BASURA Y GÉNERO. Un artículo de Beatriz Preciado

BASURA Y GÉNERO. MEAR/CAGAR. MASCULINO/FEMENINO

Por Beatriz Preciado

La autora

Más acá de las fronteras nacionales, miles de fronteras de género, difusas y tentaculares, segmentan cada metro cuadrado del espacio que nos rodea. Allí donde la arquitectura parece simplemente ponerse al servicio de las necesidades naturales más básicas (dormir, comer, cagar, mear…) sus puertas y ventanas, sus muros y aberturas, regulando el acceso y la mirada, operan silenciosamente como la más discreta y efectiva de las “tecnologías de género.”(1) Así, por ejemplo, los retretes públicos, instituciones burguesas generalizadas en las ciudades europeas a partir del siglo XIX, pensados primero como espacios de gestión de la basura corporal en los espacios urbanos (2), van a convertirse progresivamente en cabinas de vigilancia del género. No es casual que la nueva disciplina fecal impuesta por la naciente burguesía a finales del siglo XIX sea contemporánea del establecimiento de nuevos códigos conyugales y domésticos que exigen la redefinición espacial de los géneros y que serán cómplices de la normalización de la heterosexualidad y la patologización de la homosexualidad. En el siglo XX, los retretes se vuelven auténticas células públicas de inspección en las que se evalúa la adecuación de cada cuerpo con los códigos vigentes de la masculinidad y la feminidad. En la puerta de cada retrete, como único signo, una interpelación de género: masculino o femenino, damas o caballeros, sombrero o pamela, bigote o florecilla, como si hubiera que entrar al baño a rehacerse el género más que ha deshacerse de la orina y de la mierda. No se nos pregunta si vamos a cagar o a mear, si tenemos o no diarrea, nadie se interesa ni por el color ni por la talla de la mierda. Lo único que importa es el GÉNERO. Tomemos, por ejemplo, los baños del aeropuerto George Pompidou de Paris, sumidero de desechos orgánicos internacionales en medio de un circuito de flujos de globalización del capital. Entremos en los baños de señoras. Una ley no escrita autoriza a las visitantes casuales del retrete a inspeccionar el género de cada nuevo cuerpo que decide cruzar el umbral. Una pequeña multitud de mujeres femeninas, que a menudo comparten uno o varios espejos y lavamanos, actúan como inspectoras anónimas del género femenino controlando el acceso de los nuevos visitantes a varios compartimentos privados en cada uno de los cuales se esconde, entre decoro e inmundicia, un inodoro. Aquí, el control público de la feminidad heterosexual se ejerce primero mediante la mirada, y sólo en caso de duda mediante la palabra. Cualquier ambigüedad de género (pelo excesivamente corto, falta maquillaje, una pelusilla que sombrea en forma de bigote, paso demasiado afirmativo…) exigirá un interrogatorio del usuario potencial que se verá obligado a justificar la coherencia de su elección de retrete: “Eh, usted. Se ha equivocado de baño, los de caballeros están a la derecha.” Un cúmulo de signos del género del otro baño exigirá irremediablemente el abandono del espacio mono-género so pena de sanción verbal o física. En último término, siempre es posible alertar a la autoridad pública (a menudo una representación masculina del gobierno estatal) para desalojar el cuerpo tránsfugo (poco importa que se trate de un hombre o de una mujer masculina).Si, superando este examen del género, logramos acceder a una de las cabinas, nos encontraremos entonces en una habitación de 1×1,50 m2 que intenta reproducir en miniatura la privacidad de un váter doméstico. La feminidad se produce precisamente por la sustracción de toda función fisiológica de la mirada pública. Sin embargo, la cabina proporciona una privacidad únicamente visual.
Beatriz Preciado
Es así como la domesticidad extiende sus tentáculos y penetra el espacio público. Como hace notar Judith Halberstam “el baño es una representación, o una parodia, del orden doméstico fuera de la casa, en el mundo exterior” (3).Cada cuerpo encerrado en una cápsula evacuatoria de paredes opacas que lo protegen de mostrar su cuerpo en desnudez, de exponer a la vista pública la forma y el color de sus deyecciones, comparte sin embargo el sonido de los chorros de lluvia dorada y el olor de las mierdas que se deslizan en los sanitarios contiguos. Libre. Ocupado. Una vez cerrada la puerta, un inodoro blanco de entre 40 y 50 centímetros de alto, como si se tratara de un taburete de cerámica perforado que conecta nuestro cuerpo defecante a una invisible cloaca universal (en la que se mezclan los desechos de señoras y caballeros), nos invita a sentarnos tanto para cagar como para mear. El váter femenino reúne así dos funciones diferenciadas tanto por su consistencia (sólido/líquido), como por su punto anatómico de evacuación (conducto urinario/ano), bajo una misma postura y un mismo gesto: femenino=sentado. Al salir de la cabina reservada a la excreción, el espejo, reverberación del ojo público, invita alretoque de la imagen femenina bajo la mirada reguladora de otras mujeres.Crucemos el pasillo y vayamos ahora al baño de caballeros. Clavados a la pared, a una altura de entre 80 y 90 centímetros del suelo, uno o varios urinarios se agrupan en un espacio, a menudo destinado igualmente a los lavabos, accesible a la mirada pública. Dentro de este espacio, una pieza cerrada, separada categóricamente de la mirada pública por una puerta con cerrojo, da acceso a un inodoro semejante al que amuebla los baños de señoras. A partir de principios del siglo XX, la única ley arquitectónica común a toda construcción de baños de caballeros es esta separación de funciones: mear-de-pie-urinario/cagar-sentado-inodoro. Dicho de otro modo, la producción eficaz de la masculinidad heterosexual depende de la separación imperativa de genitalidad y analidad. Podríamos pensar que la arquitectura construye barreras cuasi naturales respondiendo a una diferencia esencial de funciones entre hombres y mujeres. En realidad, la arquitectura funciona como una verdadera prótesis de género que produce y fija las diferencias entre tales funciones biológicas. El urinario, como una protuberancia arquitectónica que crece desde la pared y se ajusta al cuerpo, actúa como una prótesis de la masculinidad facilitando la postura vertical para mear sin recibir salpicaduras. Mear de pie públicamente es una de las performances constitutivas de la masculinidad heterosexual moderna. De este modo, el discreto urinario no es tanto un instrumento de higiene como una tecnología de género que participa a la producción de la masculinidad en el espacio público. Por ello, los urinarios noestán enclaustrados en cabinas opacas, sino en espacios abiertos a la mirada colectiva, puesto que mear-de-pie-entre-tíos es una actividad cultural que genera vínculos de sociabilidad compartidos por todos aquellos, que al hacerlo públicamente, son reconocidos como hombres.Dos lógicas opuestas dominan los baños de señoras y caballeros. Mientras el baño de señoras es la reproducción de un espacio doméstico en medio del espacio público, los baños de caballeros son un pliegue del espacio público en el que se intensifican las leyes de visibilidad y posición erecta que tradicionalmente definían el espacio público como espacio de masculinidad. Mientras el baño de señoras opera como un mini-panópticon en el que las mujeres vigilan colectivamente su grado de feminidad heterosexual en el que todo avance sexual resulta una agresión masculina, el baño de caballeros aparece como un terreno propicio para la experimentación sexual. En nuestro paisaje urbano, el baño de caballeros, resto cuasi-arqueológico de una época de masculinismo mítico en el que el espacio público era privilegio de los hombres, resulta ser, junto con los clubes automovilísticos, deportivos o de caza, y ciertos burdeles, uno de los reductos públicos en el que los hombres pueden librarse a juegos de complicidad sexual bajo la apariencia de rituales de masculinidad.
Pero precisamente porque los baños son escenarios normativos de producción de la masculinidad, pueden funcionar también como un teatro de ansiedad heterosexual. En este contexto, la división espacial de funciones genitales y anales protege contra una posible tentación homosexual, o más bien la condena al ámbito de la privacidad. A diferencia del urinario, en los baños de caballeros, el inodoro, símbolo de feminidad abjecta/sentada, preserva los momentos de defecación de sólidos (momentos de apertura anal) de la mirada pública. Como sugiere Lee Edelman (4), el ano masculino, orificio potencialmente abierto a la penetración, debe abrirse solamente en espacios cerrados y protegidos de la mirada de otros hombres, porque de otro modo podría suscitar una invitación homosexual.
No vamos a los baños a evacuar sino a hacer nuestras necesidades de género.
No vamos a mear sino a reafirmar los códigos de la masculinidad y la feminidad en el espacio público. Por eso, escapar al régimen de género de los baños públicos es desafiar la segregación sexual que la moderna arquitectura urinaria nos impone desde hace al menos dos siglos,: público/privado, visible/invisible, decente/obsceno, hombre/mujer, pene/vagina, de-pie/sentado, ocupado/libre… Una arquitectura que fabrica los géneros mientras, bajo pretexto de higiene pública, dice ocuparse simplemente de la gestión de nuestras basuras orgánicas. BASURA>GÉNERO. Infalible economía productiva que transforma la basura en género. No nos engañemos: en la máquina capital-heterosexual no se desperdicia nada. Al contrario, cada momento de expulsión de un desecho orgánico sirve como ocasión para reproducir el género. Las inofensivas máquinas que comen nuestra mierda son en realidad normativas prótesis de género.

El manifiesto contrasexual
(1) Utilizo aquí la expresión de Teresa De Lauretis para definir el conjunto de instituciones y técnicas, desde el cine hasta el derecho pasando por los baños públicos, que producen la verdad de la masculinidad y la feminidad.Ver: Teresa De Lauretis, Technologies of Gender, Bloomington, Indiana University Press, 1989.
(2) Ver: Dominique Laporte, Histoire de la Merde, Christian Bourgois Éditeur, Paris, 1978; y Alain Corbin, Le Miasme et la Jonquille, Flammarion, Paris, 1982.
(3) Judith Halberstam, “Techno-homo: on bathrooms, butches, and sex with furniture,” in Jenifer Terry and Melodie Calvert Eds., Processed Lives. Gender and Technology in the Everyday Life, Routledge, London and New York, 1997, p. 185.
(4) Ver: Lee Edelman, “Men’s Room” en Joel Sanders, Ed. Stud. Architectures of Masculinity, New York, Princeton Architectural Press, 1996, pp. 152-161.

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Una versión distinta, pero más real y posmoderna de la caperucita roja. La caperucita Azul.

Caperucita Azul

Aquella niña de siete años, inserta en paisaje alpino, era encantadora. La llamaban, por su indumentaria, caperucita azul.
Su encanto físico quedaba anulado por su perversidad moral. Las personas cultas del pueblo no podían explicar cómo en un ser infantil podía acumularse la soberbia, la crueldad y el egoísmo de un modo tan monstruoso.
Sus padres luchaban diariamente para convencer a Caperucita.
– ¡Llevarás la merienda a la abuelita¡
– ¡No¡
Y surgían los gritos y amenazas. Todo lo que surge cuando hay un conflicto educacional.
Caperucita tenía que atravesar todos los días, tras la discusión, un hermoso pinar para llegar a la casita donde vivía sola su abuelita.
Caperucita entraba en casa de su abuela y apenas la saludaba. Dejaba la cesta con la merienda y marchaba precipitadamente, sin dar ninguna muestra de cariño.
Había en el bosque un perro grande y manso de San Bernardo. El perro vivía solo y se alimentaba de la comida que le daban los cazadores. Cuando el perro veía a Caperucita se acercaba alegre, moviendo el rabo. Caperucita le lanzaba piedras. El perro marchaba con aullido lastimero. Pero todos los días el perro salía a su encuentro, a pesar de las sevicias.
Un día surgió una macabra idea en la pequeña, pero peligrosa mente de la niña. ¿Por qué aquel martirio diario de las discusiones y del caminar hasta la casa de su abuela?
Ella llevaba en la cesta un queso, un pastel y un poco de miel. ¿Un veneno en el queso? No se lo venderían en la farmacia. Además, no tenía dinero. ¿Un disparo? No. La escopeta de su padre pesaba mucho. No podría manejarla.
De repente brilló en su imaginación el reflejo del cuchillo afilado que en su mesita tenía la abuelita.
La decisión estaba tomada. El canto de los pájaros y el perfume de las flores no podían suavizar su odio. Cerca de la casa surgió de nuevo el enorme perro. Caperucita le gritó, lanzándola una piedra.
Llamó a la puerta.
– Pasa, Caperucita.
Su abuela descansaba en el lecho. Unos minutos después se oyeron unos gritos.
Cuando el cuchillo iba a convertirse en un instrumento mortal, Caperucita cayó derribada al suelo. El pacífico San Bernardo había saltado sobre ella. Caperucita quedaba inmovilizada por el peso del perro. Por el peso y el temor: Por primera vez, un gruñido severo, amenazador, surgía de la garganta del perro.
La abuelita, tras tomar un copa de licor, reaccionó del espanto. Llamó por teléfono al pueblo.
Caperucita fue examinada por un psiquiatra competente de la ciudad. Después, la internaron en un centro de reeducación infantil.
La abuelita, llevándose a su perro salvador, abandonó la casa del bosque y se fue a vivir con sus hijos.

Veinte años después, Caperucita, enfermera diplomada, marchaba a una misión de África.
-¿ A qué atribuye usted su maldad infantil? –le preguntó un periodista.
– A la televisión –contestó ella subiendo al avión.
En África, Caperucita murió asesinada por un negro que jamás vio un televisor, pero había visto otras cosas.

