Archivo por meses: noviembre 2008

Los años 30: la crisis mundial y sus efectos en el Perú

Los años 30, afectados por la crisis mundial, marcaron un punto culminante en la presión por liquidar el Estado oligárquico con el ingreso de la clase media y los grupos populares a la política. El surgimiento de nuevos partidos radicales de izquierda y de derecha (el APRA y la Unión Revolucionaria, principalmente) y la expansión acelerada de los gremios obreros demostrarían la incorporación de estos grupos al juego democrático, sin embargo, el fenómeno se manifestó como exclusivo de los medios costeños y urbanos. Salvo en el caso del APRA, ninguno de los otros partidos logró movilizar a los campesinos.

Pero la irrupción de estos nuevos grupos no significó que se crearan niveles de participación adecuados para transformar al Estado peruano y darle un perfil más democrático. La elite exportadora, que ahora formaría un germen de burguesía empresarial, pareció estar mejor dispuesta a la negociación y a la apertura política, pero no vaciló en reprimir cualquier intento que pudiera poner en peligro su dominio sobre el Perú. Por ello, se escudó en militares como Sánchez Cerro o Benavides para seguir manejando al país. A lo largo de estos años, se recortaron las libertades públicas y sindicales y se persiguió a los partidos considerados subversivos o fuera del orden. Esa fue la esencia de este tercer militarismo.


Palacio Torre Tagle (Lima, 1930)

La crisis mundial y sus efectos.- Las limitaciones del modelo exportador de productos primarios se hicieron patentes con la crisis de 1929. Dos de sus manifestaciones más importantes fueron la caída de los precios en el mercado mundial y la concentración de los capitales. Estados Unidos y Alemania disminuyeron su producción en un 50% entre 1929 y 1932. Esto hizo que se diera una contracción en la demanda de materias primas y que los precios de éstas cayeran.

Toda América Latina padeció la crisis. En el Perú, entre 1929 y 1932, el valor de las exportaciones de cobre se redujo en 69%, lanas en 50%, algodón en 42% y azúcar en 22%. Ahora se dejó sentir el endeudamiento dejado por el Oncenio de Leguía. El país tuvo que reducir sus gastos y disminuir la obra social. El presupuesto nacional que era de 50 millones de dólares en 1929, descendió a 16 millones en 1932, el año más duro de la crisis. La Libra Peruana desapareció y se creó el Sol de Oro como nueva moneda en 1930. Hubo una continua devaluación de la moneda y el costo de vida aumentó. Se emitieron bonos y la deuda pública quedó suspendida. El flujo de capital se hizo más lento y muy difícil la renovación de la capacidad instalada. Muchas empresas cerraron y el desempleo se extendió por todo el país. Para los grupos medios populares los años 30 significaron reducción de salarios, desocupación y auge de huelgas y revueltas.

La caída dura hasta 1933 y no se detiene hasta 1936, en que se inicia una leve recuperación. En esta coyuntura crítica el capital norteamericano pierde el dinamismo de los años 20 y el grupo exportador se debilita. Pero una suerte de burguesía nacional, interesada en el mercado interno, se deja sentir en el poder político. De otro lado, la crisis obligó a desarrollarse con autonomía respecto al mercado mundial e impulsar la industrialización. El Perú se reacomodó y, ante la ausencia de capitales foráneos, debió autofinanciar su recuperación. En 1939, por ejemplo, más del 40% de los ingresos públicos estaban cubiertos por los impuestos directos. Este esfuerzo permitió, por ejemplo, construir y culminar una serie de carreteras, asfaltadas o afirmadas, para articular algunas regiones del país. Se hicieron trabajos en la sierra sur, incluyendo Arequipa, y a principios de los 40 se culminó la Carretera Panamericana quedando unidas las ciudades de Lima, Trujillo y Arequipa. En 1934 había en el Perú 19,867 kilómetros de carreteras y en 1944 la cifra se elevó a 33,468. En otros aspectos, no hubo una política demasiado proteccionista para favorecer a la industria nacional, sin embargo, en 1940, se dio la ley 9140 mediante al cual el Ejecutivo se reservaba el derecho de estimular aquellas industrias que juzgara convenientes.

