Archivo por meses: octubre 2010

Historia de la muralla de Lima (3)


Puerta del Callao en 1868

Un sistema de control social.- En todo caso, la idea de una estructura de defensa que rodea una ciudad, como una fortaleza, era una reminiscencia medieval, y su presencia fue símbolo del poder español.

Pero, en realidad, respecto a su uso o función, sembró una división en dos espacios: lo intra muros, es decir, lo que estaba dentro de los muros de la ciudad; y lo extra muros, lo que ocurría fuera de los muros o fuera de la ciudad. En otras palabras, a través de estos espacios se intentó controlar la vida económica y social de la capital del Virreinato.

Sus 10 puertas eran las que permitían el control social, o al menos esa era la intención, ya que cualquier persona, por ejemplo, no podía entrar a la Plaza de Armas. Al menos, en los años del Virreinato, las puertas de la ciudad estaban vigiladas, sobre todo de noche. El acceso y la salida estaban restringidos por las noches, en que las puertas se cerraban con la puesta de Sol y se abrían al alba del día siguiente.

Según Juan Manuel Ugarte Eléspuru, de las 10 puertas, ninguna tenía atractivo artístico, excepto la Portada de Maravillas. Era por Maravillas que permitía el acceso a la Plaza de Armas, por lo que era la primera y principal puerta de acceso a la ciudad (quizás por esto era distinta a las otras) y se encontraba en el final del Puente de Piedra o Montesclaros (hoy llamado Trujillo). En nuestra opinión, la portada del Callao, con sus tres puertas, en el Óvalo de la Reina, también tenía algún valor artístico, aunque menor que Maravillas.

En 1740, el sabio limeño Pedro de Peralta Barrionuevo expuso en un tratado las ventajas de esta muralla y cómo se podía transformar la ciudad por la acción defensiva que brindaba. Hasta trece argumentos invocó en apoyo a esta idea, incluyendo, como reseña Lohmann, emplazar ese alcázar en un punto que interceptara el acceso desde el litoral a Lima, o sea e una línea que se ubicaría en la actualidad entre la plaza Dos de Mayo y la plaza Francia.

La Muralla, un problema en el siglo XIX.- Con el tiempo, debido al crecimiento de la población, la muralla marcó otra diferencia peligrosa. La gente que vivía en los extramuros se fue tugurizando y devino en un sector social lumpen. Otro tema era el de la basura. El Reglamento de Policía de 1825 decía que los alrededores de las murallas de esta ciudad por dentro y por fuera se limpiaran y asearan por los presidiarios condenados a trabajar… no permitiendo que en aquellos lugares se boten trapos, colchones de muertos… ni las demás cosas inmundas y despojos domésticos. A esto habría que sumar el hecho de que, hacia 1860, cuando lo limeños ya bordeaban los 100 mil, la muralla ya no podía contener a la ciudad y, de hecho, se convirtió en un freno para su desarrollo.

Por ello, como parte de programas de expansión urbana y construcción de nuevas avenidas, se procedió a su demolición en 1868 durante el gobierno de José Balta. En resumen, a diferencia de la muralla del Callao, la de Lima nunca sirvió para los fines con que fue construida, al punto que Raúl Porras Barrenechea sentenció que “murió virgen de pólvora”.

La demolición de la Muralla, 1868-1870.- En realidad, la primera “demolición” de la Muralla ocurrió en 1808, cuando se construyó el Cementerio General, y se necesitó un acceso amplio al nuevo camposanto inaugurado por el virrey Abascal.

Finalmente, como decíamos, en 1868 el gobierno de Balta decidió borrar del paisaje urbano la mole de Palata. Contrató al empresario Enrique Meiggs, quien inició el trabajo sujeto a un plan previo, que consistía en la construcción de grandes avenidas o paseos de corte afrancesado que, a la larga, fueron la Alameda Grau, el Paseo Colón y la avenida Alfonso Ugarte. Como parte del trato, por el que cobró 211 mil soles, Meiggs derribaba la construcción colonial. Pero, como el espacio que ocupaban las murallas no era suficiente para construir avenidas de 50 metros de ancho (las de Circunvalación), Meiggs fue autorizado por el gobierno para adquirir por expropiación forzosa los terrenos complementarios.

