Primeras damas en el Perú

Muchos estarán de acuerdo en afirmar que fue a partir de la actuación pública de doña María Delgado, esposa del general Odría, que las “primeras damas” alcanzaron notoriedad en la vida política nacional. Conocida fue la dedicación que tuvo esta señora, durante el Ochenio, a obras de apoyo o asistencia social; tanto fue así que algunos la llamaron la “Evita peruana”, en alusión a Eva Duarte, esposa del general Perón. Podríamos decir que, de alguna manera, la esposa de Odría marcó la pauta de lo que habría de ser el perfil de las “primeras damas”: colaborar o liderar programas de apoyo social promovidos por el gobierno de turno y acompañar a su esposo en ceremonias o viajes oficiales.

Sin embargo, a partir de allí se fue sembrando la polémica ya que el papel de la esposa del presidente no está reglamentado por ninguna ley. Y muchas veces ha dependido de la personalidad de cada una de las “primeras damas” que han pasado por Palacio de Gobierno la aprobación o no de la ciudadanía. Para algunos, por ejemplo, participar en programas de ayuda puede ser leído como “propaganda” para el régimen; para otros, no es una persona que deba opinar sobre asuntos políticos ni manejar dinero público. La polémica está servida. Lo que sí es cierto es que, con el paso de los años, no sólo en nuestro país sino en todo el mundo, el papel o la presencia de las primeras damas se ha ido multiplicando a medida en que la política se ha ido sofisticando. Incluso, ha habido “cumbres” internacionales de esposas de presidentes.

Esta vez, nosotros no entraremos en la polémica pues hablaremos de una época en que el papel de las “presidentas” era muy modesto y su presencia pasaba casi desapercibida; algunas ni siquiera vivían en Palacio de Gobierno. Sin embargo, esto no mermaba la influencia que podían ejercer sobre sus maridos en el ámbito privado. A su manera, estas damas ejercieron poder y, en ciertos aspectos, cogobernaron el país.


Francisca Benavides Diez Canseco, esposa del mariscal Benavides, en visita al Hospital Obrero.

Francisca Diez-Canseco y Corbacho, esposa del presidente Ramón Castilla.- Ya nos imaginamos la vida de esta dama arequipeña luego de contraer matrimonio, en 1834, con Ramón Castilla, el caudillo militar más importante del siglo XIX peruano. En un primer momento, lo acompañó fielmente en su azarosa vida en tiempos de la Confederación Perú-boliviana y en la anarquía política que vivió el país hasta 1845; luego, como “primera dama” en los dos periodos que gobernó Castilla. Durante el primer gobierno del Mariscal, fijaron residencia en la calle de Divorciadas, esquina de la calle Higuera (hoy Jirón Cuzco, casi esquina con el jirón Carabaya). Nunca doña Francisca vivió en las estancias de Palacio de Gobierno y a ellas solo concurría cuando debía hacer los honores a las fiestas ofrecidas por su marido en calidad de Jefe de Estado.

Bien sabido es que Castilla era bien aficionado al juego de cartas y en su casa de Lima, en Palacio de Gobierno o en su rancho veraniego de Chorrillos tomaba parte doña Francisca en el juego y es tradición que para lograr que su marido pudiera descansar por ratos o atender asuntos urgentes del mando, ocupaba su puesto en la mesa y seguía su juego hasta que el Mariscal volvía a renovar el partido hasta el amanecer. Precisamente, cuando el 8 de noviembre de 1860 tuvo lugar un ataque sorpresivo de opositores al gobierno contra la residencia del Presidente, en la calle Divorciadas, Castilla estaba disfrutando de un momento de descanso que solía tomarse durante el juego y doña Francisca, que lo sustituía, enterada de lo sucedido, despierta a su marido y con gran presencia de ánimo le ayuda a huir apenas con la ropa interior, por los techos de la casa. Hecho, esto, doña Francisca vuelve a tomar su puesto en el juego y espera ahí el desarrollo de los acontecimientos. Estos terminan con el fracaso del asalto debido a la arenga que dirigiera un coronel “castillista” desde el frente de la casa del Mariscal. Doña Francisca había cumplido, una vez más, su deber de esposa y compañera en un momento dramático en la vida del mandatario.