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COLOQUIO INTERDISCIPLINARIO. AMORES DE(S)GENERADOS. HOMOEROTISMO EN EL PERÚ Y LATINOAMÉRICA: SABERES, DISCURSOS Y SUJETOS . 20 y 21 de octubre de 2009

COLOQUIO INTERDISCIPLINARIO
AMORES DE(S)GENERADOS
HOMOEROTISMO EN EL PERÚ Y LATINOAMÉRICA: SABERES, DISCURSOS Y SUJETOS

20 y 21 de octubre de 2009

La Escuela de Literatura de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional Federico Villarreal y el Grupo de Estudios Literarios Latinoamericanos “Antonio Candido” (GELLAC), llaman a través de esta convocatoria a la participación en el Coloquio Interdisciplinario: Amores de(s)generados. Homoerotismo en el Perú y Latinoamérica: saberes, discursos y sujetos. Este evento tendrá lugar en Lima, Perú, los días 20 y 21 de octubre de 2009.
En las últimas décadas del siglo XX, Latinoamérica ha experimentado la emergencia de un nuevo protagonista en sus manifestaciones artísticas y culturales: el sujeto homoerótico. Dicho sujeto es la representación de un nuevo personaje social y político que alza su voz de protesta en contra de la estructura falogocéntrica y la matriz heterosexual que lo condena a ser lo abyecto, lo excluido, lo subalterno. Es en este contexto que se hace necesario estudiar las implicaciones de la presencia de lo homoerótico en los saberes y discursos que definen nuestro continente. Para lograr esto es que invitamos a reflexionar, dialogar y debatir este tema tomando como referencia los siguientes puntos:
Temario
1. Homoerotismo. Alcances y limitaciones de la categoría
2. Homoerotismo y Literatura
3. Homoerotismo y Ciencias Sociales
4. Literatura, psicoanálisis y homoerotismo.
5. Literatura, filosofía y homoerotismo.
6. Homoerotismo y Artes Escénicas
7. Homoerotismo y Artes Plásticas
8. Homoerotismo e Industrias Culturales
9. Testimonios y Tanatografías
10. Teoría Queer
11. Lesbian Studies
12. Estudios subalternos y homoerotismo
13. Travestismo y parodia
Presentación de los trabajos
Resúmenes
Las propuestas de ponencias deberán ser enviadas vía correo electrónico hasta el 10 de setiembre de 2009. Las propuestas incluirán el título, el resumen (máximo 250 palabras, formato Word) y el nombre y afiliación institucional del/la ponente.
Ponencias
Las ponencias deberán ser enviadas en archivo Word (para la publicación de las memorias) antes del 10 de octubre de 2009. La extensión de estas no deberá ser mayor de 9 cuartillas a doble espacio, lo que equivale a 2500 palabras y 20 minutos de lectura.
Comisión organizadora
Grupo de Estudios Literarios Latinoamericanos “Antonio Candido” (GELLAC)
Consultas y envíos de resúmenes y ponencias
Richard Leonardo Loayza rall31@hotmail.com
Grupo de Estudios Literarios Latinoamericanos “Antonio Candido” (GELLAC) gellac@gmail.com

Universidad Nacional Federico Villarreal
Escuela de Lingüística y Literatura
Av. Nicolás de Piérola N° 351. Lima. Perú.
Grupo de Estudios Literarios Latinoamericanos “Antonio Candido” (GELLAC)
Av. 6 de agosto 907 dpto. 313. Jesús María. Lima.

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Ready-made políticos, Beatriz Preciado . Una genealogía de lo queer

´´Ready-made´ políticos´,
Beatriz Preciado

‘Ready-made’ políticos

En 1964 Andy Warhol, llevando a Marcel Duchamp a la era de la cultura de la comunicación de masas, inventa lo que podríamos llamar el ready-made político al recortar y enmarcar una fotografía periodística de las revueltas de la población negra de Birmingham en la que uno de los manifestantes es asediado por un perro policía. Lejos de la simple estetización de una imagen política, la estrategia de Warhol pone en cuestión la impermeabilidad de los códigos políticos y estéticos de representación y solicita una nueva inteligencia visual por parte del espectador. Judith Butler nos enseña que la identidad de género se produce a través de un proceso similar al que Warhol utilizó para producir su ready-made político.

El género en disputa viene a desplazar definitivamente la interpretación de la feminidad y la masculinidad, del sexo y de la sexualidad, del dominio de la naturaleza para llevarlos hasta el ámbito del análisis de la representación, al definir la identidad de género y sexual como efectos performativos del discurso: al mismo tiempo, procesos de repetición socialmente regulados y resultados de invocaciones de la norma heterosexual.

Butler nos enseña con Foucault que la historia de la sexualidad es la historia de los códigos culturales de representación a través de los que el cuerpo se vuelve inteligible, público, mediático.

Mientras que tanto el feminismo liberal como el lesbianismo radical denuncian la masculinidad de la butch,la lesbiana marimacho, o la feminidad de la drag queen como si se tratara de meras reproducciones del orden heterosexual dominante, Butler hará de la butch y de la drag auténticos prismas culturales cuya fuerza subversiva es poner de manifiesto la estructura paródica, teatral y performativa del género. Para Butler, al disociar radicalmente representación de género y anatomía, la drag queen y la butch ponen de manifiesto que el “género no tiene estatuto ontológico fuera de los actos que lo constituyen”. La masculinidad y la feminidad no son efectos naturales de una anatomía o una psicología precisa, sino ficciones culturales, códigos, signos, representaciones, que incorporamos a través de la repetición ritualizada de prácticas, modos de hacer más que esencias. El golpe maestro de Butler podría resumirse así: la verdad del género pertenece al ámbito de la estética, de la producción de representaciones compartidas, y no al de la metafísica (ya sea ésta biológica, lingüística o psicoanalítica).
Judith Butler
La crítica de Judith Butler opera como un filtro hermenéutico que se proyecta hacia el pasado permitiéndonos leer los trabajos de diferentes artistas y colectivos feministas como antecedentes del activismo performativo. Así, por ejemplo, los ejercicios de travestismo de Claude Cahun o Marcel Duchamp serán ahora resituados en una genealogía performativa junto con las autofiguraciones de Eleanor Antin, Cindy Sherman, Adrian Piper o Martha Rosler como anticipaciones de la tarea de deconstrucción que más tarde llevarán a cabo Del LaGrace Volcano, Hans Schreil, Asian Punk Boy, Cabello/ Carcéller, Annie Sprinkle o Tracey Emin. Al mismo tiempo, los conceptos butlerianos de inversión performativa,resignificación o parodia de género,revisitados por Douglas Crimp o Judith Halberstam, actuarán como verdaderas plataformas proyectivas aglutinando iniciativas políticas y estéticas marica-bolleras y trans hasta acabar convirtiéndose en auténticos criterios curatoriales hacia finales de los 90, dando lugar a eso que hoy conocemos como artivismo queer.Recogeré aquí tan sólo dos ejemplos de la profusión de estas prácticas: las estéticas antisida y las performances drag king.

Buena parte de las políticas performativas y de las estéticas de resignificación queer a las que Butler dará consistencia teórica emergen en el contexto de la crisis del sida de los años 80 y de las oleadas de homofobia y yonquifobia que la acompañan. Nos encontramos frente a la cristalización somática de un paradigma de significación cultural. El sida es a la posmodernidad lo que la peste o las enfermedades venéreas eran a las sociedades modernas y la lepra a las sociedades tradicionales: el modo en el que el poder atraviesa los cuerpos y los marca como abyectos. Frente al rechazo y la victimización institucionales, el colectivo Act Up, creado en Nueva York en 1987 como una guerrilla sexual urbana, actúa a través de un brazo-armado-estético de propaganda cultural, Gran Fury, cuyo objetivo es intervenir en el espacio de la representación donde se producen las nociones de sano y enfermo, de normal y desviado. Reclamando el carácter político de toda representación audiovisual, uno de los primeros slogans de Act Up será “ni una imagen más sin contexto político”. Declinando estrategias inspiradas al mismo tiempo en el activismo radical feminista de los años 70, Barbara Kruger, Hans Haacke o Art and Language, los artivistas de Gran Fury se constituyen en contra-media y cubren las calles con gráficos en blanco y negro, fácilmente reconocibles, en los que el discurso desplaza a la imagen, o utilizan técnicas performativas para generar una nueva forma de visibilidad del sida. Surgen así los conocidos slogans “Con 47.524 muertos, el arte no basta” y “Silencio= Muerte” o las hoy famosas técnicas de intervención en el espacio público como el kissing (besos colectivos de gays, lesbianas y trans en espacios públicos en los que el imperativo heterosexual resulta invisible como en los centros comerciales o en el cine) o el dying (teatralización de la muerte en manifestaciones o como reacción frente a la intervención policial), que serán rápidamente reapropiados por grupos de guerrilla de género y sexual como Queer Nation en Estados Unidos, Radical Faries en Inglaterra o Les Pantheres Roses en Francia y que infiltrarán poco después el arte institucional en trabajos como los de Félix González-Torres.

Mientras que, desde los años 70, tanto buena parte de las feministas como los filósofos y psicoanalistas más conservadores parecían ponerse de acuerdo acerca del carácter de construcción cultural de la feminidad, habrá que esperar a la crítica butleriana y a la emergencia de la cultura drag king a mediados de los años 80 para que la masculinidad sea interpretada también como parodia o artificio. Una vez más, la masculinidad no es sino un ready-made político camuflado de naturaleza: el efecto de la manipulación intertextual de una multiplicidad de convenciones de estilo. La diferencia entre la masculinidad de un machito español y la de un sofisticado drag king no reside en el carácter de artificio de esta última, sino en el grado de conciencia performativa. El drag king se sabe artificio mientras que el machito prefiere seguir ignorando los procesos teatrales y políticos que producen su consistencia cultural. Dicho de otro modo, el machito español es una identidad kitsch, mientras que el drag king es camp.

En los años 80, el artista Del (entonces Dela) LaGrace Volcano comienza a fotografiar la cultura butch-fem y lesbianaS&Mdelclub londinense Chain Reaction y produce Love Bites.Al mismo tiempo, Diane Torr, artista y performer,pone en marcha los primeros Talleres de Drag King en Nueva York. El trabajo de Diane Torr, centrado en la toma de conciencia del carácter performativo del género y en el re-aprendizaje corporal de la masculinidad, aparece como un verdadero espacio de transición entre la cultura de la performance feminista americana de los años 70 y la cultura drag king específicamente queer de los 90. Se trata, según Torr, de crear a través del aprendizaje teatral de la masculinidad un nuevo territorio para la experiencia del cuerpo que ha sido vetado a las mujeres en función de una distribución política del género. Torr muestra que mientras que un verdadero hombre se sienta con las piernas abiertas ocupando un máximo de espacio, una verdadera mujer cruza púdicamente las piernas hasta volverse cuasi-plegable. La masculinidad es, según este análisis performativo típicamente butleriano, un principio de extensión, mientras que la feminidad aparece como una obligación de pliegue, y en el límite, afirma Diane Torr, una forma de “discapacidad y de invisibilidad”. Para Diane Torr, este aprendizaje teatral de la masculinidad genera una redefinición de los límites entre lo privado y lo público, transformando el espacio de acción política y sexual del cuerpo.

Durante los años 90, Del LaGrace Volcano y la teórica Judith Halberstam documentan las escenas de la cultura drag king de Londres, Nueva York y San Francisco que darán lugar a la publicación de The Drag King Book.La importancia del proyecto común de Halberstam y Del LaGrace reside en que tanto la representación como el discurso en torno a la cultura lesbiana, butch-fem y king no provienen de lo que podríamos llamar, con la expresión de Monique Wittig, la antropología o la sociología hetero sino que son el resultado de un proceso de autorepresentación y autonominación. Se afirma así una cultura de producción de visibilidad maricobollera y trans en torno a la que trabajan inmunerables artistas y colectivos como Split Britches, The Five Lesbian Brothers, Shelly Mars, Bridge Markland, Antonia Baehr, Los Kings del Berry o el colectivo español Orgía, que lejos de conformarse con el reciclaje paródico de los códigos dominantes de género, aspiran a la produción de cuerpos y subjetivades disidentes.

En definitiva, si fuera necesario hablar de un artivismo queer habría que asegurarse de no hacer de esta denominación un vector naturalizado. Del mismo modo que la categoría de mujer no explica ni agota el arte feminista, el artivismo queer no reúne a los artistas gays, lesbianas o transexuales como si de ciertas identidades sexuales emanara de forma espontánea una estética determinada, o como si, como quería Susan Sontag, los parias sexuales de nuestra sociedad constituyeran una cierta aristocracia del gusto, sino que más bien indica la capacidad crítica de un conjunto de estrategias de intervención en el ámbito de producción de la sexualidad como espacio de visibilidad pública.

(Beatriz Preciado es profesora de Teoría del Cuerpo y de Teoría Contemporánea del Género en la Universidad de París-Saint Denis. Ha publicado, entre otros ensayos, ´Manifiesto contra-sexual´ (2002);
lavanguardia, 6-IX-06)

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Derrida por Derrida. IMPLICACIONES. Una entrevista con Henri Ronse

Implicaciones
JACQUES DERRIDA
Entrevista con Henri Ronse. Traducción de M. Arranz, en DERRIDA, J., Posiciones, Pre-Textos, Valencia, 1977. Edición digital de Derrida en castellano.
Jacques Derrida

-En una nota en conclusión a La escritura y la diferencia, usted declara: “lo que queda del desplazamiento de una cuestión forma ciertamente un sistema”. Esto, ¿no es igualmente verdad para el conjunto de sus libros? ¿Cómo se organizan entre ellos?

-Mis libros forman, en efecto, como desplazamiento y como desplazamiento de una cuestión, un cierto sistema abierto en alguna parte a algún recurso indecible que le da su juego. La nota a la que usted hace alusión recordaba también la necesidad de esos “blancos”, de los que se sabe, al menos después de Mallarmé, que en todo texto “asumen la importancia”.

-Y, sin embargo, esos libros no forman un solo Libro…

-No. En lo que usted llama mis libros, lo primero que se plantea es la unidad del libro y la unidad “libro” considerada como una bella totalidad, con todas las implicaciones de tal concepto. Y usted sabe que comprometen el todo de nuestra cultura, de cerca o de lejos. En el momento en que una tal clausura se delimita, ¿cómo osaría uno sostenerse como autor de libros, ya sean uno, dos o tres? Se trata solamente, bajo esos títulos, de una “operación” textual, si se puede decir, única y diferenciada, cuyo movimiento inacabado no se asigna ningún comienzo absoluto, y que, enteramente consumida en la lectura de otros textos, no remite no obstante, en cierto modo, más que a su propia escritura. hay que arreglárselas para pensar juntos estos dos motivos contradictorios. Por lo tanto, no se podría dar de la organización interna de estas obras una representación lineal, deductiva, que respondiese a algún “orden de las razones”. Tal orden también se pone en duda, aunque, me parece, toda una fase o toda una faz de mis textos, se conforma a sus prescripciones, al menos por simulacro y para inscribirlas a su vez en una composición que ya no gobiernan. De hecho, usted sabe, hay que leer y releer sobre todo a aquellos en las trazas de los que escribo, los “libros” en los márgenes y entre las líneas de los que dibujo y descifro un texto que es a la vez muy parecido y distinto, que dudaría, incluso, por razones evidentes, en llamar fragmentario…

-Pero de hecho, si no de derecho, ¿por dónde comenzar tal lectura?