Como anota Guillermo Lohmann, Henry Meiggs, arriscado aventurero decidido a explotar una modalidad de lucro con la propiedad inmueble desconocida en el país: comprar a precios bajos para vender a uno superior beneficiándose directamente de alguna mejora ambiental. En el lapso de dos años, tras ofrecerse como único postor, derruyó la cerca por un costo reducido, eso sí a cambio de la concesión de fajas del terreno adyacentes a ella, y que especulativamente habían granjeado una considerable plusvalía al tener ahora por frente la gran alameda de circunvalación, de 50 metros de ancho, al estilo de los bulevares parisienses.
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Historia de la muralla de Lima (2)


Parque de la Muralla

La construcción y el recorrido de la Muralla.- El momento llegó en la década de 1680, cuando el Duque de la Palata decidió fortificar la ciudad de Lima (y también Trujillo). En esta ocasión, lo que desencadenó la decisión fue el miedo que generó el ingreso al Pacífico del corsario flamenco Eduardo Davis, quien se unió a otros filibusteros y saqueó Sechura, Chérrepe, Saña, Casma, Santa, Huaura y Pisco. También influyó la toma de Portobelo (Panamá) y la caída de Veracruz (México) en 1683 por parte del filibustero Lorencillo. Por otro lado, sabemos que España, durante los tres siglos que duró el Virreinato, estuvo en guerra con varios países europeos, como Inglaterra, Holanda o Francia. Cualquiera de sus escuadras podría atacar al Perú, un territorio famoso por sus minas y tesoros.

El cronista Josephe de Mugaburu en su Diario de Lima escribió: “Empezaron a cercar y amurallar esta ciudad con adobes por Monserrat, viernes 30 de junio, día del Apóstol San Pablo, del año 1684”. Los que diseñaron la Muralla quisieron tender un cerco completo alrededor de Lima, sin dejar ningún sector de la ciudad desguarnecido y abierto. Así, establecieron dos recorridos distintos según las características topográficas de los terrenos donde se asentó la Muralla. Con ellos, se completó el encerramiento integral de la capital del Virreinato y de sus huertas cercanas dentro de la muralla. Cuando se terminó la monumental obra, llenó de orgullo a sus constructores y recibió hasta elogios literarios, como los de Pedro Peralta y Barnuevo en su Lima inexpugnable o Discurso Hercotectónico sobre la defensa de Lima.

Según el padre Antonio San Cristóbal (Descubrimientos en la Muralla de Lima, 2003), la Muralla consistía en un muro grueso y alto de trayectoria rectilínea o ligeramente encurvada, al que se anteponían hacia el exterior, al que se anteponían hacia el exterior unos baluartes formados por dos lados cortos, perpendiculares al muro de base, unidos hacia fuera por otros dos lados más largos formando un ángulo puntiagudo. Esa es la imagen de la Muralla que podemos observar en los planos antiguos de Lima, especialmente en el de Pedro Nolasco, dibujado en 1686. Para esta construcción se requería un terreno llano y continuo, y, además, lo suficientemente ancho.

Esto cambiaba en el trayecto del cauce del río Rímac, en el sector comprendido entre el actual Jirón Ayacucho y la parte baja del convento de Santo Domingo. Aquí la Muralla tuvo que asumir otra disposición porque el terreno era distinto; además, ya existían viviendas situadas entre el convento de San Francisco y el barranco del río. Estas casas ribereñas, con sus huertas traseras, no dejaban espacio libre inmediatamente cercano a la barranca del río. Para resolver esa dificultad, los diseñadores decidieron excavar el declive inclinado de la ribera del Rímac formando la plataforma intermedia entre los tajamares del cruce del río y la plataforma alta de la ciudad y, después de ello, levantaron el muro de la Muralla adosado al corte vertical del terreno así formado.

En resumen, según el padre San Cristóbal, hubo dos clases de Muralla:

a. La Muralla exenta.- Comprendía todo el amplio sector de la Muralla alzada sobre un amplio terreno horizontal, en el que se distrubuían cómodamente el ancho y alto muro de cerco con sus baluartes poligonales antepuestos en la cara externa.

b. La Muralla adosada.- Se extendía por el sector urbano colindante al río y comprendía entre los jirones Ayacucho y Rufino Torrico, con el Puente de Piedra incluido en el trayecto. Este corto trayecto de la Muralla, por motivos topográficos, tuvo que ser modificado, tanto en su muro protector como en los baluartes.