Cuando muere Castilla, en 1868, en una nueva intentona revolucionaria, doña Francisca se queda sola, sin el consuelo de los hijos pues no tuvo descendencia con el Mariscal. Con dignidad, además, enfrenta las estrecheces económicas por el desapego al dinero de su difunto esposo. Dicen que solo deudas dejó el Mariscal, y sus acreedores, por respeto a su memoria y a la soledad de su viuda, rebajaron sus créditos para facilitar a doña Francisca el pago de dichas obligaciones. Doña Francisca deja la casa de Divorciadas, demasiado grande y costosa de mantener, y va a ocupar una modesta vivienda en la calle de Mascarón hasta su muerte, en 1906, a los 94 años.


Francisca Diez Canseco y Corbacho

Jesús Iturbide, esposa de Nicolás de Piérola.- En la iglesia del Sagrario, el 18 de febrero de 1861, tuvo lugar el matrimonio de esta dama limeña con su primo, Nicolás de Piérola, ministro de Hacienda de Balta, caudillo civil, Dictador durante la Guerra con Chile y presidente del Perú entre 1895 y 1899. Luego de vivir por un tiempo en una casa de la calle Lampa, instalaron su hogar conyugal, en forma definitiva, en la calle del Milagro, al costado del convento de San Francisco (hoy Jirón Ancash).

Fue en esa casa que doña Jesús, en compañía de sus hijos, conoció los sinsabores de la política cuando su marido vivió prolongados destierros o fue víctima de todo tipo de acusaciones, ya sea por su actuación como Ministro de Hacienda, como tenaz opositor al gobierno civil de Pardo o por su actuación en la Guerra con Chile o en su lucha contra el gobierno de Cáceres. Sin embargo, ya hacia 1895, cuando Piérola asumió por última vez la presidencia, el país comenzó a vivir una etapa de sana convivencia, y, como todos sabemos, dicho gobierno sentó las bases de la prosperidad económica que vivió el país en las primeras décadas del siglo XX. Su marido se había reconciliado con el país y con la historia.

Doña Jesús sabía de lo que era capaz de hacer su marido pero ella no alteró el apacible ritmo de su existencia. Jamás habitó en Palacio de Gobierno y solo fue a él en contadas ocasiones para asistir a banquetes oficiales en los que su presencia era inevitable; asimismo también lo acompañaba a actos religiosos no solo por ser esposa del Jefe de Estado sino por su conocida religiosidad. Su profundo sentimiento religioso y su espíritu caritativo la llevaron a promover la llegada a nuestro país de la institución piadosa Hermanitas de los Pobres, que fundó el asilo para ancianos desamparados.

Concluido su gobierno, uno de los más notables de nuestra historia republicana, don Nicolás siguió bregando en política pero cada vez menos, debido al paso de los años. Su salud se fue deteriorando y el 18 de junio de 1913 se esparció por la ciudad la noticia de su gravedad. Miles de personas hicieron guardia frente a su casa en espera de los boletines de los médicos. Doña Jesús no se separó ni un instante del ilustre enfermo prodigándole sus cuidados y oraciones. Lamentablemente, el 23 de junio, se extinguió la vida del caudillo. Su entierro fue apoteósico. Doña Jesús quedó muy afectada con la pérdida, a tal extremo que su salud se fue quebrando se manera irreversible. Postrada en su lecho, le sobrevivió apenas 7 meses; murió el 17 de febrero de 1914.

Julia Swayne y Mariátegui, esposa de Augusto B. Leguía.- Sabido es que el futuro jefe del Oncenio nació en el pueblo de Lambayeque de una familia sin gran patrimonio; digamos que pertenecía a la “clase media” provinciana. Pero don Augusto, gracias a su talento, visión para los negocios y trabajo tesonero se convirtió en uno de los empresarios más prósperos de su tiempo. Cuando se casó con doña Julia Swayne, en 1890, él ya contaba con una apreciable fortuna personal.

