Carlos II, El Hechizado: la endogamia mató a los Austrias

Carlos II El Hechizado fue una de las víctimas de los repetidos cruces entre parientes próximos que se dieron en sus antepasados, tanto recientes como remotos. Su coeficiente de consanguinidad era altísimo, similar al del fruto de una relación entre padre e hija o entre hermano y hermana, han hallado científicos españoles. El primer estudio que aplica la genética a una dinastía española, la de los Austrias, ha confirmado la hipótesis de muchos historiadores de que la consanguinidad fue el factor clave en su extinción, cuando murió Carlos II en 1700 sin descendencia. También ha permitido esclarecer los principales trastornos que sufría el rey.

“En el análisis de la consanguinidad nos hemos remontado 16 generaciones desde Carlos II, con un total de 3.000 personajes”, explica Gonzalo Álvarez Jurado, catedrático de Genética en la Universidad de Santiago de Compostela y aficionado a la historia. Lo que han encontrado Álvarez y sus colegas, Francisco Ceballos y Celsa Quinteiro, y publican en Plos One, es que pesan tanto las relaciones de parentesco entre el padre y la madre del sujeto como las acumuladas a lo largo de las generaciones.

Desde que Felipe el Hermoso inauguró la dinastía al casarse con Juana La Loca, los matrimonios entre parientes en las diferentes casas reales europeas, para conservar el poder, fueron la norma. El coeficiente de consanguinidad indica la proporción de genes idénticos que se reciben del padre y de la madre. Con la genealogía en la mano, en porcentaje, va aumentando desde el 2,5 de Felipe el Hermoso al 21 de Felipe III. En Felipe IV baja a un 11,5 y Carlos II, a pesar de ser sólo hijo de tío y sobrina, tiene el máximo (25,4), 10 veces mayor que el del fundador.

“Para probar la influencia de la consanguinidad, fuimos a los efectos”, indica Álvarez. “Analizamos la mortalidad infantil en los descendientes de cada rey hasta los 10 años y observamos una relación directa entre el coeficiente de consanguinidad y la tasa de mortalidad”. Ya los testimonios de la época se extrañaban de la cantidad de abortos y de niños que nacían muertos o morían pronto en la familia mejor cuidada de la España de entonces.

Además, los científicos españoles han estudiado desde el punto de vista genético los trastornos de los reyes y, sobre todo, de Carlos II. “Disponemos de los mejores retratos de todos ellos, de grandes pintores, que son muy informativos para los médicos”, recuerda Álvarez. Sin embargo, aclara, la barbilla prominente de Carlos I no está relacionada con la consanguinidad.

Dos enfermedades achacables a mutaciones genéticas recesivas, que necesitan heredarse de los dos progenitores, explicarían los trastornos de Carlos II, que era raquítico, no pudo tener hijos y a los 30 años parecía un viejo. Son un déficit hormonal múltiple de la hipófisis (de la hormona de crecimiento, entre otras) y una acidosis tubular renal, causa de raquitismo. En la lotería genética salió mejor parada la infanta Margarita, hermana del rey y una de las famosas meninas de Velázquez, que se casó y tuvo hijos.

Hay un grado de incertidumbre inevitable en el estudio, debido a la imposibilidad de asegurar la paternidad de los descendientes, pero Álvarez cree que es pequeño, dado el marco de la realeza en la época. Ahora, los investigadores están ampliando el estudio a los Austrias austríacos, que tienen todavía mayor consanguinidad. Un primer análisis indica que en los Borbones es mucho menor.

Adaptado de El País de España (15/04/09)


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