A finales del año 2021, un grupo de exestudiantes de la especialidad de Literatura decidieron desarrollar una revista, Convergencias, y me pidieron participar enviándome un cuestionario. Como docente de Teoría Literaria debía responder y luego reenviar un conjunto de doce preguntas. Recibí las preguntas y envié el texto. Pasó el tiempo y nuca supe algo del grupo o de su publicación. Ni siquiera respondieron el correo confirmado la recepción del texto.
Para Lacan, una carta llega siempre a su destino. Los significantes de la carta se inscriben en el inconsciente, en el gran Otro y, por lo tanto, el sujeto no es el amo de la letra, ni del contenido. Así, publico esta carta en forma de entrevista por aquí, a la espera de que su camino sea largo, que muchas sean sus mañanas de verano y que llegue con placer y alegría a puertos nunca vistos antes. Aunque Derrida diga que no es posible detener una cadena de significantes, no importa, Ítaca, Kavafis y la Carta robada de Poe la esperan.
Ninguna. La literatura, entendida como una posible configuración de la realidad, no se puede someter a los objetivos programáticos de la violencia o política. La literatura propone y desarrolla mundos posibles y estos no deberían someterse a un fin en particular. Sin embargo, lo último no deslegitima el trabajo de narradores que utilizan el texto literario para sostener y legitimar ideas, como en la novela de tesis o el realismo socialista, es una estrategia válida. Lo que no es correcto es reducir el fenómeno literario a una lectura de objetivos políticos por cumplir o validar.
La pregunta excede el campo de los estudios literarios. En términos generales, la política es la manera de relacionarse con el poder y la violencia ha sido una estrategia para apoderase de él. Evidentemente, este mecanismo tiene consecuencias en cualquier sistema social, uno de ellos es la injusticia.
La pregunta lleva implícita la complicidad del entrevistado y entrevistador sobre lo que se entiende por violencia política. Y en este pacto se debería entender por violencia política los acontecimientos generados por el intento de tomar el poder por parte de Sendero Luminoso y el MRTA; y la respuesta del Estado Peruano en el contexto de los años ochenta y noventa. No obstante, esto es etéreo e invisibiliza otros tipos de violencia que también son políticas como la violencia de género.
Sin embargo, si se asume – y se resume- la violencia política en relación con el conflicto armado interno de los años ochenta y noventa en el Perú, entonces se van a encontrar representaciones al margen de la literatura peruana que reflexionan sobre la experiencia de la violencia. Por ejemplo, en el caso de las artes plásticas está el trabajo de Alfredo Márquez o el Elena Tejada-Herrera; en el teatro, el grupo Yuyachkani; o en el cine, La boca del Lobo de Francisco Lombardi; en las artes tradicionales y la antropología, Edilberto Jiménez.
No. Lo fundamental no es recordar, lo importante es construir la memoria. Ejercitar la memoria presupone repasar y fosilizar un conjunto de significados que han sido previamente elaborados, seleccionados y canonizados. Recordemos a Jacques Rancière, lo sustancial es ampliar el campo de lo sensible y de lo decible. La construcción de la memoria es en sí mismo un acto político, el ejercicio, no.
En el espacio narrativo, la ficción solo se puede entender como una posible configuración de la realidad. Una posibilidad. Desde este punto de vista no hay posibilidades literarias buenas o malas, mejores o peores. En todo caso, la ficción es buena, sobre todo, necesaria para la construcción del imaginario y para entendernos como parte de una comunidad imaginada.
Desde los Cantares de Gesta hasta William Faulkner, desde Guamán Poma a Miguel Gutiérrez o Pilar Dughi, la narrativa siempre fue – y es- un espacio de reflexión e interpelación de la violencia, sus causas y consecuencias. Y esto se da porque la violencia “actúa como un dispositivo traumático que quiebra buena parte de las posibilidades del lenguaje y enfrenta toda representación a los angustiados límites del discurso[1]”.
