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El Santo Rosario en latín que Santa María entregó a Santo Domingo de Guzmán

EL SANTO ROSARIO EN LATÍN QUE SANTA MARÍA ENTREGÓ A SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

Yo doy gracias a Dios porque hoy en día existen católicos que conservan la Tradición Católica pura, sin los cambios dados luego del Concilio Vaticano II. Si no fuera por ellos yo nunca habría conocido la Santa Misa Tradicional, nunca hubiera tenido un Misal latín español en mis manos, nunca hubiera conocido una Mantilla, y no hubiera conocido las oraciones en latín y el canto gregoriano.

Existen católicos modernistas que no conocen todo esto pero lo critican porque les han enseñado mal a propósito pues hay hijos de perdición que quieren eliminar la Tradición de la Iglesia y reducirla a nada, también les han enseñado que quienes conservan la Tradición de la Iglesia Católica son sedevacantistas (no reconocen a los Papas después de Pablo VI) y esto no es del todo cierto. Algunos si pero otros no, y por desconocimiento se pierden la oportunidad de conocer la Tradición de la Iglesia y disfrutar de sus Gracias.

La Santa Misa Tradicional no ha sido derogada por la Iglesia, solo ha sido despreciada por los católicos modernistas a quienes les parecía aburrida, y que -seguramente- hoy disfrutan mucho ver mujeres entregando la comunión en una misa lo suficientemente corta como para no aburrirse; sin embargo, en esta ocasión les quiero explicar por qué algunas personas rezan el Santo Rosario en latín, y por qué no rezan los misterios luminosos.

S.S. Benedicto XVI durante su papado rezaba los cuatro misterios en latín (yo tengo sus audios), estos son: gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos, pero existen católicos tradicionales que solo rezan tres misterios, estos son: gozosos, dolorosos y gloriosos.

El motivo por el cual no rezan los misterios luminosos no necesariamente se debe a que no reconocen a S.S. Juan Pablo II como Papa (fue él quien introdujo los misterios luminosos del Santo Rosario), sino más bien a que quieren rezar el Santo Rosario en latín bajo una disciplina instruida por la Santísima Virgen María en persona, ya que, cuando Nuestra Santa Madre le entregó a Santo Domingo de Guzmán el Santo Rosario, éste solo tenía tres misterios, estos son: gozosos, dolorosos y gloriosos.

Quienes así deciden rezarlo consideran que las adiciones posteriores (los misterios luminosos) destruyen lo tradicional, es decir, aquello que fue entregado por manos de la Santísima Virgen María, y por disciplina, tradición y obediencia deciden sujetarse a su rezo tal cual.

También consideran que la meditación de los momentos que se indicaron como misterios luminosos no es que sea mala, sino que lo malo es cambiar lo dictado por la Santísima Virgen María en persona.

En la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario o de Santo Domingo de Guzmán todos los católicos comparten en sus redes sociales artículos relacionados al momento en que Nuestra Madre del Cielo entrega al religioso el Santo Rosario, incluso con bonitas imágenes de dicho momento, pero nadie explica en dichos artículos que ese Rosario no es el que los católicos rezamos hoy en día.

Entonces, si se trata de ser fieles a lo que Nuestra Santa Madre nos dio, cabe recordar que en la guerra contra los albiguenses Nuestra Santa Madre dio a Santo Domingo de Guzmán el Santo Rosario, el cual consta de 150 Avemarías para equipararse a los 150 salmos, no más y no menos. Y así solo lo rezan pocos hoy en día porque a la mayoría nadie se lo ha explicado.

Es una Tradición que nuestra Santa Madre dictó en persona a Santo Domingo de Guzmán para que nosotros sus hijos podamos meditar y contemplar la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

No obstante lo arriba explicado, se puede rezar como obra piadosa en forma privada los misterios luminosos, y meditar sobre tales momentos incluidos en las Sagradas Escrituras, pues Dios ve nuestros corazones y nuestras intenciones en lo privado, y por Su misericordia nos lo reconocerá en lo público (en el juicio final delante de toda la humanidad); pero siempre respetemos lo que Nuestra Santa Madre dictó y respetemos también a quienes quieran rezarlo así.

Si te surge la inquietud de qué debemos contestarnos ante la pregunta ¿Debo elegir entre el Santísimo Rosario tal cual fue dado por la Santísima Virgen María a Santo Domingo de Guzmán o el “Nuevo” con los Misterios Luminosos? ¿Cuál elijo? La elección es individual y en ninguno de dichos casos estás haciendo mal a tu alma, pues es Nuestra Santa Madre del Cielo quien te guía en tu oración.