Dice José Barbagelata (Cuarteles y barrios de Lima en 1821) que la ubicación de las murallas que la ubicación de las murallas coincidía aproximadamente, en la Lima de hoy, con los siguientes lugares: Jirón Comandante Espinar, Avenida de Circunvalación, Avenida Grau hasta el ángulo suroeste de la Penitenciería , el cruce del Jirón Chota entre la avenida Bolivia y el Jirón Ilo y el tramo de la avenida Alfonso Ugarte desde el Instituto del Cáncer hasta Monserrat; añade: “Como aún quedaban muchos terrenos rústicos dentro del ámbito de los muros, en la condición de huertas, muladares y solares a medio construir, era largo el periodo que se necesitaba para llenar toda la superficie urbana. En efecto, hubieron de transcurrir dos siglos para que la ciudad sintiera las primeras necesidades de su falta de espacio edificable”.

A grandes rasgos, la muralla estuvo ubicada en el trazo de las actuales avenidas Alfonso Ugarte, Paseo Colón, Grau y la margen izquierda del río Rímac. Por su disposición, describían una especie de triángulo con el lado más abierto hacia el río Rímac. Tenían un perímetro de unos 11,5 kilómetros (14 mil varas castellanas) y la altura máxima del muro alcanzaba 5 metros sobre el nivel del terreno; contaba, además, con 34 baluartes.

Finalmente, 10 puertas o portales permitían el ingreso a determinadas zonas de la ciudad:

1. Monserrate
2. Callao
3. San Jacinto
4. Juan Simón
5. Guadalupe
6. Santa Catalina
7. Cocharcas
8. Barbones
9. Maravillas
10. Martinete


Puerta de Maravillas en la década de 1860

¿Se justificó tremendo esfuerzo? Varios historiadores han subrayado lo inútiles que fueron las murallas en caso de defensa. Incluso, se podría decir lo que alguna vez sentenció el historiador limeño José Antonio de Lavalle en 1859: cualquier construcción de defensa en Lima era innecesaria, ya que “bastaba en caso de apremio, evacuar a las poblaciones a lugares situados al interior, para que el eventual invasor tuviera que contentarse con reducir a cenizas el caserío, o se retirara en el caso de que la resistencia fuera de consideración”. Esta fue una estrategia de defensa muy simple pero efectiva desde antes de la construcción de la muralla.

Además, los limeños de entonces siempre tuvieron la idea de que los asuntos que preocupaban a España, como la guerra y los piratas, estaban muy lejos de su ciudad como para alertarse. Pensaban que cualquier enemigo de España que quisiera atacar Lima debía cruzar el Atlántico, sortear el peligroso Cabo de Hornos y doblar al Pacífico; luego, encontrar un lugar adecuado donde dejar el barco (o los barcos) y, finalmente, tratar de cruzar un largo desierto sin caballos. El riesgo al fracaso era muy alto; por ello, la Naturaleza era la que permitía disfrutar de una relativa paz en la ciudad. En último caso –pensaban- solo con fortificar el Callao bastaba.

Asimismo, Lima no era un lugar tan expuesto como La Habana, San Juan de Puerto Rico o Cartagena de Indias, que por sus ubicaciones en relación al mar sí estaban con mayor riesgo de un ataque. La Muralla limeña, según Guillermo Lohmann, sus prolongadas líneas horizontales, su endeble estructura (adobe y cimentación muy somera), el escaso armamento que acogían, y hasta su trazado inocente -sin elementos auxiliares de protección o ayuda– son el mejor testimonio de la tranquilidad que se encerraba dentro de estos cinturones defensivos.
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Historia de la muralla de Lima (1)

La historia cuenta que la vieja muralla de Lima fue construida entre 1684 y 1687 durante el gobierno del virrey Melchor de Navarra y Rocaful, Duque de la Palata, quien contó con la autorización del Consejo de Indias. La obra quedó bajo la dirección del oficial de artillería de Luis Venegas, corregidor de Saña, del sabio presbítero Ramón Koning y el alarife Manuel Escobar. Su costo bordeó los 700 mil pesos, que fueron financiados por una serie de impuestos especiales ordenados por el Virrey. Según el arquitecto Juan Günther, la obra se hizo con la participación no solo de las autoridades sino también con el concurso de corporaciones, gremios órdenes religiosas, corregimientos e, inclusive, con el aporte de personas adineradas a las que se ofreció títulos nobiliarios. Sin embargo, la pregunta que nos ocupa es ¿por qué se gastó tanto dinero en levantarla? La respuesta inmediata es obvia: por motivos de defensa. ¿Hubo realmente esa necesidad?

