29 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Viaje Apostólico a Estados Unidos

29 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: VIAJE APOSTÓLICO A ESTADOS UNIDOS

AUDIENCIA GENERAL DEL 30 DE ABRIL DE 2008

VIAJE APOSTÓLICO A ESTADOS UNIDOS

Queridos hermanos y hermanas: 

Aunque ya han pasado varios días desde mi regreso, deseo dedicar la catequesis de hoy, como de costumbre, al viaje apostólico que realicé a la Organización de las Naciones Unidas y a Estados Unidos del 15 al 21 de abril. Ante todo renuevo mi más cordial agradecimiento a la Conferencia episcopal estadounidense, así como al presidente Bush, por haberme invitado y por la cálida acogida que me brindaron. Pero quisiera extender mi agradecimiento a todos los que, en Washington y en Nueva York, acudieron a saludarme y a manifestar su amor al Papa, y a los que me acompañaron y apoyaron con la oración y con el ofrecimiento de sus sacrificios.

Como es sabido, la ocasión de la visita fue el bicentenario de la elevación de la primera diócesis del país, Baltimore, a sede metropolitana, y de la fundación de las sedes de Nueva York, Boston, Filadelfia y Louisville. Por eso, en este aniversario típicamente eclesial, tuve la alegría de visitar personalmente, por primera vez como sucesor de Pedro, al querido pueblo de Estados Unidos, para confirmar en la fe a los católicos, para renovar e incrementar la fraternidad con todos los cristianos, y para anunciar a todos el mensaje de “Cristo, nuestra esperanza”, como rezaba el lema del viaje.

En el encuentro con el señor presidente, en su residencia, rendí homenaje a ese gran país, que desde los inicios se edificó sobre la base de una feliz conjugación entre principios religiosos, éticos y políticos, y que sigue siendo un ejemplo válido de sana laicidad, donde la dimensión religiosa, en la diversidad de sus expresiones, no sólo se tolera, sino que también se valora como “alma” de la nación y garantía fundamental de los derechos y los deberes del hombre. En ese contexto la Iglesia puede desempeñar con libertad y compromiso su misión de evangelización y promoción humana, y también de “conciencia crítica”, contribuyendo a la construcción de una sociedad digna de la persona humana y, al mismo tiempo, estimulando a un país, como Estados Unidos, al que todos consideran como uno de los principales actores del escenario internacional, hacia la solidaridad global, cada vez más necesaria y urgente, y hacia el ejercicio paciente del diálogo en las relaciones internacionales.

Naturalmente, la misión y el papel de la comunidad eclesial estuvieron en el centro del encuentro con los obispos, que tuvo lugar en el santuario nacional de la Inmaculada Concepción, en Washington. En el contexto litúrgico de las Vísperas, alabamos al Señor por el camino recorrido por el pueblo de Dios en Estados Unidos, por el celo de sus pastores, y por el fervor y la generosidad de sus fieles, que se manifiesta en la elevada y abierta consideración de la fe y en innumerables iniciativas caritativas y humanitarias en el país y en el extranjero.

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Al mismo tiempo, apoyé a mis hermanos en el episcopado en su difícil tarea de sembrar el Evangelio en una sociedad marcada por muchas contradicciones, que amenazan la coherencia de los católicos e incluso del clero. Los animé a elevar su voz sobre las cuestiones morales y sociales actuales y a formar a los fieles laicos para que sean buena “levadura” en la comunidad civil, desde la célula fundamental que es la familia. En este sentido, los exhorté a volver a proponer el sacramento del matrimonio como don y compromiso indisoluble entre un hombre y una mujer, ámbito natural de acogida y de educación de los hijos. La Iglesia y la familia, juntamente con la escuela, especialmente la de inspiración cristiana, deben cooperar para impartir a los jóvenes una sólida educación moral, pero en esta tarea también tienen una gran responsabilidad los agentes de la comunicación y del entretenimiento.

Pensando en el doloroso caso de los abusos sexuales a menores cometidos por ministros ordenados, expresé a los obispos mi cercanía, animándolos en el compromiso de curar las heridas y de reforzar las relaciones con sus sacerdotes. Respondiendo a algunas preguntas planteadas por los obispos, subrayé algunos aspectos importantes:  la relación intrínseca entre el Evangelio y la “ley natural”; la sana concepción de la libertad, que se comprende y se realiza en el amor; la dimensión eclesial de la experiencia cristiana; la exigencia de anunciar de manera nueva, en especial a los jóvenes, la “salvación” como plenitud de vida, y de educar en la oración, de la que brotan las respuestas generosas a la llamada del Señor.

En la grande y festiva celebración eucarística en el estadio Nationals Park de Washington invocamos al Espíritu Santo sobre toda la Iglesia que está en Estados Unidos para que, firmemente arraigada en la fe transmitida por los padres, profundamente unida y renovada, afronte los desafíos presentes y futuros con valentía y esperanza, la esperanza que “no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5, 5).

Ciertamente, uno de estos desafíos es el de la educación; por eso, en la Universidad católica de América me reuní con los rectores de universidades y de centros universitarios católicos, con los responsables diocesanos de la enseñanza, y con los representantes de los profesores y los alumnos. La tarea educativa es parte integrante de la misión de la Iglesia, y la comunidad eclesial estadounidense siempre se ha comprometido mucho en este campo, prestando al mismo tiempo un gran servicio social y cultural a todo el país. Es importante que esto continúe. También es importante cuidar la calidad de los centros católicos de enseñanza, para que en ellos se forme a las personas verdaderamente según “la medida de la madurez” de Cristo (cf. Ef 4, 13), conjugando fe y razón, libertad y verdad. Por tanto, con alegría confirmé a los formadores en su valioso compromiso de caridad intelectual.

En un país con una vocación multicultural, como Estados Unidos, asumieron un relieve especial los encuentros con los representantes de otras religionesen Washington, en el Centro cultural Juan Pablo II, con judíos, musulmanes, hindúes, budistas y jainistas; y en Nueva York, la visita a la Sinagoga. Momentos —especialmente este último— muy cordiales, que confirmaron el compromiso común por el diálogo y la promoción de la paz y de los valores espirituales y morales. En la que puede considerarse como la patria de la libertad religiosa, recordé que es preciso defender siempre esta libertad con un esfuerzo conjunto, para evitar toda forma de discriminación y prejuicio. Y puse de relieve la gran responsabilidad de los líderes religiosos, tanto al enseñar el respeto y la no violencia, como al mantener vivos los interrogantes más profundos de la conciencia humana. También lacelebración ecuménica en la iglesia parroquial de San José se caracterizó por una gran cordialidad. Juntos oramos al Señor para que aumente en los cristianos la capacidad de dar razón, también con una unidad cada vez mayor, de su única gran esperanza (cf. 1 P 3, 15), basada en la fe común en Jesucristo.

Otro objetivo principal de mi viaje fue la visita a la sede central de la ONU:  la cuarta visita de un Papa, después de la de Pablo VI en 1965 y de las dos de Juan Pablo II, en 1979 y en 1995. En el sexagésimo aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, la Providencia me permitió confirmar, en la más amplia y autorizada asamblea supranacional, el valor de esa Carta, recordando su fundamento universal, es decir, la dignidad de la persona humana, creada por Dios a su imagen y semejanza para cooperar en el mundo en su gran designio de vida y de paz.

Al igual que la paz, también el respeto de los derechos humanos está arraigado en la “justicia”, es decir, en un orden ético válido para todos los tiempos y para todos los pueblos, que se puede resumir en la célebre máxima:  “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti”, o expresada de manera positiva con las palabras de Jesús:  “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos” (Mt 7, 12). Sobre esta base, que constituye la contribución típica de la Santa Sede a la Organización de las Naciones Unidas, renové, y vuelvo a renovar hoy, el compromiso efectivo de la Iglesia católica de contribuir a reforzar relaciones internacionales caracterizadas por los principios de responsabilidad y solidaridad.

En mi corazón han quedado fuertemente grabados también otros momentos de mi permanencia en Nueva York. En la catedral de San Patricio, en el corazón de Manhattan —verdaderamente una “casa de oración para todos los pueblos”—, celebré la santa misa con los sacerdotes y los consagrados, que acudieron de todas las partes del país. No olvidaré nunca la cordialidad con que me felicitaron por el tercer aniversario de mi elección a la sede de Pedro. Fue un momento conmovedor, en el que experimenté de manera sensible todo el apoyo de la Iglesia a mi ministerio. Lo mismo puedo decir del encuentro con los jóvenes y los seminaristas, que se celebró precisamente en el seminario diocesano, precedido por una cita muy significativa con muchachos y jóvenes discapacitados, acompañados de sus familiares.

A los jóvenes, que por naturaleza tienen sed de verdad y de amor, les propuse algunas figuras de hombres y mujeres que han testimoniado de manera ejemplar el Evangelio en tierra estadounidense, el Evangelio de la verdad que hace libres en el amor, en el servicio, en la vida entregada por los demás. Al ver las tinieblas que hoy amenazan su vida, los jóvenes pueden encontrar en los santos la luz que las disipa:  la luz de Cristo, esperanza para todo hombre.

Esta esperanza, más fuerte que el pecado y la muerte, animó el momento lleno de emoción que pasé en silencio en el cráter de la Zona Cero, donde encendí un cirio orando por todas las víctimas de esa terrible tragedia.

Por último, mi visita culminó con la celebración eucarística en el Yankee Stadium de Nueva York:  llevo todavía en el corazón esa fiesta de fe y de fraternidad, con la que celebramos el bicentenario de las diócesis más antiguas de Estados Unidos. El pequeño rebaño de los orígenes se ha desarrollado enormemente, enriqueciéndose con la fe y las tradiciones de sucesivas oleadas de inmigración. A esa Iglesia, que ahora afronta los desafíos del presente, tuve la alegría de anunciar nuevamente a “Cristo nuestra esperanza” ayer, hoy y siempre.

Queridos hermanos y hermanas, os invito a uniros a mí en la acción de gracias por el alentador resultado de este viaje apostólico y en la súplica a Dios, por intercesión de la Virgen María, para que produzca abundantes frutos para la Iglesia en Estados Unidos y en todas las partes del mundo.

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28 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La acción del Espíritu Santo al servicio de la unidad

28 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO AL SERVICIO DE LA UNIDAD

AUDIENCIA GENERAL DEL 7 DE MAYO DE 2008

LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO AL SERVICIO DE LA UNIDAD

Queridos hermanos y hermanas:

Como veis, se encuentra entre nosotros esta mañana Su Santidad Karekin II, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, acompañado por una distinguida delegación. Expreso de nuevo mi alegría por haberlo podido acoger esta mañana: su presencia reaviva en nosotros la esperanza de la unidad plena de todos los cristianos. Aprovecho la oportunidad para darle las gracias también por la amable acogida que dispensó recientemente en Armenia a mi cardenal secretario de Estado. Para mí es un placer recordar la inolvidable visita que el Catholicós hizo a Roma en el año 2000, poco después de su elección. Durante su encuentro con él, mi querido predecesor Juan Pablo II le entregó una insigne reliquia de san Gregorio el Iluminador y a continuación viajó a Armenia para devolverle la visita.