Un Estado cada vez más grande.- El Estado tuvo que seguir creciendo para atender las demandas sociales. Aparecen los ministerios de Educación, Salud y Agricultura. La reforma del Banco de Reserva y la ampliación de la Banca de Fomento le dieron a los gobiernos mayor injerencia en el manejo financiero. También el Estado se dejó sentir en el mundo empresarial (Corporación del Santa, Corporación del Caucho y CORPAC). Pero la burocracia también aumenta: entre 1938 y 1945 se incrementó en un 100%. Por último, este crecimiento estatal estuvo acompañado de un peligroso centralismo. Los Congresos Regionales desaparecieron y las decisiones se concentraron cada vez más en el Poder Ejecutivo de Lima. Nunca llegaron a funcionar los Congresos Departamentales contemplados en la Constitución de 1933. Tampoco existía la autonomía municipal. Por ello, ante la ausencia de instancias regionales o locales, se prefirió el “trato directo” entre el Estado y los gremios.


Ferrocarril Central (Chosica, 1930)

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Cementerios de Lima: notas finales

Hasta la década de 1980, los cementerios Presbítero Maestro y el Ángel estaban destinados a la clase media y mediana burguesía de Lima. En la actualidad, los muertos de las familias más solventes de Lima ya no se entierran en estos camposantos sino en algunos más caros y “distinguidos” como el Cementerio de La Planicie, los Jardines de la Paz, Campo Fe o el Parque del Recuerdo; o en el Cementerio Británico que es un repositorio para miembros de familias extranjeras prominentes. A este nivel se encuentra el Cementerio de La Planicie, con una construcción arquitectónica diametralmente opuesta a los cementerios generales de Lima, pues se trata de un edificio construido exprofeso, con nichos lujosos, repleto de mármoles y decorado con distinción. Por su lado, los otros cementerios están construidos en forma de jardines, siguiendo el modelo norteamericano.

Todos estos cementerios son los “formales”, construidos por distintas beneficencias o por empresas privadas, pero con todas las autorizaciones y licencias que se requieren para construir este tipo de repositorios de los muertos. Son los del mundo oficial, los que corresponden a los barrios de clase media y alta, del mundo que no está ligado a la informalidad, a la barriada, al pueblo joven. Son del mundo visible, es decir, de la superficie legal de Lima y del país.

Paralelamente, en los últimos 40 años, debido al crecimiento “informal” de Lima producto de la migración, han surgido más de 30 cementerios clandestinos tanto en los conos Norte, Sur y Este de la ciudad. Todos estos camposantos no tienen delimitación precisa, tampoco cerco alguno; son simples extensiones de desierto en el perímetro de las barriadas, donde en forma desordenada y caótica, entre grandes piedras, arena y basura, se han depositado los cadáveres de origen popular en pequeños túmulos, excavados en el propio arenal o entre las rocas circundantes y cubiertos apenas de un montón de tierra y arena coronados con una cruz de madera, con la inscripción del nombre del cadáver. Los mejor construidos tienen una frágil estructura de ladrillo con cemento, pero la mayoría son simples túmulos levantados en forma desordenada, en superficies variables de 2, 3 ó 4 hectáreas que cubre el cementerio clandestino.

Algunos ya han sido oficialmente reconocidos por las municipalidades de la jurisdicción, pero la mayoría son creación espontánea del pueblo marginal. El enterramiento en estos lugares no es gratuito: los deudos del muerto pagan alguna suma a la municipalidad o a la autoridad del pueblo joven. Sin embargo, estos costos son abismalmente menores que los que corresponden a un enterramiento en los cementerios oficiales.


Finalmente, muchas personas van a los cementerios aprovechando el silencio, el aislamiento o el descuido de las autoridades para robar tumbas. Otras, para protagonizar hechos sexuales, conductas eróticas o situaciones reñidas con la moral pública. En este último caso podemos citar el “escándalo” que se desató en Lima (en 1917) cuando un grupo de jóvenes intelectuales, entre los que estaba José Carlos Mariátegui, llevaron a la bailarina rusa Norka Rouskayya al cementerio Presbítero Maestro a bailar una danza macabra. El acto fue considerado un terrible sacrilegio.

Nota: las fotografías corresponen al cementerio de Villa El Salvador y han sido tomadas de la página amigosdevilla.com

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Cementerios de Lima: el Cementerio Municipal de Surquillo

Ubicado en la cuadra 10 de la avenida Tomás Marsano, fue fundado el 7 de septiembre de 1936 sobre un terreno donado por el señor Salvador Gutiérrez a la Hermandad del Sagrado Corazón de Jesús, cuando lo que hoy es Surquillo era parte del distrito de Miraflores; la primera piedra fue colocada en una ceremonia presidida por el alcalde Eduardo Villena Rey. Al momento de crearse el actual distrito de Surquillo, el 15 de julio de 1949, durante el gobierno de Odría, el cementerio pasó a ser administrado por la nueva comuna.