Los antecedentes.- La primera noticia de su origen se encontraría en una carta de Francisco Pizarro, fechada el 23 de noviembre de 1537, en la que solicita considerar la conveniencia de erigir una casa fuerte o ciudadela en Lima. Pero en ese momento, el peligro no venía de la costa ni del mar sino de la sierra (un año antes, Lima había sido asediada por las tropas de Manco Inca). Por ello, el proyecto quedó en el olvido.

El segundo antecedente sobre la posibilidad de cercar Lima data de 1618, cuando el Provincial de la Compañía de Jesús, fray Diego Álvarez de Paz, fue al Cabildo y dijo que, en 1615, entraron, por el Estrecho de Magallanes, 5 navíos holandeses que, desde las costas de Chile hasta Guayaquil, habían sondado puertos, mirado las ensenadas y trazado mapas de la tierra, ofreciendo a los indios liberarlos de la opresión, al igual que a los negros esclavos; incluso, algunos de los intrusos habían sido tratado amablemente por los negros quienes los habían sentado en sus mesas. Los miembros del Cabildo resolvieron poner a conocimiento del Virrey lo expuesto por el fraile jesuita. Lo cierto es que seis años después, en 1624, apareció en el Callao la escuadra holandesa al mando del almirante Jacobo L´Hermite con el propósito de saquear Lima. Después de cinco meses de asedio y muerto el Almirante holandés, los invasores tuvieron que huir por la resistencia opuesta por el virrey Marqués de Guadalcázar.

El asedio de L´Hermite y los anteriores ataques de piratas hicieron renacer la idea de cercar Lima, una ciudad vulnerable por no tener ninguna defensa y estar cerca del mar. Además, se decía que no era suficiente con fortificar el Callao, porque si el enemigo en lugar de traer poca cantidad de gente (como habían hecho los anteriores piratas) viniera en adelante con 4 ó 5 mil hombres, no tendría dificultad en sortear el Callao y atacar directamente Lima. Por ello, en 1625, un militar de apellido Ferruche escribió un par de trabajos. Uno sobre amurallar y defender Lima y otro sobre la construcción de un fuerte en el Callao, en La Punta. Estos proyectos, según Manuel de Mendiburu, nunca se publicaron.
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Hoy termina la Primera Guerra Mundial

Alemania aprovecha el 20º aniversario de su reunificación para realizar el último pago de las indemnizaciones de la Gran Guerra estipuladas en el Tratado de Versalles (tomado de El País, 03/10/10).


Firma del Tratado de Versalles

Dice el refrán que las deudas del juego son deudas de honor. Las de la guerra, también. Y si no, que se lo digan a la canciller alemana, Angela Merkel, que hoy abonará el último pago correspondiente a las indemnizaciones de guerra que los países vencedores impusieron a Alemania tras su rendición en la Primera Guerra Mundial. Todo quedó plasmado en el Tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919, que de esta manera se podrá dar formalmente por expirado.

Recién terminada la Gran Guerra (1914-1918) -el episodio que el historiador estadounidense George F. Kennan define como “la madre de todos los desastres de siglo XX”- y tras un armisticio firmado en un vagón de tren en Compiègne, la Alemania derrotada suscribió un tratado de paz que entre otras condiciones leoninas imponía a Berlín el pago de fortísimas indemnizaciones de guerra, en concreto 226.000 millones de marcos del Reich, suma que fue reducida poco después a 132.000 millones. Desde entonces, a Alemania le ha pasado prácticamente de todo: se hundió en la depresión, vivió el delirio del nazismo, desencadenó una guerra mundial, fue nuevamente derrotada -y esta vez troceada-, fue escenario mudo de cómo se medían las dos mayores superpotencias de la Tierra, construyó el mayor símbolo de división del siglo XX y luego lo derribó, se reunificó y pasó a ser la locomotora de Europa. En medio de estos avatares, el Tratado de Versalles y algunas de sus cláusulas siempre estuvieron allí.