Es conocido el compromiso de la Iglesia apostólica armenia en favor del diálogo ecuménico y estoy seguro de que también esta visita del venerado Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios contribuirá a intensificar las relaciones de amistad fraterna que unen a nuestras Iglesias. Estos días de preparación inmediata para la solemnidad de Pentecostés nos impulsan a reavivar la esperanza en la ayuda del Espíritu Santo para avanzar por el camino del ecumenismo. Tenemos la certeza de que el Señor Jesús no nos abandona nunca en la búsqueda de la unidad, dado que su Espíritu actúa incansablemente para apoyar nuestros esfuerzos orientados a superar toda división y a volver a coser todo desgarro en el tejido vivo de la Iglesia.

Esto es precisamente lo que Jesús prometió a los discípulos en los últimos días de su misión terrena, como acabamos de escuchar en el pasaje del Evangelio: les aseguró la asistencia del Espíritu Santo, que él mandaría para que siguiera haciéndoles experimentar su presencia (cf. Jn 14, 16-17). Esta promesa se hizo realidad cuando, tras la resurrección, Jesús entró en el Cenáculo, saludó a los discípulos con las palabras: “La paz esté con vosotros” y, soplando sobre ellos, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). Les autorizaba a perdonar los pecados. Por tanto, el Espíritu Santo se presenta como fuerza del perdón de los pecados, de renovación de nuestro corazón y de nuestra vida; así renueva la tierra y crea unidad donde había división.

Después, en la fiesta de Pentecostés, el Espíritu Santo se manifiesta mediante otros signos: un viento impetuoso, lenguas de fuego, y los Apóstoles hablando todas las lenguas. Este es un signo de que la dispersión de Babilonia, fruto de la soberbia que separa a los hombres, ha quedado superada por el Espíritu, que es caridad y da unidad en la diversidad. Desde el primer momento de su existencia la Iglesia habla todas las lenguas —gracias a la fuerza del Espíritu Santo y a las lenguas de fuego— y vive en todas las culturas, no destruye nada de los diversos dones, de los diferentes carismas, sino que lo reúne todo en una nueva y gran unidad que reconcilia: la unidad y la variedad.

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El Espíritu Santo, que es la caridad eterna, el vínculo de la unidad en la Trinidad, une con su fuerza en la caridad divina a los hombres dispersos, creando así la grande y multiforme comunidad de la Iglesia en todo el mundo. En los días que pasaron entre la Ascensión del Señor y el domingo de Pentecostés, los discípulos estaban reunidos con María en el Cenáculo para orar. Sabían que por sí solos no podían crear, organizar la Iglesia: la Iglesia debe nacer y organizarse por iniciativa divina; no es una criatura nuestra, sino un don de Dios. Sólo así crea también unidad, una unidad que debe crecer. La Iglesia en todo tiempo —y de modo especial en estos nueve días entre la Ascensión y Pentecostés— se une espiritualmente en el Cenáculo con los apóstoles y con María para implorar incesantemente la efusión del Espíritu Santo. Así, impulsada por su viento impetuoso, será capaz de anunciar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra.

Precisamente por eso, a pesar de las dificultades y las divisiones, los cristianos no pueden resignarse ni caer en el desaliento. El Señor nos pide perseverar en la oración para mantener viva la llama de la fe, de la caridad y de la esperanza, de las que se alimenta el anhelo de unidad plena. Ut unum sint!, dice el Señor. En nuestro corazón resuena siempre esta invitación de Cristo; una invitación que renové en mi reciente viaje apostólico a Estados Unidos, donde puse de relieve la centralidad de la oración en el movimiento ecuménico.

En este tiempo de globalización, y al mismo tiempo de fragmentación, “sin oración las estructuras, las instituciones y los programas ecuménicos quedarían despojados de su corazón y de su alma” (Encuentro ecuménico en la iglesia de San José, Nueva York, 18 de abril de 2008: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 15). Demos gracias al Señor por las metas alcanzadas en el diálogo ecuménico por la acción del Espíritu Santo; seamos dóciles al escuchar su voz, para que nuestro corazón, lleno de esperanza, recorra sin pausa el camino que lleva a la comunión plena de todos los discípulos de Cristo.

San Pablo, en la carta a los Gálatas, recuerda que “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Ga 5, 22-23). Estos son los dones del Espíritu Santo que invocamos también hoy para todos los cristianos, a fin de que en el servicio común y generoso al Evangelio sean en el mundo signo del amor de Dios a la humanidad. Dirijamos, con confianza, la mirada a María, santuario del Espíritu Santo, y por su intercesión pidamos: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”. Amén.

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19 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Audiencia General del 13 de Agosto de 2008 en Castelgandolfo

19 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: AUDIENCIA GENERAL DEL 13 DE AGOSTO DE 2008 EN CASTELGANDOLFO

AUDIENCIA GENERAL DEL 13 DE AGOSTO DE 2008

Queridos hermanos y hermanas: 

Al regresar de Bressanone, donde he pasado un período de descanso, me alegra encontrarme con vosotros y saludaros, queridos habitantes de Castelgandolfo, y con vosotros, peregrinos que habéis venido hoy a visitarme. Quiero dar las gracias una vez más a cuantos me han acogido y han velado por mi permanencia en la montaña. Han sido días de distensión serena, durante los cuales no he cesado de recordar al Señor a cuantos se encomiendan a mis oraciones. Y son realmente muchísimos los que me escriben pidiendo que ore por ellos. Me manifiestan sus alegrías, pero también sus preocupaciones, sus proyectos de vida, sus problemas familiares y de trabajo, las expectativas y las esperanzas que llevan en el corazón, así como las angustias unidas a las incertidumbres que la humanidad está viviendo en este momento. Puedo asegurar que para todos y cada uno tengo un recuerdo, especialmente en la celebración diaria de la santa misa y en el rezo del santo rosario. Sé bien que el primer servicio que puedo hacer a la Iglesia y a la humanidad es precisamente el de la oración, porque al rezar pongo confiado en las manos del Señor el ministerio que él mismo me ha encomendado, junto con el destino de toda la comunidad eclesial y civil.

Quien ora no pierde nunca la esperanza, aun cuando se llegue a encontrar en situaciones difíciles e incluso humanamente desesperadas. Esto nos enseña la sagrada Escritura y de esto da testimonio la historia de la Iglesia. En efecto, ¡cuántos ejemplos podríamos citar de situaciones en las que precisamente la oración ha sido la que ha sostenido el camino de los santos y del pueblo cristiano! Entre los testimonios de nuestra época quiero citar el de dos santos cuya memoria celebramos en estos días:  Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, cuya fiesta celebramos el 9 de agosto, y Maximiliano María Kolbe al que recordaremos mañana, 14 de agosto, vigilia de la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Ambos concluyeron su vida terrena con el martirio en el campo de concentración de Auschwitz. Aparentemente su existencia se podría considerar una derrota, pero precisamente en su martirio resplandece el fulgor del amor que vence las tinieblas del egoísmo y del odio. A san Maximiliano Kolbe se le atribuyen las siguientes palabras que habría pronunciado en el pleno furor de la persecución nazi:  “El odio no es una fuerza creativa:  lo es sólo el amor”. El generoso ofrecimiento que hizo de sí en cambio de un compañero de prisión, ofrecimiento que culminó con la muerte en el búnker del hambre, el 14 de agosto de 1941, fue una prueba heroica de amor.

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Edith Stein, el 6 de agosto del año sucesivo, tres días antes de su dramático fin, acercándose a algunas hermanas del monasterio de Echt, en Holanda, les dijo:  “Estoy preparada para todo. Jesús está también aquí en medio de nosotras. Hasta ahora he podido rezar muy bien y he dicho con todo el corazón:  Ave, Crux, spes unica”. Testigos que lograron escapar de la horrible masacre contaron que Teresa Benedicta de la Cruz mientras, vestida con el hábito carmelitano, avanzaba consciente hacia la muerte, se distinguía por su porte lleno de paz, por su actitud serena y por su comportamiento tranquilo y atento a las necesidades de todos. La oración fue el secreto de esta santa copatrona de Europa, que “aun después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la cruz” (Juan Pablo II, carta apostólica Spes aedificandi, 1 de octubre de 1999, n. 8:  L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de octubre de 1999, p. 16).

Ave Maria!“:  fue la última invocación salida de los labios de san Maximiliano María Kolbe mientras ofrecía su brazo al que lo mataba con una inyección de ácido fénico. Es conmovedor constatar que acudir humilde y confiadamente a la Virgen es siempre fuente de valor y serenidad. Mientras nos preparamos a celebrar la solemnidad de la Asunción, que es una de las fiestas marianas más arraigadas en la tradición cristiana, renovemos nuestra confianza en Aquella que desde el cielo vela con amor materno sobre nosotros en todo momento. Esto es lo que decimos en la oración familiar del avemaría, pidiéndole que ruegue por nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”.


Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Os invito a contemplar con fervor el testimonio de San Maximiliano María Kolbe. Siguiendo sus huellas, acoged con humildad la Palabra de Jesucristo, meditadla cada día y llevadla a la práctica con valentía y constancia. A ejemplo suyo también, poneos bajo el dulce amparo de la Virgen María, rezando el Santo Rosario y confiando siempre en su amor de Madre. Que Dios os bendiga.

(En portugués)
Saludo cordialmente al grupo de la Universidad católica portuguesa de Lisboa y a la tripulación del buque-escuela “Brasil”, de la marina brasileña, a los cuales deseo que se lleven de este encuentro la enseñanza de que vuestra vida tenga como objetivo servir, con caridad cristiana, a los ciudadanos de vuestra patria por los caminos de la paz, la solidaridad y la fraternidad. Con estos deseos, os bendigo de todo corazón a vosotros y a vuestras familias, así como a todos los peregrinos de lengua portuguesa aquí presentes.

(A los peregrinos polacos)
Mañana se celebra la memoria de san Maximiliano María Kolbe. El acto de amor heroico y la muerte del mártir será siempre signo del triunfo de la fuerza de Dios y la nobleza del hombre sobre la inmensidad del mal. Pidamos por su intercesión el don de la paz en el mundo. Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.

(En italiano)

A las Religiosas de San Juan Bautista y a las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María (Instituto Ravasco)

Queridas hermanas, os aseguro mi recuerdo en la oración para que cada día renovéis la dimensión oblativa de vuestra vida en el ejercicio fiel de las virtudes evangélicas.

Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos amigos, que la luz de Cristo ilumine siempre vuestra vida y la haga fecunda en el bien. Gracias a todos vosotros. Una vez más, feliz semana y feliz fiesta de la Asunción.

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18 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Audiencia General del 20 de Agosto de 2008 en Castelgandolfo

18 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: AUDIENCIA GENERAL DEL 20 DE AGOSTO DE 2008 EN CASTELGANDOLFO

AUDIENCIA GENERAL DEL 20 DE AGOSTO DE 2008

Queridos hermanos y hermanas: 

Cada día la Iglesia ofrece a nuestra consideración uno o más santos y beatos a los que invocar e imitar. En esta semana, por ejemplo, recordamos algunos muy apreciados por la devoción popular. Ayer, san Juan Eudes, que frente al rigorismo de los jansenistas —en el siglo XVII— promovió una tierna devoción, cuyas fuentes inagotables indicó en los sagrados Corazones de Jesús y de María. Hoy recordamos a san Bernardo de Claraval, a quien el Papa Pío VIII llamó “doctor melifluo” porque destacaba en “hacer destilar de los textos bíblicos el sentido que se encontraba escondido en ellos”. A este místico, deseoso de vivir sumergido en el “valle luminoso” de la contemplación, los acontecimientos lo llevaron a viajar por Europa para servir a la Iglesia en las necesidades de su tiempo y para defender la fe cristiana. Ha sido definido también como “doctor mariano”, no porque haya escrito muchísimo sobre la Virgen, sino porque supo captar su papel esencial en la Iglesia, presentándola como el modelo perfecto de la vida monástica y de todas las demás formas de vida cristiana.