-Podemos considerar De la gramatología como un largo ensayo articulado en dos partes (cuya soldadura es teórica, sistemática y no empírica), en medio del que se podría encuadrar La escritura y la diferencia. La gramatología a menudo lo requiere. En este caso, la interpretación de Rousseau sería también la doceava tabla de la recopilación. Inversamente, podemos insertar De la gramatología en medio de La escritura y la diferencia, puesto que seis textos de esta obra son anteriores, de hecho y de derecho, a la publicación, hace dos años, en Critique, de los artículos anunciando De la gramatología; estando encuadrados los cinco últimos, a partir de Freud y la escena de la escritura, en la obertura gramatológica. Pero las cosas no son tan fácilmente reconstruibles como usted lo imagina. En cualquier caso, que dos “volúmenes” se inscriban en medio uno del otro, reconocerá que participa de una extraña geometría, de la que estos textos son, sin duda, los contemporáneos…

-¿Y La voz y el fenómeno?

-Lo olvidaba. Es quizá el ensayo que más estimo. Sin duda hubiera podido unirlo como una nota extensa a cualquiera de las otras dos obras. De la gramatología se refiere a él y economiza el desarrollo. Pero en una arquitectura filosófica clásica, La voz vendría en primer lugar: se sitúa en un punto que, por razones que no puedo explicar aquí, parece jurídicamente decisiva la cuestión del privilegio de la voz y de la escritura fonética en sus relaciones a toda la historia de Occidente, tal como se representa en la historia de la metafísica, y en su forma más moderna, más crítica, más vigilante: la fenomenología trascendental de Husserl. ¿Qué es el “querer decir”, cuáles son sus relaciones históricas con lo que se cree identificar bajo el nombre de “voz” y como valor de la presencia, presencia del objeto, presencia del sentido a la consciencia, presencia a sí en la palabra que se dice viva y en la consciencia de sí? El ensayo que plantea estas cuestiones puede también leerse como la otra cara (recto o dorso, como usted quiera) de otro ensayo, publicado en 1962, en introducción a El origen de la geometría de Husserl. La problemática de la escritura estaba ya presente, como tal, y religada a la estructura irreductible del “diferir” en sus relaciones a la consciencia, a la presencia, a la ciencia, a la historia y a la historia de la ciencia, a la desaparición o al retardo del origen, etc…

-Le preguntaba por donde empezar y me ha encerrado en un laberinto.

-Todos estos textos, que son sin duda el prefacio interminable de otro texto que me gustaría tener un día la fuerza de escribir, o también el epígrafe a otro del que nunca habré tenido la audacia, no hacen, en efecto, más que comentar tal frase sobre un laberinto de cifras, colocada en exergo a La voz y el fenómeno…

-Esto me conduce a la cuestión que no puede evitarse al leerle, al leer sus “ejemplos” privilegiados (Rousseau, Artaud, Bataille, Jabés). Es la cuestión de las relaciones entre filosofía y no-filosofía. Lo que choca desde el principio, es la dificultad de situar su estilo de comentario. Parece casó imposible de definir el status de su discurso. Pero, ¿hay que intentar hacerlo? ¿Esta misma pregunta no recae en el interior del área metafísica?

-Trato de mantenerme en el límite del discurso filosófico. Digo límite y no muerte, pues no creo en absoluto en lo que llaman corrientemente hoy día la muerte de la filosofía (ni por otra parte en ninguna, ya sea del libro, del hombre o de dios; tanto más cuanto que, como cada uno sabe, la muerte detenta una eficacia muy específica). Límite, por lo tanto, a partir del cual la filosofía llega a ser posible, se define como episteme, funcionamiento en el interior de un sistema de trabas fundamentales, de oposiciones conceptuales, fuera de las cuales se convierte en impracticable. En mis lecturas, intento, por lo tanto, por un gesto necesariamente doble…

Freud

-Usted dice en su Freud que se escribe con dos manos…

-Sí, por ese doble juego, marcado en ciertos lugares decisivos de una raspadura que deja leer lo que oblitera, inscribiendo violentamente en el texto lo que intentaba ordenarlo desde fuera, intento así respetar lo más rigurosamente posible el juego interior y regulado de estos filosofemas o epistemas haciéndolos deslizarse sin maltratarlos hasta el punto de su no-pertinencia, de su extinción, de su clausura. “Deconstruir” la filosofía sería así pensar la genealogía estructurada de sus conceptos de la manera más fiel, más interior, pero al mismo tiempo desde un cierto exterior incalificable por ella, innombrable, determinar lo que esta historia ha podido disimular o prohibir, haciéndose historia por esta represión interesada en alguna parte. En ese momento, por esta circulación a la vez fiel y violenta entre el adentro y el afuera de la filosofía -es decir, Occidente-, se produce un cierto trabajo textual que provoca un gran placer. Escritura interesada en sí que da también a leer los filosofemas -y, por consiguiente, todos los textos pertenecientes a nuestra cultura- como especies de síntomas (palabra sospechosa, naturalmente, como lo explico en otro lugar) de algo que no ha podido presentarse en la historia de la filosofía, que no está además presente en ninguna parte, puesto que se trata, en todo este asunto, de cuestionar esa determinación mayor del sentido del ser como presencia, determinación en la que Heidegger ha sabido reconocer el destino de la filosofía. Así pues, se puede seguir el tratamiento de la escritura como un síntoma particularmente revelador, de Platón a Rousseau, a Saussure, a Husserl, en ocasiones a Heidegger mismo, y a fortiori en todos los discursos modernos, a menudo los más fecundos, que se consideran más acá de las cuestiones husserlianas y heideggerianas. Un tal síntoma está necesaria y estructuralmente disimulado, por razones y según vías que trato de analizar. Y si se descubre hoy día, no es de ninguna manera por algún hallazgo más o menos ingenioso y del que alguien, aquí o allá, podría tener la iniciativa. Es el efecto de una cierta transformación total (que ya no se puede siquiera llamar “histórica” o “mundial”, puesto que arrebata hasta la seguridad de estas significaciones), y que se puede también localizar en campos determinados (formalización matemática y lógica, lingüística, etnológica, psicoanálisis, economía política, biología, tecnología de la información, de la programación, etc.).

-En sus ensayos se pueden distinguir por lo menos dos sentidos de la palabra escritura: el sentido corriente, que opone la escritura (fonética) a la palabra que presume representar (pero usted muestra que no hay escritura puramente fonética) y un sentido más radical, que determina la escritura en general ante todo lazo con que la glosemántica llama una “substancia de expresión”, y que sería la raíz común de la escritura y de la palabra. El tratamiento de la escritura en el sentido corriente sirve de índice o de revelador de la represión ejercida contra la archi-escritura. Represión inevitable de la que se trata solamente de interrogar la necesidad, las formas, las leyes. Esta (archi)-escritura está tomada en toda una cadena de otros nombres: archi-traza, reserva, articulación, rotura, suplemento y la différance.* Se ha especulado mucho sobre la a de esta différance. ¿Qué significa?

-No sé si significa, o, en todo caso, algo como la producción de lo que la metafísica llama signo (significado/ significante). Usted ha recalcado que esa a se escribe o se lee, pero que no se la puede oír. Me intereso mucho, en principio, a lo que en el discurso -por ejemplo el nuestro en este momento- sobre esta alteración o esta agresión gráfica y gramatical implica una referencia irreductible a la intervención muda de un signo escrito. El participio presente del verbo diferir, sobre el que se forma este substantivo, asemeja una configuración de conceptos que tengo por sistemática e irreductible, cada uno de los cuales interviene, se acentúa más bien, en un momento decisivo del trabajo. En primer lugar, différance remite al movimiento (activo y pasivo), que consiste en diferir, por dilación, delegación, sobreseimiento, remisión, circunloquio, retraso, reserva. En este sentido, la différance no está precedida por la unidad originaria e indivisa de una posibilidad presente, que reservaría, como un gesto que yo aplazara, por cálculo o conciencia económica. Lo que difiere la presencia es, por el contrario, a partir de lo que la presencia es anunciada o deseada en su representante, su signo, su traza…

-Desde este punto de vista, ¿la diferencia es un concepto económico?

-Yo diría incluso que es el concepto de la economía, y puesto que no hay economía sin différance, es la estructura más general de la economía, siempre que se entienda bajo esta noción otra cosa que la economía clásica de la metafísica o la metafísica clásica de la economía. En segundo lugar, el movimiento de la différance, en tanto que produce los diferentes, en tanto que diferencia, es la raíz común de todas las oposiciones de conceptos que escanden nuestro lenguaje, tales como, para no tomar más que algunos ejemplos: sensible/inteligible, intuición/significación, naturaleza/cultura, etc. En tanto que raíz común, la différance es también el elemento de lo mismo (que se distingue de lo idéntico) en el que estas oposiciones se anuncian. En tercer lugar, la différance es también la producción, si todavía se puede decir, de estas diferencias, de esta diacriticidad de la que la lingüística que proviene de Saussure y todas las ciencias estructurales que la han tomado por modelo nos han recordado que eran la condición de toda significación y de toda estructura. Estas diferencias -y la ciencia taxonómica, por ejemplo, a la que pueden dar lugar- son los efectos de la différance, no están inscritas ni en el cielo ni en el cerebro, lo que no quiere decir que se produzcan por la actividad de algún sujeto parlante. Desde este punto de vista, el concepto de différance no es ni simplemente estructuralista, ni simplemente genetista, siendo tal alternativa ella misma un “efecto” de différance. Diría incluso, pero quizá volveremos sobre ello más tarde, que no es simplemente un concepto…

Heidegger

-Me chocó también ver cómo, ya en su ensayo sobre “Fuerza y significación’; la différance (aunque todavía no la llamaba así) le conducía de nuevo a Nietzsche (que religa el concepto de fuerza a la irreductibilidad de las diferencias), más tarde a Freud, del que mostraba que todas las oposiciones de conceptos están reguladas por la economía de la différance, en fin y siempre, y sobre todo, a Heidegger.

Sí, sobre todo. Nada de lo que intento habría sido posible sin la apertura de las cuestiones heideggerianas. Y, en principio, puesto que aquí debemos decir las cosas rápidamente, sin la atención a lo que Heidegger llama la diferencia entre el ser y lo que es, la diferencia óntico-ontológica tal como ha permanecido de una cierta manera impensada por la filosofía. Pero, a pesar de esta deuda respecto al pensamiento heideggeriano, o más bien en razón de esta deuda, intento reconocer, en el texto heideggeriano, que no es ni más homogéneo ni más continuo que cualquier otro, ni por todas partes igual a la mayor fuerza ni a todas las consecuencias de sus cuestiones, intento reconocer en él signos de pertenencia a la metafísica o a lo que él llama la onto-teología. Heidegger reconoce, por otra parte, que ha debido, que se debe siempre tomar prestado, de manera económica y estratégica, los recursos sintácticos y léxicos del lenguaje de la metafísica en el momento mismo en que se la deconstruye. Debemos, por tanto, trabajar en el reconocimiento de esas influencias metafísicas y en reorganizar sin cesar la forma y los lugares de cuestionamiento. Ahora bien, entre esas influencias, la determinación última de la diferencia en diferencia óntico-ontológica -tan necesaria y decisiva como sea la fase- me parece retenida todavía, de una extraña manera, en la metafísica. Quizá entonces es necesario, según un gesto que sería más nietzscheano que heideggeriano, yendo al final de este pensamiento de la verdad y del ser, abrirse a una différance que no esté todavía determinada, en la lengua de Occidente, como diferencia entre el ser y lo que es. Tal gesto, sin duda, no es posible hoy día, pero se podría mostrar cómo se prepara. En Heidegger, ante todo. La différance -en cuarto lugar- nombraría, por lo tanto, por provisión, ese despliegue de la diferencia en particular, pero no solamente, ni ante todo, de la diferencia óntico-ontológica.

-El límite del que usted habla, ¿no comunica, en Heidegger, como parece usted sugerir a menudo, con un cierto “fonologismo”?

-No se trata de un límite o, en cualquier caso, como todo límite asegura un poder y unas influencias, y aquí es de una potencia irreemplazable. Pero, sin duda, hay un cierto fonologismo heideggeriano, un privilegio no crítico que él acuerda, como en todo el Occidente, a la voz, a una “substancia de expresión” determinada. Este privilegio, cuyas consecuencias son considerables y sistemáticas, se deja reconocer, por ejemplo, en la prevalencia significativa de tantas metáforas “fónicas”, en una meditación sobre el arte que conduce siempre, a través de ejemplos cuya selección está muy marcada, al arte como “la verdad puesta en obra”. Ahora bien, la admirable meditación por la que Heidegger repite el origen o la esencia de la verdad, no pone jamás en duda el lazo al logos y a la phoné. Así se explica que según Heidegger todas las artes se desplieguen en el espacio del poema que es “la esencia del arte”, en el espacio de la “lengua” y de la “palabra”. “La arquitectura y la escultura, dice, no sobrevienen nunca más que en la apertura del decir y del nombrar por las que se rigen y guían”. Así se explica la excelencia reconocida de forma tan clásica a la Dicción (Dichtung) y al canto, el desprecio de la literatura. “Hay que liberar, dice Heidegger, la Dicción de la literatura”, etc.

-Esta última observación traduce la atención que usted parece dirigir constantemente hacia una cierta irreductibilidad de la escritura o del espaciamiento “literario”. Por eso es por lo que sus trabajos parecen a menudo muy emparentados a los del grupo Tel Quel.

-Puedo decir, en cualquier caso, que el marco de las búsquedas actuales de ese grupo, como de toda búsqueda análoga, me parece de una extrema importancia, de una importancia que se mide bastante menos en Francia, parece, que en el extranjero, y, hecho significativo, bastante menos en el Oeste que en ciertos países del Este. Si tuviéramos tiempo, podríamos analizar las razones y preguntarnos también por qué la irreductibilidad de la escritura y, digamos, la subversión del logocentrismo, se anuncian mejor que en cualquier otra parte, hoy día, en un cierto sector y una cierta forma determinada de la práctica “literaria”. Bien comprenderá por qué escribo esta palabra entre comillas, y qué equívoco hay que desvelar aquí. Esta nueva práctica supone una ruptura tal con lo que ha ligado la historia de las artes literarias a la historia de la metafísica…

-¿Puede haber en ella superación de esa metafísica? ¿Se puede oponer al logocentrismo un grafocentrismo? ¿Puede haber en ella transgresión efectiva de la clausura y cuáles serían entonces las condiciones de un discurso transgresivo?