Y precisamente coincidiendo con el 20º aniversario de la reunificación alemana, la Oficina Federal de Servicios Centrales y Asuntos de Propiedad Irresueltos (BADV en sus siglas en alemán) abonará 70 millones de euros correspondientes a unos bonos emitidos para pagar la deuda. Al cambio actual, Alemania habrá pagado en total unos 337.000 millones de euros.

“¿Pero todavía estamos pagando por la Primera Guerra Mundial?”, se sorprende Thomas Hanke, editorialista del diario económico alemán Handelsblatt. Una sorpresa similar a la de la mayoría de la opinión pública alemana. Unos, los más, creían que el Tratado de Versalles era cosa ya de los libros de historia, y otros, los menos, estaban convencidos de que aquello había quedado solventado en la Conferencia de Londres de 1953, cuando a la vista de la monumental deuda contraída por Alemania en la que los intereses superaban largamente al capital, a lo que había que sumar las indemnizaciones de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), se decidió reestructurar los pagos que debía realizar la entonces República Federal de Alemania, considerada heredera legal del Reich hitleriano.

Los pagos quedaban perfectamente estructurados y definidos, pero, como suele suceder, los acuerdos de la Conferencia de Londres tenían letra pequeña. Y esta decía que algunas deudas de la Primera Guerra Mundial (unos 3.076 millones de euros de hoy correspondientes a intereses) quedaban en suspenso hasta que Alemania volviera a estar reunificada, algo que en un país destruido física y moralmente, ocupado, dividido y con la guerra fría en sus inicios, parecía más una versión moderna del ad calendas graecas que una previsión realista de cumplimiento total del tratado.

Pero en noviembre de 1989, la historia de Europa dio un giro inesperado cuando miles de berlineses se subieron al Muro y comenzaron a derribarlo. Así, mientras un año después los fuegos artificiales iluminaban la puerta de Brandeburgo a los sones de la Novena sinfonía de Beethoven, celebrando el renacimiento de la Alemania unida, de una manera más discreta, la Administración alemana comenzaba a pagar de nuevo esta parte de la deuda. Pocos suponían entonces en el centro de Berlín que el Tratado de Versalles seguía en vigor. El pasado miércoles, el Ministerio de Finanzas alemán explicaba la operación y añadía que “ya desde los años ochenta se ha pagado además la deuda externa alemana anterior a la guerra mundial”. El mensaje es claro. Alemania no se olvida de sus deudas.

“En general, la población alemana está de acuerdo en reparar el daño que ha hecho, si bien hay una notable diferencia entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda”, explica Hanke. “Lo que no se acepta tan bien es que se trate de forzar la postura alemana en determinados temas internacionales con el argumento de que ‘vosotros iniciasteis la guerra”.

Con el pago terminan 92 años de un tratado que algunos de los más reputados historiadores alemanes consideran una chapuza en sus términos económicos. “Que la suma total de las indemnizaciones no fuera fijada por el tratado de paz tuvo consecuencias fatales: la constante incertidumbre sobre el volumen de la indemnización impidió que los potenciales donantes valorasen la solvencia de Alemania, con lo que cerraba la posibilidad de que Alemania pudiera pedir préstamos al extranjero a largo plazo”, subraya Heinrich August Winkler en su libro Der lange Weg nach Westen (El largo camino al oeste). Alemania no podía pagar, y al faltar a sus obligaciones en 1923, vio cómo Bélgica y Holanda invadían con 70.000 soldados su cuenca minera. El paro pasó del 2% al 23%; la inflación se desbocó; y el país se precipitó a un abismo social al final del cual esperaba Adolf Hitler. Pero esto, al igual que ocurre desde hoy con el Tratado de Versalles, ya es historia.

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Nuevo libro sobre la Confederación Perú-Boliviana

Carlos Donoso y Jaime Rosenblitt (editores)
GUERRA, REGIÓN Y NACIÓN: LA CONFEDERACIÓN PERÚ-BOLIVIANA, 1836-1839
Santiago de Chile: Gobierno de Chile, Universidad Andrés Bello y Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2009.

