Historia de Sérvulo (parte dos)

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(viene de parte uno)

Dos jinetes atraviesan el bosque de Galden a gran velocidad. Montados en su caballos, los dos hermanos van en busca del mismo ciervo que, segundos antes, se escapó ante el silbar de las flechas lanzadas; siguen el rastro evidente de la sangre pintada en los árboles. Finalmente, llegaron a un claro del bosque donde el ciervo, demasiado jadeante, espera con ojos quietos su destino final. El mayor de ellos se acerca lentamente, cargando la lanza que ciegue la vida del sufriente animal, mas lo sorprende una flecha veloz viniendo en su misma dirección. Muerto yace ahí el de altas crestas.

“Por qué no me sorprendes, Sérvulo”, exclama Legardo con una sonrisa forzada. “Carguémoslo pronto, que la noche se acerca”, le reprocha el aludido. Sérvulo tenía ya dieciséis años, pero sus impulsos lo hacían tan fuerte como un hombre de treinta. Él y Legardo, hijos del rey Rolando, compartían la animosidad propia de la juventud, pero el menor estaba más que dispuesto a ellas por las vicisitudes y sus sentimientos. Tan rápido como colocaron el ciervo sobre uno de los caballos, enrumbaron hacia el castillo de su padre.

A mitad de camino, la noche aparece. Los hermanos deciden armar una fogata y cocinar el ciervo muerto. Mientras Legardo prende el fuego en las ramas recogidas, Sérvulo observa pensativo la llama candente, que crece y alumbra su atribulado rostro. Legardo lo mira, y descubre su pensamiento: hace un año que su madre, la reina Belder, se suicidó lanzándose de una de las torres del castillo. Sérvulo la vió caer por el ventanal y nada pudo hacer, sólo llorar su desconsuelo. Rolando entró en la habitación con otra mujer en brazos. Sérvulo se ofuscó y abandonó, corriendo lloroso, la habitación materna.

La voz de Legardo lo saca de sus recuerdos: “Ella lo quiso así”. Sérvulo volteó la faz hacia su hermano, y la furia retratada, honda y ciega, tensionó la escena. Luego, miró la llama y dijo: “Él lo quiso así”. El mayor quedó callado, y entonces Sérvulo pronunció su terrible sentencia: “Y por su pecado pagará”.

(continúa)

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