El cementerio tiene 5 mil metros cuadrados, está dividido en 8 cuarteles y hay enterradas unas 7 mil personas, en su mayoría surquillanos. Al ingresar, lo que más destaca es una pérgola central donde se encuentra la escultura de un Cristo yacente, obra del escultor Teófilo Sotomayor. La tumba del personaje más notable enterrado en este camposanto es la que corresponde al ex presidente constitucional don José Luis Bustamante y Rivero, quien nos gobernó entre 1945 y 1948, y luego fue elegido presidente de la Corte Internacional de Justicia de Las Haya. El cementerio está abierto todos los días desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde; su guardián-administrador es el señor Justino Villegas.

Estas fotografías fueron tomadas por el autor de este blog el domingo 2 de noviembre de 2008

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Cementerios de Lima: el cementerio El Ángel

Al promediar el siglo XX, la capacidad del “Presbítero Maestro” ya había llegado a su fin y la Beneficencia de Lima, al ver la demanda de una población que crecía cada vez más, ordenó la construcción de un nuevo camposanto sobre el terreno que correspondía al fundo Ancieta Alta. Las obras empezaron en junio de 1956 y se culminaron 3 años después.

El nombre de este cementerio se debe a la estatua que se levanta en medio de la plazoleta de enfrente: el Ángel del Juicio o de la Resurrección (escultura anónuma fundida en Francia en 1868), que está allí desde 1877. A la inauguración, que fue el 27 de junio de 1959, asistió el entonces presidente de la República, don Manuel Prado y Ugarteche, y diversas autoridades. Fue recién el 03 de julio de 1959 que el nuevo camposanto recibe a su primer “huésped”: don Juan Luis Uccelli Rainusso.


Ángel del Juicio

El Ángel tiene más de 200 mil metros cuadrados (20 hectáreas) y, como podemos observar, el ingreso al cementerio luce una elegante fachada donde se conjugan un mural pictórico de Fernando de Szyslo y una escultura de Joaquín Roca Rey. Al igual que en el viejo cementerio Presbítero Maestro, en este hay un área para muertos distinguidos a través de mausoleos, muchos de ellos en el suelo a la manera anglosajona y otros de estructura más tradicional, a la peruana. Hay espacios centrales, jardines y callejones o alamedas, a cuya vera se han construido nichos, en 5 ó 6 hileras, donde se han ido depositando los difuntos a lo largo de estos casi 50 años, en cantidades cada vez mayores, de modo que, pese a su modernidad, este camposanto está también casi saturado en la actualidad.

Entre las tumbas de los huéspedes más ilustres de este camposanto podemos encontrar la de Chabuca Granda, Luis Banchero Rossi, Lucha Reyes, Juan Velasco Alvarado (cuya tumba fue alguna vez dinamitada por terroristas en los 80), Akira Kato, Augusto Ferrando y otros conocidos personajes y políticos.


Tumba del general Juan Velasco en el cementerio El Ángel

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Cementerios de Lima: el Cementerio Judío

Antes de la construcción de este cementerio, los judíos eran enterrados en el antiguo Cementerio Británico de Bellavista; por ello, es posible encontrar hoy allí algunas lápidas escritas en hebreo y otras en alemán. La construcción del actual Cementerio Judío se remonta a la coyuntura de 1868, cuando la ciudad de Lima fue asolada por una epidemia de fiebre amarilla. Entre las 6 mil víctimas, hubo 10 judíos, quienes fueron enterrados, inicialmente, en el Británico del Callao.

La necesidad de darle sepultura judía a sus muertos y de atender a las viudas y huérfanos de los fallecidos movió a los judíos a asociarse para fines de beneficencia. De esta manera, como anota León Trahtenberg, se creó (abril de 1869) un directorio provisional presidido por Jacobo Herzberg y Miguel Badt. Esta sociedad se fundó oficialmente en 1870 con el nombre de “Sociedad Hebrea de Beneficencia” y fue reconocida oficialmente el 1 de julio de 1873, bajo la presidencia de Natazzius Hurwitz, acompañado de Paul Ascher y Jacobo Brillman. En marzo de 1875, se colocó la primera piedra del Cementerio Judío de Baquíjano, que en tuvo el nombre de “Campo Santo Israelita de Baquíjano”. El nuevo camposanto ocupó un terreno vendido simbólicamente (donado) por el empresario ferrocarrilero Enrique Meiggs, ubicado en la chacra Baquíjano del valle de “La Legua” (que es el mismo terreno que ocupa el actual Cementerio Judío de Bellavista).

