El roche de aquel año (parte final)

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(viene de parte tres)

En este punto de su narración, Gino se calló. Sus amigos vieron ante sí el alto portón verde donde detuvo su caminar. “¡Qué tal roche, peor que el mío!”, comentó César. “Pucha yo nunca me hubiera imaginado algo así”, dijo Jared. ¿Y que es este portón?”, inquirió el gordo. “Llegamos a mi cole”, habló Gino, algo emocionado. Tocó la pequeña puerta del costado, abrieron, dijo un par de palabras y a continuación agregó: “vengan, pasen”.

Rui, el blanquiñoso y César pudieron constatar el amplio patio junto al edificio de salones. También el balcón y la escalera, con sus resplandescientes lozas y metálicos barandales. Gino subió a uno de las aulas. Bajó luego de un rato acompañado de un hombre con el pelo encanecido. “Les presento al profesor Gálvez”, les señaló a su profesor de Literatura.

Se quedaron un momento conversando de diversos temas, y otras anécdotas que, entusiasmado, Gálvez contó a los jóvenes. Luego que el profesor se retiró, sus amigos aún le hacían un tanto de chacota al pobre Gino. De pronto, Jared le preguntó: “¿Y cómo termina la historia?”. Gino, tras exhalar un suspiro, prosiguió:

Tras disculparme con mis compañeros por el bochorno, me dirigí hacia los lavabos, a tomar un poco de agua. Después, sólo me senté en una banca del patio, a ver cómo terminaba el día. Fue entonces que el sol que se apagaba fue tapado por mi sol, Celeste. Ella se quedó en silencio un rato, sentada a mi lado y después preguntó cómo me sentía.

Sólo atine a decirle que ya me sentía mejor. Pronunció “Ven” y, como pidiéndome que la siguiera, caminó hacia la escalera. No me lo quedé pensando y también caminé con ella. Subimos hasta el balcón. Aún asustado, no sabía a qué venía su actitud. “Quiero escuchar tu poema”, fueron sus palabras. Sólo quería olvidar ese mal rato y no volver a revivirlo.

“Solamente yo estoy aquí”, dijo ella y, acto seguido, me robó un beso, uno largo, uno dulce. La miré con cara de asombro y mi seguridad, antes perdida, empezó a aflorar de nuevo. Comencé pues a recitar de nuevo aquel poema, que esta vez sí finalicé. Celeste me volvió a besar y dar un abrazo en el balcón testigo del roche que aquel día ocurrió.

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