-No hay una transgresión si se entiende por eso la instalación pura y simple en un más allá de la metafísica, en un punto que sería también, no lo olvidemos, y, en primer lugar, un punto de lenguaje o de escritura. Ahora bien, incluso en las agresiones o en las transgresiones, nos sostenemos con un código al que la metafísica está irreductiblemente ligada, de tal suerte que cualquier gesto transgresivo nos encierra, exponiéndonos, en el interior de la clausura. Pero, por el trabajo que se hace de una y otra parte del límite, el campo interior se modifica y se produce una transgresión que, por consiguiente, no está en ninguna parte presente como un hecho consumado. Uno no se instala nunca en una transgresión, ni habita jamás en otra parte. La transgresión implica que el límite esté siempre presente. Ahora bien, “el pensamiento-que-no-quiere-decir-nada”, que excede, interrogándolos, el querer-decir y el querer-oírse-hablar, este pensamiento que se anuncia en la gramatología se da justamente por lo que no está de ninguna manera asegurado por la oposición entre el afuera y el adentro. Al término de un cierto trabajo, el concepto mismo de exceso o de transgresión podría parecer sospechoso.

Esta es la razón por la que jamás se planteó oponer un grafocentrismo a un logocentrismo, ni, en general, ningún centro a ningún centro. De la gramatología no es una defensa e ilustración de la gramatología. Todavía menos una rehabilitación de lo que siempre se ha llamado escritura. No se trata de devolver sus derechos, su excelencia o su dignidad a la escritura de la que Platón decía que era un huérfano o un bastardo, por oposición a la palabra, hijo legítimo y bien nacido del “padre del logos”. En el momento en que tratamos de interrogar esta escena de la familia y encausar los investimentos, éticos y otros, de toda esta historia, nada sería más irrisoriamente mistificador que una tal subversión ética o axiológica, devolviendo una prerrogativa o algún derecho de primogenitura a la escritura. Creo que me he explicado claramente al respecto. De la gramatología es el título de una cuestión: sobre la necesidad de una ciencia de la escritura, sobre sus condiciones de posibilidad, sobre el trabajo crítico que debería abrir el campo y levantar los obstáculos epistemológicos; pero también cuestión sobre los límites de esta ciencia. Y estos límites, sobre los que no he insistido menos, son también los de la noción clásica de ciencia, cuyos proyectos, conceptos y normas están fundamental y sistemáticamente ligados a la metafísica.

De la Gramatología, libro fundamental

-En este sentido habría que leer también el motivo del fin del libro y del comienzo de la escritura que usted evoca en De la gramatología y que no es una constante positiva o sociológica.

-Quizá sea también eso, muy secundariamente. Hay un lugar, en ese ensayo, de derecho, dedicado a una encuesta positiva sobre las conmociones actuales de las formas de comunicación, sobre las nuevas estructuras que, en todas las prácticas formales, en el dominio del archivo y del tratamiento de la información, reducen masiva y sistemáticamente la parte de la palabra, de la escritura fonética y del libro. Pero sería erróneo en efecto concluir de lo que se titula “El fin del libro y el comienzo de la escritura” en la muerte del libro y el nacimiento de la escritura. En una página anterior al capítulo que lleva este título, se proponía una distinción entre la clausura y el fin. Lo que se encuentra en la clausura de-limitada puede continuar indefinidamente. Siempre que uno no se contente con leer el título, éste anuncia precisamente que no hay fin del libro y que no hay comienzo de la escritura. Este capítulo muestra justamente que la escritura no comienza. Incluso es a partir de ella, si puede decirse, que se cuestiona la petición de un principio, de un comienzo absoluto, de un origen. La escritura, por lo tanto, no puede comenzar, como tampoco el libro acabar…

-Este movimiento propiamente infinito sería un poco como la metáfora paciente de su búsqueda.

Trato de escribir (en) el espacio en el que se plantea la cuestión del decir y del querer-decir. Trato de escribir la cuestión: ¿(qué es)querer-decir? Es, por lo tanto, necesario que, en un tal espacio y guiado por una tal cuestión, la escritura al pie de la letra no-quiera-decir-nada. No que sea absurda, de esa absurdidad que siempre ha hecho sistema con el querer-decir metafísico. Simplemente se intenta, se tiende, intenta mantenerse en el punto de sofoco del querer-decir. Arriesgarse a no-querer-decir-nada es entrar en el juego, y, en primer lugar, en el juego de la différance, que hace que ninguna palabra, ningún concepto, ningún enunciado mayor vengan a resumir y a ordenar, desde la presencia teológica de un centro, el movimiento y el espaciamiento textual de las diferencias. De ahí, por ejemplo, la cadena de substituciones de la que hablaba usted hace un momento (archi-traza, archi-escritura, reserva, rotura, articulación, suplemento, différance; y habrá otras) y que no son solamente operaciones metonímicas, dejando intactas las identidades conceptuales, las idealidades significadas que traducirían y pondrían en circulación. En este sentido es en el que me arriesgo a no-querer-decir-nada que pueda simplemente entenderse, que sea simple asunto de entendimiento. Embrollándose sobre cientos de páginas de una escritura a la vez insistente y elíptica, imprimiendo, como habrá visto, hasta sus raspaduras, transportando cada concepto en una cadena interminable de diferencias, de notas, de citas, de collages, de suplementos, ese “no-querer-decir-nada” no es, estará de acuerdo, un ejercicio de reposo.

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* Si hemos renunciado a la traducción/transformación de la différance, es porque pensamos que nuestra lengua no ha producido un equivalente analógico; cualquiera de las propuestas, que conocemos, hasta ahora (diferentia, diferenzia) parecen insuficientes por una u otra razón. (N. del T.).
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El simulacro después del siniestro. Acontecimiento y simulacro (según Badiou) explicado por Juan Carlos Ubilluz.

El simulacro después del siniestro

JUAN CARLOS UBILLUZ*

El terremoto del 15 de agosto [Ubilluz se refiere al terremoto que ocurrió en lca, en 2007) ha provocado un inusitado despliegue de solidaridad. Tanto las empresas como la sociedad civil han colaborado con el Estado para ayudar a los damnificados del sur. La movilización ha sido de tal magnitud que más de una personalidad pública ha aventurado la opinión de que el acontecimiento del terremoto ha servido para renovar las relaciones sociales del país. Advierto desde ya que no comparto esta perspectiva, pero antes de ofrecer la mía, me parece necesario explicar qué entiendo yo por acontecimiento. Para ello, recurro a Alain Badiou, que es el filósofo contemporáneo que más ha reflexionado sobre este término y su relación con la verdad.1
Para Badiou, el acontecimiento es la aparición de un suplemento que no puede ser explicado por los saberes que organizan y legitiman una situación determinada. Ya sea política, artística o científica, toda situación —toda estructura de dominación— depende de estos saberes para domeñar un vacío que habita en su seno. Este vacío no debe identificarse con la nada, con la ausencia de materia, sino, por el contrario, con un elemento terriblemente material que carece de simbolización. Mancha que perturba la armonía del cuadro, silencio que amenaza el discurso coherente, el vacío es heterogéneo al ordenamiento de los elementos en la situación. De allí que los grupos de poder que se benefician de él se esfuercen por cubrirlo, por desestimarlo, por negar su existencia.

Zizek y Badiou

Ahora bien, si —como lo hemos dicho— el acontecimiento es la aparición de un suplemento, de algo que no existía previamente para el saber legitimador, no es porque haya descendido algo grandioso desde el cielo estrellado sino porque se le ha dado un nombre a la heterogeneidad inmanente a la situación. Dicho de otro modo, el acontecimiento es la inscripción de una marca en/desde el vacío. La obra de Marx es, por ejemplo, un acontecimiento que nombra un vacío en las representaciones burguesas de las relaciones de producción. El nombre que Marx da a este vacío es el proletariado, el cual hace converger en objetivos comunes a la pluralidad de trabajadores.
Mencionemos brevemente dos rasgos del acontecimiento. Primero, el acontecimiento convoca a los sujetos que se adhieren a él a reorganizar la situación: si los trabajadores se reconocen como proletarios, lo hacen para modificar las relaciones de producción de la sociedad burguesa. Segundo, el acontecimiento da lugar a un procedimiento de verdad, a un examen de los elementos de una situación que se realiza ya no desde el saber que la legitimaba sino desde la perspectiva del acontecimiento. Así como Jacques Lacan, Badiou considera que la verdad agujerea el saber aceptado. Para dar un ejemplo alejado de la política, el psicoanálisis es un procedimiento de verdad que insta al analizante a comprender los males que lo aquejan desde la perspectiva de sus yerros, deslices o equívocos. Cuando un paciente dice sin querer «ato a mi mujer» en vez de «amo a mi mujer», su desliz es el acontecimiento verbal desde el cual el analizante, con la ayuda del analista, reexaminará su situación de vida.
El acontecimiento trae consigo lo nuevo, pero la mera novedad no es acontecimiento; a menudo la novedad obstruye lo nuevo y se cambian las cosas para que nada cambie. A este falso acontecer, Badiou le da el nombre de simulacro. El simulacro tiene todas las propiedades formales del acontecimiento, pero se distingue de él en tanto que cubre el vacío de la situación. Así, la revolución nacional socialista alemana replicó de la revolución soviética el rompimiento con el viejo orden, las marchas masivas, el elogio del trabajador, etcétera. Mas aquella no trajo consigo la reorganización de las relaciones de producción ni tampoco la verdad-agujero en el saber. Por el contrario, el nazismo ocurrió precisamente para contener el empuje de los distintos grupos sociales y para tapar el vacío (que estos procuraban nombrar) con el viejo fantasma de la raza aria.
Los ejemplos que hemos dado hasta ahora del acontecimiento (y de su contrario) se remiten a un acto humano que rompe con una situación humanamente determinada. Pero también es posible usar este término para referirse a un desastre natural: imaginemos que el día de mañana se materializa en la capa de ozono un gran agujero negro que pueda ser visto por todos los habitantes del planeta. Por supuesto, los científicos contratados por las grandes empresas emisoras de dióxido de carbono intentarían tapar la culpa de sus patrones con alguna explicación tan coherente como inverosímil. Sin embargo, difícilmente los ecologistas no se servirían con éxito de esta marca en los cielos para impulsar un procedimiento de verdad que reexamine los presupuestos de la sociedad industrial, así como para abogar en pro de su reorganización.

En el caso del terremoto en el Perú, es más difícil inscribir la marca del acontecimiento. A diferencia del agujero en la capa de ozono, el sismo no puede atribuirse a la producción capitalista ni a la desigualdad social ni al despotismo de Estado. Que haya ocurrido no es culpa de nadie. Se ha dicho que el sismo reveló la falta de preparación del Estado para responder a las catástrofes naturales; sin embargo, de fijarse en la conciencia social, esto constituiría tan solo un mini-acontecimiento cuyas implicancias se limitarían a la reorganización de Defensa Civil. Más apropiado sería argüir —como, en efecto, se ha hecho— que el terremoto ha sido un acontecimiento que ha convocado la solidaridad nacional: lo nuevo que habría traído este acontecimiento sería la creación de una conciencia de ayuda. Pero he aquí el meollo del asunto: esta conciencia solidaria se identifica estrictamente con la asistencia humanitaria, y de esta manera le da un significado demasiado conocido al significante «solidaridad».
Según Badiou, la ética de los derechos humanos que anima la asistencia humanitaria presupone dos sujetos. Primero, el sujeto que es afectado por un mal, un mal como una guerra, una epidemia o (digámoslo ya) un terremoto: este sujeto es a la vez pasivo y patético, inerte y sufriente; y segundo, el sujeto activo del juicio que puede identificar el mal y que se yergue sobre la determinación a detenerlo. Puestas las cosas así, lo que sigue cae por su propio peso. El sujeto afectado por el mal es luego identificado con la víctima impotente, incapaz de respuesta, con la bestia que sufre. Lo de bestia no es una caracterización gratuita: en tanto que solo parece reclamar el apaciguamiento de su dolor o el derecho a la sobrevivencia, su persona se rebaja al estatus de un organismo biológico. Sus deseos se reducen a las necesidades del ente mortal, del animal que puede morir y que solo aspira a seguir vivo. Y nada queda en él del Hombre en su dimensión inmortal: del Hombre que puede afirmar un deseo o una verdad que exceda al bienestar de su soporte animal. No es raro, entonces, que detrás de la fachada de la caridad se esconda en el sujeto del juicio el desdén por aquel a quien da la mano. Para completar esta escena, piénsese en las expediciones humanitarias al África organizadas por Estados Unidos y los países europeos. ¿No es la víctima del Tercer Mundo una suerte de bestia indefensa por la cual el televidente del Primer Mundo experimenta un asco compasivo? ¿Y no se perfila siempre detrás de esta figura calamitosa el buen agente humanitario, que es indefectiblemente el buen hombre blanco?

Alain Badiou

Y volviendo al Perú, ¿no se asemeja la cobertura del terremoto a esta escena de la televisión global? Nuestros medios de comunicación han dicho poco o nada sobre los propios esfuerzos de los damnificados del sur por enfrentar la tragedia, y se han concentrado, en cambio, en representar su degradación: tanto en las fotografías de los diarios como en las pantallas televisivas, los damnificados gritan y lloran de desesperación, extienden la mano con impotencia hacia el Estado central, y, para sobrevivir, recurren al hurto y al pillaje. Si el terremoto ha dado lugar a la solidaridad, ella, para los medios, no está entre los pobladores del sur, y cómo podría estarlo, si a ellos les corresponde el papel de la víctima impotente que merece nuestra caridad desdeñosa, de la víctima que ha perdido la decencia y que debe ser protegida de sí misma (de su propia bestialidad) por «nosotros», por los hombres y mujeres civilizados que «podemos» dar donaciones.
Pero además: el que estas representaciones hayan sido aceptadas por «nosotros», el que «nos hayamos» reconocido en ellas, es porque «nos» son familiares. ¿Cómo no «reconocernos» y reconocerlos en ellas si son las mismas representaciones oligárquicas de siempre? Por un lado, están los pobres de «color modesto», de quienes las señoras de buena sociedad opinan, tapándose la nariz, que son como «animalitos», y por el otro, las clases media y alta de «color claro», que deben disciplinarlos y castigarlos (es decir, civilizarlos) por su propio bien. Si bien estas imágenes eran más comunes en la década de 1950, no por ello dejan de estructurar nuestra vida social. Recuérdese que, no hace mucho, en el talk show de Laura Bozzo, los pobres eran consistentemente puestos en el lugar de lo abyecto, de la basura, de lo que da asco. En la emisión «Haga todo por dinero», los pobres se rebajaban a lamer axilas o pezuñas con tal de obtener unos cuantos dólares. En otras transmisiones, las jóvenes se prostituían para comprarse ropa de marca y las madres dejaban que sus hijos vendiesen drogas para poner el pan en la mesa. Ante semejantes «bajezas», la conductora se indignaba, y luego se erguía de autoridad a fin de protegerlos de sí mismos, por ejemplo, gritándole a la madre del joven «paquetero» que iba a hacer todo lo posible para que las autoridades le quitaran al chico, pues ella (la mujer pobre) no era digna de ser madre. ¿No es esta escena televisiva de los años dorados del fujimontecinismo muy similar a las escenas postsiniestro que hoy se repiten en el segundo período de García? ¿Y no son estas meras repeticiones de esa Otra Escena, de ese viejo fantasma oligárquico que recorre nuestra vida republicana?
De las grietas que el sismo ha dejado en los cimientos materiales y simbólicos del país no ha salido una verdad que horade nuestro saber sobre las relaciones sociales. Ninguno de los remezones ha activado el procedimiento de verdad que nos llevaría a re-examinar la situación social, ni mucho menos a cambiarla. Por el contrario: así como la «amenaza roja» fue ocluida por el simulacro nazi, aquí el vacío sobre el cual se urdieron las protestas sociales de los últimos meses ha sido tapado por un guión fantasmático que «aclara» cómo son los que tienen y cómo los que no tienen, y cuáles son los deberes de los primeros para con los segundos (la dádiva paternalista), y cuáles los de los segundos para con los primeros (el gemido y la gratitud).