Pasaron unos meses hasta que se produjo el primer entierro judío en el camposanto. Se trató de la señorita Mila Rosenberg, de 27 años, soltera, alemana, que falleció el 7 de noviembre de 1875. Está enterrada en la tumba que figura con al letra K-1. En el siglo XX, un sector de la comunidad judía del Perú, de procedencia alemana y con ideas y rituales liberales, se congregaron en la Sociedad Israelita de Socorro Mutuo de los Judíos (1935). Luego, este grupo se asoció en base a la antigua Sociedad de Beneficencia Israelita que a partir de ese momento transformó su nombre en Sociedad de Beneficencia Israelita 1870, en homenaje a la fundación antecesora, la cual se hacía responsable de la propiedad y administración del Cementerio Israelita de Bellavista. Ya en la década de 1940, se integraron todos los sectores de la comunidad judía del Perú para administrar el Cementerio y cubrir su mantenimiento.


Más información sobre el Cementerio Israelita de Lima, entrar a la siguiente página: www.salomon.net

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Cementerios de Lima: el Baquíjano del Callao

En la ex avenida Colonial del Callao, el Cementerio Baquíjano conserva los mausoleos más elegantes y costosos de nuestra provincia constitucional. Fue inaugurado por el presidente Castilla en 1862 y en él yacen 120 mil personas, en su mayoría chalacos. Se sabe que aún hay capacidad para casi 3 mil, por lo que en dos años no habrá sitio para más. ¿Cómo se inicia la historia de este camposanto?

Antes de la fundación del Baquíjano, en los primeros años de la República, la tradición da cuenta de que los chalacos enterraban a sus muertos en las huacas cercanas, especialmente en la que se situaba cerca del actual barrio de Chacaritas. El problema de este cementerio “informal” era su cercanía a los antiguos pantanos del Callao, y muchas de las tumbas que se excavaban terminaban llenas de agua y eran potenciales focos de infección. Asimismo, existía un pequeño cementerio en Bellavista, que hoy no podemos apreciar y que se encuentraba detrás del antiguo cine “Bellavista”.

Por ello, cuando en 1858 Lima y el Callao sufrieron las consecuencias de una epidemia de fiebre amarilla, las autoridades del puerto, encabezadas por el entonces director de la Beneficencia del Callao, Gregorio Hurtado, decidieron crear un cementerio moderno en uno de los caminos a Lima (hoy avenida Colonial); el terreno correspondía a unos potreros propiedad de Ignacia Ramírez de Arellano.

La primera piedra se colocó el 24 de octubre de 1859 y la obra fue inaugurada el 12 de diciembre de 1861: así nacía el Cementerio General de Baquíjano. A la ceremonia de inauguración asistió el propio presidente, el mariscal Ramón Castilla. Las cifras hablan que en su primer año de funcionamiento, se enterraron en el nuevo camposanto casi 12 mil cadáveres, víctimas, en su mayor parte, de la fiebre amarilla. En 1869, el antiguo cementerio de Bellavista fue cerrado.

En el Baquíjano se encuentran enterrados grandes personalidades chalacas y nacionales. Quizá el más importante sea el coronel Manuel Cipriano Dulanto, prócer de la Independencia, combatiente de Ayacucho, alcalde del Callao (1857), senador y prefecto del Callao, y gran benefactor de la ciudad de nuestro primer puerto; murió el 17 de Marzo de 1867.

También tenemos el mausoleo de los héroes chalacos, los que cayeron en la guerra del Pacífico. Está hecho de mármol, como la mayoría, pero por dentro la humedad está despellejando el techo. Urge una restauración. Seguimos caminando y vemos, en las tumbas y mausoleos, una diversa mezcla de estilos que combina modelos egipcios, góticos y modernos. Asimismo, está el concurrido mausoleo (casi un lugar de peregrinación) de Sarita Colonia y la tumba de los Héroes del Cenepa.

Después de pasear por este tesoro monumental nos preguntamos ¿cómo se financia la conservación del Baquíjano? Los ingresos provienen básicamente de la venta de los nichos. Hay también algunos “proyectos”, como la instalación de un paradero a unos metros de la entrada para evitar la aglomeración de gente en la puerta de ingreso; asimismo, emplear un solo estilo para decorar los nichos, con losetas grises, para guardar un diseño sobrio.


