El hombre en la capucha (capítulo diecisiete)

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(viene del capítulo anterior)

El encapuchado se dirigió sigiloso hasta la casa de Yancarlo. Le pareció extraño descubrir que sólo dos hombres de negro cuidaran la puerta. A pesar de ello, decidió utilizar el rifle y, echado entre la maleza cercana, se posicionó como francotirador. El de la izquierda apenas si logró escuchar el disparo que destrozaba su garganta.

El del la derecha trató de auxiliarlo antes de caer arrodillado ante aquella herida en la pierna, la cual ya no tuvo cómo gritar ante un segundo disparo en la nuca. Jano ganó la puerta pero, antes que la abriera, la intuición se le adelantó: volvió hacia la ventana abierta de la izquierda y tiró dentro dos granadas.

La detonación fue tal que varios de los guardaespaldas del narco salieron volando con la explosión. Con la entrada despejada, el encapuchado avanzó dando tiros de gracia entre los heridos y mutilados. Siguió caminando, hasta que entró en la biblioteca y la duda le llenó el pensamiento. “Vaya, veo que has llegado”, dijo Yerbo mientras apuntaba con su pistola a la cabeza de Mirella…

(continúa)

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