Mañana recordaremos a san Pío X, que vivió en un periodo histórico atormentado. De él Juan Pablo II dijo, cuando visitó su pueblo natal en 1985:  “Luchó y sufrió por la libertad de la Iglesia, y por esta libertad se manifestó dispuesto a sacrificar privilegios y honores, a afrontar incomprensión y escarnios, puesto que valoraba esta libertad como garantía última para la integridad y la coherencia de la fe” (Discurso a los sacerdotes de la diócesis de Treviso, n. 2:   L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de julio de 1985, p. 16).

El próximo viernes estará dedicado a Santa María Reina, memoria instituida por el siervo de Dios Pío XII en el año 1954, y que la renovación litúrgica impulsada por el concilio Vaticano II puso como complemento de la festividad de la Asunción, ya que ambos privilegios forman un único misterio.

Por último, el sábado rezaremos a santa Rosa de Lima, la primera santa canonizada del continente latinoamericano, del que es la patrona principal. Santa Rosa solía repetir:  “Si los hombres supieran qué es vivir en gracia, no se asustarían de ningún sufrimiento y aguantarían con gusto cualquier pena, porque la gracia es fruto de la paciencia”. Murió a los 31 años, en 1617, tras una breve existencia llena de privaciones y sufrimiento, en la fiesta del apóstol san Bartolomé, del que era muy devota porque había sufrido un martirio particularmente doloroso.

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Así pues, queridos hermanos y hermanas, día tras día la Iglesia nos ofrece la posibilidad de caminar en compañía de los santos. Hans Urs von Balthasar escribió que los santos constituyen el comentario más importante del Evangelio, su actualización en la vida diaria; por eso representan para nosotros un camino real de acceso a Jesús. El escritor francés Jean Guitton los describía como “los colores del espectro en relación con la luz”, porque cada uno de ellos refleja, con tonalidades y acentos propios, la luz de la santidad de Dios. ¡Qué importante y provechoso es, por tanto, el empeño por cultivar el conocimiento y la devoción de los santos, así como la meditación diaria de la palabra de Dios y el amor filial a la Virgen!

El período de vacaciones constituye, ciertamente, un tiempo útil para repasar la biografía y los escritos de algunos santos o santas en particular, pero cada día del año nos ofrece la oportunidad de familiarizarnos con nuestros patronos celestiales. Su experiencia humana y espiritual muestra que la santidad no es un lujo, no es un privilegio de unos pocos, una meta imposible para un hombre normal; en realidad, es el destino común de todos los hombres llamados a ser hijos de Dios, la vocación universal de todos los bautizados. La santidad se ofrece a todos; naturalmente no todos los santos son iguales:  de hecho, como he dicho, son el espectro de la luz divina. Y no es necesariamente un gran santo el que posee carismas extraordinarios. En efecto, hay muchísimos cuyo nombre sólo Dios conoce, porque en la tierra han llevado una vida aparentemente muy normal.

Precisamente estos santos “normales” son los santos que Dios quiere habitualmente. Su ejemplo testifica que sólo cuando se está en contacto con el Señor se llena uno de su paz y de su alegría y se es capaz de difundir por doquier serenidad, esperanza y optimismo. Considerando la variedad de sus carismas, Bernanos, gran escritor francés a quien siempre fascinó la idea de los santos —cita a muchos en sus novelas— destaca que “cada vida de santo es como un nuevo florecimiento de primavera”.

Que esto nos suceda también a nosotros. Así pues, dejémonos atraer por la fascinación sobrenatural de la santidad. Que nos obtenga esta gracia María, la Reina de todos los santos, Madre y refugio de los pecadores.


Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los sacerdotes de Toledo y de otras diócesis de España, que constituyen la Fraternidad Sacerdotal en el Corazón de Cristo. Os encomiendo en mi oración, para que continuéis aspirando cotidianamente a la santidad, ejerciendo vuestro ministerio con alegría, sencillez de corazón y fidelidad al Evangelio y a la Iglesia. La conducta ejemplar de un sacerdote y el testimonio de su amor a Dios y a los hermanos son fuente de gracias incesantes para el pueblo de Dios y una invitación constante para que otros respondan con generosidad a la llamada del Señor. Os bendigo a todos con afecto.

(En polaco)
La semana pasada Polonia fue azotada por tempestades y huracanes, acontecimientos insólitos en esa región. Ha habido muertos y heridos. Muchos han perdido el patrimonio de una vida entera. A cuantos han sufrido de algún modo daño a causa de esta desgracia les aseguro mi cercanía espiritual y mi recuerdo en la oración. Que la bendición del Señor descienda sobre ellos y sobre vosotros, aquí presentes.

(En italiano)
Me dirijo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A todos os invito a dedicar cada vez más tiempo a la formación cristiana, para ser fieles discípulos de Cristo, camino, verdad y vida.

Como no todos los fieles habían podido entrar en el patio, el Papa se asomó al balcón que da a la plaza y, antes de impartirles la bendición, les dijo: 

¡Buenos días a todos vosotros! En esta semana celebramos las fiestas de muchos santos. Hoy san Bernardo de Claraval, gran doctor de la Iglesia, gran doctor sobre todo de la veneración a la Virgen. Es un hombre que creó paz y así nos muestra cómo vivir el Evangelio. Celebramos mañana a san Pío X que, en un período difícil, guió a la Iglesia, renovó la liturgia y así renovó a la Iglesia desde dentro. De este modo todos los santos nos muestran cómo vivir el Evangelio. Son una interpretación libre del Evangelio y nos guían en nuestro camino. A todos os deseo unas felices vacaciones y una feliz semana. Gracias por vuestra presencia. Mi bendición para todos vosotros. ¡Felicidades y adiós!

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14 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Viaje Apostólico a Francia

14 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: VIAJE APOSTÓLICO A FRANCIA

AUDIENCIA GENERAL DEL 17 DE SEPTIEMBRE DE 2008

Viaje apostólico a Francia

Queridos hermanos y hermanas:

El encuentro de hoy me brinda la oportunidad de repasar los diversos momentos de la visita pastoral que realicé en los días pasados a Francia; visita que culminó con la peregrinación a Lourdes, con ocasión del 150° aniversario de las apariciones de la Virgen a santa Bernardita. A la vez que doy fervientes gracias al Señor que me concedió esta posibilidad tan providencial, expreso nuevamente mi más vivo agradecimiento al arzobispo de París, al obispo de Tarbes y Lourdes, a sus respectivos colaboradores y a todos aquellos que de diversas formas cooperaron al éxito de mi peregrinación. También doy cordialmente las gracias al presidente de la República y a las demás autoridades que me acogieron con tanta cortesía.

La visita comenzó en París, donde me encontré idealmente con todo el pueblo francés, rindiendo homenaje así a una amada nación en la que la Iglesia, ya desde el siglo II, ha desarrollado un papel civilizador fundamental. Es interesante que, precisamente en este contexto, haya madurado la exigencia de una sana distinción entre la esfera política y la religiosa, según el célebre dicho de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17). Si en las monedas romanas estaba impresa la imagen del César y por eso a él se le debían dar, en el corazón del hombre está la huella del Creador, único Señor de nuestra vida. Por tanto, la auténtica laicidad no es prescindir de la dimensión espiritual, sino reconocer que precisamente esta dimensión, radicalmente, es garante de nuestra libertad y de la autonomía de las realidades terrenas, gracias a los dictados de la Sabiduría creadora que la conciencia humana sabe acoger y realizar.

En esta perspectiva se sitúa la amplia reflexión sobre el tema: “Los orígenes de la teología occidental y las raíces de la cultura europea”, que desarrollé en el encuentro con el mundo de la cultura, en un lugar elegido por su valor simbólico. Se trata delCollège des Bernardins, que el recordado cardenal Jean-Marie Lustiger quiso revalorizar como centro de diálogo cultural, un edificio del siglo XII, construido por los cistercienses, donde han estudiado los jóvenes. Por tanto, allí se halla presente esta teología monástica que ha originado nuestra cultura occidental.

El punto de partida de mi discurso fue una reflexión sobre el monaquismo, cuya finalidad era buscar a Dios, quaerere Deum. En la época de crisis profunda de la civilización antigua, los monjes, orientados por la luz de la fe, eligieron el camino real: el camino de la escucha de la Palabra de Dios. Así pues, ellos fueron los grandes cultivadores de la sagrada Escritura, y los monasterios se convirtieron en escuelas de sabiduría y escuelas “dominici servitii“, “del servicio del Señor”, como los llamaba san Benito. Así, la búsqueda de Dios llevaba a los monjes, por su naturaleza, a una cultura de la palabra. Quaerere Deum, buscar a Dios: lo buscaban a la luz de su Palabra y, por tanto, debían conocer cada vez más profundamente esta Palabra. Era necesario penetrar en el secreto de la lengua, comprenderla en su estructura. Para buscar a Dios, que se nos ha revelado en la sagrada Escritura, eran muy importantes las ciencias profanas, que ayudan a profundizar en los secretos de las lenguas. En consecuencia, se desarrollaba en los monasterios la eruditio que permitiría la formación de la cultura. Precisamente por esto, quaerere Deum, buscar a Dios, estar en camino hacia Dios, sigue siendo hoy como ayer el camino real y el fundamento de toda verdadera cultura.

También la arquitectura es expresión artística de la búsqueda de Dios y no cabe duda de que la catedral de Notre Dame en París constituye un ejemplo de valor universal. Dentro de ese magnífico templo, donde tuve la alegría de presidir la celebración de las Vísperas de la Bienaventurada Virgen María, exhorté a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los seminaristas, provenientes de todas partes de Francia, a dar prioridad a la escucha religiosa de la Palabra divina, mirando a la Virgen María como modelo sublime.

En el atrio de Notre Dame saludé después a los jóvenes, que habían acudido en gran número y con gran entusiasmo. A ellos, que estaban a punto de comenzar una larga vigilia de oración, les entregué dos tesoros de la fe cristiana: el Espíritu Santo y la cruz. El Espíritu abre la inteligencia humana a horizontes que la superan y le hace comprender la belleza y la verdad del amor de Dios revelado precisamente en la cruz. Un amor del que nada podrá separarnos jamás, y que se experimenta entregando la propia vida a ejemplo de Cristo.

Después hice una breve visita al Instituto de Francia, sede de las cinco Academias nacionales: al ser yo miembro de una de las Academias, vi con gran alegría a mis colegas. Después, mi visita culminó con la celebración eucarística en la explanada de los Inválidos. Haciéndome eco de las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios, invité a los fieles de París y de toda Francia a buscar al Dios vivo, que nos ha mostrado su verdadero rostro en Jesús presente en la Eucaristía, impulsándonos a amar a nuestros hermanos como él nos ha amado a nosotros.

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Luego me dirigí a Lourdes, donde inmediatamente me uní a miles de fieles en el “Camino del Jubileo”, que recorre los lugares de la vida de santa Bernardita: la iglesia parroquial con la pila bautismal donde fue bautizada; el “Cachot” donde vivió de niña en gran pobreza; la gruta de Massabielle, donde la Virgen se le apareció dieciocho veces. Por la tarde participé en la tradicional procesiónde las antorchas, estupenda manifestación de fe en Dios y de devoción a su Madre y nuestra Madre. Lourdes es verdaderamente un lugar de luz, de oración, de esperanza y de conversión, fundadas sobre la roca del amor de Dios, que tuvo su revelación culminante en la cruz gloriosa de Cristo.