Tumba de Sarita Colonia

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Cementerios de Lima: el cementerio Británico del Callao

Al final de la avenida Zarumilla, en Bellavista, está el Antiguo Cementerio Británico, cuya distribución y estética no guarda relación con la de los demás cementerio católicos de nuestra ciudad. Se trata de un jardín de dos hectáreas, totalmente verde, con pocas esculturas pero sí buena cantidad de cruces. Todos sus “huéspedes” están bajo tierra, formando hileras a lo ancho del cementerio. Aquí no hay vendedores de flores ni “rezadores” que ofrezcan un responso a cambio de una propina.

Este camposanto abrió sus servicios en 1834 cuando el cónsul de Gran Bretaña en nuestra ciudad obtuvo la autorización del gobierno de Luis José de Orbegoso para la compra de un terreno en el Callao que sirviera como cementerio para los súbditos británicos protestantes en nuestro país. Para la administración del camposanto, el rey Jorge IV envío dinero a través de un acta del Parlamento Británico (1835) bajo la supervisión del Consulado Británico en el Perú; así nació la British Burial Ground Society (Asociación del Cementerio Británico) que funciona hasta hoy y que tiene la responsabilidad de ahora de los dos Cementerios Británicos: el Antiguo (Bellavista – Callao) y el Nuevo (Av. Colonial – Callao).

Lógicamente, el más interesante es el Antiguo Cementerio de Bellavista donde el visitante puede encontrar tumbas no sólo de ciudadanos británicos sino de muchas otras nacionalidades europeas, incluso de canadienses, estadounidenses, chinos y japoneses; además, personas de distintas religiones. Entre los personajes más destacados que están (o estuvieron) enterrados en este camposanto podemos citar:

1. El general Guillermo Miller.- Es, quizá, el personaje más destacado entre los que estuvieron enterrados. Fue un militar inglés que luchó por la Independencia de nuestro país y luego fue nombrado Mariscal del Perú. Murió a la edad de 66 años, el 31 de octubre de 1862, y fue enterrado originalmente en este camposanto. Luego, en 1826, bajo la presidencia de Augusto B. Leguía, sus restos fueron trasladados el Panteón de los Próceres.
2. William Hanam.- Este negro jamaiquino fue el cocinero del mariscal Miller; murió a los 60 años víctima de hidropesía.
3. El teniente William Russell Drummond.- Fue el primero en enterrarse en este cementerio; falleció debido a la amputación de una pierna el 1 de enero de 1835 cuando recibió un disparo de unos amotinados a quienes trataba de reducir.
4. Participantes en la Guerra del Pacifico.- Varios extranjeros murieron en el Combate de Angamos y otros sobrevivieron. Por ejemplo, Samuel MacMahon, ciudadano estadounidense y primer maquinista del monitor Huáscar quien presenció y sobrevivió el Combate de Angamos. En la misma guerra (en la batalla de Miraflores), falleció Bernard Fleming, nacido en Lima pero hijo de británicos; su cuerpo fue llevado al camposanto por sus colegas de batalla.
5. William Pitt Adams.- Encargado de Negocios de la Legación Británica y gestor de la creación del Cementerio.
6. Entre otros europeos y sus descendientes se encuentran familias como los Backus (fundadores de la famosa cervecería), los Lindley (Inca Kola) o los Oeschle (de la antigua tienda por departamentos; la familia del empresario ferrocarrilero Enrique Meiggs; los ingenieros escoceses que llegaron para construir el Ferrocarril Central, quienes murieron víctimas del paludismo; asimismo, tripulantes, oficiales y empleados de la Pacific Steam Navegation Company, cuya flota cubría los viajes desde nuestras costas hasta Europa.
7. Dora Mayer Loehrs.- ciudadana alemana que llegó al Perú en 1903, vivió en el Callao y dirigió la Asociación Pro Indígena; hizo amistad con Mariátegui, Abelardo Gamarra, Daniel Alomía Robles y José de la Riva Agüero, entre otros. Fue delegada del Perú al Primer Congreso Femenino Internacional, realizado en Buenos Aires (1910). Se nacionalizó peruana y murió el 7 de enero de 1959, a los 91 años de edad. Está enterrada en la tumba C-12. Fue una gran luchadora social, identificada con el Callao y publicó una gran cantidad de libros y artículos. Estuvo casada con el filósofo Pedro Zulen.
8. Víctor V. Norris.- Aventurero norteamericano que, según la tradición, es el creador del pisco sour y dueño del legendario Morris Bar. Está enterrado en el sector 4, letra C, número 5.