Los textos presentados en este libro invitan al lector a concebir la Confederación Perú-Boliviana y el conflicto bélico que terminó con su disolución, ya no únicamente como un enfrentamiento entre dos o tres naciones, sino como una guerra civil compleja en la que confluyeron causas profundas, situaciones coyunturales e inquinas personales. Aparecen entonces el proceso de desestructuración del antiguo Virreinato del Perú, la formación de lo estados nacionales hispanoamericanos, la integración de la cuenca del Pacífico al comercio mundial, intereses regionales contrapuestos, y lucha entre el liberalismo y proteccionismo económico por imponerse en cada uno de los países involucrados. La Confederación Perú-Boliviana ofrece múltiples perspectivas analíticas y la posibilidad de articular procesos históricos procedentes del pasado colonial, con otros que se expresan en todo su esplendor durante los siglos XIX y XX, incluso, imposibles en la actualiadad. Es por eso que, no obstante su relevancia en la formación de los discursos nacionales, lo menos importante de la guerra de la Confederación Perú-Boliviana es, precisamente, la guerra. Sigue leyendo

Trujillo en los tiempos prehispánicos: los chimú antes y después de la Conquista


Los “caballitos de totora” en Huanchaco (tripadvisor.es)

La pesca y la navegación.- Este pueblo no fue de grandes navegantes sino de pescadores, por lo que la navegación estuvo muy ligada a la pesca. Hasta ahora, en el puerto de Huanchaco (este nombre deriva de un ave de plumaje castaño y pecho colorado, propia de la zona), podemos ver a los herederos de los chimú en sus “caballitos” de totora. Hechos de junco (totora), la proa es delgada y curvada hacia atrás, formando punta, con la parte posterior más ancha; miden de 3 a 4 metros de largo. Estos “caballitos” servían para llevar mar adentro a un pescador con sus anzuelos sujetos a una larga soga. El pescador, montado en esta frágil embarcación, cabalgaba por el mar vestido con el uncu y, en la cabeza, llevaba un turbante o una gorra.

Pocos puertos del norte peruano pueden jactarse de mantener viva una tradición, como la de los “caballitos” de totora, que se remonta a varios siglos. Hay leyendas que hablan que algunos pescadores hacían viajes muy largos, montados en sus “caballitos” por todo el mar del Norte peruano y que se guiaban por la Iglesia la Virgen del Socorro (ubicada en los alto de un cerro junto a Huanchaco) para retornar. Como desde los tiempos de los moche y los chimú, los pescadores viven en la caleta y, como desde hace siglos también, casi todos descienden de un mismo árbol genealógico: los Huamanchumo, apellido muy antiguo y respetado.

La alimentación.- Para estos reinos de la costa norte, sobre todo para Chimú, hay importante información arqueológica sobre la dieta de su población. Los restos de animales encontrados en Chan Chan, por ejemplo, indican que la mayor parte de las proteínas procedía de animales terrestres y solo el 20% de la fauna marina. Lo que más se consumía era carne de llama, que era cocinada recipientes o vasijas. También hay presencia de huesos de perro, cuy, lobo de mar, peces y aves. Parece que el perro no fue una importante fuente de alimentación, tampoco la lagartija; ambos tenían un consumo muy restringido. Respecto a la dieta vegetal, desde la época moche era muy difundido el consumo de maíz, frijol, zapallo, calabaza, maní y ají. De otro lado, excavaciones en Chan Chan demuestran un alto nivel de consumo de frutas como ciruela del fraile, lúcuma, palta y pacae; eso sí: los chimúes consumieron guanábana, una fruta que, al parecer, no conocieron los moche. Los alimentos de origen agrícola que se consumían en Chan Chan venían de comunidades aledañas, que cumplían una actividad agrícola especializada. Por su lado, el elevado consumo de frutas demostraría que muchas tierras locales fueron convertidas en huertos.

