Historia de los Alcaldes de Lima: alcaldes en épocas difíciles


Rufino Torrico, Alcalde de Lima durante la ocupación chilena en 1881

Es cierto que ser alcalde de una ciudad como Lima, que fuera capital de un Virreinato y luego de una casi siempre caótica República es una labor complicada. Sin embargo, hay momentos particularmente difíciles; por ejemplo, cuando ocurre un desastre natural o una guerra. Es en esos momentos cuando los alcaldes deben convertirse en verdaderos líderes de la población para remontar o sobrellevar la desgracia. Dentro de estos difíciles contextos, vamos a destacar a cuatro alcaldes; dos de épocas de desastre natural (terremotos) y dos en situaciones bélicas.

Desastres naturales.- Lima es una ciudad de sismos y, quizá, los terremotos más crueles que soportó nuestra ciudad fueron los de 1746 y 1940. El 28 de octubre de 1746, a las 10 y media de la noche, empezaron los cuatro minutos de horror que jamás habían vivido los limeños de entonces. El sismo (8,4 grados en la escala Richter) destruyó casi en su totalidad la Lima de entonces. La ciudad tenía 3 mil casas distribuidas en 150 manzanas y con una población aproximada de 60 mil habitantes. Según algunas cifras, 1.141 limeños murieron y, de las casas, apenas quedaron 25 en pie. Pero allí no quedaba la tragedia. Al día siguiente del terremoto, llegó a Lima la noticia que dejó boquiabiertos a todos: la ciudad del Callao había desaparecido por completo; apenas si sobrevivieron menos de 200 afortunados chalacos. Murieron ahogadas aproximadamente 9 mil personas; de 22 barcos atracados en la bahía, se hundieron 19 y 3 terminaron a más de 2 kilómetros tierra adentro. El alcalde de entonces, Bentura Jiménez Lobatón y Azaña, junto al virrey Conde de Superunda, decidió vencer la desolación y tomar cartas en el asunto, de tal manera que emprendió la reconstrucción de Lima. Una de las medidas que se tomó fue pedir al Rey decenas de títulos nobiliarios para ser vendidos en el Virreinato y, con ese dinero, iniciar las labores de reconstrucción de la ciudad.

Otro cruel terremoto ocurrió el 24 de mayo de 1940 (de 8,2 grados Richter) a las 11 y 35 minutos de la mañana. Causó 179 muertos y 3, 500 heridos; el 40% de las casas destruidas y otro 40% con serios deterioros. Por ese entonces, el alcalde de Lima era Eduardo Dibós Dammert. Era un día muy tranquilo y la población se encontraba haciendo sus labores cotidianas. Los daños materiales fueron cuantiosos; las construcciones más afectadas fueron las de material de quincha y adobe. Como su epicentro estuvo cerca del Callao, provocó un pequeño tsunami. El mar se retiró unos 150 metros frente a las playas de Lima y retornó gradualmente a su nivel con olas de hasta 3 metros de altura, que lograron sobrepasar algunos muros de defensa localizados en la Punta y el Callao, llegando a anegar completamente los muelles. Asimismo, desde San Miguel y Magdalena hasta Chorrillos, el acantilado se precipitó sobre la playa, dando la impresión de una gran catarata de tierra, generando grandes nubes de polvo. El malecón de Chorrillos se cayó como un huaico, por ejemplo.


Eduardo Dibós Dammert

Épocas de conflicto.- En 1820, cuando se retiraban las tropas del virrey Abascal e ingresaban a nuestra ciudad las del libertador San Martín, era alcalde don Isidoro Cortázar y Abarca, más conocido como el Conde de San Isidro. Tuvo que afrontar el desgobierno y negociar con Abascal y San Martín; afrontar la escasez de alimentos, el estallido de posibles epidemias y los desmanes de la gente cuando no hubo ejército para controlar la ciudad; también tuvo que reunir al Cabildo para que declare la Independencia y construirle el tabladillo a San Martín para que jurara la Independencia en la Plaza de Armas.

Seis décadas más tarde, a Rufino Torrico, le tocó vivir como alcalde la, quizá, mayor desgracia de Lima: la ocupación por las tropas chilenas. Era enero de 1881 cuando, tras las derrotas de San Juan y Miraflores, la ciudad quedó a merced del enemigo. Afortunadamente no hubo destrucción ni incendio (como en Chorrillos, por ejemplo), aunque sí robos y saqueos y, lo más triste, se inició una ocupación de casi tres años de la antigua capital de los virreyes, experiencia traumática que aún no ha cerrado heridas.

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