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69 de 121 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Cuaresma, itinerario de reflexión y oración intensa

69 DE 121 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA CUARESMA, ITINERARIO DE REFLEXIÓN Y ORACIÓN INTENSA

AUDIENCIA GENERAL DEL 1 DE MARZO DE 2006

La Cuaresma, itinerario de reflexión y oración intensa

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, con la liturgia del miércoles de Ceniza, iniciamos el itinerario cuaresmal de cuarenta días, que nos llevará al Triduo pascual, memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, centro del misterio de nuestra salvación. Este es un tiempo favorable, en el que la Iglesia invita a los cristianos a tomar una conciencia más viva de la obra redentora de Cristo y a vivir con más profundidad su bautismo. En efecto, en este tiempo litúrgico el pueblo de Dios, desde los primeros tiempos, se alimenta con la abundancia de la palabra de Dios, para fortalecerse en la fe, recorriendo toda la historia de la creación y de la redención.

Con su duración de cuarenta días, la Cuaresma encierra una indudable fuerza evocadora. En efecto, alude a algunos de los acontecimientos que marcaron la vida y la historia del antiguo Israel, volviendo a proponer, también a nosotros, su valor paradigmático:  pensemos, por ejemplo, en los cuarenta días del diluvio universal, que concluyeron con el pacto de alianza establecido por Dios con Noé, y así con la humanidad, y en los cuarenta días de permanencia de Moisés en el monte Sinaí, tras los cuales tuvo lugar el don de las tablas de la Ley. El tiempo de Cuaresma quiere invitarnos sobre todo a revivir con Jesús los cuarenta días que pasó en el desierto, orando y ayunando, antes de emprender su misión pública.

También nosotros hoy iniciamos un camino de reflexión y oración con todos los cristianos del mundo para dirigirnos espiritualmente hacia el Calvario, meditando los misterios centrales de la fe. Así nos prepararemos para experimentar, después del misterio de la cruz, la alegría de la Pascua de resurrección.

En todas las comunidades parroquiales se realiza hoy un gesto austero y simbólico:  la imposición de la ceniza; este rito va acompañado de dos fórmulas muy densas de significado, que constituyen una apremiante llamada a reconocerse pecadores y a volver a Dios.

La primera fórmula reza:  “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” (cf. Jn 3, 19). Estas palabras, tomadas del libro del Génesis, evocan la condición humana, marcada por la caducidad y el límite, y quieren impulsarnos a volver a poner nuestra esperanza únicamente en Dios.

La segunda fórmula remite a las palabras que pronunció Jesús al inicio de su ministerio itinerante:  “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Es una invitación a poner como fundamento de la renovación personal y comunitaria la adhesión firme y confiada al Evangelio. La vida del cristiano es una vida de fe, fundada en la palabra de Dios y alimentada por ella. En las pruebas de la vida y en todas las tentaciones, el secreto de la victoria radica en escuchar la Palabra de verdad y rechazar con decisión la mentira y el mal.

Este es el programa verdadero, central, del tiempo de Cuaresma:  escuchar la Palabra de verdad; vivir, hablar y hacer la verdad; evitar la mentira, que envenena a la humanidad y es la puerta de todos los males.

Por tanto, urge volver a escuchar, en estos cuarenta días, el Evangelio, la palabra del Señor, palabra de verdad, para que en todos los cristianos, en cada uno de nosotros, se refuerce la conciencia de la verdad que nos ha sido concedida, para que la vivamos y demos testimonio de ella. La Cuaresma nos impulsa a dejar que la palabra de Dios penetre en nuestra vida para conocer así la verdad fundamental:  quiénes somos, de dónde venimos, a dónde debemos ir, cuál es el camino que hemos de seguir en la vida. De este modo, el tiempo de Cuaresma nos ofrece un itinerario ascético y litúrgico que, a la vez que nos ayuda a abrir los ojos a nuestra debilidad, nos estimula a abrir el corazón al amor misericordioso de Cristo.

cuaresma krouillong comunion en la mano sacrilegioEl camino cuaresmal, al acercarnos a Dios, nos permite mirar de un modo nuevo a nuestros hermanos y sus necesidades. Quien comienza a ver a Dios, a ver el rostro de Cristo, ve de una forma diferente también a los hermanos, descubre a los hermanos, su bien, su mal, sus necesidades.
Por esto, la Cuaresma, como escucha de la verdad, es un tiempo favorable para convertirse al amor, porque la verdad profunda, la verdad de Dios, es al mismo tiempo amor. Al convertirnos a la verdad de Dios, necesariamente debemos convertirnos al amor, un amor que sepa hacer propia la actitud de compasión y misericordia del Señor, como quise recordar en el Mensaje para la Cuaresma, que tiene por tema las palabras evangélicas:  “Jesús, al ver a la multitud, se compadeció de ella” (Mt 9, 36).

