Archivo por meses: noviembre 2010

El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo seis)

[Visto: 838 veces]

(viene del capítulo anterior)

Jano despertó gritando. “Melvin”, se oía en el cuarto al tiempo que miraba las paredes del cuarto. Fue entonces que sintió una mano sobre la suya. Mirella estaba allí. Se había quedado cuidándolo los cuatro días que duró su incapacidad. Él la abrazó como nunca antes lo había hecho durante largos minutos.

“Recordé a Melvin”, le dijo a ella una vez que estuvo más tranquilo, “recordé su muerte y también el propósito de mi misión”. Empezó a contarle sobre aquel plan: la forma en que halló a Mendieta, la forma en que desbarató su organización, en que el traficante le suplicó por su vida, y cómo cruelmente lo asesinó.

También le narró su descontento por no haber encontrado al Mecenas y, sobretodo, el hecho de su drogadicción. “Quería olvidar lo sucedido con Melvin”, habló con melancolía, “quería olvidarlo ya”. Comprendió finalmente su caos de las misiones siguientes, sus sanguinarias ejecuciones, la miseria moral en que se hallaba.

“Todo eso cambiará”, afirmó y luego le dio un apasionado beso a Mirella. Una vez que terminó el efusivo saludo, miró de reojo hacia la puerta de la habitación. Dos guardias vestidos de terno la custodiaban. “¿Por qué hay seguridad en mi puerta?”, preguntó sin entender lo que pasaba. “Yo no te traje sola aquí”, le reveló ella: “Fue tu padre”…

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Proyecciones macabras (capítulo ocho)

[Visto: 840 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pasó una semana. Eduardo decidió no esperar en casa: camina por la calle donde ocurrirá el homicidio. Se para en una esquina. Es medianoche, y la tranquilidad de la cuadra parece inalterable. Al menos hasta unos segundos después: la persecución ya comenzó. Una cuadra arriba, un hombre sale corriendo detrás de un edificio. Siguiéndole los pasos, un arquero vestido de azul que tensa su arco.

La víctima logra esquivar las primeras flechas, pero no puede contra la destreza del “cazador”: una de las saetas atraviesa la pierna derecha del perseguido que, aunque rengueando con dificultad, quiere huir. Una segunda flecha se incrusta en su brazo izquierdo y lo derriba sobre el pavimento. Ruega por su vida, pero el arquero es inmisericorde: un flechazo a mansalva acaba con la resistencia del victimado.

Eduardo ya se acerca, y el asesino escapa raudo. Sin tiempo para alcanzarlo, decide auxiliar al malherido. Su sorpresa es mayúscula: se trata del profesor Sotomayor. “Déjeme ayudarlo, profesor”, dice el joven, mas el hombre ya no puede oírlo. El joven abraza en sus manos la cabeza de su mentor mientras caen lágrimas de sus ojos. “Real o fantasía, juro que te encontraré”, grita amenazante al enemigo que ya no está…

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Proyecciones macabras (capítulo siete)

[Visto: 831 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ciertamente sorprendido, Eduardo se despidió a secas de Guillermo y se dirigió a su casa. Aquella noche, cansado, sólo procuró descansar. “Un lobo que no está”, se dijo para sí mientras acomodaba la cabeza en su almohada. Mirando hacia nada, no tardo en quedarse dormido. Tampoco en soñar con la sombra.

La historia se repitió durante las siete noches siguientes, la misma pesadilla, sólo que cada vez más nítida. ¡Y justo esa mañana, cuando por fin vio con claridad a la víctima, la mujer aparecía muerta! Y Guillermo la convertía en un mero personaje de un cuento cualquiera. Ya no quiso pensar más. Se dejó de quejar y, por primera vez desde que el suceso comenzó, se sintió muy tranquilo…

Por poco tiempo. Apenas unos minutos después de haber cerrado los ojos, otra pesadilla irrumpió en su mente. A pesar de lo borroso de la escena, fue suficiente para darse cuenta que había una mancha azul perseguía a una mancha negra. De pronto, la mancha negra se detenía y caía sobre lo que parecía suelo. Eduardo se levantó sobresaltado. “Otro asesinato”, se lamentó, asiéndose los cabellos…

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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo cinco)

[Visto: 821 veces]

(viene del capítulo anterior)

Hubo un momento de cuasi silencio, en que sólo los pasos se podían oír, avanzando por los techos. Finalmente, Melvin y Jano se ocultaron detrás de una pared. Aprovechando que cargaban nuevas balas, Melvin puso una mano sobre el hombro de su amigo. “Mendieta”, refiriéndose al traficante de armas, “no es el pez gordo. Hay alguien detrás moviendo los hilos”.

Jano lo miró extrañado, pero decide seguir escuchándolo. Su amigo le comenta que se ha enterado de, e incluso espiado, reuniones secretas con un individuo alto y reservado. “Le dicen El Mecenas. Capté su rostro y me puse a buscarlo. Él se llama…”, y no pudo continuar. Una ráfaga casi los alcanza.

“Tienes que irte”, le alcanzó a decir Melvin en medio del ensordecedor rugir de las metrallas. Jano no daba señales de hacerle caso; al contrario, quería luchar a su lado. Consciente que su amigo debería descubrir el secreto, se acercó a él y lo sostuvo por los brazos. “Lo siento”, se lo cargó sobre su espalda y lo tiró abajo del edificio…

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La nota en el puente

[Visto: 810 veces]

Callada, ida, destrozada. Así se siente Malena mirando hacia la pista que está debajo del puente. La noche anterior, al recibir esa ingrata llamada, perdió por un momento el habla. Salió corriendo, tomó un taxi y llegó a aquel fatídico sitio. No le era posible entender que Alberto hubiera muerto.

Sobre el pavimento, observó el cuerpo tapado con una sábana gris. No hubo necesidad de descubrirlo: la cicatriz marcada por una quemadura en su brazo derecho fue la señal de su reconocimiento. Por fin, entonces, pudo llorar, un día, dos, una semana, dos. Un mes después, volvía al puente desde donde los policías dijeron que se lanzó.

No había testigos, ni señas de otro en la escena: simplemente pensaron que se había suicidado. Y Malena a considerar el hecho, aunque a veces lo resistiera. Dejó una rosa blanca recostada en el barandal del puente. Se alejaba sin mirar atrás, cuando un sonido la detuvo. Era como una rosa cayendo.

Volteó. En efecto, la rosa estaba en piso pero no había nadie alrededor, mas que ella. Se acercó a recogerla, y notó que un papel doblado se encontraba aprisionado debajo de los pétalos. Malena besó la rosa y la puso de nuevo en su lugar. Se alejaba ya cuando abrió el papel. Se detuvo y la nota dejó caer. “No me suicidé. Me asesinaron”, se leía en él…

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