Por una feliz coincidencia, el domingo pasado la liturgia conmemoraba la Exaltación de la Santa Cruz, signo de esperanza por excelencia, porque es el testimonio supremo del amor. En Lourdes, en la escuela de María, primera y perfecta discípula de Cristo crucificado, los peregrinos aprenden a considerar las cruces de su propia vida a la luz de la cruz gloriosa de Cristo. Al aparecerse a Bernardita, en la gruta de Massabielle, el primer gesto que hizo María fue precisamente la señal de la cruz, en silencio y sin palabras. Y Bernardita la imitó haciendo a su vez la señal de la cruz, aunque temblándole la mano. Así la Virgen dio una primera iniciación en la esencia del cristianismo: la señal de la cruz es la síntesis de nuestra fe y, haciéndola con corazón atento, entramos en el misterio pleno de nuestra salvación. En ese gesto de la Virgen se encierra todo el mensaje de Lourdes. Dios nos ha amado tanto que se ha entregado a sí mismo por nosotros: este es el mensaje de la cruz, “misterio de muerte y de gloria”. La cruz nos recuerda que no existe verdadero amor sin sufrimiento, que no se puede dar la vida sin dolor. Muchos aprenden esta verdad en Lourdes, que es una escuela de fe y de esperanza, porque es también escuela de caridad y de servicio a los hermanos. En este contexto de fe y de oración se celebró el importante encuentro con el Episcopado francés: fue un momento de intensa comunión espiritual, en el que encomendamos juntos a la Virgen las esperanzas y las preocupaciones pastorales comunes.

La etapa sucesiva fue la procesión eucarística con miles de fieles, entre los cuales, como siempre, había muchos enfermos. Ante el santísimo Sacramento, nuestra comunión espiritual con María se hizo aún más intensa y profunda, porque ella nos da ojos y corazón capaces de contemplar a su Hijo divino en la sagrada Eucaristía. Era conmovedor el silencio de esas miles de personas ante el Señor; no un silencio vacío, sino lleno de oración y de conciencia de la presencia del Señor, que nos amó hasta subir a la cruz por nosotros.

Por último, la jornada del lunes 15 de septiembre, memoria litúrgica de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, estuvo dedicada de forma especial a los enfermos. Tras una breve visita a la capilla del Hospital, donde Bernardita recibió la primera Comunión, en el atrio de la basílica del Rosario presidí la celebración de la santa misa, durante la cual administré el sacramento de la Unción de los enfermos. Con los enfermos y con cuantos los atienden, quise meditar sobre las lágrimas de María derramadas al pie de la cruz, y sobre su sonrisa, que ilumina la mañana de Pascua.

Queridos hermanos y hermanas, juntos demos gracias al Señor por este viaje apostólico lleno de tantos dones espirituales. Particularmente, alabémoslo porque María, al aparecerse a santa Bernardita, abrió en el mundo un espacio privilegiado para encontrar el amor divino que cura y salva. En Lourdes, la Virgen santísima invita a todos a considerar la tierra como lugar de nuestra peregrinación hacia la patria definitiva, que es el cielo. En realidad, todos somos peregrinos, tenemos necesidad de la Madre que nos guía; y, en Lourdes, su sonrisa nos invita a seguir adelante con gran confianza, conscientes de que Dios es bueno, de que Dios es amor.


Saludos

:Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, al capítulo de Caballeros del Corpus Christi, de Toledo, a los seminaristas de El Salvador y a los estudiantes de Salta. Saludo también a los peregrinos y grupos parroquiales venidos de Costa Rica, España, México, Paraguay, y de otros países latinoamericanos. Os invito a acudir con fe y devoción a la Virgen María para que ella os enseñe en vuestra vida a ser expresión de caridad y de servicio a los hermanos, siguiendo el ejemplo de Cristo en la cruz. Que Dios os bendiga.

Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, que la amistad con Jesús sea para vosotros fuente de gozo y motivo inspirador de todas vuestras opciones. Queridos enfermos, sacad de la oración consuelo y serenidad en los momentos de sufrimiento y de prueba. Queridos recién casados, que el contacto constante con el Señor os sirva de estímulo para corresponder a vuestra vocación familiar.

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31 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Resurreccion de Cristo Clase de Bóveda para el Cristianismo

31 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA RESURRECCIÓN DE CRISTO CLASE DE BÓVEDA DEL CRISTIANISMO

AUDIENCIA GENERAL DEL 26 DE MARZO DE 2008

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO CLASE DE BÓVEDA DEL CRISTIANISMO

Queridos hermanos y hermanas:

«Et resurrexit tertia die secundum Scripturas», «Resucitó al tercer día según las Escrituras». Cada domingo, en el Credo, renovamos nuestra profesión de fe en la resurrección de Cristo, acontecimiento sorprendente que constituye la clave de bóveda del cristianismo. En la Iglesia todo se comprende a partir de este gran misterio, que ha cambiado el curso de la historia y se hace actual en cada celebración eucarística.

Sin embargo, existe un tiempo litúrgico en el que esta realidad central de la fe cristiana se propone a los fieles de un modo más intenso en su riqueza doctrinal e inagotable vitalidad, para que la redescubran cada vez más y la vivan cada vez con mayor fidelidad: es el tiempo pascual. Cada año, en el «santísimo Triduo de Cristo crucificado, muerto y resucitado», como lo llama san Agustín, la Iglesia recorre, en un clima de oración y penitencia, las etapas conclusivas de la vida terrena de Jesús: su condena a muerte, la subida al Calvario llevando la cruz, su sacrificio por nuestra salvación y su sepultura. Luego, al «tercer día», la Iglesia revive su resurrección: es la Pascua, el paso de Jesús de la muerte a la vida, en el que se realizan en plenitud las antiguas profecías. Toda la liturgia del tiempo pascual canta la certeza y la alegría de la resurrección de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, debemos renovar constantemente nuestra adhesión a Cristo muerto y resucitado por nosotros: su Pascua es también nuestra Pascua, porque en Cristo resucitado se nos da la certeza de nuestra resurrección. La noticia de su resurrección de entre los muertos no envejece y Jesús está siempre vivo; y también sigue vivo su Evangelio.

«La fe de los cristianos —afirma san Agustín— es la resurrección de Cristo». Los Hechos de los Apóstoles lo explican claramente: «Dios dio a todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos» (Hch 17, 31). En efecto, no era suficiente la muerte para demostrar que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías esperado. ¡Cuántos, en el decurso de la historia, han consagrado su vida a una causa considerada justa y han muerto! Y han permanecido muertos.

La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con el que nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros; pero sólo su resurrección es «prueba segura», es certeza de que lo que afirma es verdad, que vale también para nosotros, para todos los tiempos. Al resucitarlo, el Padre lo glorificó. San Pablo escribe en la carta a los Romanos: «Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10, 9).

Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.

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¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del Evangelio? «Si Cristo no resucitó, —decía el apóstol san Pablo— es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe» (1Co 15, 14). Pero ¡resucitó!

El anuncio que en estos días volvemos a escuchar sin cesar es precisamente este: ¡Jesús ha resucitado! Es «el que vive» (Ap 1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.

Incluso después de su Ascensión, Jesús siguió estando presente entre sus amigos, como por lo demás había prometido: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio, transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva.

De modo especial en esta octava de Pascua, la liturgia nos invita a encontrarnos personalmente con el Resucitado y a reconocer su acción vivificadora en los acontecimientos de la historia y de nuestra vida diaria. Por ejemplo, hoy, miércoles, nos propone el episodio conmovedor de los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Después de la crucifixión de Jesús, invadidos por la tristeza y la decepción, volvían a casa desconsolados. Durante el camino conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado en aquellos días en Jerusalén; entonces se les acercó Jesús, se puso a conversar con ellos y a enseñarles: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (Lc 24, 25-26). Luego, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

La enseñanza de Jesús —la explicación de las profecías— fue para los discípulos de Emaús como una revelación inesperada, luminosa y consoladora. Jesús daba una nueva clave de lectura de la Biblia y ahora todo quedaba claro, precisamente orientado hacia este momento. Conquistados por las palabras del caminante desconocido, le pidieron que se quedara a cenar con ellos. Y él aceptó y se sentó a la mesa con ellos. El evangelista san Lucas refiere: «Sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando» (Lc 24, 30). Fue precisamente en ese momento cuando se abrieron los ojos de los dos discípulos y lo reconocieron, «pero él desapareció de su lado» (Lc 24, 31). Y ellos, llenos de asombro y alegría, comentaron: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32).

En todo el año litúrgico, y de modo especial en la Semana santa y en la semana de Pascua, el Señor está en camino con nosotros y nos explica las Escrituras, nos hace comprender este misterio: todo habla de él. Esto también debería hacer arder nuestro corazón, de forma que se abran igualmente nuestros ojos. El Señor está con nosotros, nos muestra el camino verdadero. Como los dos discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan, así hoy, al partir el pan, también nosotros reconocemos su presencia. Los discípulos de Emaús lo reconocieron y se acordaron de los momentos en que Jesús había partido el pan. Y este partir el pan nos hace pensar precisamente en la primera Eucaristía, celebrada en el contexto de la última Cena, donde Jesús partió el pan y así anticipó su muerte y su resurrección, dándose a sí mismo a los discípulos.

Jesús parte el pan también con nosotros y para nosotros, se hace presente con nosotros en la santa Eucaristía, se nos da a sí mismo y abre nuestro corazón. En la santa Eucaristía, en el encuentro con su Palabra, también nosotros podemos encontrar y conocer a Jesús en la mesa de la Palabra y en la mesa del Pan y del Vino consagrados. Cada domingo la comunidad revive así la Pascua del Señor y recibe del Salvador su testamento de amor y de servicio fraterno.

Queridos hermanos y hermanas, que la alegría de estos días afiance aún más nuestra adhesión fiel a Cristo crucificado y resucitado. Sobre todo, dejémonos conquistar por la fascinación de su resurrección. Que María nos ayude a ser mensajeros de la luz y de la alegría de la Pascua para muchos hermanos nuestros.

De nuevo os deseo a todos una feliz Pascua.

Saludos

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los alumnos del seminario mayor iberoamericano de los Padres de Schönstatt. Saludo también a los distintos grupos de estudiantes y peregrinos venidos de Argentina, El Salvador, España, México, Puerto Rico, y de otros países latinoamericanos. Que la alegría de la resurrección de Cristo haga más profunda y fiel vuestra vida cristiana, al mismo tiempo que os animo a ser, con la ayuda de María, mensajeros de la luz y la alegría de la Pascua para todos vuestros hermanos. ¡Felices Pascuas!

(En portugués)
Que el Dios de todo consuelo bendiga vuestros hogares y el trabajo de cada uno, para que seáis portadores de paz y alegría en la esperanza de la feliz resurrección en el día del Señor.

(En italiano)
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes y especialmente vosotros, muchachos y muchachas que habéis venido en tan gran número de parroquias y oratorios de la archidiócesis de Milán, sed protagonistas entusiastas en la Iglesia y en la sociedad. Vosotros, que hacéis este año la «profesión de fe», empeñaos en construir la civilización del amor, fundada en Cristo, que murió y resucitó por todos. Queridos enfermos, que la luz de la Resurrección ilumine y sostenga vuestro sufrimiento diario, haciéndolo fecundo en beneficio de toda la humanidad. Y vosotros, queridos recién casados, sacad cada día del misterio pascual la fuerza para un amor sincero e inagotable.

