Archivo por meses: septiembre 2008

La Reconstrucción Nacional: la economía de exportación

No resulta difícil imaginar el nivel de destrucción en que quedó la economía peruana al final de la guerra. A esto se sumaba otro asunto: el país debía resolver una serie de problemas anteriores al estallido del conflicto. El principal se refería al pago de la deuda externa a los acreedores británicos. Desde la firma de la paz con Chile ellos presionaron al Perú para que cancele los compromisos pendientes.

El problema es que el país no contaba con los recursos para el pago de la deuda. Además requería urgentemente capitales para iniciar la reconstrucción sin la cual era imposible cumplir con los acreedores británicos. La deuda ascendía a cerca de 51 millones de libras esterlinas cuyo pago anual exigía casi dos millones y medio de libras, suma imposible de reunir en aquellos años.

Esta difícil situación condujo, como vimos hace días, al gobierno de Cáceres a firmar el polémico Contrato Grace (1889) en virtud del cual el Perú entregó a sus acreedores, a cambio del pago de la deuda, el control y administración de sus más importantes recursos. A partir de ese momento un nuevo camino se abría para las actividades del capital foráneo en el país. De este modo la clase política diseñó un nuevo plan de desarrollo para el país: orientar los recursos naturales a la exportación.

Ahora la agricultura asumió el papel dinámico en la economía que el guano había desempeñado unos años antes. De este modo los hacendados se transformaron en el grupo dominante hasta 1919. En este período también se hizo presente el capital norteamericano y se consolidó el modelo exportador que entraría en crisis cuando quebró de la Bolsa de Nueva York en 1929.

Como sabemos el Perú inició su etapa exportadora en el siglo XIX con el guano y el salitre. La ineficacia de sus gobiernos y la Guerra del Pacífico interrumpió bruscamente esta etapa. Ahora se iniciaría otra más larga que duró desde la década de 1880 hasta después de la primera guerra mundial (1919).

En esta segunda etapa, los productos de exportación fueron más diversos. La sierra proporcionó lana (de oveja y de alpaca), junto con minerales como plata, oro y cobre, entre otros. La amazonía contribuyó con café, coca y caucho. Y la costa con azúcar y algodón. Los precios de la mayoría de estos artículos aumentaron, con leves fluctuaciones, en el mercado mundial, lo cual demostraba una creciente capacidad productiva del país.

La agricultura: La agricultura de la costa quedó luego de la guerra reducida a un nivel de subsistencia. Su recuperación fue muy dolorosa. No había crédito, la mano de obra era escasa y la poca maquinaria que quedaba en funcionamiento era obsoleta. Había que tomar medidas para revitalizarla. En primer lugar conseguir créditos y facilidades para que se formen empresas de irrigación, favorecer la inmigración de mano de obra y crear institutos agrícolas.

En 1896 por iniciativa de un grupo de agricultores se fundó la Sociedad Nacional de Agricultura. La intensión era empujar al país en pro del desarrollo agrícola y canalizar las demandas de los hacendados. Bajo sus demandas se introdujo, por ejemplo, la enseñanza agrícola en nuestro medio al fundarse, en 1902, la Escuela Nacional de Agricultura. También se iniciaron los estudios para combatir las pestes y enfermedades de los cultivos de la costa.

Remontándonos a los días que siguieron a la firma de la paz con Chile, muchos hacendados habían abandonado los valles, especialmente en los del departamento de La Libertad. Ya no existían las espléndidas casa-haciendas y las adornadas capillas que durante tantas décadas caracterizaron la zona. También fueron desapareciendo los pastos y campos de algodón y arroz que antaño se entreveraban con los sembríos de caña.

Pero hacia la década de 1890 empezó a configurarse otro paisaje, más moderno aunque menos bello. Desde las faldas de los Andes, todo visitante al valle de Chicama podía contemplar un mar inmenso, casi ininterrumpido, de caña y chimeneas de negro azabache que humeaban en un cielo siempre azul. Se trataba de nuevas y gigantescas plantaciones industriales que concentraron la tierra en pocas manos.

La historia de los valles de La Libertad es simple. Las haciendas de los terratenientes trujillanos fueron absorbidas por tres grandes empresas agrícolas: Casagrande, Roma y Cartavio. Los Gildemeister (familia alemana), Larco (familia italiana) y la Compañía Grace (empresa británica), sus propietarios respectivos, simbolizaban los nuevos tiempos: inyección de capital extranjero y trabajo de los indios “enganchados” que formaron el proletariado agrícola. El mercado internacional favorecía las exportaciones de azúcar: en 1889 se exportaron 45 mil toneladas y hacia 1900, unas 50 mil hectáreas estaban dedicadas al cultivo de la caña

El sorprendente desarrollo de Casagrande se remonta a la década de 1870 cuando la firma Gildemeister y Co., propiedad del inmigrante alemán Juan Gildemeister, quien compró varias haciendas, incluyendo Casagrande, que se convirtió en el centro de sus operaciones azucareras. Cuando falleció en 1898, Gildemeister había comprado 8 grandes haciendas azucareras y era el segundo gran terrateniente del valle, después de la familia Larco.

Siguiendo con el mapa azucarero del país, la zona más estable fue Lambayeque, en donde el impacto de la guerra fue menos dramático. Las dos familias azucareras más importantes de la región, los Pardo (Tumán) y Aspíllaga (Cayaltí), se habían establecido en la década de 1870 y fueron capaces de sobrevivir y expandirse con la ayuda del crédito de las casas comerciales y bancos extranjeros.


Hacienda Casagrande a finales del siglo XIX

Respecto al algodón, su exportación siguió en importancia a la del azúcar. Los departamentos de mayor producción fueron Piura e Ica, dedicados al cultivo de “algodón de hebra larga”; otras zonas de cultivo eran los valles ubicados al norte de Lima (Santa, Pativilca, Supe, Huaura, Chancay y Chillón). Los tipos de algodón que se cultivaban eran: peruano, egipcio y, en menor cantidad, argeliano, Mitafifí y Sea Island. Su cultivo cubría, en 1905, cerca de 20 mil hectáreas y daba ocupación a cera de 16 mil personas. Pero los cultivos del “oro blanco”, como se le llamaba al algodón, estaban casi siempre expuestos a la enfermedad del Wilt hasta que, en 1908, luego de infatigables trabajos, Fermín Tangüis una planta resistente al Wilt que se hizo famosa en el mundo por su gran calidad.