El matrimonio se llevó a cabo en Lima, en la Iglesia de la Recoleta. Doña Julia, nacida en 1868, era hija de un empresario de origen escocés y, por línea materna, descendía del ilustre Francisco Javier Mariátegui, prócer de la Independencia. La familia de doña Julia era muy acaudalada, así que don Augusto, al contraer matrimonio, multiplicó su fortuna e ingresó a los círculos sociales y políticos más altos: entró al Club Nacional y al Partido Civil. Luego de pasar luna de miel en Chorrillos, el joven matrimonio fijó su residencia en un chalet de la calle Shell, en Miraflores; luego se mudaron a una mansión en la calle Pando. Don Augusto había asumido la gerencia de la empresa agrícola British Sugar Co., constituida por las haciendas de la familia Swayne.

Pronto don Augusto ingresó a la política como Ministro de Hacienda en los gobiernos de Manuel Candamo y de José Pardo. Doña Julia acompañó a su esposo a llenar las obligaciones sociales que le exigía su alto cargo. Y en su casa de Pando, hizo más de una vez, con su innata distinción, los honores en las comidas y recepciones que Leguía ofreciera a sus amigos políticos, personalidades nacionales así como a ilustres figuras extranjeras que fueron en esa época huéspedes de Lima, como el presidente argentino Roque Sáenz Peña (compañero de Bolognesi en Arica) o el erudito español Ramón Menéndez Pidal (Comisario Regio de don Alfonso XIII en la cuestión limítrofe peruano-ecuatoriana).

En 1908, el Partido Civil postuló a don Augusto a la presidencia de la República. Triunfante en las elecciones, asumió el poder hasta 1912. De doña Julia puede afirmarse que nunca estuvo en Palacio de Gobierno. Durante todo el periodo presidencial, continuó viviendo en su residencia particular en la que algunas veces se realizaron algunos agasajos ofrecidos por el Presidente y en las que cumplió su misión social al lado de éste, con dignidad y gentileza de gran dama. Asimismo, estuvo siempre dispuesta a hacer todo el bien que le fuera posible prestando acogida a cuantas personas iban a verla en solicitud de auxilio, para resolver situaciones angustiosas o justas expectativas.

Sin embargo, el gobierno de su marido estuvo marcado por la feroz campaña de sus opositores, los del Partido Demócrata. Esto le dio a doña Julia más preocupaciones que satisfacciones. Así, el 29 de mayo de 1909, pasó horas de indecible amargura cuando un grupo de opositores asaltó Palacio de gobierno, capturó a su esposo y lo pasearon por las calles de Lima y, en la Plaza de la Inquisición, le exigieron su renuncia. Con gran firmeza, y arriesgando su vida, su marido se negó a firmar su dimisión, y fue rescatado después por las tropas. Doña Julia recibió la noticia del grave suceso por doña Emilia Dyer de Durand, esposa del jefe del Partido Liberal quien tuvo el noble gesto de ofrecerle refugio en su casa. La señora de Leguía declinó la invitación y prefirió permanecer con su familia en su propia casa y esperar allí el desenlace de los acontecimientos. Felizmente para ella, volvió a la calma cuando su marido regresó a casa y le hizo saber que estaba sano y salvo y que el movimiento había fracasado.

El 23 de julio de 1913, cuando Leguía ya no era presidente, la casa de la calle Pando fue violentamente atacada por las turbas y el expresidente, sus hijos y algunos parientes que allí se encontraban tuvieron que defenderse a balazos. En medio de la refriega, doña Julia, a pesar de su deseo de estar al lado de los suyos, se vio obligada a buscar asilo con sus tres hijas en una casa vecina. Ese mismo día, su marido era apresado por el gobierno de Guillermo Billinghurst y conducido al Panóptico; luego, fue deportado. Meses después, doña Julia, acompañada de sus tres hijas, embarcó para Europa a reunirse con su esposo y sus demás hijos que se hallaban ya en Inglaterra. En Londres, la familia fijó su residencia en una casa en Holland Park 28. Este destierro, que duró cinco años, para la señora sería el definitivo. Vivió doña Julia estos cinco años en Londres con la misma sencillez de siempre. En la intimidad familiar, practicaba el inglés, cuidaba su jardín y cultivaba su afición por la pintura.

A comienzos de 1919, su marido regresó a Lima para postular nuevamente a la presidencia. Doña Julia se quedó en Londres con sus hijos en la esperanza de poder regresar a su país. Pero el destino no le permitió cumplir con sus deseos. Su salud estaba quebrantada y la muerte le sorprendió en su casa de Londres el 20 de septiembre de 1919, cuando ya su esposo estaba nuevamente en el poder. Un año después, vinieron sus restos a reposar en suelo patrio, recibiendo el respetuoso homenaje que se merecía, no solo por haber sido la esposa del Jefe de Estado sino, sobre todo, por su vida ejemplar.