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01 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Santa Navidad, Fiesta Universal

01 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA SANTA NAVIDAD, FIESTA UNIVERSAL

AUDIENCIA GENERAL DEL 17 DE DICIEMBRE DE 2008

LA SANTA NAVIDAD, FIESTA UNIVERSAL

Queridos hermanos y hermanas:

Comenzamos precisamente hoy los días del Adviento que nos preparan inmediatamente para el Nacimiento del Señor: estamos en la Novena de Navidad, que en muchas comunidades cristianas se celebra con liturgias ricas en texto bíblicos, todos ellos orientados a alimentar la espera del nacimiento del Salvador. En efecto, toda la Iglesia concentra su mirada de fe en esta fiesta, ya cercana, disponiéndose, como cada año, a unirse al canto alegre de los ángeles, que en el corazón de la noche anunciarán a los pastores el extraordinario acontecimiento del nacimiento del Redentor, invitándolos a dirigirse a la cueva de Belén. Allí yace el Emmanuel, el Creador que se ha hecho criatura, envuelto en pañales y acostado en un pobre pesebre (cf. Lc 2, 12-14).

La Navidad, por el clima que la caracteriza, es una fiesta universal. De hecho, incluso quien se dice no creyente puede percibir en esta celebración cristiana anual algo extraordinario y trascendente, algo íntimo que habla al corazón. Es la fiesta que canta el don de la vida. El nacimiento de un niño debería ser siempre un acontecimiento que trae alegría: el abrazo de un recién nacido suscita normalmente sentimientos de atención y de solicitud, de conmoción y de ternura.

La Navidad es el encuentro con un recién nacido que llora en una cueva miserable. Contemplándolo en el pesebre, ¿cómo no pensar en tantos niños que también hoy, en muchas regiones del mundo, nacen en una gran pobreza? ¿Cómo no pensar en los recién nacidos que no son acogidos sino rechazados, en los que no logran sobrevivir por falta de cuidados y atenciones? ¿Cómo no pensar también en las familias que quisieran tener la alegría de un hijo y no ven cumplida esta esperanza? Por desgracia, por el impulso de un consumismo hedonista, la Navidad corre el riesgo de perder su significado espiritual para reducirse a una mera ocasión comercial de compras e intercambio de regalos.

Sin embargo, en realidad, las dificultades, las incertidumbres y la misma crisis económica que en estos meses están viviendo tantas familias, y que afecta a toda la humanidad, pueden ser un estímulo para volver a descubrir el calor de la sencillez, la amistad y la solidaridad, valores típicos de la Navidad. Así, sin las incrustaciones consumistas y materialistas, la Navidad puede convertirse en una ocasión para acoger, como regalo personal, el mensaje de esperanza que brota del misterio del nacimiento de Cristo.

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Todo esto, sin embargo, no basta para captar en su plenitud el valor de la fiesta a la que nos estamos preparando. Nosotros sabemos que en ella se celebra el acontecimiento central de la historia: la Encarnación del Verbo divino para la redención de la humanidad. San León Magno, en una de sus numerosas homilías navideñas, exclama: «Exultemos en el Señor, queridos hermanos, y abramos nuestro corazón a la alegría más pura. Porque ha amanecido el día que para nosotros significa la nueva redención, la antigua preparación, la felicidad eterna. Así, en el ciclo anual, se renueva para nosotros el elevado misterio de nuestra salvación, que, prometido al principio y realizado al final de los tiempos, está destinado a durar sin fin» (Homilía XXII). San Pablo comenta muchas veces esta verdad fundamental en sus cartas. Por ejemplo, a los Gálatas escribe: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley (…) para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5). En la carta a los Romanos pone de manifiesto las lógicas y exigentes consecuencias de este acontecimiento salvador: «Si somos hijos (de Dios), también somos herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados» (Rm 8, 17). Pero es sobre todo san Juan, en el Prólogo del cuarto Evangelio, quien medita profundamente en el misterio de la Encarnación. Y por eso desde los tiempos más antiguos el Prólogo forma parte de la liturgia de la Navidad. En efecto, en él se encuentra la expresión más auténtica y la síntesis más profunda de esta fiesta y del fundamento de su alegría. San Juan escribe: «Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis», «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14).

Así pues, en Navidad no nos limitamos a conmemorar el nacimiento de un gran personaje; no celebramos simplemente y en abstracto el misterio del nacimiento del hombre o en general el misterio de la vida; tampoco celebramos sólo el inicio de la nueva estación. En Navidad recordamos algo muy concreto e importante para los hombres, algo esencial para la fe cristiana, una verdad que san Juan resume en estas pocas palabras: «El Verbo se hizo carne».

Se trata de un acontecimiento histórico que el evangelista san Lucas se preocupa de situar en un contexto muy determinado: en los días en que César Augusto emanó el decreto para el primer censo, cuando Quirino era ya gobernador de Siria (cf. Lc 2, 1-7). Por tanto, en una noche fechada históricamente se verificó el acontecimiento de salvación que Israel esperaba desde hacía siglos. En la oscuridad de la noche de Belén se encendió realmente una gran luz: el Creador del universo se encarnó uniéndose indisolublemente a la naturaleza humana, siendo realmente «Dios de Dios, luz de luz» y al mismo tiempo hombre, verdadero hombre.

Aquel a quien san Juan llama en griego “ho Logos” —traducido en latín «Verbum» y en español «el Verbo» — significa también «el Sentido». Por tanto, la expresión de san Juan se puede entender así: el «Sentido eterno» del mundo se ha hecho perceptible a nuestros sentidos y a nuestra inteligencia: ahora podemos tocarlo y contemplarlo (cf. I Jn 1, 1). El «Sentido» que se ha hecho carne no es simplemente una idea general inscrita en el mundo; es una «Palabra» dirigida a nosotros. El Logos nos conoce, nos llama, nos guía. No es una ley universal, en la que nosotros desarrollamos algún papel; es una Persona que se interesa por cada persona: es el Hijo del Dios vivo, que se ha hecho hombre en Belén.

A muchos hombres, y de algún modo a todos nosotros, esto parece demasiado hermoso para ser cierto. En efecto, aquí se nos reafirma: sí, existe un sentido, y el sentido no es una protesta impotente contra lo absurdo. El Sentido tiene poder: es Dios. Un Dios bueno, que no se confunde con un poder excelso y lejano, al que nunca se podría llegar, sino un Dios que se ha hecho nuestro prójimo, muy cercano a nosotros, que tiene tiempo para cada uno de nosotros y que ha venido a quedarse con nosotros.

Entonces surge espontáneamente la pregunta: «¿Cómo es posible algo semejante? ¿Es digno de Dios hacerse niño?». Para intentar abrir el corazón a esta verdad que ilumina toda la existencia humana, es necesario plegar la mente y reconocer la limitación de nuestra inteligencia. En la cueva de Belén Dios se nos muestra «niño» humilde para vencer nuestra soberbia. Tal vez nos habríamos rendido más fácilmente frente al poder, frente a la sabiduría; pero él no quiere nuestra rendición; más bien apela a nuestro corazón y a nuestra decisión libre de aceptar su amor. Se ha hecho pequeño para liberarnos de la pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia; se ha encarnado libremente para hacernos a nosotros verdaderamente libres, libres de amarlo.

Queridos hermanos y hermanas, la Navidad es una oportunidad privilegiada para meditar en el sentido y en el valor de nuestra existencia. La proximidad de esta solemnidad nos ayuda a reflexionar, por una parte, en el dramatismo de la historia en la que los hombres, heridos por el pecado, buscan permanentemente la felicidad y el sentido pleno de la vida y de la muerte; y, por otra, nos exhorta a meditar en la bondad misericordiosa de Dios, que ha salido al encuentro del hombre para comunicarle directamente la Verdad que salva y para hacerlo partícipe de su amistad y de su vida.

Preparémonos, por tanto, para la Navidad con humildad y sencillez, disponiéndonos a recibir el don de la luz, la alegría y la paz que irradian de este misterio. Acojamos el Nacimiento de Cristo como un acontecimiento capaz de renovar hoy nuestra vida. Que el encuentro con el Niño Jesús nos haga personas que no piensen sólo en sí mismas, sino que se abran a las expectativas y necesidades de los hermanos. De esta forma nos convertiremos también nosotros en testigos de la luz que la Navidad irradia sobre la humanidad del tercer milenio.

Pidamos a María santísima, tabernáculo del Verbo encarnado, y a san José, testigo silencioso de los acontecimientos de la salvación, que nos comuniquen los sentimientos que ellos tenían mientras esperaban el nacimiento de Jesús, de modo que podamos prepararnos para celebrar santamente la próxima Navidad, en el gozo de la fe y animados por el compromiso de una conversión sincera.

¡Feliz Navidad a todos!

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los alumnos del instituto “Ángel de Saavedra” de Córdoba, y a los demás grupos venidos de España, México y otros países latinoamericanos. Pidamos a la Virgen María y a san José que nos ayuden a prepararnos a la celebración de la Navidad con el gozo de la fe y que el encuentro con el Niño Jesús nos haga personas abiertas a las necesidades de los hermanos. ¡Feliz Navidad!.

(En polaco)

En la solemnidad de la Navidad vivimos de nuevo el misterio del amor infinito de Dios. También nosotros participamos de la alegría de María y José, del asombro de los pastores y de la paz de los hombres de buena voluntad. Todas las preocupaciones dan paso a la esperanza. Os deseo a vosotros y a vuestros seres queridos esta esperanza, alegría y paz, con las cuales llega el Niño recién nacido. ¡Que Dios os bendiga!.

(En eslovaco)

En este tiempo de gracia de Adviento pidamos al Espíritu Santo que nos transforme en testigos del amor de Dios y portadores de paz. Cordialmente os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.

(En italiano)

Deseo saludar finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos amigos, os doy las gracias por vuestra participación en este encuentro. Dentro de pocos días será Navidad e imagino que en vuestra casa ya se está preparando el belén, que constituye una representación muy sugestiva del misterio del Nacimiento de Cristo. Ojalá que un elemento tan importante no sólo de nuestra fe, sino también de la cultura y del arte cristiano, siga formando parte de esta gran solemnidad: en el fondo, es un modo sencillo y elocuente de recordar a Jesús que, haciéndose hombre, vino “a habitar entre nosotros”. Con el belén realmente habita con nosotros. Gracias a todos y una vez más ¡feliz Navidad!

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Bendito sea Dios

BENDITO SEA DIOS

Bendito sea Dios.

Bendito sea Su Santo Nombre.

Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.

Bendito sea el Nombre de Jesús.

Bendito sea Su Sacratísimo Corazón.

Bendita sea Su Preciosísima Sangre.

Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.

Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.

Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.

Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.

Bendita sea su Gloriosa Asunción.

Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.

Bendito sea San José, su castísimo esposo.

Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Amén.

Bendito sea Dios krouillong comunion en la mano sacrilegio

La comunión en la mano es SACRILEGIO y PECADO y nadie puede obligarte a recibir la comunión en la mano, pues es “sólo para el fiel que lo desea”.

Por favor, por amor a Jesús, no se queden callados y luchen contra la sacrílega comunión en la mano… es Jesús ahí presente y no, no está dichoso de ser flagelado otra vez por ti recibiéndolo en las manos… ¡NO RECIBAS A JESÚS EN LA MANO!