Por su lado, el arroz era sembrado en Lambayeque donde existían haciendas con molinos propios para su pilado. Este cultivo se orientaba básicamente al mercado interno y una pequeña parte era vendida a Chile, Ecuador y Bolivia a través de los puertos de Eten y Pacasmayo.

La minería y el petróleo: Hubo seria preocupación por dotar al sector minero de un marco legal capaz de fomentar su desarrollo. Por ello, en 1890 se exoneró por 25 años a la industria minera de todo impuesto. La ley benefició a los siguientes minerales: oro, plata, cobre, cobalto, plomo, fierro, níquel, estaño, antimonio, azufre, carbón de piedra, cinabrio y petróleo.

También se exoneró de impuestos aduaneros a la importación de maquinarias, útiles, herramientas y demás productos necesarios para su explotación (dinamita, carbón, madera y azogue, entre otros). Otro hecho, esta vez de carácter geoeconómico, se dio en 1892 cuando el Ferrocarril Central llegó a Casapalca y, al año siguiente, a La Oroya. En 1904 la Peruvian Corporation lo hizo llegar hasta Cerro de Pasco.

También se fundó la Sociedad Nacional de Minería con el propósito de representar y fomentar los intereses de la industria minera. Y para coronar este esfuerzo nacional por el sector minero, en 1901 empezó a regir el nuevo Código de Minería, inspirado en principios liberales, que reformó radicalmente al sector y permitió el sorprendente desarrollo que alcanzó la minería en los primeros años del siglo XX.

Mientras que la minería colonial se había concentrado en los metales preciosos, el nuevo despegue minero respondió a las necesidades (principalmente de cobre) de la industria europea y norteamericana. En este sentido, al igual que en la agricultura costeña, los empresarios peruanos demostraron capacidad para responder las demandas del mercado mundial. Sólo entre 1896 y 1899 se invirtieron casi 13 millones de dólares en este sector. Parte de este capital provenía de los propios mineros que habían alcanzado éxito el resto se reunió entre los hacendados y comerciantes limeños.

Hasta 1900 se puede hablar de una “pequeña minería” donde destacan los esfuerzos de estos empresarios peruanos Es la época heroica de las exploraciones, los estudios y los experimentos arriesgados financiados con un pequeño porcentaje sus ahorros.

El petróleo, por su parte, era conocido ya desde los tiempos virreinales. Desde finales del siglo XVII el padre José de Acosta informaba que existía un manantial de brea al que se le llamaba copé y que era utilizado por los marinos para alquitrar sogas y aparejos, o para pintar sus embarcaciones. Luego, en 1863 A.E. Prentice realizó la primera perforación en el país en un lugar llamado Caña Dulce en la costa de Zorritos.

A partir de 1890 se explotó sistemáticamente el petróleo de Piura donde la Lobitos Oil Company desarrolló la extracción en los yacimientos de la Brea y Pariñas. Según algunas cifras, en 1892 eran 30 los pozos abiertos ubicados casi todos en la zona de Negritos; su producción era de 500 mil litros de petróleo diarios. En 1890 los yacimientos de la Brea y Pariñas rindieron poco más de 8 mil barriles y 10 años más tarde su producción anual sobrepasaba los 200 mil barriles.


Cerro de Pasco (1894)

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La Reconstrucción Nacional: el discurso radical de Manuel Gonzáles Prada

El 29 de julio de 1888, con ocasión del aniversario patrio, se organizó una velada en el Teatro Politeama para reunir fondos para el rescate de Tacna y Arica. Allí, Manuel Gonzáles Prada (Lima 1844-1918) inició su famoso discurso con estas palabras: Los que pisan el umbral de la vida se juntan hoy para dar una lección a los que se acercan a las puertas del sepulcro. La fiesta que presenciamos tiene mucho de patriotismo y algo de ironía: el niño quiere rescatar con el oro lo que el hombre no supo defender con el hierro.

Estas palabras significaron una de las más severas críticas a una clase política peruana que en el pasado había llevado al país a un período de desaciertos y ocasiones perdidas, pese a la bonanza guanera, que culminó en catástrofe con la Guerra del Pacífico. Pero también este discurso anunciaba tiempos de cambio que culminarían con la derrota de Cáceres en la guerra civil de 1895 y el advenimiento al poder de Nicolás de Piérola donde se dieron las bases para la formación de la República Oligárquica.

Nacido al interior de una familia aristocrática y muy conservadora, Gonzáles Prada fue educado en Valparaíso durante un destierro familiar por motivos políticos. De regreso a Lima fue matriculado en el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo con la esperanza de consagrarlo al sacerdocio. Contestatario e insatisfecho con la carrera de seminarista, abandonó sus estudios teológicos y logró ingresar al Colegio de San Carlos donde destaca en los cursos de química, letras y filosofía

Entre 1870 y 1879 se retira a su hacienda Tutumo (en Mala) para dedicarse a la agricultura. Vivió muy cerca la tragedia de la guerra con Chile. Participó en la defensa de Lima y, destruidas las líneas de San Juan y Miraflores y ocupada la capital, optó por el encierro domiciliario para no ver, según sus propias palabras, la insolente figura de los vencedores.

Consagrado como un escritor de verbo penetrante, sus frases fueron verdaderos latigazos de cólera dirigidos a la clase política que llevó al Perú al desastre de 1879: ¿Qué fueron por lo general nuestros partidos en los últimos años? Sindicatos de ambiciones malsanas, clubs eleccionarios o sociedades mercantiles. ¿Qué nuestros caudillos? agentes de grandes sociedades financieras, paisanos astutos impulsivos que veían en la Presidencia de la República el último grado de la carrera militar.

Por ello, en el Politeama decía a los estudiantes de Lima: Niños, sed hombres, madrugad a la vida, porque ninguna generación recibió herencia más triste, porque ninguna tuvo deberes más sagrados que cumplir, errores más graves que remediar ni venganzas más justas que satisfacer.