Sin embargo, la relación entre oralidad y textos escritos es más compleja. Por un lado, la oralidad en la escritura es una convención entre el texto, el narrador y el lector pues la oralidad deja de ser tal cuando pasa al texto. Ni los trabajos más experimentales como Canto de sirena o Monólogo desde las Tinieblas pretenden recrear la voz del otro tal cual, sino que son textos altamente trabajados y estructurados. Por otro, la oralidad aparece como parte de una modalización de la mímesis, el narrador cede la palabra a los personajes. Esta estrategia narrativa facilita la incorporación de la oralidad en el texto, además, permite la polifonía.
Entender una parte de la narrativa peruana desde un posible vínculo identitario con un conflicto armado es una buena oportunidad comercial y política. Por ejemplo, Iván Thays en una mesa redonda llamada Narrativa peruana de los noventa: balance y perspectivas[2] sostuvo que “no hay por qué hacerles caso a quienes te exigen que reflejes una realidad que quizás no te tocó o te tocó de una manera indirecta, como en mi caso”. El texto era la respuesta a los reclamos de un sector de la crítica que requería un compromiso la literatura con su contexto. Sin embargo, el mismo autor, en el año 2008 publicó Un Lugar Llamado Oreja de Perro, un texto que ficcionaliza sobre Ayacucho en los años ochenta. ¿Por qué se dio el cambio de valoración del contexto y de la realidad?
En este punto es bueno recordar a Antonio Cornejo Polar, quien en un texto de 1998, Profecía y experiencia del Caos: La Narrativa Peruana de las Últimas Décadas, dice que: “la narrativa de las dos últimas décadas – salvo escasas excepciones – enmudece igualmente a la violencia sin límites que desangra el país[3]”. Y dentro de las escasas excepciones no estuvo Thays.
Una estrategia similar aparece en el artículo La narrativa peruana después de Vargas Llosa[4] de Gustavo Faverón, aquí el texto propone que “si algunas huellas de Vargas Llosa habrán de resultar indelebles en esta aún naciente tradición narrativa peruana, ellas serán las lecciones cosmopolitas, la abolición de los remanentes de provincialismo”. Y tiempo después el mismo autor publica la antología Toda La Sangre (2006), y ahora lee e interpreta la literatura peruana desde un posible vínculo con el conflicto armado interno de los años ochenta y noventa, desde las particularidades y no desde el universalismo vargallosiano.
¿A qué se deben estos cambios? Miguel Ángel Huamán, en su texto ¿Literatura de la violencia política o la política de violentar la literatura?[5] sostiene que los cambios se deben a intereses comerciales y al hecho de asumir “la literatura como un documento que ofrece información sobre los conflictos y luchas de la sociedad”. Sin embargo, este mecanismo reduce la naturaleza de la literatura “a su contenido o mensaje explícito y se parte de la idea de que la serie literaria posee la misma densidad y dimensión que lo social.” Así, la literatura pierde su estatuto ficcional y generador de mundos posibles y se somete a las regles de la sociología, de la antropología, de la historia y el mercado. Y se vuelve un producto elaborado por una élite intelectual que construye el punto de vista correcto que debe ser consumido si se quiere conocer el pasado: la literatura de la violencia política.
Por definición, la literatura indigenista es una mirada externa al mundo andino, una narrativa que aborda el mundo no criollo como un referente. Es una literatura escrita en español para lectores hispanohablantes. Y esta tradición literaria, externa al mundo andino, no solo se asume como la voz de los que no tienen voz, sino que también intenta entender el mundo andino desde el estereotipo de la violencia sistémica.
Este mecanismo se usa para crear narrativas sobre el otro, y también se usa para dar sentido al mundo andino y a su literatura. Por ejemplo, para el investigador Mark Cox: “la narrativa peruana sobre la violencia política desde 1980 contiene una gran cantidad de temas y escritores, pero una de sus corrientes más importantes se nutre de la tradición indigenista y se asocia con el surgimiento en los años ochenta de lo que se llama narrativa andina. Forma parte de una larga tradición que tiene sus raíces en una literatura altamente política que incluye las crónicas de la conquista y del periodo colonial, así como la narrativa indigenista, neo indigenista y andina[6]”. Desde este punto de vista, la narrativa andina surge en los años ochenta, década del conflicto armado interno y su partida de nacimiento no es Guamán Poma, ni el Inca Garcilaso, sino la violencia.