Sobre la COMUNIÓN EN LA MANO

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI ante el Icono de la Virgen “Salus Populi Romani”

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI ANTE EL ICONO DE LA VIRGEN “SALUS POPULI ROMANI” EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

7 DE MAYO DE 2005

Toda santa, digna de todo honor,
tú eres la mejor ofrenda
que la humanidad puede presentar a Dios.

Virgen madre, Madre siempre virgen,
dirige una súplica materna a tu Hijo.

Lleva hasta el puerto la barca de la Iglesia,
evitando los escollos y venciendo los oleajes.

Protege a esta ciudad;
conforta a quienes llegan a ella,
sin techo ni defensa,
y extiende a todos tu apoyo.

Con fe te veneramos, Madre de Dios;
con amor te honramos;
con esperanza acudimos a ti,
y te proclamamos bienaventurada.

Tú, Señora mía, mi consuelo de Dios,
ayuda de mi inexperiencia,
acoge la súplica que te dirijo.

Tú, que para todos eres fuente de alegría,
hazme digno de exultar juntamente contigo.

Mira a la asamblea de los creyentes,
Madre del Salvador;
aleja de ellos las desgracias y las aflicciones;
líbralos del mal y del maligno;
protégelos con la abundancia de tu benevolencia.

Al regreso glorioso de tu Hijo, nuestro Dios,
defiende con tu materna intercesión
nuestra fragilidad humana
y acompáñanos hasta la vida eterna
con tu mano afectuosa,
tú que eres poderosa por ser Madre.

Icono Virgen Maria Salus Populi Romani krouillong comunion en la mano sacrilegio

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI a la Virgen de Guadalupe venerada en los Jardines Vaticanos

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA VIRGEN DE GUADALUPE VENERADA EN LOS JARDINES VATICANOS

11 DE MAYO DE 2005

Santa María, que bajo la advocación
de Nuestra Señora de Guadalupe
eres invocada como Madre
por los hombres y mujeres
del pueblo mexicano y de América Latina,
alentados por el amor que nos inspiras,
ponemos nuevamente
en tus manos maternales nuestras vidas.

Tú que estás presente
en estos jardines vaticanos,
reina en el corazón
de todas la madres del mundo
y en nuestros corazones.
Con gran esperanza,
a ti acudimos y en ti confiamos.

Dios te Salve, María,
llena eres de gracia, el Señor está contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto
de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Nuestra Señora de Guadalupe
Ruega por nosotros.

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Monumento dedicado a la Virgen de Guadalupe en los Jardines Vaticanos

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI a la Inmaculada en la Plaza de España, Roma

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

8 DE DICIEMBRE DE 2009

En este día dedicado a María he venido, por primera vez como Sucesor de Pedro, al pie de la estatua de la Inmaculada, aquí, en la plaza de España, recorriendo idealmente la peregrinación que han realizado tantas veces mis predecesores. Siento que me acompaña la devoción y el afecto de la Iglesia que vive en esta ciudad de Roma y en el mundo entero. Traigo conmigo los anhelos y las esperanzas de la humanidad de nuestro tiempo, y vengo a depositarlas a los pies de la Madre celestial del Redentor.

En este día singular, que recuerda el 40° aniversario de la clausura del concilio Vaticano II, vuelvo con el pensamiento al 8 de diciembre de 1965, cuando, precisamente al final de la homilía de la celebración eucarística en la plaza de San Pedro, el siervo de Dios Pablo VI dirigió su pensamiento a la Virgen, “la Madre de Dios y la Madre espiritual nuestra, (…) la criatura en la cual se refleja la imagen de Dios, con total nitidez, sin ninguna turbación, como sucede, en cambio, con las otras criaturas humanas”. El Papa afirmó también: “Así, fijando nuestra mirada en esta mujer humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Madre y Reina nuestra, espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza, puede (…) comenzar nuestro trabajo posconciliar. De esa forma, esa belleza de María Inmaculada se convierte para nosotros en un modelo inspirador, en una esperanza confortadora”. Y concluía: “Así lo pensamos para nosotros y para vosotros, y este es nuestro saludo más expresivo, y, Dios lo quiera, el más eficaz” (cf. Concilio ecuménico Vaticano II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 1993, p. 1184). Pablo VI proclamó a María “Madre de la Iglesia” y le encomendó con vistas al futuro la fecunda aplicación de las decisiones conciliares.

Recordando los numerosos acontecimientos que han marcado los cuarenta años transcurridos, ¿cómo no revivir hoy los diversos momentos que han caracterizado el camino de la Iglesia en este período? La Virgen ha sostenido durante estos cuatro decenios a los pastores y, en primer lugar, a los Sucesores de Pedro en su exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Iglesia hacia la fiel comprensión y aplicación de los documentos conciliares. Por eso, haciéndome portavoz de toda la comunidad eclesial, quisiera dar las gracias a la Virgen santísima y dirigirme a ella con los mismos sentimientos que animaron a los padres conciliares, los cuales dedicaron precisamente a María el último capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium, subrayando la relación inseparable que une a la Virgen con la Iglesia.

Sí, queremos agradecerte, Virgen Madre de Dios y Madre nuestra amadísima, tu intercesión en favor de la Iglesia. Tú, que abrazando sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tus energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a guardar en nuestro corazón y a meditar en silencio, como hiciste tú, los misterios de la vida de Cristo.

Tú, que avanzaste hasta el Calvario, siempre unida profundamente a tu Hijo, que en la cruz te donó como madre al discípulo Juan, haz que siempre te sintamos también cerca de nosotros en cada instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscuridad y de prueba.

Tú, que en Pentecostés, junto con los Apóstoles en oración, imploraste el don del Espíritu Santo para la Iglesia naciente, ayúdanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. A ti dirigimos nuestra mirada con confianza, como “señal de esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor” (Lumen gentium, 68).

A ti, María, te invocan con insistente oración los fieles de todas las partes del mundo, para que, exaltada en el cielo entre los ángeles y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, “hasta el momento en que todas las familias de los pueblos, los que se honran con el nombre de cristianos, así como los que todavía no conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en paz y concordia en el único pueblo de Dios, para gloria de la santísima e indivisible Trinidad” (ib., 69).

Amén.

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La Inmaculada de la Plaza España en Roma

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI por las víctimas del Metro en Valencia, España

ORACIÓN DEL SANTO PADRE POR LAS VÍCTIMAS DEL METRO EN LA BASÍLICA DE LA VIRGEN DE LOS DESAMPARADOS

EN SU VIAJE APOSTÓLICO A VALENCIA (ESPAÑA) CON MOTIVO DEL V ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

8 DE JULIO DE 2006

Santo Padre Benedicto XVI:

Ante la Virgen de los Desamparados, le pedimos que sea consuelo para todas las familias que han sufrido las consecuencias del accidente, que ha sumido en el dolor y el luto a sus hijos en esta ciudad.

Con el corazón puesto en la misericordia divina, recemos todos juntos un Padrenuestro en sufragio de quienes están ahora en la presencia de Dios.

Todos:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal. Amén.

Dales, Señor el descanso eterno,
y brille para ellos la luz perpetua.
Descansen en paz. Amén.

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El Santo Padre Benedicto XVI consuela a un familiar de una de las víctimas del atentado del Metro de Valencia 

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Oración ante la Mariensäule (Columna de la Virgen) en la Marienplatz

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL RENOVAR EL ACTO DE CONSAGRACIÓN DE BAVIERA A LA VIRGEN MARÍA

EN SU VIAJE APOSTÓLICO A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA

9 DE SEPTIEMBRE DE 2006

Santa Madre del Señor,
nuestros antepasados,
en un tiempo de tribulación,
erigieron tu imagen aquí,
en el centro de la ciudad de Munich,
para encomendarte la ciudad y el país.

Querían encontrarse continuamente contigo
en su vida diaria,
y aprender de ti
cómo vivir correctamente su existencia humana;
aprender de ti cómo encontrar a Dios
y así hallar el acuerdo entre ellos.

Te regalaron la corona y el cetro,
que entonces eran los símbolos
del dominio sobre el país,
porque sabían que así el poder y el dominio
estarían en las mejores manos,
en las manos de la Madre.

Tu Hijo,
poco antes de llegar la hora de la despedida
dijo a sus discípulos:
“El que quiera llegar a ser grande entre vosotros
será vuestro servidor,
y el que quiera ser el primero entre vosotros
será esclavo de todos” (Mc 10, 43).

Tú, en la hora decisiva de tu vida,
dijiste:  “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38)
y viviste toda tu existencia como servicio.
Y lo sigues haciendo
a lo largo de los siglos de la historia.

Como en cierta ocasión, en Caná,
intercediste silenciosamente y con discreción
en favor de los esposos,
así lo haces siempre:
cargas con todas las preocupaciones de los hombres
y las llevas ante el Señor,
ante tu Hijo.

Tu poder es la bondad.
Tu poder es el servicio.
Enséñanos a nosotros,
grandes y pequeños,
dominadores y servidores,
a vivir así nuestra responsabilidad.

Ayúdanos a encontrar la fuerza
para la reconciliación y el perdón.
Ayúdanos a ser pacientes y humildes,
pero también libres y valientes,
como lo fuiste tú en la hora de la cruz.

Tú llevas en tus brazos a Jesús,
el Niño que bendice,
el Niño que es el Señor del mundo.
De este modo,
llevando a Aquel que bendice,
te has convertido tú misma en una bendición.

Bendícenos;
bendice a esta ciudad y a este país.
Muéstranos a Jesús,
el fruto bendito de tu vientre.

Ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén.

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Mariensäule (Columna de María) en Munich

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI a la Virgen María ante la estatua de la Inmaculada de plaza de España

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

8 DE DICIEMBRE DE 2006

Oh María, Virgen Inmaculada:

También este año nos volvemos a encontrar
con amor filial al pie de tu imagen
para renovarte el homenaje
de la comunidad cristiana y de la ciudad de Roma. Hemos venido a orar,
siguiendo la tradición iniciada
por los Papas anteriores,
en el día solemne en el que la liturgia
celebra tu Inmaculada Concepción,
misterio que es fuente
de alegría y de esperanza
para todos los redimidos.

Te saludamos y te invocamos
con las palabras del ángel:
“Llena de gracia” (Lc 1, 28),
el nombre más bello, con el que Dios mismo
te llamó desde la eternidad.
“Llena de gracia” eres tú, María,
colmada del amor divino
desde el primer instante de tu existencia,
providencialmente predestinada
a ser la Madre del Redentor
e íntimamente asociada a él
en el misterio de la salvación.

En tu Inmaculada Concepción
resplandece la vocación
de los discípulos de Cristo,
llamados a ser, con su gracia,
santos e inmaculados en el amor (cf. Ef 1, 4).
En ti brilla la dignidad de todo ser humano,
que siempre es precioso
a los ojos del Creador.

Quien fija en ti su mirada, Madre toda santa,
no pierde la serenidad,
por más duras que sean las pruebas de la vida.
Aunque es triste la experiencia del pecado,
que desfigura la dignidad de los hijos de Dios,
quien recurre a ti redescubre
la belleza de la verdad y del amor,
y vuelve a encontrar el camino
que lleva a la casa del Padre.

“Llena de gracia” eres tú, María,
que al acoger con tu “sí”
los proyectos del Creador,
nos abriste el camino de la salvación.
Enséñanos a pronunciar también nosotros,
siguiendo tu ejemplo,
nuestro “sí” a la voluntad del Señor.