A pesar del sonido y de la furia del siniestro, no ha habido acontecimiento. Que el señor Julio Favre (quien hasta ahora no se retracta de haber llamado a Evo Morales «aimara ignorante») haya sido nombrado director del Fondo de Reconstrucción del Sur, es el más claro indicio de que estamos viviendo un simulacro, un simulacro que, así como los de Defensa Civil, se realiza con la esperanza de que no llegue el remezón de verdad.

*
Juan Carlos Ublliuz

Doctor en literatura comparada por la Universidad de Texas, Austin, Estados Unidos. Profesor de la Maestría de Esttudios Culturales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es autor de Nuevos súbditos: cinismo y perversión en la sociedad contemporánea.

1 Todas las ideas aquí expuestas sobre el acontecimiento (y el simulacro) se pueden encontrar en el breve libro de Alain Badiou, Ethics. An Essay on the Understanding of Evil [La ética. Un ensayo sobre la comprensión del mal]. Londres: Verso, 2001. Para un más amplio desarrollo del tema por el mismo autor, consúltese El ser y el acontecimiento. Buenos Aires: Manantial, 1999.

desco / Revista Quehacer Nro. 168 / Set. – Dic. 2007

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NUEVAS ROPAS PARA EL ESCLAVO” ENTREVISTA A GAYATRI SPIVAK

“NUEVAS ROPAS PARA EL ESCLAVO” ENTREVISTA A GAYATRI SPIVAK
por MANUEL ASENSI

publicada en Clarín el 9-4-06

Lunes 4 de febrero de 2008, por Mónica Efron

La ensayista Gayatri Spivak acuñó en 1983 el término “subalterno” para referirse al último eslabón de la cadena de la explotación. El subalterno es aquel que no puede ser representado, ni habla ni podemos hablar por él. En esta entrevista opina sobre las nuevas ropas que adquiere la esclavitud global. Para Gayatri Chakravorty Spivak, romper las reglas es una obligación ética. Cuando era todavía una niña en su país natal se sintió fascinada por la forma en que un grupo de teatro conocido como Indian People’’s Theatre Association empleaba la escena como lucha política contra el imperialismo británico. Y se sintió fascinada porque allí aprendió que la estetización del arte, defendida por los británicos, es cómplice del fascismo. Walter Benjamin lo sabía, y Spivak lo supo a través de su experiencia infantil. Si, además, se pasa una hambruna, si se ve cómo unas jóvenes indias se arrojan, siguiendo un antiguo rito, a la pira funeraria en la que está ardiendo el cadáver del marido, si se contempla a esas personas que pasan en silencio fantasmagórico por el mundo, entonces se comprende que Spivak estaba lista para revisar el concepto de explotación. Desde la época de sus estudios preuniversitarios y universitarios en la India, los escritos de Marx se convirtieron en sus compañeros de viaje. Spivak piensa la explotación a través y más allá de Marx. De la tesis leninista según la cual el imperialismo fue el último estadio del capitalismo se llega sin demasiada dificultad a la conclusión de que el grupo de los explotados reviste tal heterogeneidad que es necesario volver a pensarlo. Porque, ¿cómo poner en la misma balanza a un proletario francés, blanco, hombre, perteneciente a un sindicato, y a una colonizada hindú, de piel oscura, mujer o equis, analfabeta y sirviente del sirviente? El primero es un explotado, la segunda es una subalterna. La palabra la aprendió de Antonio Gramsci. Spivak era una estudiante de literatura comparada, y cuando a principios de los 60 llegó a EE.UU. se encontró en Cornell con Paul de Man quien le dio un fundamento radical para el análisis ideológico y para saber leer: la deconstrucción. Su interés por la deconstrucción tomó un viso definitivo cuando tradujo al inglés y prologó el libro de Jacques Derrida De la gramatología. Dicho prólogo fue toda una declaración de principios respecto a las bases de su pensamiento: marxismo, feminismo y deconstrucción. Un texto que hizo consciente la idea de que en ciertos contextos, bajo determinadas condiciones, el ser mujer agrava la subalternidad, convierte a quien la padece en el subalterno del subalterno. Ser mujer o ser homosexual, claro. El interés de Spivak por el feminismo surge de la conciencia de que la mujer ha ocupado históricamente el lugar más bajo en la cadena de la explotación.

Spivak reitera que el subalterno o la subalterna no puede hablar en la medida en que no hay institución que escuche y legitime sus palabras. No puede llevar a cabo eso que se denomina un acto de habla, entre otras cosas porque carece de autoridad para hacerlo. Añade: el subalterno no puede ser representado, ni habla él ni podemos hablar por él. Es un silencio irrecuperable, una voz cuyos sonidos y marcas trituraron el tiempo y la nada.


-Usted se ha definido como socialista y marxista, además de feminista y deconstructivista. Respecto a la ortodoxia de su marxismo, ¿está de acuerdo con Derrida cuando en – Espectros de Marx – habla de un marxismo que es, a la vez, indispensable y estructuralmente insuficiente?

-Por supuesto, yo he aprendido muchísimo de ese libro sobre Marx, pero mi aproximación al marxismo es diferente. El afirma que ha llegado el momento de releer a Marx en el contexto europeo. Da la casualidad de que mi país no es europeo. Mi perspectiva es, en primer lugar, global. En segundo lugar, asiática. En tercer lugar, bengalí, porque el marxismo bengalí es el de la Segunda Internacional. En este sentido me gusta la idea estadounidense de tener sólo dos partidos políticos capitalistas (ríe), siendo uno la copia del otro, es una manera de clarificar las cosas (ríe de nuevo). En Bangladesh el Partido Comunista ha llegado a tener mucho poder, y durante mucho tiempo yo he pertenecido a un grupo que se encuentra a la izquierda de la izquierda, crítico con la izquierda debido a que si entras en el sistema parlamentario, en la dinámica de los partidos que tienen el poder, estás ciego a determinados compromisos sociales que son los que a mí me interesan. Por tanto, mi posición no puede ser la de Derrida. Finalmente, mi posición está marcada por el hecho de que en EE.UU. no existe la izquierda organizada políticamente, ni siquiera en el mundo académico, lo cual también me aleja de Europa.

-Pero en su opinión, ¿cómo podemos en nuestros días usar el marxismo?

-Creo que no se trata de una vuelta a los orígenes. Se trata, más bien, de pensar de nuevo en qué dirección deberíamos hablar de la situación internacional dentro del marco marxista. Los experimentos de los estados policiales de los países comunistas han sido un fracaso y me parece, y no hablo sólo por mí, que hay mucha gente que piensa lo mismo: dado que no hay una verdadera voluntad de cambiar la mente de la gente en general es muy difícil que podamos transformar las cosas. Por ello, las ideas del marxismo vanguardista estuvieron desde el comienzo condenadas al fracaso y tenemos que pensar qué es lo que tenemos que hacer con eso, y tenemos que pensar también en el hecho de que la política de estado, incluido el de los países socialistas, puede traer consigo el nacionalismo e incluso el fascismo. Dentro del socialismo global indígena, no la gran sociedad civil internacional por supuesto, hay un camino para que la interrupción de la globalización capitalista refleje un tipo de marxismo no partidista, y creo que sólo ahí será posible recuperar la idea de una nueva internacional. No hace mucho, en Davos, Juan Somavia, director general de la OIT, ha afirmado que es necesario cambiar la dirección de la política con el fin de aumentar la flexibilidad del capital al mismo tiempo que la economía local. Se trata de un cambio inmenso que no puede producirse de manera demasiado rápida y sobre el que conviene pensar detenidamente. Uno de sus efectos fundamentales sería que la gente pudiera quedarse donde se encuentra y no sintiera la necesidad de emigrar. Y esto debería ser aplicado en el corazón del Africa ubsahariana. En caso contrario, la política global es sólo una intención, una mera filantropía sin democracia. Cuando se lee atentamente a Marx, se advierte que la libertad viene después de la liberación de algo. No ser capaz de hablar, no ser capaz de cambiar la mentalidad, ése es el problema más profundo. En la tesis número once de las Tesis sobre Feuerbach, Marx se pregunta ¿quién educará a los educadores? Yo no tengo ningún inconveniente en responder “yo misma”, porque estoy convencida de que la única manera en que se puede transformar la mente de la gente en general es a través de la educación, y por eso la educación posee un gran trasfondo ético.

-Hubo un secretario general del PSOE que afirmó una vez que había que ser socialista antes que marxista.

-Es una cuestión difícil, ciertamente el marxismo tal y como ha sido aplicado históricamente fue un error, y es necesario tratar de evitar que vuelva a producirse, y eso es algo que asusta a mucha gente, incluidos los socialistas, pero hay que tener en cuenta que tan importante es analizar las condiciones de un error histórico como mantenerse lo más cerca posible de una filosofía y un tipo de acción que busca la libertad del ser humano. La renuncia al marxismo en el sentido de pasar la página es ceder a una socialdemocracia cómplice las más de las veces del liberalismo capitalista. Ser socialista sin ser de algún modo marxista es una quimera.

-¿Qué piensa de las vallas fronterizas como uno de los medios que ayudan a detener la llegada de africanos a España?

-Me gusta mucho la idea de un mundo sin fronteras, mucha gente siente intensamente esa necesidad. En mi opinión es un deseo maravilloso. Mire, yo no soy una subalterna, de ningún modo se podría decir de mí que pertenezco al grupo heterogéneo de los subalternos. De hecho, soy una privilegiada en un país como el mío en que hay tanta gente sin privilegio alguno. Y en EE.UU. mi posición tampoco tiene nada que ver con los subalternos, pertenezco a la comunidad de los docentes universitarios dentro de la que ocupo un alto nivel. Hay gente allí que no ve bien que yo esté en ese lugar, pero ese es su problema, no el mío. Sin embargo, dado que sigo manteniendo mi nacionalidad india no sabe cuántos problemas me ocasiona eso a la hora de intentar viajar. El año pasado me invitaron a Barcelona y tuve un problema con los billetes electrónicos que nunca aparecieron, la gente del aeropuerto me miraba y dudaba de que en Europa me hubieran comprado unos billetes para viajar hasta España, ¿cómo pretendes decirnos que unos europeos te han comprado, a ti, unos billetes para viajar hasta allí? Si eso me pasa a mí imagina lo que puede pasar con los pobres. El problema no son las vallas fronterizas sino que reside en cambiar la dirección de la política económica, porque sólo de esa manera lograremos que la gente no se precipite al agua, sólo de esa manera conseguiremos que no tengan necesidad de venir a Europa, sino que deseen quedarse en sus países. La apertura de las fronteras, manteniendo la misma política actual, traería más problemas de los que en teoría debería resolver. Uno de los aspectos más problemáticos para llevar a cabo ese cambio político es que muy poca gente cree en la posición ética del ser humano. Es algo, por ejemplo, inconcebible en el estado de Nueva York donde muchos piensan que si a alguien se le ocurriera subir el salario mínimo tendrían un problema económico tan grande que se verían en la obligación de dejar ese estado, ¿ése es el problema? El salario mínimo está situado en torno a los siete dólares la hora y la ganancia general del estado ronda los dos mil doscientos millones de dólares anuales. Y, a pesar de ello, aparecen en los periódicos consideraciones en torno al peligro económico que supondría un aumento del salario mínimo. Es una actitud poco práctica y estúpida. Ha llegado el momento de pensar no ya en los que están arriba sino en los que están abajo, el momento de crear unas infraestructuras económicas globales para que la gente pueda quedarse en su país.

-Habla usted de crear espacios, infraestructuras, para que los subalternos puedan abandonar el lugar de la subalternidad. El concepto de subalterno, desde que usted lo pusiera en funcionamiento en 1983, a través de una lectura de Gramsci y en paralelo a los estudios de los historiadores hindúes de la subalternidad, ha sido traído y llevado, discutido, y en ocasiones ha sido necesario que usted matizara el sentido de ese concepto. ¿Qué diría ahora en 2006?

-Es en efecto un concepto que en determinados momentos se ha empleado tan profusamente que ha perdido parte de su utilidad. Ha habido confusiones, claro, como cuando se interpretó mi afirmación de que los subalternos no pueden hablar, como que están mudos. Era evidente que lo que yo quería decir es que no pueden hablar en el sentido de que no son escuchados, de que su discurso no está sancionado ni validado por la institución. Hoy digo que la palabra subalterno trata de una situación en la que alguien está apartado de cualquier línea de movilidad social. Diría, asimismo, que la subalternidad constituye un espacio de diferencia no homogéneo, que no es generalizable, que no configura una posición de identidad, lo cual hace imposible la formación de una base de acción política. La mujer, el hombre, los niños que permanecen en ciertos países africanos, que ni siquiera pueden pensar en atravesar el mar para llegar a Europa, condenados a muerte por falta de alimentos y medicinas, esos son los subalternos. Por supuesto, hay más clases de subalternos.

-¿Cómo ve la situación de la mujer occidental que funciona como paradigma de la liberación femenina? Hay mujeres que opinan que trabajar, cuidar a los hijos, ganar dinero, y estar sometidas a la lógica del capitalismo es un nuevo esclavismo. ¿No tendrían que mirar a las mujeres no occidentales?

-Sí, podría ser una forma de esclavismo. El problema comienza cuando, por ejemplo, se piensa que el cuidado de los hijos debe correr a cargo de la mujer. Es evidente que durante el periodo de la gestación, durante nueve meses más o menos, el feto afecta sobre todo al cuerpo de la madre. Hay muchas chicas que me preguntan cómo pueden combinar el hecho de tener hijos con su carrera o su trabajo. Nunca un hombre me ha dirigido una pregunta de esas características. En mi opinión es necesario cambiar la mentalidad de los padres en todo el mundo, al menos cuando sea necesario, para que entiendan que es necesario compartir esas tareas, que los niños no están al cuidado sólo de la madre, sino también del padre. Pero hay muchas mujeres en el mundo que no tienen ni la posibilidad de tener un trabajo. Sin embargo, la mujer occidental no debe pensar que es la más liberada del mundo. En mis viajes y estancias en India y en China me he dado cuenta de que las mujeres de allí no están menos liberadas que las occidentales. Posiblemente están más liberadas.