Esta supuesta violencia fundacional invisibiliza las particularidades del mundo andino desde categorías que son comunes a otras tradiciones. ¿Acaso no existe violencia en la literatura criolla? ¿Solo en los andes peruanos se escribe sobre política? Así, se construye un discurso externo al mundo andino – esta vez desde la crítica[7]– que intenta apropiárselo desde el estereotipo de la violencia sistémica. Pensar que existe una tradición narrativa cuya principal característica son los abusos o la violencia contra los inocentes es minimizar su literalidad, su visión del mundo y sus particularidades no occidentales
Entonces, ¿vendría a ser la violencia un síntoma de crisis social? Esa es una pregunta que debe responder la sociología o las ciencias sociales. ¿La violencia es parte de la identidad de la literatura andina? De ninguna manera.
Más que oposiciones, existen puntos en común entre el ensayo y la novela. A diferencia de la monografía o la investigación académica, para el ensayo es más importante la pregunta que la respuesta. Al igual que la novela, en ambos géneros lo significativo es la especulación, no la recreación o documentación de la realidad.
No. Asumir una respuesta afirmativa a esa pregunta es olvidar, intencionalmente, que el principal compromiso de la literatura es con la palabra, en términos de los formalistas rusos, con la literalidad; no con la discusión política. Lo dice el propio Manuel Scorza: “hice un esfuerzo de poeta para tratar bien a la palabra, porque yo quería acabar con la excusa demagógica de que los escritores que tocan temas populares escriben mal[8]”. Luego, la literatura puede, o no, establecer un diálogo con su referente y un compromiso político.
[1] Vich, Víctor. (2002). El caníbal es el otro: violencia y cultura en el Perú contemporáneo. LIMA. Instituto de Estudios Peruanos. P 55.
[2] Thays, Iván. Fornix. Narrativa peruana de los noventa: balance y perspectivas (1999). Revista Fornix. 57-60.
[3] Cornejo Polar, Antonio. Profecía y Experiencia del Caos: La Narrativa Peruana de las Últimas Décadas. En: “Literatura Peruana Hoy: Crisis y Creación”. Karl Kohuot, José; Morales Saravia, Sonia, editores. Madrid: Editorial Vesvuert, 1998. P 25.
[4] Faverón, Gustavo. La Narrativa peruana después de Vargas Llosa (1997). En: “Quehacer”, número 108. Lima, Julio- agosto.
[5] Huamán, Miguel Ángel. ¿Literatura de la violencia política o la política de violentar la literatura? (2007) En: “Revista Ajos & Zafiros”. Lima, N° 8-9.
[6] Cox, Mark. La Narrativa Peruana desde 1980 y la Violencia Política. En: “Jornadas Andinas de Literatura JALLA – Actas”. Cuzco: Editorial Cronolibros, 2001. P 67.
[7] Es importante apuntar el lugar de enunciación de Mark R. Cox , docente de Spanish and Latin American Studies en el Presbyterian College de Estados Unidos.
[8] Forges, Roland. Palabra viva: conversaciones con escritores peruanos (3 vol set) Lima, Editorial Studium. 1988.
*El título es una propuesta para esta entrada del blog, no es el título que los redactores pensaron para su non nata revista.
Sobre el autor:
Héctor Omar Escobar Tapia (Lima, 1975), docente e investigador de la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la Universidad Nacional Federico Villarreal, UNMSM y de la Escuela de arte contemporáneo Corriente Alterna. Licenciado en Literatura (UNFV), Licenciado en Educación (UPCH) y Magister en Historia del arte y curaduría (PUCP).
Para citar esta entrada:
ESCOBAR, Héctor Omar
2022 “Toda carta llega a destino: divergencias y convergencias entre la ficción literaria y la violencia en la literatura peruana “. En: Líneas Ajenas. Arte, Literatura, Educación.
URL: http://blog.pucp.edu.pe/blog/lineasajenas/2022/08/29/toda-carta-llega-a-destino-divergencias-y-convergencias-entre-la-ficcion-literaria-y-la-violencia-en-la-literatura-peruana/
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