El Perú como territorio durante las guerras de Independencia

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Nuestra hipótesis intenta demostrar que, a raíz del reordenamiento borbónico del siglo XVIII y de la crisis desatada en la Península por la invasión napoleónica, durante los años que duró el gobierno del virrey Fernando de Abascal se terminó de proyectar lo que debía ser el Perú como territorio y su área de influencia en el Pacífico sur. Sabemos que la habilidad política y militar del Marqués de la Concordia no está en discusión. La prisión de Fernando VII y el surgimiento del fidelismo fueron aprovechados por la elite limeña de recuperar su poder en la América andina. En consonancia con su Virrey, convirtió al Perú en la excepción, ahuyentando cualquier intento autonomista o independentista. Cuando se retiró Abascal, en 1816, la jurisdicción del Virreinato abarcaba un enorme territorio que alcanzaba las provincias andinas del Alto Perú. ¿Cómo se fue configurando este espacio?

El Perú de Abascal.- Antes de su llegada, en 1806, importantes territorios se habían reincorporado al Virreinato de Lima. En 1802, una cédula real dispuso que la extensa Comandancia General de Maynas, con inclusión de las misiones que se encontraban establecidas en los ríos de ambas márgenes del río Marañón, dependiera política, administrativa y eclesiásticamente del gobierno de Lima. Al año siguiente, otra real cédula colocó al gobierno de Guayaquil bajo jurisdicción militar del virrey del Perú. De otro lado, respecto a la Real Audiencia de Charcas, al crearse el Virreinato del Río de la Plata, en 1776, pasó a depender del gobierno de Buenos Aires. Sin embargo, esta situación empezó a modificarse cuando, 20 años más tarde, en 1796, una real cédula reincorporó al Perú la intendencia de Puno, por sus fuertes vínculos con los circuitos comerciales del Cuzco y Arequipa.

Al estallar la crisis en la Península, el ejército del Perú, dirigido por Abascal y financiado en gran medida por el Tribunal del Consulado de Lima, ingresó a diversos territorios para instaurar el orden. En la campaña del Norte, por ejemplo, aplastó la Junta de de Quito. En 1809, una expedición de 400 soldados que se instaló en el territorio de la Audiencia de Quito y, como los insurrectos insistieron en sus propósitos, Abascal envió un poderoso ejército de 2 mil soldados que se impuso en la acción de San Miguel. Este ejército pudo así ingresar a Quito el 4 de noviembre de 1813, además de fortalecer la presencia realista en Guayaquil y Cuenca, muy vinculadas, además, a través de un circuito comercial con la costa norte peruana, la intendencia de Trujillo.

Para la campaña de Chile, se organizaron tres expediciones. La primera tuvo escaso éxito; la segunda, fue obligada a firmar el Tratado de Lircay con la intervención de la marina inglesa. Abascal desconocería este convenio y envió un tercer ejército, de 600 hombres, que alcanzó la victoria de Rancagua. La “Patria Vieja” chilena estaba derrotada en 1814.

Respecto a la Audiencia de Charcas, la campaña del Alto Perú fue la más dura. A los sucesos de insubordinación de Chuquisaca, en 1809, siguió la organización de la junta defensora de los derechos de Fernando VII en La Paz. Las nuevas autoridades, lideradas por Pedro Domingo Murillo, decidieron suprimir las alcabalas. Ante esta circunstancia, Abascal decidió asumir la defensa del “Alto Perú” contra los “defensores” del monarca español. Un grueso ejército (compuesto por criollos y curacas con sus respectivos indios, liderados por el intendente de Huarochirí, coronel Juan Ramírez, y por José Manuel de Goyeneche, presidente interino de la Audiencia del Cuzco), con el apoyo económico de los criollos arequipeños, emprendió la campaña contra la junta paceña. El 25 de octubre de 1809 vencieron a los insurgentes y 86 de ellos fueron ejecutados. Por su parte, Mateo Pumacahua, curaca de Chinchero (Cuzco), al mando de 3 mil hombres, aplastó la rebelión del curaca Manuel Cáceres, en La Paz. A partir de 1810, se sucedieron los intentos independentistas en el Río de la Plata; por ello, para evitar futuras insurrecciones en la Audiencia de Charcas, Abascal la volvió a incorporar al territorio del Virreinato del Perú por su decreto del 13 de julio de 1810. En este contexto, tropas enviadas por los insurgentes de Buenos Aires vencieron a las fuerzas realistas en el Alto Perú hacia noviembre de 1810 y llegaron hasta la altura del Desaguadero en el Collao. El 20 de junio de 1811 fueron derrotadas por Goyeneche en la batalla de Huaqui; el general criollo Pío Tristán, natural de Arequipa, persiguió a los insurgentes en la zona del Plata.