(c)Clarín y La Vanguardia

Spivak básico

CALCUTA 1942. ENSAYISTA

Está considerada como uno de los principales impulsores de los estudios culturales y de la crítica poscolonial. Acuñó el término “subalterno” para referirse a quienes se ubican por debajo de los explotados en la sociedad capitalista. Estudió en Cornell y es profesora en la Universidad de Columbia. También estudia la crítica literaria posestructuralista, la lectura deconstructivista del marxismo y del feminismo. Entre sus libros: Death of a Discipline (2003), A Critique of Post-Colonial Reason: Toward a History of the Vanishing Present (Harvard, 1999), y Selected Subaltern Studies (Oxford, 1988).

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La “desmacondización” de América Latina

La “desmacondización” de América Latina
Mario Roberto Morales

El término “macondismo” (acuñado por José Joaquín Brunner) expresa una generalizada distorsión que sobre América Latina han construido ciertos intelectuales desde Europa y Estados Unidos, y tiene por supuesto que ver con esa especie de “síndrome de Macondo” que involuntariamente García Márquez implantó en sus lectores mediante la intensa metáfora que de nuestro subcontinente urdió al construir el microcosmos ficcional llamado Macondo, en Cien años de soledad.
Las “buenas conciencias” de Europa y Estados Unidos se fascinaron con lo que percibieron como una realidad mágica, etérea y a la vez buenamente salvaje, y sobre todo pudieron, por medio de su lectura fácil, digerir moralmente el subdesarrollo, la miseria, el hambre, la explotación y el saqueo que Occidente ha perpetrado en el Tercer Mundo, puesto que venía envuelta en angelicales mujeres que se elevaban al cielo en sábanas blancas, prohombres que realizaban hazañas quijotescas sin más objetivo que el empeño mismo, y muertos que seguían viviendo entre los suyos mucho tiempo después de su deceso. En otras palabras, para ellos el subdesarrollo cumplía ahora con el requisito cosmético necesario para hacer de su consumo algo agradable.
Hubo quienes siguieron los pasos de García Márquez (quien a su vez había seguido los no tan perdidos pasos de Carpentier y de Asturias) para ubicarse en el centro de la nueva demanda macondizada de cultura y literatura latinoamericanas. Entre estas personas se cuenta, en primerísimo plano, a Isabel Allende y Laura Esquivel. Pero la lista de escritores, pintores, fotógrafos y cineastas que macondizan la América Latina en sus productos (a fin de que sean aceptados por la lógica cultural del mercado y se vendan), es bastante larga.
De modo que lo que en García Márquez fue la continuidad creativa de una tradición literaria cuyos más cercanos exponentes habían sido Asturias (con su “realismo mágico”, heredado de Franz Roh) y Carpentier (con su extraliterario “real maravilloso”), en sus seguidores se convirtió en manierismo para el mercado mediante una versión de América Latina que empieza y termina en el macondismo y que, por ello, constituye una visión reduccionista de nuestra cultura. Así puede interpretarse tanta producción pictórica y fotográfica “naif”, tanto cine al estilo de Como agua para chocolate y tanta novela, poesía y crítica literaria “políticamente correctas” que nos presenta a los latinoamericanos como comunidades de retrasaditos mentales que, a pesar de nuestra ignorancia y miseria, podemos volar, predecir el futuro, mover objetos a distancia, llorar en el vientre de nuestra madre y emprender hazañas tan grandiosas cuanto inútiles, al tiempo que somos nativos increíblemente serviciales con los turistas. Lo cual nos lleva a que el macondismo no se agota ni en el cine ni en la literatura ni en la llamada “alta cultura”. También contamina las artesanías indígenas y los imaginarios étnicos (algunos de los cuales incluyen pasamontañas) que se ofrecen a los turistas y antropólogos gringos y europeos, envueltos en enrarecidos aires de ancestralidad.
Pero, como decía Emil Volek en su reciente conferencia sobre este tema el pasado mes de febrero en Guatemala, “no es lo mismo hablar o escribir sobre Macondo que vivir en Macondo”. Y es que es precisamente la vida real en Macondo lo que el macondismo escamotea elevando hacia mágicas alturas exuberantemente deshumanizadas a sus depauperados habitantes. Todo, para que el hedor de sus llagas no sea sentido por el ávido consumidor de productos ecualizados.
El macondismo nos puede resultar aceptable como artificio estético o político pero jamás como “esencia identitaria” latinoamericana. Eso implicaría sustituir nuestra realidad con su reflejo consumista. De ahí que el colmo del macondismo sea que nosotros mismos acabemos asumiendo la ciudadanía macondiana. Es tanto como disfrazarnos de payasos para que los dueños del circo nos tomen en serio. Por eso, una dignificadora tarea urgente de los escritores, artistas e intelectuales latinoamericanos que se resisten a venderle su alma al Mercado, es justamente la desmacondización de América Latina.

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Entrevista a Fredric Jameson. Posmodernidad y globalización

FREDRIC JAMESON

Archipiélago: Tal vez la aportación teórica por la que es más conocido para los lectores en lengua española sea su análisis marxista de la posmodernidad como «lógica cultural del capitalismo tardío», análisis que ha venido desarrollando en otras obras suyas durante los años 80. ¿Considera que, en lo esencial, aquel análisis sigue siendo válido? A grandes rasgos, ¿qué modificaciones ha supuesto la deriva reaccionaria de la cultura posmoderna, que ya señaló hace una década?

Fredric Jameson: No fue hace una década sino dos, hace veinticinco años que escribí este primer ensayo y desde luego habría modificaciones que realizar. Algunas personas sostienen que el posmodernismo ha tocado a su fin, sin embargo es preciso establecer una diferencia entre el posmodernismo como estilo y la posmodernidad como situación cultural. Existen diversos estilos en el seno del posmodernismo, y algunos de ellos han desaparecido al tiempo que han ido surgiendo otros. Pero la posmodernidad, tal y como la caractericé en aquella obra, sigue estando vigente e incluso en expansión. Lo que quizás habría que añadir ahora para destacar su relevancia es que finalmente posmodernidad y globalización son una misma cosa. Se trata de las dos caras de un mismo fenómeno. La globalización lo abarca en términos de información, en términos comerciales y económicos. Y la posmodernidad, por su lado, consiste en la manifestación cultural de esta situación.

En lo que se refiere a si es o no productiva, desde luego, cualquier situación histórica nueva acaba siendo productiva, o sea, produce toda una nueva cultura. Lo que nos debería interesar en este sentido es cuáles son las posibilidades de una cultura de oposición frente a una cultura posmoderna afirmativa, que en cambio se limita a reproducir el sistema. Ésta es una cuestión difícil de contestar porque no creo que, por ejemplo, se pueda o deba dictar a los artistas qué hacer o anticipar el tipo de cosas que hay que hacer. Creo que los artistas, a título individual, aunque quizás en menor medida en el campo literario, sí que ejercen algún tipo de oposición. La pregunta crucial que yo plantearía aquí, una pregunta para la que no tengo respuesta, la verdad, sería: ¿Pueden erosionar al capitalismo las formas de oposición cultural que surgen en un momento? ¿Precisa este sistema caracterizado por la posmodernidad y globalización el mismo tipo de oposición que la que se generó en la época de lo moderno? En el momento moderno hablábamos de subversión, crítica, oposición, pero me pregunto si todas estas formas de resistencia son realmente válidas en las condiciones presentes. Recuerdo ahora el título de un famoso libro de Sloterdijk, Crítica de la razón cínica. Mucha gente usaría esos términos para describir la situación, e incluso Zizek se refirió a ello en una conferencia a la que asistí en Los Ángeles el año pasado. Sí, creo que nos encontramos inmersos en una cultura de la razón cínica, en la que todo el mundo ya sabe todo de antemano, en la que ya no hay sorpresas, un momento en el que todo el mundo sabe lo que es el sistema y lo que hace, que el sistema no ofrece ilusiones a nadie y que simplemente está basado en el beneficio, en el dinero, etc. Si es así, si todos somos tan conscientes de este hecho, entonces es evidente que la función de la cultura de desenmascarar y revelar ese mismo hecho deja de ser necesaria. Aunque al mismo tiempo, si todos lo sabemos ¿por qué no resistimos? Estos son los nuevos tipos de interrogantes a los que hoy se enfrenta la cultura, y los que tendría que acometer una cultura posmoderna de izquierdas.

Archipiélago: La vieja guardia, pongamos Adorno, asociaba la oposición cultural con cosas como la música de vanguardia, la literatura modernista, mientras que la nueva crítica que surgió con su generación se centró más en los productos de la cultura de masas, los medios de comunicación, el cine, la TV, el vídeo, etc. ¿Qué otras diferencias hay entre la antigua lucha cultural y la posmoderna?

F. Jameson: Creo que la idea de oposición y subversión iba unida a la idea de vanguardia y a la propia diferencia entre alta cultura y cultura de masas. Una de las cosas importantes de la posmodernidad es que esa diferencia se diluye. En realidad, ya sucedía con Thomas Pynchon. No es que Pynchon fuera exactamente cultura de masas, sin embargo sí que estaba absorbiendo o impregnándose de la cultura de masas de un modo que no se había producido anteriormente en la literatura.

Pero volviendo a la pregunta, ¿cuál es el nuevo contenido de oposición o resistencia? ¿Se trata de una muestra de pluralismo cultural? Todo el mundo está a favor del pluralismo, pero lo cierto es que éste no va necesariamente unido a un programa político. Tampoco sé, igual que le sucede al resto, cuál sería el programa político adecuado, y mis sugerencias en realidad no son útiles en el plano político.

Creo que es preciso distinguir dos niveles y hablar de lo local y lo global no es una tontería en este punto. Desde luego, existen políticas nacionales donde se han producido ciertas conquistas democráticas y donde se han alcanzado algunos logros sociales, que están siendo destruidos por una nueva derecha conservadora muy agresiva. En este contexto no sé si se puede sostener una política radical, dado que uno parece obligado a defender una política de conservación del viejo Estado del Bienestar. Pero existe otro nivel, el de la cultura global, en el que ciertamente suceden y puede que sucedan otro tipo de cosas. Posiblemente esas cosas no se vayan a originar entre nosotros, en el Primer Mundo, en Europa o en Estados Unidos, son cosas que vendrán de otros lugares, quizás de lo que está sucediendo en América Latina, de lugares en los que se está fraguando una resistencia contra los países ricos. Podemos apoyar todo eso desde el interior de los países ricos, pero al mismo tiempo nos es muy difícil originar una política antiglobalización desde el Primer Mundo, desde nuestra posición acomodada. Podemos, desde luego, identificarla y apoyarla y eso es lo que ha representado Seattle, el Foro Social Mundial, el Foro Social Europeo. Son acontecimientos que se producen en un ámbito internacional, mientras que en el seno de los países se da otro nivel de política, y localmente otro. En realidad, en cierto sentido todos ellos están desconectados entre sí, aunque discurren en paralelo, simultáneamente, y una de las cosas que genera confusión política es el hecho de que no podamos identificar de forma inmediata cuáles son las grandes causas políticas de este momento. Esto también tiene que ver con la lentitud con la que está emergiendo un nuevo movimiento obrero internacional. Claro que el comercio internacional está operando, pero sus movimientos son muy contradictorios, y lo que es bueno para los trabajadores chinos resulta que es malo para los latinoamericanos y los españoles. La vieja izquierda moderna, la izquierda comunista, se basaba en una idea internacionalista, pero el espacio para que esa idea se desarrolle más no ha surgido aún.

Archipiélago: En su trabajo, la arquitectura y el urbanismo han desempeñado un papel central a la hora de determinar las características del capitalismo contemporáneo. Perry Anderson señaló ya posibles razones biográficas (el contacto en Duke con Venturi). ¿Podría explicarnos las razones teóricas de esta preocupación?

F. Jameson: Mi interés por la teoría arquitectónica se originó cuando algunos estudiantes de Arquitectura de la Universidad de Yale vinieron a verme y me dijeron: tenemos un nuevo decano, no le interesa la teoría en absoluto, ¿harías algo de teoría con nosotros? Y yo les dije que sí si me contaban qué estaba pasando en el mundo de la arquitectura. Fue un verdadero intercambio y me beneficié enormemente de él. Y fue así como llegué a conocer a algunos de los viejos arquitectos, justo en un momento en el que los arquitectos comenzaban a hacer teoría. Aparecieron algunas revistas estupendas, algunas todavía existen, y se convirtieron en un auténtico motor de la reflexión. Algunos la impulsaron más que otros: Peter Eisenman, por ejemplo, demostró tener una mente muy teórica. Gery, en cambio, no estaba tan interesado por la teoría. En cualquier caso, comenzaron a darse reflexiones muy interesantes desde el terreno de la teoría y todo aquello acabó por interesarme. Percibí entonces que era realmente en el campo de la arquitectura y de la producción arquitectónica donde antes se podía advertir una transformación en la producción de las artes, una transformación que cabría llamar «posmoderna».

Obviamente, también sucedía algo en la literatura, por ejemplo con Pynchon y gente parecida. Siempre surgía la pregunta: ¿es o no posmoderna esta literatura?, pero en la arquitectura se produjo una auténtica ruptura, toda una reacción violenta contra el movimiento moderno, contra Le Corbusier y demás, una rápida iniciativa para producir otras cosas, un regreso a ciertas formas de placer, etc. En fin, un cambio que traté de describir en mis ensayos. No creía, eso sí, que todo lo que se producía en el momento posmoderno fuera necesariamente bueno. Le Corbusier es una figura inmensa, pero pertenece al pasado, mientras que lo que se estaba haciendo resultaba, en sus distintas manifestaciones, algo realmente profético. Esto me dio la idea de que existía una auténtica ruptura y que algo nuevo estaba empezando a emerger, algo que era preciso explorar.