La Iglesia, consciente de su misión en el mundo, no cesa de proclamar el amor misericordioso de Cristo, que sigue dirigiendo su mirada conmovida hacia los hombres y los pueblos de todos los tiempos.

“Ante los terribles desafíos de la pobreza de gran parte de la humanidad —escribí en el citado Mensaje cuaresmal—, la indiferencia y el encerrarse en el propio egoísmo están en un contraste intolerable con la “mirada” de Cristo. El ayuno y la limosna, que, junto con la oración, la Iglesia propone de modo especial en el período de Cuaresma, son una ocasión propicia para configurarnos con esa misma “mirada”” (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de febrero de 2006, p. 4), con la mirada de Cristo, y vernos a nosotros mismos, ver a la humanidad, a los demás, con esta misma mirada. Con este espíritu entremos en el clima austero y orante de la Cuaresma, que es precisamente un clima de amor a los hermanos.

Que sean días de reflexión e intensa oración, en los que nos dejemos guiar por la palabra de Dios, que la liturgia nos propone abundantemente. Que la Cuaresma sea, además, un tiempo de ayuno, de penitencia y de vigilancia sobre nosotros mismos, convencidos de que la lucha contra el pecado no termina nunca, pues la tentación es una realidad de cada día, y la fragilidad y el engaño son experiencias de todos.

Por último, que la Cuaresma, a través de la limosna, haciendo el bien a los demás, sea ocasión de compartir sinceramente con los hermanos los dones recibidos y de mostrarnos solícitos a las necesidades de los más pobres y abandonados.

Que en este itinerario penitencial nos acompañe María, la Madre del Redentor, que es maestra de escucha y de fiel adhesión a Dios. Que la Virgen santísima nos ayude a llegar, purificados y renovados en la mente y en el espíritu, a celebrar el gran misterio de la Pascua de Cristo. Con estos sentimientos, deseo a todos una buena y fructífera Cuaresma.

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37 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Cuaresma

37 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA CUARESMA

AUDIENCIA GENERAL DEL 6 DE FEBRERO DE 2008

LA CUARESMA, CAMINO DE AUTÉNTICA CONVERSIÓN

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, miércoles de Ceniza, volvemos a emprender, como todos los años, el camino cuaresmal animados por un espíritu más intenso de oración y de reflexión, de penitencia y de ayuno. Entramos en un tiempo litúrgico “fuerte” que, mientras nos prepara para las celebraciones de la Pascua —corazón y centro del año litúrgico y de toda nuestra vida—, nos invita, más aún, nos estimula a dar un impulso más decidido a nuestra vida cristiana.

Dado que los compromisos, los afanes y las preocupaciones nos hacen caer en la rutina y nos exponen al peligro de olvidar cuán extraordinaria es la aventura en la que nos ha implicado Jesús, necesitamos recomenzar cada día nuestro exigente itinerario de vida evangélica, recogiéndonos interiormente con momentos de pausa que regeneran el espíritu. Con el antiguo rito de la imposición de la ceniza, la Iglesia nos introduce en la Cuaresma como en un gran retiro espiritual que dura cuarenta días.

Entremos, por tanto, en el clima cuaresmal, que nos ayuda a redescubrir el don de la fe recibida con el Bautismo y nos lleva a acercarnos al sacramento de la Reconciliación, poniendo nuestro esfuerzo de conversión bajo el signo de la misericordia divina. En los orígenes, en la Iglesia primitiva, la Cuaresma era el tiempo privilegiado para la preparación de los catecúmenos a los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, que se celebraban en la Vigilia pascual. La Cuaresma se consideraba el tiempo para llegar a ser cristianos, lo cual no se lograba en un solo momento, sino que exigía un largo camino de conversión y renovación.

A esta preparación se unían también los que ya estaban bautizados, reactivando el recuerdo del sacramento recibido y disponiéndose a una renovada comunión con Cristo en la celebración gozosa de la Pascua. Así, la Cuaresma tenía, y sigue teniendo, el carácter de un itinerario bautismal, en el sentido de que ayuda a mantener despierta la conciencia de que sercristianos se realiza siempre como un nuevo hacerse cristianos: nunca es una historia concluida que queda a nuestras espaldas, sino un camino que exige siempre un nuevo ejercicio.