Fue desde este territorio que actuó Lima y su Virrey, convirtiendo al Perú en el más fuerte aliado de la causa realista en América del Sur. Durante la década de 1810, Lima desplegó toda su fuerza ideológica y militar para evitar el descalabro del Imperio español no sólo en el territorio de su Virreinato sino también en el Alto Perú, Chile y Quito. Frente a la crisis del gobierno imperial, Abascal, hombre moderado y crítico con el constitucionalismo doceañista, convirtió a este Virreinato en el centro de la contrarrevolución, tanto insurgente como, incluso, doceañista.

Desde otra perspectiva, la estrategia que lideró Abascal puede ser entendida como la “revancha” del Virreinato peruano frente a los golpes que recibió como consecuencia de la aplicación de las Reformas Borbónicas en la segunda mitad del siglo XVIII. Como sabemos, dichas medidas no solo le “amputaron” diversos territorios sino que resintieron seriamente la capacidad económica de Lima y el Callao al perder lucrativos mercados como Quito, el Alto Perú o Chile; esto sin mencionar los terribles efectos que tuvo sobre el Callao la apertura de puertos como Guayaquil, Valparaíso o Buenos Aires al comercio trasatlántico debido a la ley de Libre Comercio, dada en 1778. No cabe duda que Lima había perdido influencia en el Pacífico sur.

En este sentido, la crisis desatada en España a raíz de la invasión francesa fue aprovechada por la elite limeña, en sintonía con Abascal, de recuperar su influencia, seriamente mellada por la política de Carlos III en la centuria anterior. Los batallones que salieron del Callao a combatir a las juntas de Quito, Santiago y el Alto Perú tuvieron que cumplir un papel que fue más allá del estrictamente militar. Lima quería restaurar su control político y comercial en aquellos territorios, aunque para tal fin comprometió seriamente la economía del Virreinato. Abascal fue la cabeza visible de estas aspiraciones y, sin saberlo, moldeó las aspiraciones políticas y territoriales del Perú en los años sucesivos.

La impronta de Abascal en la temprana República.- Luego de la victoria de Ayacucho, tenemos los proyectos de algunos caudillos en ocupar el sur de la Gran Colombia o en reincorporar Bolivia. Estos personajes, como La Mar, Gamarra o Santa Cruz, serían “epígonos” de la política en tiempos de Abascal. ¿Cómo se dio este proceso?

Diversas situaciones inesperadas surgieron en la República inicial al producirse la creación de Bolivia, una clara iniciativa bolivariana. Sabemos que la decisión del Libertador formaba parte del gran proyecto de organizar una Federación de los Andes, pero también creaba un problema interno en el antiguo Alto Perú. Como nos recuerda Basadre, los independentistas de Chuquisaca y la Paz tuvieron diversas opiniones respecto a la real división entre el Alto y el Bajo Perú, especialmente del grupo paceño, más vinculado al circuito surperuano, que lo relacionaba comercialmente con las ciudades de Arequipa, Cuzco y Puno. Esto sin mencionar la presencia de Sucre como primer mandatario de la nueva república. Pero el surgimiento de Bolivia no solo estableció nuevos conflictos en el Sur; previamente, Bolívar había decidido incorporar Guayaquil a la Gran Colombia, a pesar de que los guayaquileños habían enviado diputados al Congreso peruano reunido en 1822; es decir, amparados en el principio de la Libre Determinación de los Pueblos, habían decidido seguir vinculados al Perú.

Como vemos, el horizonte internacional del Perú estaba lleno de sombras, tanto al Norte como al Sur. Al Norte, por la actitud de Colombia y de Bolívar, y al Sur, porque para mucho sectores peruanos, Bolivia era un territorio peruano, ahora ocupado por Sucre y su ejército de nacionalidad colombiana. El presidente La Mar, elegido por el Congreso peruano en 1827, era el instrumento del influyente círculo antibolivariano.

La campaña del Norte.- Las hostilidades entre Perú y Colombia tenían sus antecedentes en la colonia y en las guerras de la Independencia. En primer lugar, la discusión sobre si Maynas pertenecía al virreinato del Perú o al de Nueva Granada; luego, la situación de la provincia de Jaén, perteneciente al territorio de Quito, y que se había sumado al Perú; finalmente, la aspiración peruana sobre Guayaquil. Bolívar, por su lado, exigía la devolución de Jaén y Maynas.