Luego está la cuestión de lo que yo llamo «lo espacial». A mi juicio hay modos simplistas de hablar de esto y no me gustaría contribuir a ello, pero en términos generales podría decirse que las grandes obras modernas, particularmente en la literatura, incluso en la pintura, plantean la cuestión del tiempo, del tiempo y la memoria, o más exactamente, la cuestión de por qué en cierto momento nuestro sentido del tiempo, del pasado, quedó debilitado. En cierta ocasión alguien me contó —y no sé si será cierto, si lo es resulta muy interesante, pero si no también es una buena fábula— que en este momento existen más personas vivas sobre la faz de la tierra que las que nunca hayan podido existir a lo largo de la historia. En este sentido, el presente se hace más importante que el pasado y conforme nuestro sentido del tiempo histórico ha cambiado, también lo ha hecho nuestro sentido del tiempo existencial. Si se presta atención a la obra de autores como Deleuze, y sobre todo a la idea deleuziana de esquizofrenia, advertimos que se trata de una filosofía del presente.

Hay, en efecto, un extraño presente absoluto en el que vive la gente y parece que el tiempo cede ante lo espacial, ante este sentido espacial de las cosas. Pues bien, éste pudo ser otro motivo por el que la arquitectura ocupó una posición más central en este nuevo sistema que llamamos posmodernidad. Además, tengo el presentimiento de que, aunque haya algunos escritores y poetas maravillosos, no van a volver a producirse grandes cosas en el campo de la literatura nunca más. Durante el movimiento moderno era el centro de todo ya que se pensaba que se estaba viviendo una total degradación del lenguaje, una degeneración que se ejercía desde los periódicos, desde las masas; una idea de derechas en cierto sentido. Y así surgió la idea de que quizás uno podría recobrar la pureza de una lengua original. Hoy en día, en cambio, todo el mundo entiende que la lengua está irremediablemente corrompida, que la esfera pública habita en el basurero de la lengua y que no puede ser purificada. Los poetas más interesantes de Estados Unidos, los llamados language poets (quizás se les conoce un poco aquí también), hacen poesía a partir de basura lingüística, recopilando piezas de esa lengua degradada. En el nuevo período, pues, la lengua deja de estar en el centro, mientras que el espacio, en sentido general, pasa a ocupar su lugar, junto con la llamada cultura visual, las imágenes, la société du spectacle, la publicidad, etc., o sea, series de imágenes que transforman el espacio, aunque incluso podríamos incluir a la música (cuando la gente se desplaza con sus walkmans no se limita a escuchar música, sino que consecuentemente el espacio también se transforma).

Pese a todo ello, lo cierto es que el espacio nunca fue un objeto preeminente para la teoría. David Harvey fue una de las pocas personas que puso en primer plano el lenguaje del espacio y de la geografía. Durante la guerra de Vietnam surgieron muchos geógrafos radicales, y él mismo se reconocería en esta corriente, pero con anterioridad a ese momento la geografía había sido un área menor. Sin embargo, en poco tiempo y desde distintos puntos de vista, la idea de espacio se convirtió en algo central para las personas y se fueron sumando más y más cuestiones apremiantes, como la del hecho mismo de ocupar el espacio, la del ciberespacio, del espacio informativo y la velocidad de las conexiones mundiales, etc.

Archipiélago: El bloqueo de la imaginación es otro problema al que ha prestado mucha atención, en relación, por ejemplo, con ciertos aspectos del antiurbanismo de Koolhaas o con la ciencia-ficción contemporánea. Parece que no se trata de volver a la utopía, sino de…

F. Jameson: En lo que se refiere a la utopía, creo que hay dos cuestiones relevantes. Una tiene que ver con una especie de impulso utópico que siempre está presente. Tiene que ver con la colectividad, la felicidad, el cuerpo. Gran parte de lo que pensamos sobre la degradación de la cultura contemporánea se alimenta de ese impulso. Es un sentido de utopía que late en todas partes. Lo que, sin embargo, no siempre está presente son representaciones de la utopía, ya que éstas surgen en oleadas. En Estados Unidos, por ejemplo, el gran momento para las utopías fue la década de 1890, el período del Movimiento Progresista, de la formación de los sindicatos, de los iww (Industrial Workers of the World), los wooblies,1 etc., un período en el que la gente experimentó verdaderos cambios históricos y se sintió interpelada a imaginar otros futuros que, quizás, ahora puede que no nos parezcan nada atractivos, pero que realmente formaron parte del imaginario de esos movimientos. Después nos encontramos con la década de 1960, un período en el que también se asistió a un florecimiento de las utopías, en gran medida gracias a la segunda ola feminista (que también estaba presente en el primer período, en el primer momento de las utopías feministas). En nuestra época también han empezando a emerger algunas nuevas utopías, pero el fenómeno ha adquirido mucha más importancia política que antes, dado que cada vez nos ha resultado y nos resulta más difícil imaginar algo distinto a lo existente. Recordad, por ejemplo, la célebre expresión de la Sra. Thatcher: «No hay alternativa al capitalismo». El problema político al que nos enfrentamos desde hace tiempo es que no hay alternativa a la utopía.

La utopía, sin embargo, sigue siendo el primer paso en la emergencia del futuro y, por eso, cosas como la ciencia-ficción actual están tan relacionadas con lo que comentaba anteriormente, o sea, con el problema del tiempo histórico. Vivimos en un período en el que nuestro sentido del pasado sólo se corresponde con un montón de imágenes y de simulacros y en el que el futuro es cada vez más difícil de imaginar. La ciencia-ficción, con todo, parece que siempre había sido la forma en la que era posible imaginar algo y en la que se podía poner a prueba el futuro en un sentido bueno y malo. O, más exactamente, yo diría que el sentido de la ciencia-ficción consistía en demostrar lo difícil que resulta imaginar un futuro diferente, algo que no es necesariamente malo, dado que fuerza a la gente a tratar de pensar y a adoptar distintas iniciativas.

Volviendo al tema general, diría que con el conjunto del movimiento antiglobalización también estamos asistiendo una vez más al surgimiento de todo tipo de utopías. Estuve en el Foro Social en Porto Alegre y allí era posible ver distintos movimientos tratando de imaginar distintas versiones del futuro. Lo importante, de hecho, sería intentar darse cuenta de cuál está siendo la tendencia histórica y tratar de ver cómo la gente está pensando en alternativas. Parece que asistimos a una situación límite, por ejemplo, a una situación en la que todo el trabajo sobre la faz de la tierra es trabajo asalariado, en la que se produce una destrucción total de la agricultura, una transformación global de cualquier cosa en mercancía. De modo que es desde ahí desde donde estamos tratando de imaginar. No creo que haya razones para el pesimismo en todo esto.

Archipiélago: Uno de los grandes problemas a la hora de pensar la globalización es el papel que juega Estados Unidos en ella. Antonio Negri cree que, a pesar de su preponderancia, Estados Unidos manifiesta una incapacidad para dirigir el proceso de globalización (igual que le ocurriría a cualquier otro Estado). De hecho, en opinión de Negri resulta confuso hablar de imperialismo y sería mejor pensar en una idea de imperio con naturaleza no estatal. Usted, en cambio, en artículos como «Globalización y estrategia política», parece afirmar lo contrario. ¿Es así? ¿Podría explicarnos su opinión sobre el papel del Estado-nación en el proceso de globalización y de cómo se sitúa realmente Estados Unidos en ese proceso?

F. Jameson: Creo que es preciso recordar que ambos, Michael Hardt y Toni Negri, son italianos, y que de algún modo para ellos imperio significa imperio romano, no el imperio del imperialismo. El imperialismo se corresponde más bien con un orden anterior al capitalismo y por eso seguir utilizando la misma palabra genera cierta confusión. Cuando ellos hablan de imperio, lo interpreto en ese sentido, en el del imperio romano: nos hallamos ante un imperio del que forman parte Estados equiparables y existe determinado modo de ciudadanía global; los europeos y los americanos, digámoslo así, detentamos cierta ciudadanía global de la que, en cambio, carecen otros países, o sea, los bárbaros de la periferia del imperio romano. Sin embargo, en grandes momentos de crisis, de repente se produce un estado de excepción en el que una única potencia dirige todo. Esto es lo que creo que vienen a decir ellos. No se trata de que Estados Unidos como nación sea ahora de algún modo la única nación. Existen muchas corporaciones multinacionales que no son estadounidenses, que son europeas, o japonesas, o de muchos otros sitios, lo cual no quita que, en el estado de excepción bajo el que vivimos, los estadounidenses se erijan como dirección de todo el imperio. Parece claro, por ejemplo, a tenor de las elecciones que se celebraron ayer en España (14-3-2004), que no todo el mundo está dispuesto a aceptar la hegemonía de Estados Unidos. Incluso parece evidente que, cuando la excepción acaba, Estados Unidos puede volver a ocupar su lugar entre las naciones y puede hacer algún caso a las Naciones Unidas. Comprendo el debate sobre si la globalización es esencialmente estadounidense, pero no creo que se trate de una discusión realmente productiva. Estados Unidos está en el centro de todo el asunto, pero no se trata de Estados Unidos en sí mismo, sino, poniéndolo en otros términos, del capitalismo.

Al mismo tiempo, creo que Estados Unidos no es exactamente una nación como el resto de las naciones y es así por distintos motivos. Para empezar, nuestra política es algo diferente. Una de las cosas importantes que trajo consigo el colapso del socialismo fue el colapso del federalismo. Existe, sin duda, una crisis del federalismo en la Unión Soviética, aquí en España, en Canadá, en Irlanda, en Inglaterra. Pero algo parecido también pasaría, creo, en Estados Unidos. En la década de 1960 ya surgieron algunas voces (algunas utopías surgieron de ahí) que hablaban de las siete naciones de Estados Unidos. Luego se llegó a hablar de nueve, las nueve naciones de Norteamérica. Sólo acudiendo a la geografía podemos pensar, en efecto, en el Sur, los Apalaches, Quebec, la costa Noroccidental, California, Arizona, etc. La cuestión es: ¿por qué no se escinde, por qué no se desune Estados Unidos? Mi respuesta es que no lo hace porque el universo de la cultura de masas en Estados Unidos es un factor clave de nivelación. No es un factor político en un sentido inmediato, pero sí en un sentido más amplio gracias al cual se produce ese proceso de igualación. En el Sur, donde vivo yo, la gente tiene distintos acentos y sus propios movimientos locales; y hay gente que ondea la bandera confederada, algo que, evidentemente, también implica un asunto racial. En cualquier caso, si el impulso separatista no crece es por la cultura de masas. En esto, el capitalismo americano sí que fue pionero. No teníamos una aristocracia que tuviera que ser desplazada, una cultura de clases anterior, una casta cultural, y esto hizo de Estados Unidos un lugar muy diferente. Con todo, quizás estos asuntos ya no son los más importantes para el análisis del papel general que desempeña Estados Unidos en la situación actual.

Por otro lado, nos tenía que tocar todo el equipo de Bush, como si alguien de la Casa Blanca hubiera salido a comprar un ejemplar de Imperio y al enseñarlo allí dentro alguien dijera: «¡Oye, esto sí que es una buena idea!, ¡llevémosla a cabo!». Es como si esa idea ya estuviera en el guión, como si fuera parte del capitalismo global. También habría que tener en cuenta que el equipo de Bush encarna una facción del capitalismo global que no es la que representa a la industria informática. De acuerdo con ciertos análisis, los partidarios de Bush lograron tomar el poder en el seno del Partido Republicano gracias a la crisis de la economía informática: el grupo que la representaba fue incapaz de jugar un papel de importancia en la política conservadora general y por eso fue sustituido por ese otro grupo. Este tipo de fenómenos pertenece a la naturaleza del capitalismo y lo mínimo que puede hacer la izquierda es combatirlos.

Creo, también, que sería posible formar alianzas entre naciones con una jerga económica distinta. Samir Amin acuñó una palabra maravillosa que en inglés se traduce como delinking («desligarse»). Resulta muy difícil imaginar cómo podría desligarse un país. Cuba, por ejemplo, ¿cómo va a desligarse del resto? Sin embargo, una agrupación entre, pongamos, Brasil con Lula, Argentina, etc., una agrupación así hasta cierto punto podría llegar a desligarse del fmi. Si contáramos con un grupo de Estados europeos que adoptara una posición antineoconservadora, esto también podría constituir una suerte de contrapeso. Hasta el momento, Europa ha intentado algo, Japón, en cambio, se muestra increíblemente débil y poco dispuesto, pero China está demostrando que posee un espíritu innovador sorprendente, y en cierto modo se ha mantenido desligada, aunque en estos momentos no podemos contar con que China lleve a cabo una política realmente radical, igual que tampoco podía esperarse en tiempos de Mao.

WATER BENJAMIN

Archipiélago: En alguna ocasión ha afirmado que el 11 de septiembre no puede considerarse un acontecimiento que realmente haya transformado las condiciones políticas del mundo. En su opinión, la principal consecuencia del atentado ha sido la legitimación de un gobierno que hasta entonces estaba seriamente cuestionado. También ha subrayado la importancia que ha cobrado lo religioso como fenómeno político tras la descomposición de la política radical de izquierdas. Quizás, como para Zizek, sea un síntoma del fracaso del proyecto revolucionario. Por último, ¿qué relación guarda el éxito de Bin Laden con el proceso de militarización de la política internacional? ¿Qué ha supuesto la invasión estadounidense de Iraq?

F. Jameson: Obviamente, se produjeron hechos horribles, pero creo que en Estados Unidos el eslogan de que tras el 11 de septiembre todo cambió se ha convertido en algo verdaderamente asqueroso. En realidad significa que después de esta fecha el gobierno de Bush y su política de seguridad no van a cambiar, que es lo que necesitamos, y que no hay otra posibilidad. Y eso es justamente lo que —creo— debería negarse rotundamente. Sí, debería negarse ese tipo de periodización, aunque sabemos que fue un trauma y que a los traumas les sigue toda clase de efectos colectivos.

En términos políticos estos atentados siempre son contraproducentes, siempre desencadenan lo opuesto a lo que pretendían, a no ser que la intención a la que respondan sea ésa, es decir, la de provocar justamente lo contrario. En los años 60 y 70, estaban los provos2 y después los alemanes, y su teoría era la siguiente: el Estado es implícitamente fascista y debemos hacer emerger ese fascismo para que todo el mundo lo vea. Lo sacaron a la luz, de acuerdo, pero no pasó nada, probablemente porque estaban en lo cierto, o sea, el Estado era fascista. Lo importante es que semejante acción no dio lugar a una revolución o algo por el estilo, sino más bien a un fortalecimiento del aparato de control y seguridad del Estado y a una auténtica contraofensiva política.

Ahora tenemos a Al Qaeda y, aunque todo sea obra de ella, en realidad no sabemos qué visión política hay detrás. Quizás, como en otros casos, una organización así tenga que ver más con una forma de vida que con la búsqueda de una revolución; quizás consista en una forma con la que cierta gente da a sus vidas un sentido similar, algo en torno a lo cual se organiza todo lo demás, pero realmente no es algo —creo yo— de naturaleza política. Lo que sí es político es otra cosa, algo que, sin embargo, quizás expresaría en términos distintos a los de Zizek. No creo que se trate de un mero síntoma, sino más bien de una misión islámica de algunos, de Bin Laden, por ejemplo, contra la forma de vida occidental.

