La “era del guano”: la nueva elite

Para Jorge Basadre, fue en esta época de bonanza en la que que apareció una “plutocracia” del dinero -en su mayoría comerciantes- bien diferenciada de los descendientes de la aristocracia virreinal que, en su mayoría, eran terratenientes. Es decir, que la vieja clase alta debió adaptarse a una sociedad donde el dinero, y no los títulos o los apellidos, empezaba a dominar.

Otros han propuesto hablar de una clase “rentista” (Shane Hunt), es decir, una sociedad conformada por un reducido círculo de familias muy ricas, amantes del lujo, pero sin espíritu empresarial. La riqueza de estas familias, todas consignatarias del guano, se formó sin esfuerzo tecnológico o creativo alguno y manteniendo, por esta razón, una alta tasa de desempleo. Esto se refiere a que al guano era extraído de las islas de Chincha por un puñado de apenas 600 o 700 trabajadores, en su mayoría chinos, con picos y palas, es decir, con una tecnología muy simple, no sofisticada. Y ese puñado de trabajadores extraía un recurso que estaba allí, no había buscarlo en las profundidades o hacerlo crecer. La inversión para extraerlo era mínima, a diferencia de la minería o la agricultura. Y esos pocos trabajadores, con instrumentos rudimentarios, financiaban más de la mitad de los ingresos del estado. Por último, para satisfacer su consumo suntuoso, a esta clase no le hacía falta crear más industrias o puestos de trabajo.

Desde otra perspectiva, se ha mencionado que estos empresarios del guano no pudieron convertirse en una “burguesía nacional” como consecuencia a su vez de la carencia de un mercado interno; así se explicaría el atraso del surgimiento del capitalismo en el Perú (Heraclio Bonilla). Esta nueva élite no creó una “industria nacional” con sus ganancias, se dedicó al mero comercio especulativo y cuando colocó parte de sus capitales en la producción y exportación de caña y algodón, por ejemplo, fue para convertirse en una clase rentista que se benefició contratando una mano de obra asalariada pero no capitalista (como los coolíes chinos quienes trabajaban en condiciones serviles) y para someterse a los precios de un mercado mundial que escapaba a su control. De esta forma, la mayoría de los integrantes de esta élite guanera era muy dependiente del mercado externo y no pudo elaborar un verdadero proyecto de desarrollo nacional.

Lejos de polémicas, lo cierto es que el estado peruano entregó, a través del pago de la deuda interna, parte de los beneficios del guano en manos de empresarios peruanos y así ayudó a formar una clase local de hombres de negocios.
Sin embargo, este grupo beneficiado, y que a partir del segundo gobierno de Castilla tuvo en sus manos el negocio guanero, se dedicó a gastar sus ganancias en pagar la importación de artículos de lujo, y en el caso de empresarios extranjeros invertir sus dividendos en sus países de origen. De esta forma, no surgió una industria nacional pues los nuevos ricos compraban de fuera todo lo que necesitaban. Los artesanos no recibieron beneficio alguno del guano.

Pero esta nueva élite no sólo importó de Europa artículos de lujo, sino también una buena dosis de ideología liberal y un nuevo estilo de vida a imagen y semejanza de las burguesías francesa o inglesa. Es decir, ella misma se modernizó pero no le interesó difundir los nuevos valores al resto de la población. Se reservó para sí la “modernidad” y mantuvo una visión aristocrática de la sociedad. No es difícil concluir, entonces, que la “era del guano” contribuyó a acentuar más la distancia entre la élite y una mayoría que siguió viviendo en un mundo tradicional y arcaico.


Plaza de Armas de Lima a mediados del siglo XIX

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