Tampoco ocultó su odio a Chile: Si somos versátiles en amor, no lo somos menos en el odio: el puñal está penetrando en nuestras entrañas y ya perdonamos al asesino. Alguien ha talado nuestros campos y quemado nuestras ciudades y mutilado nuestro territorio y asaltado nuestras riquezas y convertido al país entero en ruinas de un cementerio; pues bien, señores, ese alguien a quien jurábamos rencor eterno y venganza implacable, empieza a ser contado en el número de nuestros amigos, no es aborrecido por nosotros con todo el fuego de la sangre, con toda la cólera del corazón. Si el odio injusto pierde a los individuos, el odio justo siempre salva a las naciones.

Convertido al anarquismo, al anticlericalismo e incluso al ateísmo, Gonzáles Prada se definió como un “libre pensador” y se perfiló en uno de los intelectuales de mayor trascendencia en el desarrollo de las ideas políticas del siglo XX. Por ejemplo, influyó notablemente en el pensamiento de la Generación del 900 y en las ideas de Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.

En 1891 fundó un partido, la Unión Nacional, con una propuesta parecida a los planteamientos de la “Revista de Lima” pero cargada de sugerencias revolucionarias para la época: régimen federal de gobierno; sufragio directo extendido aún a los extranjeros; reforma del régimen tributario; devolución de tierras usurpadas a las comunidades indígenas; mejoramiento de la condición de vida a los obreros; reorganización de la Guardia Nacional, etc. Lo acompañaron en esta agrupación Abelardo Gamarra “El Tunante”, Germán Leguía y Martínez, Luis Ulloa, Carlos Germán Amézaga y otros.

Murió en 1918 cuando ocupaba la dirección de la Biblioteca Nacional. En vida publicó sólo dos libros de ensayos, Páginas libres (1894), Horas de lucha (1908) y tres versos. Luego, su hijo y su esposa reunieron y publicaron algunos de sus escritos en prosa y verso. Aún no se ha publicado una edición completa de sus obras.


Manuel Gonzáles Prada

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La Reconstrucción Nacional: el gobierno de Nicolás Piérola

Piérola recibía el país en situación calamitosa y dio inicio a un gobierno en busca de lo que llamó el “Estado en forma”: quería un sistema político estable que inspirara respeto. Por ello, siempre buscó la concertación y el respeto a la Ley. Esta nueva forma de hacer política sentó las bases del Estado peruano hasta 1919 en que Leguía preparó su golpe de estado. Piérola se esforzó en desterrar el caudillismo en todas sus formas, alentó la disminución de la participación del Estado en la vida nacional, especialmente en el manejo de la economía, y evitó la demagogia en el discurso político.

La otra cara de la política pierolista se reflejó en sus las leyes electorales. Estas sancionaron una participación política muy reducida que permitieron luego el monopolio casi exclusivo del gobierno por parte del Partido Civil de 1899 hasta 1919. La nueva ley electoral, promulgada en 1896, dio el voto solo a los varones mayores de edad (mayores de 21 años) y a los casados menores de edad que supieran leer y escribir. La ley abolió, entonces, el derecho nominal que había permitido antes el voto de los analfabetos. Se decretó también el voto directo y público. Como base del mecanismo de sufragio se utilizó la “matrícula de contribuyentes”, es decir, la lista de los principales pagadores de impuestos del país. En síntesis, se utilizaron criterios de tipo económico y social en la legislación electoral que contrastaron con la teórica situación de igualdad que existía en las disposiciones de este tipo a lo largo de la época inicial de la República.

Retomando la política interna de Piérola, su mandato restableció el patrón oro en la moneda para impulsar la vida económica del país. En este sentido la creación de la llamada Libra Peruana de Oro, que reemplazó al Sol de Plata, dio solvencia al sistema monetario. Esta crucial medida estimuló la actividad financiera privada, permitió la reducción del déficit fiscal y elevó el nivel de vida de la población, especialmente de la clase media.


Piérola en su despacho presidencial

Se creó, asimismo, la Asociación Recaudadora de Impuestos (una especie de SUNAT de la época) para mejorar la recaudación fiscal. Se suprimió la ingrata “contribución personal” de los indios y se estableció el “estanco de la sal” para reunir fondos y financiar la recuperación de las provincias cautivas de Tacna y Arica.

Se evitó en lo posible pedir préstamos del exterior y se apostó por fomentar el ahorro interno. Esa era, según Piérola, la fórmula para que el Perú se convierta en un país moderno con un desarrollo económico sano: los peruanos debían aprender las lecciones que había dejado la ilusa bonanza guanera del pasado.

La defensa nacional fue otro asunto que debía abordarse con seriedad. Por ello se creó la Escuela Militar de Chorrillos que se organizó bajo el modelo francés gracias a la labor de una misión militar que comandó el coronel Paul Clement. Este introdujo códigos específicos para cada una de las armas (hasta entonces existían la infantería, la caballería y la infantería) y dio instrucciones para la promulgación del primer Código de Justicia Militar (22 de mayo de 1896) y de la Ley del Servicio Militar Obligatorio.

Hubo, sin embargo, un hecho militar y político inédito hasta entonces. En mayo de 1896 se produjo un levantamiento federalista en el departamento de Loreto dirigido por el coronel Mariano José Madueño, militar que hasta entonces tenía una distinguida foja de servicios al país. Esta rebelión enmarcada en el repentino despertar económico de la zona por la explotación del caucho y la difícil situación de los aborígenes que eran utilizados brutalmente para la explotación del nuevo recurso. Terminó sin pena ni gloria.

Las dificultades de comunicación impidieron que el gobierno tuviera noticia del alzamiento. Piérola se enteró semanas después. El gobierno de Lima debió enviar hasta dos expediciones a Loreto, una fue por mar, en el navío Constitución, y la otra cruzó los Andes, desembarcando en el puerto de Salaverry e internándose por Cajamarca y Moyobamba.

Los insurgentes, al no lograr el apoyo popular, reconocieron el gobierno de Piérola, y llegaron a decir que las ideas del Partido Demócrata alentaban el federalismo. Al final, ante la cercanía de las tropas gobiernistas Madueño y su colaborador, Ricardo Seminario, optan por la fuga antes de defender “su” estado federal.