Un “sí” que se une a tu “sí”
sin reservas y sin sombras,
que el Padre quiso necesitar
para engendrar al Hombre nuevo,
Cristo, único Salvador del mundo y de la historia.

Danos la valentía para decir “no”
a los engaños del poder, del dinero y del placer;
a las ganancias ilícitas,
a la corrupción y a la hipocresía,
al egoísmo y a la violencia.

“No” al Maligno,
príncipe engañador de este mundo.
“Sí” a Cristo, que destruye el poder del mal
con la omnipotencia del amor.
Sabemos que sólo los corazones
convertidos al Amor, que es Dios,
pueden construir un futuro mejor para todos.

“Llena de gracia” eres tú, María.
Tu nombre es para todas las generaciones
prenda de esperanza segura.
Sí, porque, como escribe el sumo poeta Dante,
para nosotros, los mortales,
tú “eres fuente viva de esperanza”
(Paraíso, XXXIII, 12).

Como peregrinos confiados, acudimos una vez más
a esta fuente,
al manantial de tu Corazón inmaculado,
para encontrar en ella fe y consuelo,
alegría y amor, seguridad y paz.

Virgen “llena de gracia”,
muéstrate Madre tierna y solícita
con los habitantes de esta ciudad tuya,
para que el auténtico espíritu evangélico
anime y oriente su comportamiento;
muéstrate Madre y guardiana vigilante
de Italia y Europa,
para que de las antiguas raíces cristianas
los pueblos sepan tomar nueva linfa
para construir su presente y su futuro;
muéstrate Madre providente y misericordiosa
con el mundo entero,
para que, respetando la dignidad humana
y rechazando toda forma
de violencia y de explotación,
se pongan bases firmes para la civilización del amor.

Muéstrate Madre
especialmente de los más necesitados:
de los indefensos, de los marginados y los excluidos, de las víctimas de una sociedad
que con demasiada frecuencia sacrifica
al hombre por otros fines e intereses.
Muéstrate Madre de todos, oh María,
y danos a Cristo, esperanza del mundo.

“Monstra te esse Matrem”,
oh Virgen Inmaculada,
llena de gracia. Amén.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe

ORACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI PARA LA V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

ABRIL DE 2007

Señor Jesucristo,
camino, verdad y vida,
rostro humano de Dios
y rostro divino del hombre,
enciende en nuestros corazones
el amor al Padre
que está en el cielo
y la alegría de ser cristianos.

Ven a nuestro encuentro
y guía nuestros pasos
para seguirte y amarte
en la comunión de tu Iglesia,
celebrando y viviendo
el don de la Eucaristía,
cargando con nuestra cruz,
y urgidos por tu envío.

Danos siempre el fuego
de tu Santo Espíritu,
que ilumine nuestras mentes
y despierte entre nosotros
el deseo de contemplarte,
el amor a los hermanos,
sobre todo a los afligidos,
y el ardor por anunciarte
al inicio de este siglo.

Discípulos y misioneros tuyos,
queremos remar mar adentro,
para que nuestros pueblos
tengan en ti vida abundante,
y con solidaridad construyan
la fraternidad y la paz.

Señor Jesús, ¡Ven y envíanos!

María, Madre de la Iglesia,
ruega por nosotros.

Amén.

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Oración del Santo Padre a la Virgen de Aparecida

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA APARECIDA

VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

12 DE MAYO DE 2007

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado; amados religiosos y todos vosotros que, impulsados por la voz de Jesucristo, lo habéis seguido por amor; estimados seminaristas, que os estáis preparando para el ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimientos eclesiales, y todos vosotros, laicos que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo del trabajo y de la cultura, en el seno de las familias, así como a vuestras parroquias:

1. Como los Apóstoles, juntamente con María, “subieron a la estancia superior” y allí “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” (Hch 1, 13-14), así también nos reunimos hoy aquí, en el santuario de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que en este momento es para nosotros “la estancia superior”, donde María, la Madre del Señor, se encuentra en medio de nosotros. Hoy es ella quien orienta nuestra meditación; ella nos enseña a rezar. Es ella quien nos muestra el modo de abrir nuestra mente y nuestro corazón a la fuerza del Espíritu Santo, que viene para ser comunicado al mundo entero.

Acabamos de rezar el rosario. A través de sus ciclos de meditación, el divino Consolador quiere introducirnos en el conocimiento de Cristo, que brota de la fuente límpida del texto evangélico. Por su parte, la Iglesia del tercer milenio se propone dar a los cristianos la capacidad de “conocer el misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 2-3). María santísima, la Virgen pura y sin mancha, es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa ha venido a Aparecida con gran alegría para deciros en primer lugar: “Permaneced en la escuela de María”. Inspiraos en sus enseñanzas. Procurad acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, os envía desde lo alto.

¡Qué hermoso es estar aquí reunidos en nombre de Cristo, en la fe, en la fraternidad, en la alegría, en la paz, “en la oración con María, la Madre de Jesús”! (cf. Hch 1, 14). ¡Qué hermoso es, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y familias cristianas, estar aquí en el santuario nacional de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es morada de Dios, casa de María y casa de los hermanos, y que en estos días se transforma también en sede de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe! ¡Qué hermoso es estar aquí, en esta basílica mariana hacia la que, en este tiempo, convergen las miradas y las esperanzas del mundo cristiano, de modo especial las de América Latina y del Caribe!

2. Me siento muy feliz de estar aquí con vosotros, en medio de vosotros. El Papa os ama. El Papa os saluda afectuosamente. Reza por vosotros. Y suplica al Señor las más valiosas bendiciones para los Movimientos, las asociaciones y las nuevas realidades eclesiales, expresión viva de la perenne juventud de la Iglesia. Que Dios os bendiga en abundancia. Os saludo con afecto a vosotras, familias aquí congregadas, que representáis a todas las amadísimas familias cristianas presentes en el mundo entero. Me alegro de modo especialísimo con vosotros y os doy mi abrazo de paz.

Agradezco la acogida y la hospitalidad del pueblo brasileño. Desde que llegué he sido recibido con mucho cariño. Las diversas manifestaciones de aprecio y los saludos demuestran lo mucho que queréis, estimáis y respetáis al Sucesor del apóstol san Pedro. Mi predecesor el siervo de Dios Papa Juan Pablo II se refirió varias veces a vuestra simpatía y espíritu de acogida fraterna. Tenía toda la razón.

3. Saludo a los estimados presbíteros aquí presentes; pienso y oro por todos los sacerdotes diseminados por el mundo entero, de modo particular por los de América Latina y del Caribe, incluyendo a los sacerdotes fidei donum. ¡Cuántos desafíos, cuántas situaciones difíciles afrontáis! ¡Cuánta generosidad, cuánta donación, sacrificios y renuncias! La fidelidad en el ejercicio del ministerio y en la vida de oración, la búsqueda de la santidad, la entrega total a Dios al servicio de los hermanos y hermanas, gastando vuestra vida y vuestras energías, promoviendo la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el compartir: todo eso habla fuertemente a mi corazón de pastor. El testimonio de un sacerdocio bien vivido ennoblece a la Iglesia, suscita admiración en los fieles, es fuente de bendición para la Comunidad, es la mejor promoción vocacional, es la más auténtica invitación para que también otros jóvenes respondan positivamente a la llamada del Señor. Es la verdadera colaboración para la construcción del reino de Dios.

Os doy las gracias sinceramente y os exhorto a que continuéis viviendo de modo digno la vocación que habéis recibido. Que el fervor misionero, el entusiasmo por una evangelización cada vez más actualizada, el espíritu apostólico auténtico y el celo por las almas estén siempre presentes en vuestra vida. Mi afecto, mis oraciones y mi agradecimiento se dirigen también a los sacerdotes ancianos y enfermos. Vuestra configuración con Cristo doliente y resucitado es el apostolado más fecundo. ¡Muchas gracias!

4. Queridos diáconos y seminaristas, también a vosotros, que ocupáis un lugar especial en el corazón del Papa, va un saludo muy fraterno y cordial. La jovialidad, el entusiasmo, el idealismo, el ánimo para afrontar con audacia los nuevos desafíos, renuevan la disponibilidad del pueblo de Dios, hacen a los fieles más dinámicos y ayudan a la comunidad cristiana a crecer, a progresar, a ser más confiada, feliz y optimista. Os agradezco el testimonio que dais, colaborando con vuestros obispos en las actividades pastorales de las diócesis. Tened siempre ante los ojos la figura de Jesús, el buen Pastor, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Sed como los primeros diáconos de la Iglesia: hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo, de sabiduría y de fe (cf. Hch 6, 3-5).

Y vosotros, seminaristas, dad gracias a Dios por la llamada que os dirige. Recordad que el seminario es la “cuna de vuestra vocación y el gimnasio de la primera experiencia de comunión” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 32). Rezo para que, con la ayuda de Dios, seáis sacerdotes santos, fieles y felices de servir a la Iglesia.

5. Me dirijo ahora a vosotros, estimados consagrados y consagradas, reunidos aquí, en el santuario de la Madre, reina y patrona del pueblo brasileño, y también diseminados por todas las partes del mundo.

Vosotros, religiosos y religiosas, sois un regalo, una dádiva, un don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor. Agradezco a Dios vuestra vida y el testimonio que dais al mundo de un amor fiel a Dios y a los hermanos. Este amor sin reservas, total, definitivo, incondicional y apasionado se manifiesta en el silencio, en la contemplación, en la oración y en las múltiples actividades que realizáis, en vuestras familias religiosas, en favor de la humanidad y principalmente de los más pobres y abandonados. Todo esto suscita en el corazón de los jóvenes el deseo de seguir más de cerca y radicalmente a Cristo, el Señor, y entregar la vida para testimoniar ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo que Dios es Amor y que vale la pena dejarse conquistar y fascinar para dedicarse exclusivamente a él (cf. Vita consecrata, 15).

La vida religiosa en Brasil siempre ha sido significativa y ha desempeñado un papel destacado en la obra de la evangelización, desde los inicios de la colonización. Ayer mismo tuve la gran alegría de presidir la concelebración eucarística en la que fue canonizado san Antonio de Santa Ana Galvão, presbítero y religioso franciscano, primer santo nacido en Brasil. A su lado, otro testimonio admirable de persona consagrada es santa Paulina, fundadora de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción. Podría citar otros muchos ejemplos. Que todos ellos os sirvan de estímulo para vivir una consagración total. ¡Dios os bendiga!

6. Hoy, en vísperas de la apertura de la V Conferencia general de los obispos de América Latina y del Caribe, que tendré el gusto de presidir, siento el deseo de deciros a todos vosotros cuán importante es el sentido de nuestra pertenencia a la Iglesia, que hace a los cristianos crecer y madurar como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Queridos hombres y mujeres de América Latina sé que tenéis una gran sed de Dios. Sé que seguís a aquel Jesús, que dijo: “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Por eso el Papa quiere deciros a todos: La Iglesia es nuestra casa. Esta es nuestra casa. En la Iglesia católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo. Quien acepta a Cristo, “camino, verdad y vida”, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida. Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros: vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe. Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana. El Catecismo de la Iglesia católica, incluso en su versión más reducida, publicada con el título de Compendio, ayudará a tener nociones claras sobre nuestra fe. Vamos a pedir, ya desde ahora, que la venida del Espíritu Santo sea para todos como un nuevo Pentecostés, a fin de iluminar con la luz de lo alto nuestros corazones y nuestra fe.