Al estallar el conflicto, la escuadra peruana ingresó a la ría de Guayaquil en 1928 y ocupó el puerto el 1 de febrero de 1829; los peruanos no pudieron ser expulsados. En el frente terrestre, La Mar, casi calcando la expedición de Abascal contra Quito de 1809, invadió con casi 5 mil solados el territorio colombiano a fines de 1828 y ocupó la provincia de Loja.

Luego, tuvo que retardar su avance a su natal Cuenca, esperando a Gamarra y a sus tropas que debían venir del Sur después de su triunfal campaña en Bolivia, donde hicieron caer el gobierno de Sucre. Los colombianos, al mando de Flores, tenían su cuartel general en Cuenca. Bolívar, que debió llegar con refuerzos, no pudo hacerlo por una rebelión en el valle del Cauca; en su lugar, llegó el recién defenestrado Sucre.

Pronto se vio que la campaña sobre Colombia estaba lejos de parecerse a la de Bolivia. En la caída de Sucre, los peruanos habían tenido unidad de mando, superioridad numérica y el apoyo de la población del país invadido. Ahora, el ejército peruano se diseminó al avanzar; además, tenía ante sí terrenos fragosos e insalubres y no tenía noticias de las posiciones del enemigo. Además, cundía la rivalidad entre tropas del Norte y tropas del Sur, entre lamaristas y gamarristas. Luego de la batalla de Portete de Tarqui, los colombianos se mantuvieron en sus posiciones y los peruanos se retiraron ordenadamente, esperando el ataque final que no vino. La guerra continuó, formalmente, varios meses. El Perú, dueño del mar, retuvo Guayaquil, y la llegada de Bolívar no cambió esta situación. Tampoco los colombianos llegaron a invadir territorio peruano.

La situación interna del Perú impidió la prolongación de la campaña en Colombia, por la caída de La Mar, tramada por Gamarra, quien, después de expatriar a La Mar, firmó el armisticio de Piura, que estableció la suspensión de las hostilidades con las tropas colombianas y la devolución de Guayaquil a Colombia. Más tarde, firmó el tratado Larrea-Gual, el 22 de septiembre de 1829, que reconoció como límites entre Colombia y Perú los mismos que conservaban antes de la emancipación los virreinatos de Nueva Granada y el Perú, con las excepciones que juzgaran convenientes acordar entre sí, para lo cual nombrarían una comisión para fijar la línea divisoria.

La campaña del Sur.- La recuperación del Alto Perú surgió casi como una necesidad. Sabemos que hubo durante todo el periodo virreinal una continuidad de relación entre el sur andino: la línea divisoria entre las audiencias de Lima y Charcas fue una frontera interior. Con las guerras de Independencia surgieron tendencias dispares, que se iniciaron con la creciente influencia del Virreinato de Buenos Aires y del comercio porteño sobre la zona de Charcas; luego, el esfuerzo del Virreinato de Lima de no perder su gravitación en el Altiplano; y finalmente, el interés bolivariano en la formación de un nuevo estado. Así surgió Bolivia. Lo importante es subrayar que los hombres que habían hecho las guerras de la Independencia nunca se alejaron de la vieja noción de unidad.

En 1828, Agustín Gamarra, entonces prefecto del Cuzco, siguiendo la ruta que en 1780 habían recorrido las tropas de Túpac Amaru y en 1810 las fuerzas de Pumacahua, Goyeneche y Pezuela, ocupó Bolivia y, con el apoyo casi unánime de la población, hizo caer el gobierno de Sucre, alejando así al Alto Perú de la órbita bolivariana. Basadre nos recuerda cómo, en esta ocasión, teniendo todo a su favor, Gamarra no reincorporó el territorio boliviano al Perú. Luego, cuando el caudillo cuzqueño fue presidente, entre 1829 y 1833, con el ejército ya en el Desagüadero, pidió autorización al Congreso para invadir Bolivia, pero le fue denegado.

En la segunda mitad de la década de 1830 vendrían los tiempos de la Confederación Peruano-boliviana. No es este el lugar para contar nuevamente su historia. Cabe recordar que existieron dos visiones antagónicas de reintegrar los dos “perúes”: el modelo confederativo, liderado por Santa Cruz y que fracasó en Yungay, con la intervención chilena, y la opción unitaria, encabezada por Gamarra y los caudillos “nacionalistas”, como Castilla, que tuvo su punto final en la batalla de Ingavi, en las afueras de La Paz.