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Al imponer sobre la cabeza la ceniza, el celebrante dice: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” (cf. Gn 3, 19), o repite la invitación de Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio” (cf. Mc 1, 15). Ambas fórmulas recuerdan la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores que siempre necesitamos penitencia y conversión. ¡Qué importante es escuchar y acoger este llamamiento en nuestro tiempo! El hombre contemporáneo, cuando proclama su total autonomía de Dios, se hace esclavo de sí mismo, y con frecuencia se encuentra en una soledad sin consuelo.

Por tanto, la invitación a la conversión es un impulso a volver a los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a fiarse de él, a abandonarse a él como hijos adoptivos, regenerados por su amor. La Iglesia, con sabia pedagogía, repite que la conversión es ante todo una gracia, un don que abre el corazón a la infinita bondad de Dios. Él mismo previene con su gracia nuestro deseo de conversión y acompaña nuestros esfuerzos hacia la plena adhesión a su voluntad salvífica. Así, convertirse quiere decir dejarse conquistar por Jesús (cf. Flp 3, 12) y “volver” con él al Padre.

La conversión implica, por tanto, aprender humildemente en la escuela de Jesús y caminar siguiendo dócilmente sus huellas. Son iluminadoras las palabras con que él mismo indica las condiciones para ser de verdad sus discípulos. Después de afirmar: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”, añade: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mc 8, 35-36).

La conquista del éxito, la obsesión por el prestigio y la búsqueda de las comodidades, cuando absorben totalmente la vida hasta excluir a Dios del propio horizonte, ¿llevan verdaderamente a la felicidad? ¿Puede haber felicidad auténtica prescindiendo de Dios? La experiencia demuestra que no se es feliz por el hecho de satisfacer las expectativas y las exigencias materiales. En realidad, la única alegría que llena el corazón humano es la que procede de Dios. De hecho, tenemos necesidad de la alegría infinita. Ni las preocupaciones diarias, ni las dificultades de la vida logran apagar la alegría que nace de la amistad con Dios.

La invitación de Jesús a cargar con la propia cruz y seguirle, en un primer momento puede parecer dura y contraria de lo que queremos; nos puede parecer que va contra nuestro deseo de realización personal. Pero si lo miramos bien, nos damos cuenta de que no es así: el testimonio de los santos demuestra que en la cruz de Cristo, en el amor que se entrega, renunciando a la posesión de sí mismo, se encuentra la profunda serenidad que es manantial de entrega generosa a los hermanos, en especial, a los pobres y necesitados. Y esto también nos da alegría a nosotros mismos.

El camino cuaresmal de conversión, que hoy emprendemos con toda la Iglesia, se convierte, por tanto, en la ocasión propicia, “el momento favorable” (cf. 2 Co 6, 2) para renovar nuestro abandono filial en las manos de Dios y para poner en práctica lo que Jesús sigue repitiéndonos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8, 34), y así emprenda el camino del amor y de la auténtica felicidad.

En el tiempo de Cuaresma, la Iglesia, haciéndose eco del Evangelio, propone algunos compromisos específicos que acompañan a los fieles en este itinerario de renovación interior: la oración, el ayuno y la limosna. En el Mensaje para la Cuaresma de este año, publicado hace pocos días, he querido reflexionar sobre “la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales” (n. 1: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de febrero de 2008, p. 8).

Sabemos que, por desgracia, la sociedad moderna está profundamente invadida por la sugestión de las riquezas materiales. Como discípulos de Jesucristo, no debemos idolatrar los bienes terrenales, sino utilizarlos como medios para vivir y para ayudar a los necesitados. Al indicarnos la práctica de la limosna, la Iglesia nos educa a salir al paso de las necesidades del prójimo, a imitación de Jesús, que, como afirma san Pablo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9).

“Siguiendo sus enseñanzas —escribí en el mencionado Mensaje—, podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos”. Y añadí: “¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor” (n. 5).

Queridos hermanos y hermanas, pidamos a la Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia, que nos acompañe en el camino cuaresmal, para que sea un camino de auténtica conversión. Dejémonos guiar por ella y llegaremos interiormente renovados a la celebración del gran misterio de la Pascua de Cristo, revelación suprema del amor misericordioso de Dios.
¡Buena Cuaresma a todos!

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