Pasando a otros temas, la diversificación de las funciones del Estado llevaron al gobierno a crear el Ministerio de Fomento (22 de enero de 1896) encargado de la ejecución de obras públicas, de saneamiento, crecimiento de la ciudad, etc. En este contexto, se continuó con la tarea de modernizar Lima, empresa iniciada por el gobierno de José Balta hacia 1870. Se construyó la avenida La Colmena (hoy llamada Nicolás de Piérola), se empezó a trazar lo que luego sería la avenida Brasil y se construyó el Paseo Colón. En el Callao se levantó el monumento a Miguel Grau (1897). También llega el cinematógrafo (1896) y por las calles de Lima empiezan a circular los primeros automóviles.

También en Lima, esta vez en el plano económico, empezaron a funcionar varias sociedades anónimas: la Compañía de Seguros Rímac, la Compañía Internacional de Seguros, el Banco del Perú y Londres, el Banco Internacional (hoy llamado Interbank), el Banco Popular, la Sociedad de Alumbrado Eléctrico y la Compañía de Fósforos El Sol, entre otras.

Por primera vez hubo preocupación por la salud y salubridad en el país. De allí la difusión de los servicios de agua, desagüe, agua potable y el uso obligatorio de vacunas (3 de enero de 1896). Incluso se fomentó la investigación científica en este campo.

Se dieron también leyes para la colonización de tierras en la selva y se favorecieron las expediciones a la amazonía (noviembre de 1898). Para ello fue necesario seguir con la construcción de vías de penetración como la de Tarma a Chanchamayo. Luego se exploró el Gran Pajonal y se colonizaron las zonas del Pichis y San Luis de Shuaro. Por último, se estableció por primera vez la navegación comercial por los ríos Talambo, Urubamba y Ucayali.

En su política internacional Piérola se preocupó en afianzar las relaciones con varios países como los Estados Unidos, México, Brasil, Rumania y España. Las relaciones con Chile, sin embargo, no prosperaron debido a la imposibilidad de realizarse el plebiscito para decidir el futuro de Tacna y Arica. En este sentido la firma del Protocolo Billinghurst-Latorre (1898) puso en manos de la Reina de España la decisión de los puntos en disputa entre el Perú y Chile. El documento fue un triunfo de nuestra diplomacia al aceptar Chile la mediación de un país imparcial, en este caso España, que determinaría quiénes tendrían derecho a voto en la región plebiscitada: si los residentes, como sostenía Chile, o los nacidos en la zona, como lo creía el Perú. El plebiscito se celebraría de inmediato al conocerse el fallo arbitral y, quince días después, el país vencido debería abandonar sus pretensiones y el vencedor pagar la indemnización de 10 millones de pesos o soles de 1883. El Congreso peruano aprobó inmediatamente los términos de este tratado internacional, no así el de Chile que lo consideró inaceptable.

Sin embargo el Perú pudo seguir presionando a nivel internacional, era la oportunidad de recuperar por la vía pacífica parte del territorio perdido. ¿Por qué no lo hizo? La razón de esta actitud fue la seguridad de que Argentina y Chile irían a una guerra antes de terminar 1899 por una cuestión de límites en la zona austral de ambos países. Aunque Piérola y otros eran partidarios de la neutralidad por parte del Perú, temían el fervor popular en favor de Argentina. En una eventual derrota chilena, Perú recuperaría no sólo Tacna y Arica, sino todo Tarapacá. Al final argentinos y chilenos resolvieron su problema por la vía diplomática, y el plebiscito siguió en suspenso.

Los últimos meses del gobierno de Piérola no fueron de mucha tranquilidad. El periódico La Opinión Nacional, de clara tendencia cacerista y dirigido por el brillante periodista Andrés Avelino Aramburú, mantenía una oposición bastante crítica al pierolismo. Por su lado Gonzáles Prada había regresado luego de un periplo por Europa y publica Germinal, periódico vocero de su partido, la Unión Nacional, donde desató la más implacable crítica al régimen.

Fue en este ambiente, algo agitado, que se convocaron a las elecciones en 1899. Piérola intentaba mantener una postura unitaria y convoca a una convención civil-demócrata para presentar una fórmula común en el proceso electoral. De este modo, los demócratas quedan facultados a elegir al candidato presidencial y optan por una figura independiente, el ingeniero Eduardo López de Romaña. Los civilistas nombran como primer vice-presidente a Isaac Alzamora, ocupando la segunda vice-presidencia Federico Bresani. Verificados entonces los comicios, López de Romaña logra la Presidencia de la República con relativa facilidad.


Palacio de Gobierno durante la gestión de Piérola

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La Reconstrucción Nacional: el fin del “segundo militarismo”

De esta manera, el accidentado gobierno de Cáceres iba llegando a su fin con las elecciones de 1890. El Partido Civil, que le había quitado el apoyo a Cáceres, lanza la candidatura de Francisco Rosas, y el Partido Constitucional encarga a un militar poco conocido, el coronel Remigio Morales Bermúdez, antiguo compañero de Cáceres en la Campaña de la Breña. La tarea era continuar la obra de Cáceres. Lo acompañaron en su fórmula presidencial Pedro A. del Solar y el coronel Justiniano Borgoño.

Por su parte Piérola, animado por sus partidarios, no tarda en lanzarse como candidato a la presidencia. Cáceres, sin embargo, diseña una maniobra para cerrarle el paso a Palacio de Gobierno: apresó al caudillo acusándolo de haber usurpado la presidencia en 1879 violando la Constitución. Como era de esperarse, apresado Piérola, Morales Bermúdez es elegido Presidente de la República para el período 1890-1894 e inicia un discreto gobierno.

En el plano internacional, inexplicablemente, firma con el Ecuador un tratado, el García-Herrera, en virtud del cual el Perú cedía un enorme territorio, pues Tumbes quedaba partido y se perdía gran parte de Maynas. Aprobado por el congreso ecuatoriano, este tratado, felizmente, no fue aprobado por el peruano. Al mismo tiempo, se vencía el plazo de la retención por parte de Chile de las provincias de Tacna y Arica. El plebiscito, contemplado en el Tratado de Ancón, no pudo realizarse por la demora del gobierno de Santiago en llevar a buen término las conversaciones.