Sin embargo, hay algo que los católicos si debemos dejar de hacer y es ofender a los católicos tradicionales y continuar despreciando la Tradición de la Iglesia, la Santa Misa Tradicional y el latín, que -por cierto- critican sin conocerlos diciendo que lo moderno es mejor, cuando nuestros ojos ven -en la santa misa (de cara al pueblo) y las ministras extraordinarias de la comunión- que eso no es cierto.

Luego del Concilio Vaticano II han pasado más de 40 años en que ni sacerdotes ni fieles transmiten estas verdades sobre el Santo Rosario en latín, no se difunde la Santa Misa Tradicional que no ha sido derogada por la Iglesia, no se difunde el latín y a muchos católicos ni les interesa conocerlo; pero estas mismas personas que se llaman a sí mismos “muy católicos” si han tenido tiempo para rechazar la Tradición y ofender a los católicos tradicionales de diversas maneras.

En tal sentido, luego de más de 40 años, nuestras abuelas todavía pueden recordar la Santa Misa Tradicional y el latín, pero no nuestras madres que ya lo olvidaron, tampoco nosotros que nunca nos enseñaron, ni nuestros hijos pues sus padres no pueden enseñarles lo que ellos desconocen, y menos nuestros nietos. Por eso doy gracias a Dios por quienes nunca cambiaron nada a la Tradición de la Iglesia y siguen conservándola hasta nuestros días.

Lee también DEL CARÁCTER TRINITARIO DEL SANTO ROSARIO

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Escucha los misterios del Santo Rosario en Latín.

MISTERIOS GOZOSOS EN LATIN

MISTERIOS DOLOROSOS EN LATIN

MISTERIOS GLORIOSOS EN LATIN

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64 de 95 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Santo Domingo de Guzmán

64 DE 95 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

AUDIENCIA GENERAL DEL 8 DE AGOSTO DE 2012

Santo Domingo de Guzmán

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia celebra hoy la memoria de santo Domingo de Guzmán, sacerdote y fundador de la Orden de Predicadores, llamados dominicos. En una catequesis anterior ya ilustré esta insigne figura y la contribución fundamental que aportó a la renovación de la Iglesia de su tiempo. Hoy, quiero poner de relieve un aspecto esencial de su espiritualidad: su vida de oración. Santo Domingo fue un hombre de oración. Enamorado de Dios, no tuvo otra aspiración que la salvación de las almas, especialmente de las que habían caído en las redes de las herejías de su tiempo; imitador de Cristo, encarnó radicalmente los tres consejos evangélicos uniendo a la proclamación de la Palabra el testimonio de una vida pobre; bajo la guía del Espíritu Santo progresó en el camino de la perfección cristiana. En todo momento la oración fue la fuerza que renovó e hizo cada vez más fecundas sus obras apostólicas.

El beato Jordán de Sajonia, fallecido en 1237, su sucesor en el gobierno de la Orden, escribió: «Durante el día nadie se mostraba más sociable que él… Viceversa, de noche, nadie era más asiduo que él en velar en oración. El día lo dedicaba al prójimo, pero la noche la entregaba a Dios» (P. Filippini, Santo Domingo visto por sus contemporáneos, Bolonia 1982, p. 133). En santo Domingo podemos ver un ejemplo de integración armoniosa entre contemplación de los misterios divinos y actividad apostólica. Según los testimonios de las personas más cercanas a él, «hablaba siempre con Dios o de Dios». Esta observación indica su comunión profunda con el Señor y, al mismo tiempo, el compromiso constante de llevar a los demás a esta comunión con Dios. No dejó escritos sobre la oración, pero la tradición dominicana recogió y transmitió su experiencia viva en una obra titulada: Los nueve modos de orar de santo Domingo. Este libro, compuesto entre 1260 y 1288 por un fraile dominico, nos ayuda a comprender algo de la vida interior del Santo y nos ayuda también a nosotros, con todas las diferencias, a aprender algo sobre cómo rezar.