Algunas reflexiones.- Si analizamos la Independencia desde la perspectiva de la historia regional, no hay que olvidar que desde las dos últimas décadas del siglo XVIII se comenzó a configurar un nuevo sistema de relaciones de poder en América del Sur con la desintegración de los antiguos espacios coloniales para dar paso a otros que quizá no alcanzaron a madurar convenientemente, especialmente en relación a sus bases sociales.

Entender las campañas contra la Gran Colombia y, especialmente, las que tuvieron que ver con la reincorporación de Bolivia en tiempos de la Confederación, implica ya no verlas únicamente como un enfrentamiento entre dos o tres naciones, sino como una guerra civil compleja, prolongación de la Independencia, en la que confluyeron factores históricos, situaciones coyunturales y diferencias personales.

Dentro de esta perspectiva, podemos advertir el proceso de desestructuración del antiguo virreinato del Perú y la formación de los estados nacionales en la América andina, como factores estructurales. Respecto a las situaciones coyunturales, están la integración de la cuenca del Pacífico al comercio del Atlántico norte, los intereses comerciales contrapuestos y, en el caso de la Confederación, la lucha entre el liberalismo y el proteccionismo por imponerse en cada uno de los países involucrados. Por supuesto que también intervinieron otros ingredientes de menor duración, pero de especial relevancia en estos años, como la inquina y la lucha por el poder entre los caudillos militares y los políticos de entonces, Bolívar, La Mar, Flores, Sucre, Gamarra y Santa Cruz; no olvidemos, además, la resolución del ministro Portales en impedir la eventual organización de un estado hegemónico al norte de Chile y la resistencia al proyecto de la Confederación por el origen étnico de su líder; y, finalmente, las personalidades tan disímiles de Salaverry, Orbegoso, Velasco, Ballivián, Blanco Encalada y Manuel Bulnes.

1841 es una fecha clave. Ingavi no solo selló la independencia de Bolivia sino marcó, para el Perú, el fin de un ciclo, iniciado en 1810, y abrió otro, que podríamos llamar de “consolidación”, pues ya no quedaban dudas sobre cuál debía ser el futuro del Perú como territorio, pero también como estado-nación y qué grupo debía liderar este proceso. El Perú resigna de Guayaquil y, especialmente, del Alto Perú, lo que significó la lenta postergación de la sierra en beneficio de Lima y la costa. La antigua capital del Virreinato, una ciudad tradicionalmente administrativa y cortesana, y que apenas cambió de carácter con la Independencia, hasta la década de 1840, no había visto sino desastres. El Cuzco había amenazado su hegemonía, cuando fue la última capital del Virreinato en los años del gobierno de La Serna, o en los tiempos de Gamarra, cuando se pensó en la ciudad imperial como capital de una eventual reunión del sur andino. Por su parte, Arequipa también había sido otra competidora, cuando intentó ser favorecida por Bolívar, primero, en una eventual confederación de Bolivia con el sur peruano, y por Santa Cruz en los tiempos de la Confederación.

1841 es también el año en que la embarcación “Bonanza” llega a Europa con el primer cargamento de guano. Si bien tras Ingavi se presentó un tiempo de anarquía, la Naturaleza le anunciaba al Perú un futuro menos incierto, pues el Viejo Mundo descubría los beneficios del excremento de las aves. La “prosperidad falaz” estaba llegando. El guano se encontraba muy cerca de Lima. Esto permitió que su elite, aliada a los caudillos triunfantes, como Ramón Castilla, se apropiara del recurso al decretar el monopolio estatal del guano. Lima ya no tendría la competencia de ninguna otra ciudad y desde ella se trazaría un nuevo modelo de estado que, lamentablemente, desnudaría sus graves limitaciones en la década de 1870, con la crisis económica y la Guerra del Pacífico.

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Comentarios

  1. Gerardo Quiroz Chueca escribió:

    Muy cordialmente expreso mi sorpresa al ver que en 1809 existía un cargo militar de "intendente" en Huarochirí, es la primera vez que lo oigo (leo), pero la reiteración en tu obra publicada y en este meritorio blog me obligan a creer que no es un error. ¿Hay otra acepción de intendencia, políticamente, en la historia colonial?
    En todo caso, mi interés en fijar la territorialidad del piedemonte andino, para lo cual importa describir las autoridades oficiales tanto como las relaciones económicas.

  2. Milagros Milla escribió:

    Estimado Dr. Orrego. Reciba un cordial saludo. Gracias por compartir sus conocimientos en relación a la independencia, me parece un artículo muy completo y claro en su exposición. Por otro lado le agradecería que por favor me brinde algunos títulos que puedan ayudarme a entender de que manera se vivió el proceso de independencia en el Callao.

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