Archivo por meses: mayo 2010

Admirado y resistido, Claudio Pizarro anotó su gol 133 en la Bundesliga

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Aquel exquisito taco que se coló en el arco de Frank Rost fue el broche perfecto que coronó a Claudio Pizarro, junto al brasileño Elber, como uno de los máximos goleadores extranjeros en la Bundesliga. La extraordinaria jugada terminó con la sequía de dos fechas sin anotar y las dudas de que siquiera alcance el récord durante la presente temporada.

Aún así, siempre persiste la gran deuda que mantiene con la selección peruana, lo cual ha dado pie desde hace mucho a un amplio debate sobre por qué con la bicolor no rinde de la misma manera que en tierras germanas: que lo ponen en otra posición, que no cuenta con los compañeros de ataque ideales, que no se raja en beneficio del equipo…

La dedicatoria de su polo, “El #1 es peruano”, apunta justamente a esta reinvindicación: ganarlo todo allá no siginifica nada si no puede dar a su terruño parte de la gloria alcanzada. Con una fama a recuperar por estos lares, para bien suyo y nuestro, que tal pensamiento impere en sus últimos años de carrera deportiva y se pueda lograr aquel lejano sueño de volver a la Copa del Mundo.
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Los dos lados del espejo (capítulo 5G)

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(viene del capítulo anterior)

Bruno G disimuló una tensa tranquilidad en el trayecto de regreso a casa. Pero una vez que cerró la puerta del cuarto, se derrumbó por completo. Tirado sobre la cama, recordó todo lo vivido en ese lado del espejo, y también todo lo sufrido del otro lado. “No puede ser”, gritó desesperado mientras intentaba confiar en que el email no era otra cosa que una broma. Pero no, volvía a mirar la pantalla de su computadora y volvía a leer aquella frase amenazadora.

Decidió no salir de ahí, y se la pasó cavilando horas de horas, sintiéndose cada vez más enfermo y abatido. Ya no dormía y comía poco. Incluso a Leslie apartó de su lado a pesar de sus continuos ruegos para que recapacitara. Finalmente, la siguiente noche de luna llena llegó y pudo ver el resplandor que formaban los rayos sobre la superficie lisa del espejo.

Atónito quedó un momento antes que se alzara desafiante. “No”, gritó furibundo. Luego buscó entre los cajones de la pequeña mesa de noche y encontró un martillo. Agarrando el instrumento, asestó fuertes golpes al espejo que, a causa del encantamiento, no recibía ningún daño. “¿Qué estás haciendo?”, preguntó Leslie, quien miró hacia adentro luego de forzar la puerta un poco. Bruno soltó el martillo y caminó hacia ella…

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Los guardianes de la construcción

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Fernando escudriña el horizonte desde aquellos escombros caídos al primer piso intentando comprender por qué sigue allí. Hace apenas un mes lleva trabajando en un proyecto inmobiliario de una constructora. Habían comenzado por empezar a demoler la bella pero vieja casona para dar paso a un alto edificio de departamentos. Fue entonces que decidió quedarse a almorzar dentro del segundo piso que comenzaría a caer por la tarde.

Pensó que sería genial disfrutar de aquel ambiente antes que desapareciese por completo ante el golpe seco de las combas y las furiosas arremetidas de la maquinaria pesada. Luego de comer de su generoso taper, se sentó a observar esas finas mayólicas, que alguna vez fueron la envidia de la zona, mientras tomaba del envase plástico la infusión de valeriana que preparó por la mañana. Embelesado con lo que miraba, no tardó en quedarse profundamente dormido.

Para cuando despertó, el día se había convertido en noche. Se levantó y quiso salir, pero la oscuridad era tan densa que lo imposibilitaba ver muy lejos. Prendió la linterna que tenía en el casco y divisó la silueta de un hombre alto, que parecía un mayordomo. Se le hizo extraño porque era primera vez que lo veía, así que le pasó la voz. “Señor”, gritó Fernando pero eso sólo hizo que el desconocido se alejara.

Fernando corrió en su dirección pero, cada vez que parecía estar más cerca, el hombre alto se le escurría a velocidades inauditas. Finalmente, el obrero encontró un montículo de tierra donde estaba parado otro trabajador. Fernando pasó la voz, el otro volvió la cabeza y se quedó pálido, corriendo luego fuera de la construcción. El obrero quiso ir tras él pero el mayordomo se apareció y lo contuvo.