Santo Domingo de Guzman krouillong comunion en la mano sacrilegio

Son, por tanto, nueve los modos de orar según santo Domingo, y cada uno de estos, que realizaba siempre ante Jesús crucificado, expresa una actitud corporal y una espiritual que, íntimamente compenetradas, favorecen el recogimiento y el fervor. Los primeros siete modos siguen una línea ascendente, como pasos de un camino, hacia la comunión con Dios, con la Trinidad: santo Domingo reza de pie inclinado para expresar humildad, postrado en tierra para pedir perdón por los propios pecados, de rodillas haciendo penitencia para participar en los sufrimientos del Señor, con los brazos abiertos mirando fijamente al Crucificado para contemplar al Sumo Amor, con la mirada hacia el cielo sintiéndose atraído al mundo de Dios. Por lo tanto, son tres modos: de pie, de rodillas y postrado en tierra; pero siempre con la mirada dirigida al Señor crucificado. Los dos últimos modos, sobre los que quiero reflexionar brevemente, corresponden, en cambio, a dos prácticas de piedad vividas habitualmente por el Santo. Ante todo, la meditación personal, donde la oración adquiere una dimensión aún más íntima, fervorosa y tranquilizadora. Al final del rezo de la Liturgia de las Horas, y después de la celebración de la misa, santo Domingo prolongaba el coloquio con Dios, sin ponerse límites de tiempo. Sentado tranquilamente, se recogía en sí mismo en actitud de escucha, leyendo un libro o fijando la mirada en el Crucificado. Vivía tan intensamente estos momentos de relación con Dios que también exteriormente se podían percibir sus reacciones de alegría o de llanto. Por tanto, asimiló en sí, meditando, las realidades de la fe. Los testigos cuentan que, a veces, entraba en una especie de éxtasis con el rostro transfigurado, pero inmediatamente después retomaba humildemente sus actividades cotidianas con la nueva fuerza que viene de lo Alto. Luego, la oración durante los viajes entre un convento y otro; recitaba con los compañeros las Laudes, la Hora media y las Vísperas y, atravesando los valles o las colinas, contemplaba la belleza de la creación. Entonces brotaba de su corazón un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios por tantos dones, sobre todo por la maravilla más grande: la redención realizada por Cristo.

Queridos amigos, santo Domingo nos recuerda que en el origen del testimonio de la fe, que todo cristiano debe dar en la familia, en el trabajo, en el compromiso social y también en los momentos de distensión, está la oración, el contacto personal con Dios. Sólo esta relación real con Dios nos da la fuerza para vivir intensamente cada acontecimiento, especialmente los momentos de mayor sufrimiento. Este santo nos recuerda también la importancia de las posturas exteriores en nuestra oración. Arrodillarse, estar de pie ante el Señor, fijar la mirada en el Crucificado, detenerse y recogerse en silencio, no son secundarios, sino que nos ayudan a ponernos interiormente, con toda la persona, en relación con Dios. Quiero llamar una vez más la atención sobre la necesidad para nuestra vida espiritual de encontrar diariamente momentos para rezar con tranquilidad; debemos tomarnos este tiempo especialmente en las vacaciones, dedicar un poco de tiempo a hablar con Dios. Será un modo también para ayudar a quien está cerca de nosotros a entrar en el rayo luminoso de la presencia de Dios, que trae la paz y el amor que todos.

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128 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Santo Domingo de Guzmán

128 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

AUDIENCIA GENERAL DEL 3 DE FEBRERO DE 2010

SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

Queridos hermanos y hermanas:

La semana pasada presenté la luminosa figura de san Francisco de Asís. Hoy quiero hablaros de otro santo que, en la misma época, dio una contribución fundamental a la renovación de la Iglesia de su tiempo. Se trata de santo Domingo, el fundador de la Orden de Predicadores, conocidos también como Frailes Dominicos.

Su sucesor al frente de la Orden, el beato Jordán de Sajonia, ofrece un retrato completo de santo Domingo en el texto de una famosa oración:  “Inflamado del celo de Dios y de ardor sobrenatural, por tu caridad sin límites y el fervor del espíritu vehemente te consagraste totalmente, con el voto de pobreza perpetua, a la observancia apostólica y a la predicación evangélica”. Se subraya precisamente este rasgo fundamental del testimonio de Domingo:  hablaba siempre con Dios y de Dios. En la vida de los santos van siempre juntos el amor al Señor y al prójimo, la búsqueda de la gloria de Dios y de la salvación de las almas.

Domingo nació en España, en Caleruega, en torno al año 1170. Pertenecía a una noble familia de Castilla la Vieja y, con el apoyo de un tío sacerdote, se formó en una célebre escuela de Palencia. Se distinguió en seguida por el interés en el estudio de la Sagrada Escritura y por el amor a los pobres, hasta el punto de vender los libros, que en su tiempo constituían un bien de gran valor, para socorrer, con lo obtenido, a las víctimas de una carestía.