Hacia la década de 1950, el Antiguo Cementerio Británico quedó lleno y el 4 de septiembre de 1955 se compró un terreno en la avenida Colonial para construir un segundo cementerio, el Nuevo Cementerio Británico. Fue consagrado por el entonces obispo de las Islas Malvinas (Falkland Islands), el reverendo Bishop D. Ivor Evans, junto con los representantes de otras confesiones religiosas (luteranos, rusa ortodoxa, católicos y otras protestantes).


Vista del Cementerio Británico de Bellavista

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Cementerios de Lima: introducción

Este fin de semana, que se recordaban el Día de Todos los Santos y el Día de los Muertos, los cementerios de Lima se vieron atestados de gente que rendía homenaje a sus familiares o amigos ya fallecidos. Por ello, a propósito de estas fechas, iniciamos una pequeña serie sobre la historia de los cementerios en Lima, tanto los inaugurados en el siglo XIX como los construidos en la pasada centuria.

El arte mortuorio es bello, especialmente en los cementerios del siglo XIX. Nuestra ciudad tiene cuatro de dicha centuria: uno en los Barrios Altos (el Presbítero Matías Maestro) y tres en el Callao (el Británico, el Baquíjano y el Judío). Ellos albergan aristócratas, presidentes, inmigrantes, bebés que fallecían a las horas de nacidos, intelectuales y héroes caídos en guerras. Buena parte de nuestros personajes históricos están allí, bajo tierra o en nichos, pero el patrimonio material está a la vista de todos, en estos conjuntos monumentales que merecen ser cuidados y puestos en valor. Debemos dejar en claro que estos lugares son un espacio cultural, pues en ellos se mezclan costumbres, ritos, arte escultórico y vivencias de personajes aún vigentes.

¿Cómo nacieron estos cementerios decimonónicos? Todos sabemos que, durante el Virreinato, la costumbre era enterrar a los difuntos en los cementerios de las iglesias, más conocidos como “catacumbas”. Sin embargo, con las nuevas ideas de higiene y salud social aparecidas con la Ilustración, se vio la necesidad de construir camposantos fuera de la ciudad para evitar posibles enfermedades emanadas por los efluvios de los cadáveres; además, las iglesias de la Lima de entonces ya no se daban abasto para continuar con los enterramientos.

Fue en este contexto que, durante el gobierno del virrey Abascal, se fundó, el 31 de mayo de 1808, el Cementerio Presbítero Maestro, que cumple este año 200 años de actividad y que ha sido declarado monumento histórico del Perú y de América. Está ubicado en el jirón Ancash (cuadras 16, 17 y 18). Este cementerio, el más antiguo de nuestra ciudad, era conocido con el nombre de Cementerio General; en agosto de 1923, a propuesta del Inspector de cementerio, monseñor Belisario A. Philipps, se le cambio el nombre por Cementerio “Presbítero Maestro”.


El Cementerio Matías Maestro a finales del siglo XIX

Regresando a la historia, esta obra respondía a la necesidad de fundar un cementerio que pudiera albergar a los difuntos de Lima que cada vez crecía más, haciendo impostergable la construcción de una ciudad para los muertos, cuya ubicación se planificó cuidadosamente. Siguiendo las normas de salubridad de la Europa del neoclásico, era necesario un terreno con ciertas características, como por ejemplo una adecuada disposición de los vientos –para evitar olores y efluvios indeseados– y que sobre todo se hallara lo suficientemente distante de la capital. Finalmente se tomó la decisión de construirlo hacia el este, en lo que se conocía con el nombre de Pepinal de Ansieta, a unos dos kilómetros del centro de Lima.

De este modo, se diseñó el Cementerio General, nombre escogido para reforzar la idea de que todos somos iguales ante el Creador. Se inauguró en 1808, pero los primeros entierros fueron temporales pues los limeños tardaron mucho en acostumbrarse a usar un lugar tan alejado de los espacios sagrados que desde siempre habían estado asociados a sus muertos. Para demostrar que no era forzoso el sepulcro en una iglesia, el obispo don Manuel González de la Reguera dispuso que sus restos fueran inhumados en el flamante cementerio, aunque posteriormente fue trasladado a la cripta de la catedral, como correspondía a su alta investidura. Se iniciaron entonces las famosas romerías, muchas veces con los féretros en hombros desde las viviendas que se encontraban concentradas en la vieja ciudad amurallada, propiciándose al mismo tiempo una nueva ruta hacia la portada de Maravillas.