7. Con gran esperanza me dirijo a vosotros que os encontráis dentro de esta majestuosa basílica o habéis participado en el santo rosario desde fuera, para invitaros a ser profundamente misioneros y a llevar la buena nueva del Evangelio a todos los puntos cardinales de América Latina y del mundo.

Pidamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial:

Madre nuestra, protege la familia
brasileña y latinoamericana.
Ampara bajo tu manto protector
a los hijos de esta patria querida
que nos acoge.

Tú que eres la Abogada
ante tu Hijo Jesús,
da al pueblo brasileño paz constante
y prosperidad completa.

Concede a nuestros hermanos
de toda la geografía latinoamericana
un verdadero celo misionero
irradiador de fe y de esperanza.

Haz que tu llamada desde Fátima
para la conversión de los pecadores
se haga realidad
y transforme la vida
de nuestra sociedad.

Y tú,
que desde el santuario de Guadalupe
intercedes por el pueblo
del continente de la esperanza,
bendice sus tierras y sus hogares.

Amén.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI a la Virgen de Loreto

ORACIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI A LA VIRGEN DE LORETO

DURANTE SU VISITA PASTORAL DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A LORETO CON OCASIÓN DEL ÁGORA DE LOS JÓVENES ITALIANOS

1 DE SEPTIEMBRE DE 2007

María, Madre del sí, tú escuchaste a Jesús
y conoces el timbre de su voz
y el latido de su corazón.

Estrella de la mañana, háblanos de él
y descríbenos tu camino
para seguirlo por la senda de la fe.

María, que en Nazaret habitaste con Jesús,
imprime en nuestra vida tus sentimientos,
tu docilidad, tu silencio que escucha y hace florecer
la Palabra en opciones de auténtica libertad.

María, háblanos de Jesús, para que el frescor
de nuestra fe brille en nuestros ojos
y caliente el corazón de aquellos
con quienes nos encontremos,
como tú hiciste al visitar a Isabel,
que en su vejez se alegró contigo
por el don de la vida.

María, Virgen del Magníficat
ayúdanos a llevar la alegría al mundo
y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes
comprometidos en el servicio a los hermanos
a hacer sólo lo que Jesús les diga.

María, dirige tu mirada al ágora de los jóvenes,
para que sea el terreno fecundo de la Iglesia italiana.
Ora para que Jesús, muerto y resucitado,
renazca en nosotros
y nos transforme en una noche llena de luz,
llena de él.

María, Virgen de Loreto, puerta del cielo,
ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas.
Queremos ver a Jesús, hablar con él
y anunciar a todos su amor.

benedicto XVI castel gandolfo enciclicas oraciones exhortaciones apostolicas krouillong sacrilega comunion en la mano 12

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Oración a la Virgen del Santo Padre Benedicto XVI ante la Mariensäule en Austria

ORACIÓN A LA VIRGEN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI ANTE LA MARIENSÄULE

EN SU VIAJE APOSTÓLICO A AUSTRIA CON OCASIÓN DEL 850 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DEL SANTUARIO DE MARIAZELL

7 DE SEPTIEMBRE DE 2007

Venerado y querido señor cardenal;
ilustre señor alcalde;
Queridos hermanos y hermanas:

Como primera etapa de mi peregrinación hacia Mariazell he elegido la Mariensäule (“Columna de María”) para reflexionar un momento con vosotros sobre el significado de la Madre de Dios para la Austria del pasado y del presente, así como sobre su significado para cada uno de nosotros.

Saludo cordialmente a todos los que os habéis reunido aquí para la oración ante la “Columna de María”. Le agradezco, querido señor cardenal, las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido al inicio de la celebración. Saludo al señor alcalde de la capital y a todas las autoridades presentes.

Dirijo un saludo particular a los jóvenes y a los representantes de las comunidades de lenguas extranjeras de la archidiócesis de Viena, que después de esta liturgia de la Palabra se congregarán en la iglesia, donde permanecerán hasta mañana en adoración ante el Santísimo. Me han dicho que están aquí ya desde hace tres horas. Los admiro y les digo: “Vergelt’s Gott!”. Con esta adoración realizáis, de modo muy concreto, lo que en estos días queremos hacer todos: contemplar a Cristo juntamente con María.

Ya desde los primeros tiempos, a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, está unida una veneración particular a su Madre, la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana, compartiendo incluso el latido de su corazón, la Mujer que lo acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta su muerte en cruz, y a cuyo amor materno él, al final, encomendó al discípulo predilecto y con él a toda la humanidad.

Con su sentimiento materno, María acoge también hoy bajo su protección a personas de todas las lenguas y culturas, para llevarlas a Cristo juntas, en una multiforme unidad. A ella podemos recurrir en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero también debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el mismo amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en su singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la familia universal de Dios, en la que cada persona tiene reservado un puesto, cada uno debe desarrollar sus dones para el bien de todos.

La “Columna de María”, erigida por el emperador Fernando III en acción de gracias por la liberación de Viena de un gran peligro y por él inaugurada hace exactamente 360 años, debe ser también para nosotros hoy un signo de esperanza. ¡Cuántas personas, desde entonces, se han detenido ante esta columna y, orando, han elevado los ojos hacia María! ¡Cuántos han experimentado en las dificultades personales la fuerza de su intercesión! Pero nuestra esperanza cristiana va mucho más allá de la realización de nuestros deseos pequeños y grandes. Nosotros elevamos los ojos hacia María, que nos muestra a qué esperanza estamos llamados (cf. Ef 1, 18), pues ella personifica lo que el hombre es de verdad.

Como hemos escuchado en la lectura bíblica, ya antes de la creación del mundo Dios nos había elegido en Cristo. Él nos conoce y ama a cada uno desde la eternidad. Y ¿para qué nos ha elegido? Para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor. Y eso no es una tarea imposible de cumplir, ya que Dios nos ha concedido, en Cristo, su realización. Hemos sido redimidos. En virtud de nuestra comunión con Cristo resucitado, Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales.

Abramos nuestro corazón; acojamos esa herencia tan valiosa. Entonces podremos entonar, juntamente con María, el himno de alabanza de su gracia. Y si seguimos poniendo nuestras preocupaciones diarias ante la Madre inmaculada de Cristo, ella nos ayudará a abrir siempre nuestras pequeñas esperanzas hacia la esperanza grande y verdadera, que da sentido a nuestra vida y puede colmarnos de una alegría profunda e indestructible.

En este sentido, quisiera ahora, juntamente con vosotros, elevar los ojos hacia la Inmaculada, para encomendarle a ella las oraciones que acabáis de rezar y pedirle su protección maternal para este país y para sus habitantes:

Santa María, Madre inmaculada de nuestro Señor Jesucristo, en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia y el modo mejor de realizar nuestra humanidad.

A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes: ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios.

Haz que, contemplando a Cristo, lleguemos a ser cada vez más semejantes a él, verdaderos hijos de Dios. Entonces también nosotros, llenos de toda clase de bendiciones espirituales, podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad y ser así instrumentos de paz para Austria, para Europa y para el mundo.

Amén.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI en Ground Zero, New York

ORACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI DURANTE SU VISITA A GROUND ZERO, NEW YORK

EN SU VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Y SU VISITA A LA SEDE DE LA ORGANIZACIÓN DE LA NACIONES UNIDAS

20 DE ABRIL DE 2008

¡Oh Dios de amor, compasión y salvación!
¡Míranos, gente de diferentes creencias y tradiciones,
reunidos hoy en este lugar,
escenario de violencia y dolor increíbles.

Te pedimos que por tu bondad
concedas la luz y la paz eternas
a todos los que murieron aquí—
a los que heroicamente acudieron los primeros,
nuestros bomberos, policías,
servicios de emergencia y las autoridades del puerto,
y a todos los hombres y mujeres inocentes
que fueron víctimas de esta tragedia
simplemente porque vinieron aquí para cumplir con su deber
el 11 de septiembre de 2001.

Te pedimos que tengas compasión
y alivies las penas de aquellos que,
por estar presentes aquí ese día,
hoy están heridos o enfermos.
Alivia también el dolor de las familias que todavía sufren
y de todos los que han perdido a sus seres queridos en esta tragedia.
Dales fortaleza para seguir viviendo con valentía y esperanza.

También tenemos presentes
a cuantos murieron, resultaron heridos o sufrieron pérdidas
ese mismo día en el Pentágono y en Shanskville, Pennsylvania.
Nuestros corazones se unen a los suyos,
mientras nuestras oraciones abrazan su dolor y sufrimiento.

Dios de la paz, concede tu paz a nuestro violento mundo:
paz en los corazones de todos los hombres y mujeres
y paz entre las naciones de la tierra.
Lleva por tu senda del amor
a aquellos cuyas mentes y corazones
están nublados por el odio.

Dios de comprensión,
abrumados por la magnitud de esta tragedia,
buscamos tu luz y tu guía
cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste.
Haz que aquellos cuyas vidas fueron salvadas
vivan de manera que las vidas perdidas aquí
no lo hayan sido en vano.

Confórtanos y consuélanos,
fortalécenos en la esperanza,
y danos la sabiduría y el coraje
para trabajar incansablemente por un mundo
en el que la verdadera paz y el amor
reinen entre las naciones y en los corazones de todos.

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Oracion a Nuestra Señora de Seshan del Santo Padre Benedicto XVI

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE SESHAN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Virgen Santísima, Madre del Verbo Encarnado y Madre nuestra,
venerada con el título de “Auxilio de los cristianos” en el Santuario de Sheshan,
a la que se dirige con devoción toda la Iglesia en China,
hoy venimos ante ti para implorar tu protección.
Mira al Pueblo de Dios y guíalo con solicitud maternal
por los caminos de la verdad y el amor, para que sea siempre
fermento de convivencia armónica entre todos los ciudadanos.

Con el dócil “sí” pronunciado en Nazaret tú aceptaste que
el Hijo eterno de Dios se encarnara en tu seno virginal
iniciando así en la historia la obra de la Redención,
en la que cooperaste después con solícita dedicación,
dejando que la espada del dolor traspasase tu alma,
hasta la hora suprema de la Cruz, cuando en el Calvario permaneciste
erguida junto a tu Hijo, que moría para que el hombre viviese.

Desde entonces llegaste a ser, de manera nueva, Madre
de todos los que acogen a tu Hijo Jesús en la fe
y lo siguen tomando su Cruz.
Madre de la esperanza, que en la oscuridad del Sábado Santo saliste
al encuentro de la mañana de Pascua con confianza inquebrantable,
concede a tus hijos la capacidad de discernir en cualquier situación,
incluso en las más tenebrosas, los signos de la presencia amorosa de Dios.

Señora nuestra de Sheshan, alienta el compromiso de quienes en China,
en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo, esperando y amando,
para que nunca teman hablar de Jesús al mundo y del mundo a Jesús.
En la estatua que corona el Santuario tú muestras a tu Hijo
al mundo con los brazos abiertos en un gesto de amor.
Ayuda a los católicos a ser siempre testigos creíbles de este amor,
manteniéndose unidos a la roca de Pedro sobre la que está edificada la Iglesia.
Madre de China y de Asia, ruega por nosotros ahora y siempre. Amén.

nuestra señora de sheshan krouillong sacrilega comunion en la manoEstampa de Nuestra Señora de She Shan
en Songjiang (Shanghái, China)

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