De otro lado, se dieron leyes para proteger la industria y el comercio, se inauguró el camino de penetración al Pichis y se dio impulso a la ingeniería minera. Sin embargo, antes de culminar su mandato, Morales Bermúdez fallece en abril de 1894. Lo sucede el segundo vice-presidente Justiniano Borgoño, quien convoca a elecciones para preparar el retorno a Cáceres a Palacio de Gobierno.

La Coalición Nacional y Nicolás de Piérola: Poco antes de la muerte de Morales Bermúdez, se había formado la Coalición Nacional (marzo de 1894) entre civilistas y demócratas en previsión a cualquier intento de fraude electoral. Ambas agrupaciones respaldaban la candidatura de Nicolás de Piérola, líder del Partido Demócrata.

Pero Justiniano Borgoño convoca a elecciones y solo se presenta la candidatura del general Cáceres. La oposición, es decir la Coalición Nacional, no participa y se organiza para poner punto final al militarismo en el país. Cáceres asume su segundo mandato en agosto de 1894 pero ya no representa la reconciliación nacional que tanto se necesitaba. Al interior del país se empiezan a formar tropas de guerrilleros que no aceptan la legitimidad del nuevo gobierno por considerarlo producto de una serie de intrigas políticas y fraude electoral.

Esto hizo de Nicolás de Piérola, quien se encontraba exiliado en Chile, se embarcara en Iquique en una pequeña embarcación y tomara tierra cerca de Pisco. Desde ese momento asumió el mando de la revolución que avanzó por Chincha, Cañete y Lurín hacia Lima. Mientras tanto en el norte se alzaban los hermanos Seminario y en la sierra central Augusto Durand, todos partidarios de “El Califa”, como llamaban a Piérola.

El 17 de marzo de 1795, los revolucionarios empezaron a entrar a Lima por la calle Malambito. Piérola lo hizo por el barrio de Cocharcas y Durand por el de Santa Ana, en lo que ahora llamamos los Barrios Altos. Finalmente en la Plazuela del Teatro (frente al actual Teatro Segura) los pierolistas establecieron su cuartel general. La lucha fue sangrienta para controlar la Plaza de Armas y asaltar Palacio de Gobierno. Incluso tuvo que intervenir el Nuncio Apostólico, es decir el representante del Vaticano, para lograr que se enterraran los cientos de cadáveres que se encontraban en las polvorientas calles de la capital.

En medio de este dramático panorama de repudio al militarismo, Cáceres no tuvo más remedio que renunciar para evitar más violencia y entregó el poder a una Junta de Gobierno. La Junta estuvo presidida por Manuel Candamo y debía convocar elecciones limpias. Cáceres toma el camino del exilio y Piérola, con una popularidad poyo pocas veces vista en la política peruana, triunfaría y sentaría las bases de la recuperación nacional para el período 1895-1899.


Estaciòn de La Legua (1895)

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La Reconstrucción Nacional: el primer gobierno de Cáceres y el Contrato Grace

Era evidente que para el nuevo gobierno el tema más delicado era el económico. Lo urgente era el arreglo de la deuda externa con los acreedores británicos y el estado peruano no contaba con los recursos suficientes para cancelarla. Además, el país necesitaba capitales para reactivar la economía de exportación que a su vez dependía del arreglo definitivo de la deuda externa. Grave callejón sin salida.

La deuda externa, producto de los préstamos que gestionó Balta en 1869, 1870 y 1872, bordeaba los 51 millones de libras esterlinas. Esa astronómica suma contrastaba con los ingresos totales del Perú que apenas llegaban a los 8 millones de soles. La bancarrota era total y la deuda era, técnicamente, impagable. Por ello, se firmó el controvertido Contrato Grace (1889) con el empresario británico Miguel P. Grace, representante del Comité de Tenedores de Bonos del Perú, es decir, nuestros acreedores.


Miguel P. Grace

Los términos del arreglo no pudieron ser más ventajosos para los británicos. El Perú les entregó el usufructo de sus ferrocarriles por 66 años y el derecho de explotar 3 millones de toneladas de guano a cambio de la cancelación de la deuda y de un fuerte empréstito. También se les otorgaba el privilegio para explotar centros mineros en Huancavelica, el petróleo de Piura, los derechos de navegación a vapor en las vías o lagos navegables, la exportación del carbón en Ancash y el derecho de fundar colonias en la selva amazónica, entre otras concesiones.

En virtud del contrato se formó, en 1890, la Peruvian Corporation encargada de administrar los puntos del arreglo. Cáceres pagó un precio muy alto para su firma. Tuvo la necesidad de convocar a tres legislativas extraordinarios y expulsar a los diputados opositores para que el Congreso ratificase sus términos. Pero el autoritarismo presidencial llegó más allá. Decidido a terminar con la oposición, Cáceres no dudó en recortar las libertades al cerrar periódicos, deportar y apresar a sus enemigos políticos.

Sin duda, este fue el punto de inicio del desprestigio político del Héroe de la Breña, descrédito que llegó a su punto más dramático cuando en 1895 una sangrienta guerra civil lo derrocó cuando pretendía ocupar la Presidencia de la República por segunda vez.

Regresando al tema económico, el arreglo de la deuda externa permitía al Perú reordenar su modelo económico con el fin de explotar, esta vez con mano de obra nativa, los recursos naturales y orientarlos a la exportación. Esta nueva estrategia quedó consolidada durante las dos primeras décadas del siglo XX. Por el momento, hasta 1895, la plata, el azúcar y el caucho, en este orden, fueron los principales productos que reflejaron la nueva forma de organización de la economía de exportación peruana. El guano quedaba en el pasado.

Pero el escándalo desatado por el arreglo con Grace no impidió que el país fuera observando ligeras mejorías en su economía y otros aspectos internos. En abril de 1888 se instala la primera Junta General de la Cámara de Comercio de Lima; luego se instalarían la del Callao y Arequipa. Se funda también la Sociedad de Agricultura y Minería. El 11 de noviembre de 1889, un grupo de miembros de la pujante colonia italiana funda el Banco Italiano, entidad que hoy lleva el nombre de Banco de Crédito del Perú. Al mismo tiempo, se asientan algunas compañías de Seguros, casi todas inglesas y alguna alemana como la Nacional Prusiana. La participación peruana en este sector sólo se inició en 1895.