Creo que en Irán una prominente figura iraní inventó la palabra «Occidintoxicación» (westoxification) para designar la amenaza representada por cualquier elemento del modo de vida occidental: el capitalismo, el cristianismo y todo lo demás. Quizás todo empezó así, o sea, como una forma de revuelta contra estos elementos. Evidentemente, se adoptó una postura conservadora teniendo en cuenta la posición de las mujeres en el Islam, aunque no tenía por qué haber sido así, pero lo cierto es que resurgió coincidiendo con el fin de las alternativas de izquierdas. Apareció, en efecto, después de que se produjera un vacío, una situación que no se planteó únicamente a causa del derrumbe de la Unión Soviética. No, ese vacío ya se había producido, en realidad, con la masacre de los partidos comunistas en Iraq, en Indonesia, por todas partes al Este de Egipto, masacres a las que contribuyeron los estadounidenses. La cuestión, pues, es la aparición de una gran crisis social, pero ya en ausencia de la izquierda. En este contexto apremiante, este tipo de religión politizada parece venir a colmar ese vacío, pero ya sin los propósitos de un movimiento anticapitalista (Bin Laden, recuérdese, es un hombre muy rico, su familia es increíblemente rica, muy amiga de los Bush y compañía). Desde una perspectiva marxista, pues, no estamos ante un movimiento que ataque las bases económicas de todo el tinglado, sino más bien ante un desplazamiento hacia cuestiones de forma de vida, religión… o sea, ante un giro cultural.

Respecto a los hechos que han ocurrido aquí en Madrid (11-3-2004), cualquiera puede llegar a la conclusión de que es preciso salirse de la guerra de Bush. Evidentemente, es una de las conclusiones que está sacando la gente y sin embargo, en un sentido más amplio, es justamente la típica cosa invariablemente utilizada por los gobiernos conservadores como parte de su propaganda. Con esto —entiéndaseme bien— no quiero infravalorar el sufrimiento de la gente, el dolor que acarrea todo esto, la estupidez que supone volar por los aires trenes llenos de trabajadores, estudiantes, etc. Pero el problema es que cuando dices otras cosas te pueden calificar de desalmado, igual que le pasa al que crítica a Israel y que acaba siendo tachado de antisemita. De algún modo tenemos que ser capaces de criticar la utilización política de un trauma. A mi modo de ver, el trauma ya se ha utilizado de una manera políticamente determinada, como en el caso de Bush. Por muy terrible que sea, es preciso ser conscientes de los efectos perversos que desencadena en el contexto político interno.

Archipiélago: Quizás el problema podría verse de otra manera, quizás, en términos de Zizek, podríamos decir que respecto a Marx estamos bastante de acuerdo, mientras que el problema sigue siendo Lenin. Es decir, la razón de la ineficacia de la izquierda reside menos en el análisis teórico que en las cuestiones prácticas de la organización y la estrategia. ¿Cuáles son, en su opinión, las características básicas del nuevo sujeto político revolucionario global? ¿Cuáles son sus prioridades estratégicas? ¿Cómo ve la relación entre el llamado «movimiento antiglobalización» y el movimiento contra la guerra?

F. Jameson: Sí, un daño serio provocado por Al Qaeda ha sido el giro del movimiento antiglobalización hacia el movimiento antiguerra, y con esto tampoco quiero decir que no sea importante crear un movimiento antiguerra. Si nos fijamos en los años 60, en Estados Unidos, por ejemplo, vemos que el movimiento en contra de la guerra de Vietnam deja de tener efectos políticos justamente después de la guerra. Frente a ejemplos como ése, el movimiento antiglobalización parece haber sido mucho más prometedor y por eso sería bueno que siguiera en movimiento y que se desarrollase más, pase lo que pase en el frente de la guerra. Podría ser que se produjera un fortalecimiento del movimiento antiglobalización a causa de la guerra, pero es más importante que exista un movimiento anticapitalista, no simplemente pacifista —repito—, sea cual sea la posición que sostengamos al respecto.

En lo que concierne al problema de la organización, es cierto. El concepto político básico sobre el que aún tenemos que pensar es el de organización, en un sentido general, y en el de partido, en un sentido particular. La gente, sin embargo, se ha sentido tan asqueada por la tradición comunista y por el concepto general de partido que sencillamente tiende a rechazarlo o a ignorarlo. En estos momentos, diría uno, la mayor parte de la izquierda es anarquista o anticomunista y, por lo tanto, se siente mucho más atraída hacia nociones como la de espontaneidad, irrupción y similares. Creo que una de las debilidades de Imperio es que proviene de una tradición anticomunista, o sea, de una tradición de oposición a los partidos comunistas. Su idea de «multitud» implica un movimiento más espontáneo en contra del sistema. Sin embargo, más tarde o más temprano…uno no puede limitarse a organizar una concentración o una manifestación; estas cosas tienen que ir dirigidas hacia una meta, y para eso es preciso desarrollar reflexiones nuevas, nuevas ideas sobre la organización o, más exactamente, nuevas ideas internacionales sobre la organización. Parece claro que la globalización tiene muchos efectos positivos, siendo uno de ellos el hecho de que ahora la izquierda puede establecer estas conexiones, al igual que las puede establecer la banca o el comercio. Pero eso es justamente lo que no se ha logrado aún. Laclau y Mouffe lo expresan de manera brillante mediante la noción del «significante vacío», la noción de «equivalencia». Yo mismo recurro a veces a la palabra combination, una antigua palabra inglesa que remite al movimiento obrero del siglo XIX, que ya no empleamos mucho con este sentido, pero que es una buena idea, porque enfatiza la idea de una política de alianzas. De algún modo asistimos a eso, a una política de las alianzas que se basa en lo que Laclau llama «proyección de equivalencias», o sea, uno de estos significantes vacíos.

Con todo, no creo que Laclau y Mouffe precisen suficientemente el significado de todo esto. En último término, tiendo a pensar que esa proyección es siempre de carácter económico y que gira en torno a la idea de identificar un enemigo. Lo productivo del movimiento antiglobalización fue eso: de repente, de nuevo y por primera vez, se logró identificar a un enemigo. Eso es lo que hicieron tantos movimientos: los Sin Tierra en Brasil, los trabajadores en otras regiones, los nacionalistas en distintos países dirigidos por Estados Unidos o por compañías globalizadas, todos pudieron unirse a través de la identificación de ese foco común. Quizás esto constituya un punto de partida para pensar cómo se puede producir una política de alianzas que sea verdaderamente una política antiglobalización. Negri y Hardt han escrito un nuevo libro titulado Multitud, no lo he leído aún y quizás introduce ideas más concretas. A pesar de todo, no creo que ninguno de nosotros tenga la solución. Lenin es para muchos de nosotros un magnífico ejemplo de cómo pensar políticamente, es verdad; pero eso no significa que podamos volver atrás y fundar un partido bolchevique ni nada por el estilo. Es un ejemplo de inteligencia política, que es justamente lo que hoy necesitamos.

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De Fredric Jameson recordamos los siguientes libros en español: Las semillas del tiempo (Madrid, Trotta, 2000), El giro cultural (Buenos Aires, Manantial, 1999), Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo (con Slavoj Zizek, Barcelona, Paidós, 1998), Teoría de la posmodernidad (Madrid, Trotta, 1996), La estética geopolítica: cine y espacio en el sistema mundial (Paidós, Barcelona, 1995), El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (Barcelona, Paidós, 1995), Imaginario y simbólico en Lacan (Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1995), Documentos de cultura, documentos de barbarie (Madrid, Visor, 1989) y La cárcel del lenguaje (Barcelona, Ariel, 1980). En el nº 52 de Archipiélago puede leerse «El imaginario de la globalización: cosas que nunca te dije».

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© Copyright 2004 Revista Archipiélago Este artículo, aparecido en el número 63 de la revista Archipiélago, se publica bajo la licencia CreativeCommons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 2.0. Permitida la reproducción y difusión literal de este artículo por cualquier medio siempre que sea sin ánimo de lucro y esta nota se mantenga.

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ENTREVISTA CON WALTER MIGNOLO . Crítica de la mente colonizada

ENTREVISTA CON WALTER MIGNOLO
Crítica de la mente colonizada

El antropólogo, que enseña desde hace años en Duke, crítica el eurocentrismo y polemiza con las teorías políticas que desestiman la cuestión racial y otras realidades propias del tercer mundo

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POR: ALEJANDRO GRIMSON.

Frente a las políticas neoliberales, la crítica a la globalización y la reflexión contraimperial corren el riesgo de quedar encerradas en el eurocentrismo, que acuerda al pensamiento europeo un valor universal. Para el antropólogo Walter Mignolo, quien compiló los artículos de Capitalismo y geopolítica del conocimiento, el modo de enfrentar el dilema es aprehender la diversidad de modos de pensamiento y recuperar a pensadores del Tercer Mundo. Nacido en Argentina y profesor en Duke, Estados Unidos, Mignolo cuestiona el eurocentrismo. En un diálogo telefónico la semana pasado, hizo una crítica a los pensadores Michael Hardt y Toni Negri.

—Usted postula la diversalidad, la diversidad en el conocimiento como proyecto universal. ¿El énfasis en la convivencia no podría llevar a un nuevo relativismo?

—La diversalidad, o pluri-versalidad, es una crítica al “relativismo cultural”. Este se basa en la idea de “diferencia cultural”. Mi argumento disuelve esta noción, que oculta la cuestión del poder y la rearticula en “la diferencia imperial” y la “diferencia colonial”. La convivencia tendrá que pasar por una doble traducción que parta del reconocimiento de las estructuras coloniales de poder asentadas en ideologías de “universales abstractos” (Cristianismo, Liberalismo, Marxismo, etc.). La diversalidad como proyecto universal niega la posibilidad del relativismo, ya que niega los universales abstractos que “acomodan” la relatividad de las culturas.

—¿Pero qué hacer con valores como la libertad o la igualdad? ¿Se trata de “provincializarlos” o de reponer la diversidad que adquieren en diferentes contextos?

—Igualdad, libertad, democracia se convierten en conectores de muchas caras. Ya no tienen su fundamento en la Revolución Francesa y la Ilustración sino que deberán ser negociados en diversalidad como proyecto universal. Este es el caso, por ejemplo, del concepto de “democracia” que asume el gobierno mexicano y su acepción para los zapatistas. Es la misma palabra, pero con muchas caras. Ya no es posible buscar la democracia en sus “fundamentos” de Grecia o Francia solamente, a no ser que pensemos que hay seres superiores, que es precisamente lo que impone —y sostiene con las armas— la postulación de universales abstractos.

—Una de sus ideas fuertes es que las políticas de la identidad en Estados Unidos, que Zizek critica, no sirven para comprender el resurgimiento étnico o los movimientos afro en América latina. ¿Cuáles serían las diferencias?

—Muchas y complejas porque tienen que ver con la historia del mundo moderno/colonial de cinco siglos. Sintéticamente, las identity politics (políticas de identidad) en Estados Unidos se estructuran sobre la segunda ola de inmigración. La primera, a fin de siglo, europea, originó el melting pot, el crisol racial. La segunda, desde el 70, del Tercer Mundo, en especial de América latina, originó el “multiculturalismo”. En América latina, los indígenas no son inmigrantes, mientas los afrocubanos fueron inmigrantes forzados. El aspecto que critica Zizek, y yo coincido, es el de una “política basada en la identidad”. No percibe, aun en los Estados Unidos, que hay otra vertiente que es la de la “identidad basada en la política”. Este último aspecto es el que predomina en los movimientos indígenas y afro en América latina, donde la “identidad basada en la política” no asume ninguna esencia, sino que asume la diferencia que el poder hegemónico implementó para clasificar indios y negros. En cambio, la “política basada en la identidad” asume que hay una esencia y no una historia colonial.

—Usted critica a Hardt y Negri por reproducir un macro-relato occidental. ¿Qué ocurre con los conceptos de “Imperio” y “multitud” si incluimos al Tercer Mundo?

—No se trata de “introducir historias africanas”, sino de articular una historia del mundo moderno/colonial donde esas historias (amerindias, etc.) son parte de la modernidad. Las “multitudes”, metáfora de reemplazo del “proletariado internacional”, sólo tienen en cuenta la mitad de la historia, la de la Europa de Marx, la de la revolución industrial. Pero antes de la revolución industrial está la colonización de las Américas (oro, plata, tabaco, café, azúcar), en los siglos XVI y XVII. La colonización necesita del concepto de “raza” como Marx en el XIX necesitó del concepto de “clase”. Europa huele a clase social mientras que las Américas huelen a “raza”, puesto que América es resultado de la colonización. “Clase” es sin duda importante en la medida en que la revolución industrial se expande. Pero la diferencia colonial persiste: un obrero en Bolivia gana menos que un obrero en Alemania. Hay muchas dificultades entre el “Imperio” y la “multitud”. Uno es la falta de análisis de los “estados” en el capitalismo competitivo articulado por la colonialidad del poder. La otra es la desatención al fenómeno de la “raza”: los obreros europeos olvidan pronto la solidaridad de clase cuando llegan inmigrantes magrebíes.

—Los intelectuales argentinos a veces han sido valorados por su cosmopolitismo y otras veces criticados por sus “mentes colonizadas”. ¿Cuál es su visión de ellos en la actualidad?

—No encuentro en el país la innovación intelectual que ofrecen ciertos sectores de los países andinos, la intelectualidad mexicana (incluidos los zapatistas), sectores de Ecuador (Luis Macas y el proyecto de universidad intercultural, por ejemplo), quienes están repensando a Marx y el concepto de dependencia.

—Su proyecto de descolonización planetaria no sólo tendría consecuencias en el campo de la cultura. ¿Cómo hacerlo jugar en la actual crisis argentina?

—La descolonización del conocimiento es un proyecto político y ético. Las consecuencias “culturales” son lo de menos, como lo sugiero en la primera respuesta. La acumulación de dinero y riqueza es inseparable de la acumulación de sentido, esto es, de la colonización del saber. Me comentan, por ejemplo, que Paidós, ante la crisis de la Argentina, anunció que habrá cortes pero que se publicara la traducción del último libro de Derrida. El mercado lo pide, sin dudas, y los editores ya no atienden los proyectos intelectuales. El mercado, como sabemos, mide la intensidad del deseo.

A. Grimson es doctor en Antropología. Su último libro es Relatos de la diferencia y la igualdad.

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