Recuerdos de la oscuridad (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Las mujeres empezaron a preparar la sopa y el guiso, no sin llorar a mares mientras lo hacían. Sabían bien que algún error que cometieran, la próxima bala atravesaría sus cuerpos. Celina mandó a vigilar a uno de los hombres, y se reunió conmigo a un lado de la plaza.

Prieto, ella y yo comenzamos a mirar la escena. “Espero que acaban rápido, estoy con un hambre”, señalaba Prieto rascándose el abdomen mientras esperaba sentado. “Sí, que se apuren, para comenzar el juicio popular”, afirmó Celina con severidad e indiferencia.

Yo los miraba a ambos sin mucho ánimo: la caminata me había desgastado y, como Prieto, sólo tenía ganas de llenarme la panza. Aun así, le pedí a un grupo que trajeran ante mi presencia al alcalde, los profesores y demás autoridades del pueblo.

Unas diez personas se aproximaron. Encabezando el grupo un hombre mayor, de tez cobriza. Era Leopoldo Nuñovero, el alcalde de La Abundancia. “¿Sabe quién soy?”, le pregunté al viejo con toda mi arrogancia. Él levantó los ojos: “Eres Melsig”, respondió firme pero sereno, “y ya sé lo que nos espera”.

(continúa)

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