Vista noctura del bello conjunto monumental del cementerio Presbítero Maestro

Actualmente, tiene un área de más de 150 mil metros cuadrados; existen en él 374 cuarteles de nichos, en los cuales están inhumados a perpetuidad más de 200 mil difuntos; asimismo, tiene 685 tumbas, 393 mausoleos-capillas y 72 monumentos históricos. El “Presbítero” es una ciudad mortuoria. Comprende avenidas, cuarteles y edificios que obedecen a un modelo europeo. Tanto en sus lápidas como en sus mausoleos aparecen símbolos que permiten conocer el estatus del individuo y los gustos mortuorios de sus familiares. Como todo cementerio, depende de la Beneficencia y tiene sus problemas. Quizá el principal de ellos es el poco mantenimiento debido al escaso presupuesto y el olvido de los familiares. A ello se debe que algunos mausoleos estén abiertos y que no pocas esculturas estén quiñadas, sucias, se hayan desprendido de su sitio o, simplemente, hayan desaparecido.

Con el advenimiento de la República, las constituciones y demás leyes peruanas establecían claramente que nuestro país era católico y que favorecía oficialmente el culto de la religión católica. Sin embargo, al promoverse, al mismo tiempo, la inmigración de extranjeros, especialmente de europeos, surgió el problema de la sepultura de los no católicos (europeos protestantes y judíos, por ejemplo). Por ello, en 1827, al construirse en Arequipa el nuevo Cementerio General, se destinó un local especial para al sepultura de los protestantes, separados del resto mediante un muro y una puerta. El problema es que en Lima todavía no existía un cementerio no católico. El primero de ellos fue el Cementerio Británico, del cual hablaremos mañana.


Una de las “avenidas” del cementerio Matías Maestro, verdadera ciudad de los muertos

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Los orígenes de la televisión por cable en el Perú

El más cercano antecedente del cable apareció en 1983 con la fundación del canal 27 UHF (Ultra High Frecuency), pues era una señal restringida a los aparatos de televisión que podían recibir esa señal y que contaban con una antena circular. El propietario del negocio era el empresario José Luis Banchero, quien instaló el trasmisor en el Morro Solar y emitió una señal de prueba. La idea era que, con el tiempo, el público, gracias a estas primeras señales gratuitas, se suscribiera al servicio y adquiriera su decodificador. La señal, que se trasmitía en horario nocturno, era de videos musicales y películas sin cortes comerciales; el “gancho”, para la juventud ochentera, vino cuando después de la medianoche el canal empezó a emitir películas eróticas y picarescas; gran expectación causó, por ejemplo, ver en televisión Emmanuelle 2, con Sylvia Kristel. Todo un acontecimiento. Pero al final, el negocio nunca se concretó con el sistema de suscriptores, y el canal languideció hasta desaparecer.

En Lima aparece formalmente el cable en 1989 gracias a la compañía Telecable, fundada por los Delgado Parker (antes había funcionado un sistema de cable ilegal o “pirata” en la ciudad de Iquitos). De esta manera, se difundió el nuevo servicio a medida que se expandía el cableado urbano. En un principio, no todos los distritos estaban cableados. Solo San Isidro y algunas zonas de Miraflores pudieron disfrutar viendo canales del exterior. Además, la instalación no era barata: 150 dólares; y una mensualidad de 40 dólares. En 1993, apareció Cable Mágico, de la compañía Telefónica, y la competencia acelera la expansión del servicio que termina dándole la ventaja a Cable Mágico hacia 1995. La tarifa mensual también se redujo a 35 dólares (sin costo por instalación) por un paquete de casi 80 canales, existiendo otros “paquetes” con menos canales a precios más cómodos. No olvidemos, de otro lado, que , hacia el 2000, se calculó en más de 30% la instalación clandestina de cable en Lima. Por último, debemos decir que otras compañías de cable más modestas, algunas de ellas ilegales, han funcionado en forma intermitente en las ciudades del interior con relativo éxito.

