DE TUS LAGRIMAS APRENDI

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A Gabriela.

No puedo tocar tus lágrimas, su caer corroe mi corazón, me recuerda que tengo uno, me dije. No puedo consolarte, debo imaginarme más grande que tú, y ocultar enjundiosamente mi debilidad, me dije otra vez. A tu espalda solo llegará mi mano para que la humedad que derraman tus ojos, no enajene mi alma y me reconvierta otra vez en “yo”. Por favor, no llores, no dejes que tu verdad salga ahora en este frio invierno, es mejor no saber, y que este invierno congele lo estúpido de una pasión que no puede, que no debe llegar.

Anónima no podía huir de su estado de labilidad, rompía en llanto y sus brazos gemelos solo se alzaban en puños cerrados como dedos incapaces de separarse uno de otro. La abracé y comprendí que no había ciencia que describa su trance. Es fácil aclarar lo tenebroso de tu día pequeña, despejar esas nubes horrendas que osan mojarte, no tienes que enemistarte con la vida, no tienes que hacer nada, ya haces lo mejor, lo estás haciendo: vivir.

Anónima, genuflexa, agradeció mi gesto y mi falso coraje para regocijarla con argumentos tan débiles, tan arcaicos, aquellos que a mí no me sirvieron a tiempo, que los aprendí de algún libro de autoayuda del quiosco de la esquina Roma.

Los puños se abrieron pero no se despegaron los dedos, ella seguía de puntillas tratando de alcanzar mi cuello y yo quebrado por dentro y por fuera, le facilitaba el acto. Mis ojos secaron en los suyos, y no quise marcharme, ocultarme, no irme, para evitar que la marea le vuelva con fuerza, ¿marcharme yo?, no ya. “A ver si te acercas y tratas de rozar su piel, si tratas de acecharla cobardemente mientras esta en el suelo cansada, mientras estoy yo aquí con ella, acércate Tanatos, ¡acércate!”, amenacé.

He llegado a mi límite, estoy desvariando, no puedo permanecer impermeable a tu desesperación, tu sufrimiento me llenó de poros.

Caminé presuroso a donde podía, si tenía rumbo o no quería tenerlo, no sé, bueno, por lo menos tenia el pasaje para largarme de aquel charco que había humedecido mi corazón antes de quedarme condenado a la canción de Anónima: Un coro cargado de centenares de emociones, todas encima una de otra y encima de ella. Una canción que ya la había escuchado antes. En otra historia, en las habitaciones alquiladas donde ella me abandonó, en la esquina donde esperaba oculto vigilando su ventana, en el bus en marcha mientras seguía con la mirada su puerta al pasar, en mi cama fiel oyente de mis plegarias por que vuelva. La canción que se la sabe Francis, que me la sé yo, que se la sabe el mundo y por tanto no tiene autor, es Anónima, y es también…tu canción.

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