“¿Por qué me desconoce?”, preguntó Fernando. El mayordomo le indicó el montículo: “cava y verás”. El obrero empezó a retirar la tierra. Encontró primero un casco con linterna. Siguió sacando escombros y vio una mano. Al instante su instinto de supervivencia lo llevó a acometer con mucho esfuerzo la labor de salvar a su compañero caído mas, cuando terminó el desentierro, quedó anonadado…

El que había terminado bajo los escombros era él. Miró otra vez su cara, y vio que no respiraba. “Pero, ¿por qué…?”, empezó a decir, mientras el hombre alto lo interrumpía: “Conseguiste un nuevo trabajo. Fuiste elegido para ser el nuevo guardián”. El mayordomo dijo que había tenido esa misión pero, ante el advenimiento del proyecto, necesitaba de más ayuda… y se la otorgaron. Fernando escudriña otra vez el horizonte y, bajo su fantasmagórico manto, acepta el encargo. Sigue leyendo

Los dos lados del espejo (capítulo 4A)

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(viene del capítulo anterior)

Son las diez de la mañana y Noelia atraviesa las puertas del antiguo edificio. En el recibo la espera Bruno A. “Por aquí”, dice él mientras la dirige hacia la parte más alejada de la biblioteca, allí donde abundan en los altos estantes los libros oscurantistas y otras rarezas de la escritura y el conocimiento. Noelia pregunta por dónde comienzan. “Revisa este libro”, dice Bruno pasándole el primer tomo del primer estante.

Los primeros días son muy desordenados para su búsqueda, buscando desesperadamente una solución más que en las causas, hasta que Bruno recuerda los detalles del espejo y la luna llena. No tarda más que unas horas para encontrar un manuscrito polvoriento que le devuelve la esperanza: “Los portales”.

“Quien quiera pasar al otro lado para cambiar su destino, deberá esperar una noche de luna llena mirando de frente a un espejo ovalado”, leyó el joven abriendo bien los ojos para descubrir que los rayos de luna transformaron su mueble en un pasaje a otra existencia. Bruno tomó del brazo a Noelia, la jaló fuera del edificio y corrió con ella hasta su casa.

Luego que entraron al cuarto, el joven encendió la computadora y escribió un mensaje mandándoselo a su propio correo. Él creía que, así como el espejo ante la luna llena, la máquina y el espacio virtual le servirían de portal para comunicarse con el otro lado. Obviamente, Noelia no entendía nada. Mas bien se sentía asustada de verlo tan ansioso.

“¿Está todo bien?”, le preguntó cuando él terminó de escribir. “Ahora todo estará bien”, y Bruno la abrazó con fuerza. Sintió entonces una calidez sobre sus hombros: Noelia estaba llorando. Él le acarició el pelo y, mientras más la miraba, más sentía esa conexión. No se contuvo y la besó… y no fue decepcionado porque ella también le correspondió.

Una vez que separaron sus labios, las sonrisas cómplices se esbozaron, pero el momento feliz no duró mucho. Bruno A se acercó a la computadora y descubrió un nuevo mensaje: “Ya no volverás. Es ahora mi tiempo y mi espacio, y no lo podrás cambiar”. “Eso está por verse”, dijo con una mueca de disgusto mientras cerraba la sesión…

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Los dos lados del espejo (capítulo 3A)

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(viene de la parte anterior)

Bruno A comenzaba a quedarse inconsciente, mientras una sombra oscura lo sostenía de las piernas mientras intentaba quitarle la soga. Él cayó pesadamente sobre el suelo aún respirando con dificultad. Cuando se recuperó, miró con extrañeza a Noelia, la chica alta, fornida y de cabello largo amarrado que le había salvado la vida.

“Veo que estás mejor”, dijo ella con el tono ronco de su voz, viéndolo de una forma casi inexpresiva. El joven preguntó por qué lo había salvado, pero ella calló. Le extendió su brazo y lo ayudó a levantarse. Bruno se animó a seguirla mientras su cabeza continuaba pensando cómo era que aquella joven tuviera ese porte tan varonil y atlético.

Luego de salir de la casa y caminar por el bosque cercano, finalmente Noelia le señaló una pequeña cueva. Ella prendió un fuego arrojando un fósforo encendido a los papeles que había en un barril de desechos. La cueva se iluminó y Bruno descubrió algunas botellas de licor y papeles con mensajes suicidas.

“Aquel día lluvioso”, recordaba Noelia, “tú me salvaste”. Bruno tuvo entonces en su cabeza la memoria de aquella chica flaca hundida en una depresión por haber sido vejada, aquella que se había dado a la inanición y la bebida mientras intentaba terminar con su vida, y cómo la rescató de una muerte segura al llevarla al hospital cercano.

“Y esa vez, entendí que también había personas a las que les importaba”, prosiguió Noelia en su relato, pero su rostro, iluminado de súbito, volvió a su inexpresión: “pero no quería deberte el favor, así que estamos a mano”. Luego que salieron del bosque, él le preguntó si la volvería a ver. Noelia dibujó una sonrisa y asintió con la cabeza. “Búscame mañana en la biblioteca”, dijo Bruno A entrando en la casa…

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