Ordenado sacerdote, fue elegido canónigo del cabildo de la catedral en su diócesis de origen, Osma. Aunque este nombramiento podía representar para él cierto motivo de prestigio en la Iglesia y en la sociedad, no lo interpretó como un privilegio personal, ni como el inicio de una brillante carrera eclesiástica, sino como un servicio que debía prestar con entrega y humildad. ¿Acaso no existe la tentación de hacer carrera y tener poder, una tentación de la que no están inmunes ni siquiera aquellos que tienen un papel de animación y de gobierno en la Iglesia? Lo recordé hace algunos meses, durante la consagración de cincos obispos:  “No buscamos poder, prestigio, estima para nosotros mismos. (…) Sabemos cómo las cosas en la sociedad civil, y no raramente también en la Iglesia, sufren por el hecho de que muchos de aquellos a quienes les ha sido conferida una responsabilidad trabajan para sí mismos y no para la comunidad” (Homilía en la misa de ordenación episcopal de cinco prelados, 12 de septiembre de 2009:  L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de septiembre de 2009, p. 7).

El obispo de Osma, que se llamaba Diego, un pastor auténtico y celoso, notó muy pronto las cualidades espirituales de Domingo, y quiso contar con su colaboración. Juntos se dirigieron al norte de Europa, para realizar misiones diplomáticas que les había encomendado el rey de Castilla. Durante el viaje, Domingo se dio cuenta de dos enormes desafíos que debía afrontar la Iglesia de su tiempo:  la existencia de pueblos aún sin evangelizar, en los confines septentrionales del continente europeo, y la laceración religiosa que debilitaba la vida cristiana en el sur de Francia, donde la acción de algunos grupos herejes creaba desorden y alejamiento de la verdad de la fe. Así, la acción misionera hacia quienes no conocen la luz del Evangelio, y la obra de nueva evangelización de las comunidades cristianas se convirtieron en las metas apostólicas que Domingo se propuso conseguir. Fue el Papa, al que el obispo Diego y Domingo se dirigieron para pedir consejo, quien pidió a este último que se dedicara a la predicación a los albigenses, un grupo hereje que sostenía una concepción dualista de la realidad, es decir, con dos principios creadores igualmente poderosos, el Bien y el Mal. Este grupo, en consecuencia, despreciaba la materia como procedente del principio del mal, rechazando también el matrimonio, hasta negar la encarnación de Cristo, los sacramentos en los que el Señor nos “toca” a través de la materia, y la resurrección de los cuerpos. Los albigenses estimaban la vida pobre y austera —en este sentido eran incluso ejemplares— y criticaban la riqueza del clero de aquel tiempo. Domingo aceptó con entusiasmo esta misión, que llevó a cabo precisamente con el ejemplo de su vida pobre y austera, con la predicación del Evangelio y con debates públicos. A esta misión de predicar la Buena Nueva dedicó el resto de su vida. Sus hijos realizarían también los demás sueños de santo Domingo:  la misión ad gentes, es decir, a aquellos que aún no conocían a Jesús, y la misión a quienes vivían en las ciudades, sobre todo las universitarias, donde las nuevas tendencias intelectuales eran un desafío para la fe de los cultos.

Este gran santo nos recuerda que en el corazón de la Iglesia debe arder siempre un fuego misionero, que impulsa incesantemente a llevar el primer anuncio del Evangelio y, donde sea necesario, a una nueva evangelización:  de hecho, Cristo es el bien más precioso que los hombres y las mujeres de todo tiempo y de todo lugar tienen derecho a conocer y amar. Y es consolador ver cómo también en la Iglesia de hoy son tantos —pastores y fieles laicos, miembros de antiguas Órdenes religiosas y de nuevos movimientos eclesiales— los que con alegría entregan su vida por este ideal supremo:  anunciar y dar testimonio del Evangelio.

Santo Domingo de Guzman krouillong comunion en la mano es sacrilegio

A Domingo de Guzmán se asociaron después otros hombres, atraídos por la misma aspiración. De esta forma, progresivamente, desde la primera fundación en Tolosa, tuvo su origen la Orden de Predicadores. En efecto, Domingo, en plena obediencia a las directrices de los Papas de su tiempo, Inocencio III y Honorio III, adoptó la antigua Regla de san Agustín, adaptándola a las exigencias de la vida apostólica, que lo llevaban a él y a sus compañeros a predicar trasladándose de un lugar a otro, pero volviendo después a sus propios conventos, lugares de estudio, oración y vida comunitaria. De modo especial, Domingo quiso dar relevancia a dos valores que consideraba indispensables para el éxito de la misión evangelizadora:  la vida comunitaria en la pobreza y el estudio.