Los chimú luego de la conquista española.- Como sabemos, el último Chimo Cápac de este pueblo fue Cajazinzin, quien estuvo junto al inca Atahualpa en la toma de Cajamarca el 16 de noviembre de 1532. Su cuerpo está enterrado en la iglesia de Santa Ana, que fue una parroquia de indios en los tiempos del Virreinato. Al fundarse Trujillo, la ciudad no tuvo barrios de indios, porque las ordenanzas del virrey Toledo indicaron que los indígenas fueran trasladados a en reducciones o pueblos de patrón europeo, con casas, barrios, plazas, iglesia y cabildo de naturales. De esos años, décadas de 1560 y 1570, datan los actuales pueblos de Santa Lucía de Moche, Santiago de Huamán y San salvador de Mansiche (hoy ya agregados a la ciudad por la expansión urbana); también los más lejanos de Chicama y Virú. Sin embargo, al terminar el siglo XVI, ya empezaron a vivir en la ciudad indios “forasteros”, es decir, nacidos en otras provincias del norte del Perú y avecindados en Trujillo por razón de sus oficios artesanales, matrimonio, arrieraje o algún pequeño negocio urbano. El número de estos “forasteros” fue creciendo tanto al punto de necesitar un servicio eclesiástico, lo que provocó la creación del pueblo de San Esteban de Mampuesto, con su parroquia de indios. Pero la impronta prehispánica seguía influyendo, como lo demuestra la vía de comunicación terrestre que unía a Trujillo con el resto de la costa (desde Tumbes hasta Lima), que era el Camino Real, obra del inca Huayna Cápac, que sirvió hasta bien entrada la República.

Cabe destacar que la crisis demográfica de la población india de la costa norte, en el siglo XVI, fue muy dura, y las mismas autoridades coloniales mostraban preocupación por la muerte de miles de indios a causa, básicamente, de las enfermedades que habían traído los europeos a estas tierras. Por ello, sabemos, que la construcción de los pueblos de Moche, Huamán y Mansiche fue lenta y modesta. Sus iglesias fueron financiadas por los encomenderos y también por personas piadosas interesadas en la conversión de los indios. Sin embargo, a lo largo de los años estos templos sufrieron los rigores del clima, de los terremotos y de los aluviones que, unidos a la fragilidad de los materiales usados en su construcción, sufrieron varias reparaciones y cambios en su estilo. Por ello, de todas, la iglesia del pueblo de Santiago de Huamán es la que mejor se conserva y está bien documentada en su evolución arquitectónica.

Pero contemos algo de la historia de Huamán. Es posible que fuera un asiento indígena prehispánico y que luego sirviera de base al pueblo producto de las reducciones ordenadas por el virrey Toledo hacia la década de 1570. Prueba de ello, es que, en 1551, ya se menciona en las actas del Cabildo trujillano “la calle que va hacia lo de Guamán” y en 1558 en la concesión de una “chacra camino de la mar” a Juan Gallego se menciona como uno de sus linderos de “palizada que tiene el principal Guamán”. Lo que sí sabemos es que, en los siglos XVI y XVII, Huamán fue un pueblo muy activo y estuvo íntimamente ligado a la vida de Trujillo. El trabajo de su gente se repartía entre la pesca y la agricultura; la pesca era intensiva y de ella se surtía Trujillo. Por este motivo, surgieron problemas entre el Cabildo de la ciudad y los indios pescadores, quienes, en 1600, se quejan ante el Virrey que se les obliga a traer el pescado y venderlo a precios ya establecidos. El Virrey falló que los indios de Huamán siguieran trayendo pescado a Trujillo, pero que se les dejara la libertad de venderlos a los precios que señalara la ley del mercado.

La actual fisonomía de la iglesia de Huamán data de la segunda mitad del siglo XVII y pertenece al importante grupo de iglesias o parroquias de indios de la etapa renacentista que se extendió por todo el Perú: el tipo de nave alargada, muros de adobe y cubierta de madera de par y nudillo. Pero lo más importante de esta iglesia es su portada, por su decoración en altorrelieve, en la que se conjugan los elementos indígenas e hispánicos para crear una de las más hermosas obras del barroco mestizo en el Perú (poner énfasis en las siguiente s figuras: sirenas con guitarra, los ángeles en la rosca del arco y las hornacinas con las imágenes de Santiago Apóstol y un Papa mercedario).


Antigua fotografía de la iglesia de Huamán

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