También durante este primer gobierno cacerista se fue instalando en diversos puntos del país el servicio telefónico (1886) y se inaugura en Lima el alumbrado público. Asimismo, una ligera preocupación por el tema educativo se demostró con la Ley de Instrucción de 1888 y la apertura de varias escuelas-talleres para los jóvenes que quisieran aficionarse a los trabajos técnicos.

En el campo de la defensa nacional poco es lo que pudo hacerse por la falta de dinero. Fracasado un intento de reforma del ejército, la Escuela Militar sólo pudo abrir sus puertas en diciembre de 1889. La mayor parte de los militares no pudo recibir puntualmente sus sueldos y solo gracias a un pequeño ahorro estatal, se logró adquirir la cañonera Lima, primera unidad de la nueva escuadra, pues lo últimos barcos habían sido hundidos por sus propios tripulantes en el Callao en enero de 1881, evitando así que fueran capturados por el enemigo.


Vías ferroviarias de la Peruvian Corporation (Cuzco, década de 1920)

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La Reconstrucción Nacional: la guerra entre Iglesias y Cáceres

Finalizada la guerra con Chile, una Asamblea Constituyente reunida en Lima ratificó en el mando a Iglesias como “Presidente Provisorio”, cargo que desempeñó desde 1883 a 1885. En virtud de tal condición intentó sacar al país adelante con los pocos recursos existentes y con la tenaz oposición de Cáceres.

A nivel cultural, se reabrió el antiguo Colegio de Guadalupe, bajo la dirección del eminente maestro Pedro A. Labarthe, y el tradicionalista Ricardo Palma inició la reconstrucción de la Biblioteca Nacional luego del saqueo chileno. Esta fue sede de la caballería invasora, usándose sus estantes como improvisados comederos, y sus cuantiosa colección fue embarcada a la Biblioteca Nacional de Santiago. Por ello, Palma inició la penosa y lenta tarea de reabrir nuestra principal biblioteca. Pidió donaciones de libros y revistas del exterior así como aportes valiosos de coleccionistas particulares. Otro acontecimiento, esta vez cargado de violencia, se desató en el Callejón de Huaylas (Ancash) con la rebelión indígena de Atusparia.

Pero los días estaban contados para el gobierno de Iglesias. En agosto de 1884 las tropas caceristas atacan Lima hasta tomar Palacio de Gobierno semanas después. El 3 de diciembre Iglesias tuvo que dimitir. Asumió temporalmente el mando Antonio Arenas, presidente del Consejo de Ministros. Convocadas las elecciones distintas fuerzas políticas presentaron la candidatura de Cáceres patrocinada por su nuevo partido, el Constitucional. También lo apoyan los civilistas que no presentan candidato.

Nicolás de Piérola y su partido, el Demócrata, se oponen al proceso electoral por considerar un excesivo favoritismo del gobierno transitorio a la candidatura de Cáceres. Este será el comienzo de otra rivalidad que siguió ensangrentando al Perú al finalizar el XIX; una nueva guerra civil se veía en el horizonte. La candidatura de Cáceres sería aclamada mayoritariamente. El nuevo gobierno inaugura sus funciones en junio de 1886 y, según la constitución vigente, la de 1860, debía durar cuatro años.


Biblioteca Nacional del Perú en el siglo XIX

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La Reconstrucción Nacional: introducción

Este período empieza con lo que Jorge Basadre llamó el “Segundo Militarismo” pues los militares vuelven a ocupar la presidencia, ahora en una coyuntura adversa: la derrota en la guerra. Aunque suene contradictorio, se da una situación inversa a la del período posterior a la Independencia. Estos caudillos son los vencidos, pero son los únicos que tienen la fuerza suficiente para ejercer el poder ante la situación tan vulnerable en que quedó la clase política luego de la derrota ante Chile.

El país se encontraba dividido. Los “hombres de Montán”, secundaban a Iglesias, y “los de kepí rojo” al héroe de la Breña, el general Cáceres. Ambos bandos eran irreconciliables. El problema había surgido por la condiciones estipuladas en el Tratado de Ancón.

Este militarismo estuvo marcado por los gobiernos de Iglesias, Cáceres y Morales Bermúdez. Culmina en 1895 cuando los civiles, ya reorganizados y cansados del militarismo, expulsan del poder a Cáceres que lo ocupaba por segunda vez. Tras esta sangrienta guerra civil, Nicolás de Piérola asume la presidencia.

En este difícil período el Perú tenía que recuperarse de la derrota ante Chile. Si antes de 1879 el país estaba ya quebrado imaginemos ahora la situación. Había que empezar de la nada. Los años dorados y engañosos del guano habían pasado, era necesario reorientar el modelo económico y llevar un manejo de la economía con criterios técnicos y no derrochadores.

Pero este modelo no podía iniciarse sin arreglar el espinoso problema de la deuda externa. Cáceres tuvo que afrontarlo y lo “solucionó” al firmar el polémico Contrato Grace en 1889. Recién desde ese momento se pudo dar el marco adecuado para fomentar la inversión, tanto nativa como extranjera.

Afortunadamente, a partir de la década de 1890 la coyuntura internacional estuvo de nuestro lado. Los precios de algunos de nuestros principales recursos naturales subieron: azúcar, algodón, cobre y caucho. Con su exportación se inició la recuperación nacional, especialmente del sector privado y de la clase política. De esta manera el militarismo llegaba a su fin y Piérola inauguraba una época de gran expectativa nacional: el gobierno de las instituciones y no el de los caudillos.

La intensa actividad privada empezó a transformar el país. La agricultura de la costa se modernizó, en Lima surgieron las primeras fábricas y se recuperó el sistema bancario. Aparecen los primeros obreros y se forma una pequeña clase media. No había duda de que el Perú entraba con paso seguro al siglo XX.