Ante todo, Domingo y los Frailes Predicadores se presentaban como mendicantes, es decir, sin grandes propiedades de terrenos que administrar. Este elemento los hacía más disponibles al estudio y a la predicación itinerante y constituía un testimonio concreto para la gente. El gobierno interno de los conventos y de las provincias dominicas se estructuró sobre el sistema de capítulos, que elegían a sus propios superiores, confirmados después por los superiores mayores; una organización, por tanto, que estimulaba la vida fraterna y la responsabilidad de todos los miembros de la comunidad, exigiendo fuertes convicciones personales. La elección de este sistema nació precisamente del hecho de que los dominicos, como predicadores de la verdad de Dios, debían ser coherentes con lo que anunciaban. La verdad estudiada y compartida en la caridad con los hermanos es el fundamento más profundo de la alegría. El beato Jordán de Sajonia dice de santo Domingo:  “Acogía a cada hombre en el gran seno de la caridad y, como amaba a todos, todos lo amaban. Se había hecho una ley personal de alegrarse con las personas felices y de llorar con aquellos que lloraban” (Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum autore Iordano de Saxonia, ed. H.C. Scheeben, [Monumenta Historica Sancti Patris Nostri Dominici, Romae, 1935]).

En segundo lugar, Domingo, con un gesto valiente, quiso que sus seguidores adquirieran una sólida formación teológica, y no dudó en enviarlos a las universidades de la época, aunque no pocos eclesiásticos miraban con desconfianza a esas instituciones culturales. Las Constituciones de la Orden de Predicadores dan mucha importancia al estudio como preparación al apostolado. Domingo quiso que sus frailes se dedicasen a él sin reservas, con diligencia y piedad; un estudio fundado en el alma de cada saber teológico, es decir, en la Sagrada Escritura, y respetuoso de las preguntas planteadas por la razón. El desarrollo de la cultura exige que quienes desempeñan el ministerio de la Palabra, en los distintos niveles, estén bien preparados. Exhorto, por tanto, a todos, pastores y laicos, a cultivar esta “dimensión cultural” de la fe, para que la belleza de la verdad cristiana pueda ser comprendida mejor y la fe pueda ser verdaderamente alimentada, fortalecida y también defendida. En este Año sacerdotal, invito a los seminaristas y a los sacerdotes a estimar el valor espiritual del estudio. La calidad del ministerio sacerdotal depende también de la generosidad con que se aplica al estudio de las verdades reveladas.

Domingo, que quiso fundar una Orden religiosa de predicadores-teólogos, nos recuerda que la teología tiene una dimensión espiritual y pastoral, que enriquece el alma y la vida. Los sacerdotes, los consagrados y también todos los fieles pueden encontrar una profunda “alegría interior” al contemplar la belleza de la verdad que viene de Dios, verdad siempre actual y siempre viva. El lema de los Frailes Predicadores —contemplata aliis tradere— nos ayuda a descubrir, además, un anhelo pastoral en el estudio contemplativo de esa verdad, por la exigencia de comunicar a los demás el fruto de la propia contemplación.

Cuando Domingo murió, en 1221, en Bolonia, la ciudad que lo declaró su patrono, su obra ya había tenido gran éxito. La Orden de Predicadores, con el apoyo de la Santa Sede, se había difundido en muchos países de Europa en beneficio de toda la Iglesia. Domingo fue canonizado en 1234, y él mismo, con su santidad, nos indica dos medios indispensables para que la acción apostólica sea eficaz. Ante todo, la devoción mariana, que cultivó con ternura y que dejó como herencia preciosa a sus hijos espirituales, los cuales en la historia de la Iglesia han tenido el gran mérito de difundir la oración del santo rosario, tan arraigada en el pueblo cristiano y tan rica en valores evangélicos, una verdadera escuela de fe y de piedad. En segundo lugar, Domingo, que se hizo cargo de algunos monasterios femeninos en Francia y en Roma, creyó hasta el fondo en el valor de la oración de intercesión por el éxito del trabajo apostólico. Sólo en el cielo comprenderemos hasta qué punto la oración de las monjas de clausura acompaña eficazmente la acción apostólica. A cada una de ellas dirijo mi pensamiento agradecido y afectuoso.