Francisca Benavides Diez Canseco, esposa de Óscar R. Benavides.- En 1912, el coronel Benavides estaba en la cúspide de su carrera militar. No sólo había sido el primer puesto de su promoción en la Escuela Militar de Chorrillos sino que había recibido luego, con los máximos honores, instrucción militar en Europa y era, prácticamente, un héroe nacional al comandar un batallón de tropas peruanas en la frontera colombiana que rechazó una incursión a nuestro territorio. Ese año, doña Francisca Benavides, educada en el colegio San Pedro de Lima (hoy Sophianum), y en Europa, contrae matrimonio con el entonces coronel, de 37 años de edad.

Desde ese momento, doña Francisca se convertía en esposa y compañera de uno de los hombres más influyentes en el Perú en los primeros 50 años del siglo XX. En 1914, su esposo era nombrado “presidente provisional” luego de la caída del polémico gobierno de Guillermo Billinghurst; su esposo ocupó el mando solo por unos meses, hasta 1915, en que la situación política se estabilizó y se convocaron a elecciones. Luego lo acompañó a Europa pues fue enviado como observador en la Primera Guerra Mundial, embajador del Perú en Italia y representante de nuestro país en la Conferencia de Versalles. Luego regresaron al Perú pero como su esposo era opositor a Leguía fue deportado y la familia, nuevamente, tuvo que residir en Europa hasta que cayó el jefe del Oncenio en 1930. En todos estos años de destierro. Doña Francisca supo mantener unida a su familia y darle el todo el apoyo que su esposo necesitó; la pareja ya tenía 4 hijos: Francisca, María, Óscar y José Benavides Benavides.

Los años 30 fueron de grandes trastornos políticos y económicos. Como sabemos, ala caída de Leguía le siguió el accidentado gobierno de Sánchez Cerro quien murió trágicamente como consecuencia de un atentado en el antiguo hipódromo de Santa Beatriz en 1933. Esta tragedia obligó al Congreso a designar a una personalidad fuerte para estabilizar el país: el indicado era el general Benavides. De esta forma, doña Francisca, o “Paquita” como le decían sus más allegados, era nuevamente “primera dama”, papel que desempeñó con gran distinción hasta 1939 en que su esposo dejó la presidencia. Fueron años difíciles: había que recuperar al país de la crisis económica que arrastraba desde 1929 y despejar el panorama político impregnado por la oposición del APRA. Doña Francisca acompañó, cuando pudo, a su esposo en ceremonias oficiales y acudió, en contadas ocasiones, a ver cómo funcionaban los comedores populares. Ella sí vivió en Palacio de Gobierno pues el nuevo edificio fue inaugurado por el gobierno de su marido. La renovada sede de gobierno ahora contaba con un área privada, la residencia del presidente, donde una familia podía vivir con todas las comodidades. Esta quizá fue una de las razones por la que las anteriores “primeras damas” prefirieron permanecer en su residencia particular. Doña “Paquita” también colaboró en inaugurar y decorar la famosa casa de La Perla, desde entonces residencia de verano de la pareja presidencial, propiedad del estado.

En 1939, cuando termina su gobierno, el general recibe, por los servicios prestados a la nación, la vara de Mariscal del Perú. Desde ese momento, en círculos íntimos, a doña Paquita también se le llama, cariñosamente, la “Mariscala”. Y ahora tiene que acompañar a su esposo a otra misión: la embajada del Perú en Madrid. El mariscal Benavides, nunca se alejó de la vida política hasta su muerte, en 1945. Doña Paquita, desde ese entonces, sólo atendió compromisos familiares y, prácticamente, se retiró de la vida pública viendo por sus hijos y disfrutando del cariño de sus nietos. La noble señora limeña, dos veces “primera dama”, murió a inicios de los años 70 cuando vivía en su departamento de San Isidro.

NOTA.- Parte de la información desarrollada en este post ha sido tomada del libro de Ricardo Vegas García, “Las presidentas del Perú” (Lima: Biblioteca Nacional, 2001).

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