El cable vino a cubrir una serie de expectativas. La primera, y más importante, fue la ventaja de ver en directo la realidad mundial, ser testigos de la “globalización” y ampliar nuestra visión del planeta. En ese sentido el cable complementó, de manera más cotidiana y barata, lo que a partir de los noventa significó la “Internet”. De hecho el cable le permitía al público estar en contacto con el mundo. A otro nivel el cable fue el refugio de miles de peruanos frente a la crisis de la televisión abierta. Como bien sabemos, la calidad de los programas se deterioró a niveles nunca vistos (programas vulgares, sin contenido formativo y que muchas veces trastocaban los valores más elementales); del mismo modo, la manipulación de la información por una televisión “comprada” por el fujimorismo obligó al público a refugiarse en la información que venía de las cadenas internacionales de noticias o de algún canal nacional de cable independiente (como Canal N, por ejemplo, aparecido en 1999). Lo cierto es que el servicio de televisión por cable se fue consolidando en el país, aunque la tarifa mensual sigue siendo alta (120 soles) en comparación a otro países sudamericanos en los que por un paquete, de 80 ó 90 canales, se paga menos de 20 dólares.

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Notas sobre la clase alta peruana (3)

El gobierno militar del genral Juan Velasco fue explícito en declarar que había que destruir a la oligarquía. Una de las formas de hacerlo fue a través de la reforma agraria, la cual despojó de sus haciendas (y todo lo invertido en ellas) a los gamonales y terratenientes, integrantes del poder económico a través del dominio de la tierra. Lo mismo se hizo con los empresarios pesqueros cuando les confiscaron sus bolicheras, y a muchos industriales con el establecimiento de la “comunidad industrial”. Similar efecto tuvo las medidas confiscatorias sobre las cuentas bancarias en dólares, en valores y la apertura de las cajas fuertes de los bancos. Los militares quisieron destruir el poder económico de este grupo en un afán de romper el antiguo orden social, al que consideraban un rezago colonial y feudal.

Pero la clase alta no desapareció en el Perú sino que fue cambiando su composición. Entre 1970 y 2000, muchos dejaron de estar pero otros se plegaron a ella. Entre los llamados “nuevos ricos” estuvieron quienes procedían del imperio del comercio de subsistencias (como los comerciantes mayoristas de La Parada); los miembros de las Fuerzas Armadas enriquecidos por haber ingresado al desempeño de cargos importantes en las múltiples empresas estatales que se crearon o en las que se nacionalizaron en los 70; los políticos que lucraron del ejercicio del poder y se beneficiaron de algunas prebendas durante los 80 y 90; y no podríamos omitir el caso de muchos que hicieron dinero al vincularse a prácticas ilícitas como el contrabando y el narcotráfico. También se sumaron a este grupo, ahora heterogéneo, empresarios que, gracias a su trabajo honesto, acumularon fortuna en algunos rubros como la minería, la industria textil, los medios de comunicación o el negocio de la construcción. Ellos fueron los que generaron el mayor número de puestos de trabajo. No debemos olvidar, además, que muchas familias vinculadas al sector informal se convirtieron en prósperos empresarios.

Lo cierto es que este grupo treminó reuniendo a gente con mucho dinero que se caracterizó por tener grandes residencias en lugares o barrios exclusivos como Monterrico, Las Casuarinas, La Planicie o La Molina; casas de veraneo en los balnearios del sur, especialmente en las playas privadas; autos de lujo; hijos en colegios caros; servicio particular de seguridad; viajes constantes al exterior, especialmente a Miami, el nuevo punto de referencia de la alta burguesía latinoamericana; y cuentas bancarias en el extranjero. En suma, abundancia en todo aquello que se considera “signos exteriores de riquezas”. Esta nueva clase social quiso reemplazar a la antigua oligarquía, sin embargo, podría decirse que surgió una real plutocracia, pues se esgrimía como elemento de presunción social el dinero. Todo lo anterior no significó la desaparición absoluta de los antiguos integrantes de la oligarquía; hubo quienes salieron o “huyeron” del país y se establecieron en el extranjero (Ecuador, Venezuela o Estados Unidos), pero volvieron al término de la dictadura militar y reasumieron tímidamente su papel directivo en la sociedad, aunque ya con la competencia de los nuevos grupos, con los cuales debieron alternar. A su reingreso buscaron reinsertarse en algunos partidos políticos como Acción Popular, el Partido Popular Cristiano, el Movimiento Libertad o el fujimorismo.


Vista parcial del balneario de Asia, al sur de Lima, nuevo punto de encuentro de la alta burgesía peruana y del arribismo limeño. Para algunos, Asia o “eishia” es la venganza de la elite a la reforma agraria de Velasco.

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