La fragata “Lima”, primera nave de la escuadra peruana luego de la Guerra del Pacífico

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La Guerra del Pacífico: la paz y sus consecuencias

En medio del desastre moral y la destrucción material, Miguel Iglesias firma con el enemigo el Tratado de Ancón el 20 de octubre de 1883. Fue rubricado por los comisionados peruanos José Antonio de Lavalle y Mariano Castro Saldívar; por parte de Chile, firmó el plenipotenciario Jovino Novoa.


El presidente Miguel Iglesias

El el documento se establecía la cesión definitiva a Chile de la provincia salitrera de Tarapacá, así como la entrega de las provincias de Tacna y Arica por un período de 10 años. Al término de dicho plazo, las poblaciones de ambas localidades debían ser llamadas a un plebiscito si aceptaban integrarse definitivamente a Chile o si por el contrario deseaban su retorno al Perú.

Como si esto fuera poco, el Perú debía desembolsar a Chile una fuerte cantidad de dinero por indemnización de guerra. El Tratado fue aprobado por Iglesias el 22 de octubre en el balneario de Ancón; de este modo, empezó la lenta desocupación del territorio por parte de las fuerzas chilenas.

En efecto, desde principios de 1884, se fueron retirando las tropas chilenas y, en agosto de dicho año, los últimos batallones desocuparon totalmente el Perú. El último en retirarse de los alrededores de Lima fue el “Tercero de la línea”, que se embarcó en el Callao; y de Puno y Arequipa, el “Lautaro”, que se trasladó en trenes a Mollendo y de allí se embarcó de regreso a Chile; y un escuadrón de “Carabineros de Yungay”, que se retiró a Tacna por tierra.

Los batallones que llegaban a Chile se iban disolviendo en las provincias en que habían sido formados. Como gratificación, se les dio tres meses de sueldo para comprarse trajes civiles. El 18 de setiembre de ese año, se efectuó en Santiago y provincias el reparto de las condecoraciones que se habían otorgado a los combatientes.


Regreso de las tropas chilenas a Valparaíso

Para Chile, efectivamente, se trataba de un triunfo vital en favor de su hegemonía en el Pacífico Sur; según ellos, la guerra la habían preparado Perú y Bolivia desde la firma del tratado secreto de 1873. Para el Perú, la pesadilla aún no terminaba: Andrés A. Cáceres no aceptaba las condiciones de la paz con Chile y se declaraba enemigo político de Iglesias. Se iniciaba así, en forma estéril, otra guerra civil para el Perú, como si la destrucción ocasionada por el ejército enemigo no hubiera sido suficiente.

No había escuadra, pues los últimos barcos fueron hundidos en el Callao para que no caigan en manos del enemigo. Tampoco había dinero, ni salitre, ni crédito externo. Se habían destruido muchas haciendas, ingenios, industrias, líneas ferroviarias, pueblos enteros, fortunas individuales y familiares. El comercio se hallaba interrumpido y la crisis fiscal (falta de recursos) era intolerable para cualquier Estado. Lo peor aún era la derrota moral, el desánimo y la frustración colectiva.

En 1939, el poeta y escritor Luis Fernán Cisneros recordaba el ánimo de los miembros de la gente de su época cuando finalizó la guerra: Los hombres de mi generación crecieron bajo un signo sombrío. El Perú, salido de una guerra internacional de cuatro años, cargaba entonces el amargor del desastre. Hondas cavilaciones llenaban el cielo y silenciaban los pasos. Por culpa de la catástrofe, o faltaban muchos de nuestros padres o escaseaba el pan en nuestra mesa. Nos amamantamos tal vez en pechos sollozantes e hicimos una niñez de estricta fatalidad biológica: niños que se juntaban en las aulas bajo la vigilancia de maestros revestidos de una tristeza austera; niños que repetían versos encendidos de desagravio; diálogo con los libros en el silencio de las casas o en la quietud de las plazuelas, entretenimientos simples y candorosos; adolescencia pasiva, impuesta por el monólogo mental de quienes nos rodeaban; emoción difusa pero penetrante, quizás contaproducente y seguramente inútil.

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La Guerra del Pacífico: la vida económica

Al estallar la guerra, el gobierno de M.I. Prado redujo el pago de las pensiones y todo lo que significaban gastos pasivos. Los empleados públicos, por su lado, renunciaron a un porcentaje de sus remuneraciones y se dispuso crear contribuciones personales extraordinarias a todos los peruanos, a los que se sumaron muchos residentes extranjeros. También se crearon otros impuestos prediales y de patente industrial, y se gravó la exportación del azúcar. Sin embargo, aún no estamos en capacidad de saber a cuánto ascendió la contribución de guerra en las poblaciones urbanas, especialmente en Lima. Hubo también donativos en joyas y otras especies.

El estado acudió al languidecido sector bancario que donó un millón de soles. Como no era suficiente, Prado intentó levantar un préstamo con los bancos Del Perú, Providencia, Garantizador y Territorial Hipotecario que ascendió a casi 900 mil soles. Quedó a cargo del Congreso definir el programa de devolución. También el Banco de Londres, México y Sud América entregó un millón y medio de soles pero exigió una garantía más precisa: objetos de arte y joyas de las iglesias. Por ello, el arzobispo de Lima entregó toda la platería, excepto lo indispensable para el mantenimiento del culto. Según Jorge Basadre, los donativos o préstamos internos, alcanzaron los 6 millones de soles en diciembre de 1879.

Asimismo, luego del sacrificio de Grau en Angamos, hubo otros donativos para comprar por lo menos un buque blindado. Aquellos fondos fueron enviados a Europa para realizar las gestiones pertinentes que, como sabemos, fracasaron.

Sin embargo, todos estos esfuerzos o medidas de emergencia, al margen del sincero desprendimiento ciudadano, no pudieron ordenar las finanzas públicas ni restablecer el crédito externo. Durante la Campaña de Lima, por ejemplo, Piérola dictó algunas medidas económicas: un nuevo arreglo con Augusto Dreyfus, el establecimiento de un nuevo sistema tributario y la emisión de una nueva moneda, el Inti de Oro.

Este nuevo sistema monetario de emergencia, basado en el patrón oro, vino a reemplazar al Sol metálico, acuñado en plata, y al Sol del billete fiscal, emitido por el estado para reemplazar a otro billete puesto en circulación por los bancos privados desde 1875. Su creación respondió a la necesidad de obtener fondos para solventar los gastos del conflicto y sanear la economía. El “Inti” apareció en 1880 y se acuñó hasta 1883. A pesar de su corta vida, sostuvo el gobierno de Piérola, tanto en Lima como en Ayacucho, y cubrió los gastos de Cáceres en la Campaña de la Breña.

Pero nada de esto tuvo un efecto real, por lo menos a nivel nacional. Luego de la ocupación de Lima, los invasores intentaron por todos los medios anular todo desarrollo de la vida económica para dejar sin recursos al estado peruano, pues de esa manera se vería forzado a firmar una paz sin condiciones. Recordemos que esta fue una de las “tareas” de las expediciones de Lynch antes y después de la captura de Lima. Dicho en otras palabras: evitar que el Perú ofrezca una indemnización millonaria en lugar de entregar territorios.

Por ello, cada quien tuvo que poner a buen recaudo sus intereses, como los hacendados norteños o los gamonales de la sierra central. Todos ellos se vieron obligados a pagar fuertes cupos de guerra al invasor para intentar, a veces sin éxito, proteger sus propiedades. Estos cupos, ya sea en dinero o en productos, impuestos arbitrariamente por los invasores, de acuerdo a unas listas confeccionadas sin tener en cuenta la verdadera capacidad económica de los afectados, ahondaron la crisis económica. Significó la postración económica ya no solo del Estado, sino del sector privado.

De esa sangría económica solo pudieron salvarse aquellos comerciantes o hacendados de origen extranjero quienes izaron sus banderas nacionales para no ser “alcanzados” por los cupos de guerra. No por casualidad fueron esas familias las que coparon, luego de la guerra, las principales actividades productivas como la agricultura y la minería.


Calle de Santo Domingo (Lima) durante la ocupación chilena

(Museo Virtual de la Guerra del Pacífico)

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La Guerra con Chile: la participación campesina

Recientes estudios, principalmente sobre la sierra central, nos revelan que los campesinos indígenas adoptaron una actitud nacionalista y consecuente frente a la guerra. Esto lo escribimos pues hubo historiadores, principalmente de finales del siglo XIX y comienzos del XX, que sostuvieron que los culpables de la derrota fueron los indígenas porque no tenían sentido de patria.

Según esa perspectiva, los indios aprovecharon la guerra para enfrentarse a los blancos, indistintamente de que fuesen peruanos o chilenos. Es más, se afirmó que durante la guerra se originó un enfrentamiento de todos contra todos: chinos contra negros, indios contra blancos, cholos contra todos los demás, etc. Esta versión tuvo acogida pues tenía una historia muy larga. Un testimonio de Ricardo Palma, dos semanas después de la derrotas en San Juan y Miraflores, en una carta dirigida a Piérola, decía que los culpables del triunfo chileno eran los indígenas por su falta de patriotismo.

A diferencia de lo que se pensaba antes, ahora se sabe que los campesinos indígenas del valle del Mantaro, por ejemplo, continuaron peleando incluso cuando los hacendados ya habían pactado con los invasores, y que en un determinado momento, estos hacendados llegaron a aliarse con los chilenos para combatir a las fuerzas de Cáceres. Recordemos que en sus “Memorias”, el jefe de la Campaña de la Breña menciona que algunos peruanos sirvieron como guías en el ejército chileno durante la etapa final de la Resistencia, Incluso, luego de la derrota en Huamachuco, colaboraron en el “repase” de los heridos.

A partir de esta perspectiva, el historiador Nelson Manrique distingue cinco momentos distintos en el comportamiento del campesinado indígena a lo largo de la Guerra con Chile:

1º Cuando se declara la guerra, los indios vieron el conflicto como cualquier otro que vieron anteriormente. Recordemos que desde la Independencia los indios eran movilizados por cualquier caudillo militar en favor de su campaña para conquistar el poder. Ahora, en 1879, se enrolan como antes, y no sintieron mayor diferencia.

2º Pero esto empezó a cambiar durante la Campaña de Lima. Piérola tuvo que llamar, para defender la capital, a muchos terratenientes de la sierra que formaron batallones con los indios de sus haciendas. Entonces, llegan a Lima batallones completos que tienen como oficial al hacendado o gamonal y como soldados a los peones de las haciendas. Por ello, en enero de 1881, ya se ve un tipo de lealtad en la conciencia campesina.

3º En esta etapa, las tropas chilenas invaden la sierra central y ocurren hechos que influyen decisivamente en el campesinado. Es importante señalar que en esta zona lo dominante eran las comunidades campesinas libres. Por lo tanto, los indios son pequeños propietarios o campesinos dependientes que son golpeados. Los invasores les quitan el ganado y violan a sus mujeres.

Esto produce una respuesta masiva y Cáceres lo que hace es darle una dirección militar. Esa fue la esencia de la Campaña de la Breña. Entonces, en este tercer momento, se desarrolla una conciencia nacional antichilena radical, es decir, un nacionalismo que surge no tanto porque la situación de un blanco y de un indio sea similar en esta época en el Perú, sino porque un chileno es más diferente y hay mayores diferencias con el enemigo.

4º Esta etapa corresponde a la actitud de los terratenientes que abandonan la lucha y deciden colaborar con los chilenos pagándoles cupos de guerra para no ver destruidas sus haciendas. Es entonces que hay una movilización contra los terratenientes desencadenada por Cáceres, que los indios no la ven como antiterrateniente sino como nacionalista. Los atacan no porque sean terratenientes, sino porque los consideraban “traidores”.

5º Al final de la guerra, Cáceres decide romper su alianza con los campesinos. El “Héroe de la Breña” entiende que la guerra ha terminado y trata de disputar con Miguel Iglesias la presidencia. Ya los campesinos no le son necesarios. Lo que requiere para llegar el poder es ganarse el apoyo de los terratenientes, ya no de los indios. Ahora los gamonales presentan algunas reivindicaciones básicas en ese momento: uno, el desarme de los campesinos; y dos, la recuperación de las haciendas invadidas. Desde este momento, la conciencia del campesinado se va a convertir en antiterrateniente.


Andrés A. Cáceres, lídel de la Campaña de la Breña

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