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La independencia del Perú: la participación popular

El ejemplo más notorio de la actuación del pueblo en favor de la independencia fue el de los montoneros . Se trató de bandas de guerrilleros que operaron en la sierra central y en la sierra de Lima entre 1820 y 1824. En su mayoría eran criollos y mestizos de clase media o de modesta fortuna que habían sufrido saqueos o castigo por parte de los realistas y ahora buscaban venganza al lado de los patriotas apoyando la independencia.

Fueron decisivos, por ejemplo, en su apoyo a San Martín. Ellos cercaron las vías de comunicación entre Lima y la sierra central lo que obligó, en buena medida, el retiro de La Serna al Cuzco al no poder mantener a su ejército. Meses antes también apoyaron la incursión de Álvarez de Arenales en la zona en una campaña proselitista llamando a la gente en favor de la independencia.

Mal armados y con escasa formación militar, estos guerrilleros siempre hostigaron a las fuerzas realista. El problema es que también se les unieron bandidos y malhechores que aprovecharon el desorden interno para poder robar. Operaban en grupos de entre cincuenta y cien hombres desgastando a los realistas e impidiendo varias veces que Canterac atacara Lima. Se trataba de gente anónima y sus líderes más conocidos fueron Francisco Vidal, Gaspar Huavique, José Urbiola, Baltazar Orrantia, Ignacio Ninanvilca y el oficial argentino Isidoro Villar a quien San Martín nombró comandante en jefe de las guerrillas de la sierra.

Muchas veces estos montoneros actuaron por su cuenta. Les faltó coordinación con los patriotas e internamente estuvieron siempre divididos. No era fácil cohesionar bandas compuestas por gente de diverso origen racial y fortuna personal. Pero de todas formas, a pesar de estos problemas, los guerrilleros fueron el aporte más decisivo de los “cholos” o “peruleros” -como despectivamente los llamaban los argentinos y colombianos- a la causa independentista.

Tampoco podemos olvidar que fueron cabildos abiertos, es decir, asambleas populares, las que juraron la independencia de Tumbes, Piura, Lambayeque, Jaén y Moyobamba (Maynas). Desde Moyobamba llegaron donativos de toda especie y hombres que pasaron a las filas del ejército libertador. El entusiasmo popular por la independencia fue notorio en casi todos los pueblos, villorrios y comarcas rurales del norte peruano. Recordemos que el primer pueblo en proclamar su independencia fue Supe el 5 de abril de 1819 tras una de las expediciones marítimas de Lord Cochrane.

También debemos citar que sin la ayuda en dinero, especies y hombres que envió el pueblo de Trujillo la expedición de San Martín hubiera sido un verdadero fracaso. En la sierra también hubo campesinos indígenas que donaron sus jornales y productos agropecuarios para financiar y abastecer la campaña libertadora. Muchos de estos donativos se hicieron de forma libre, sin ningún tipo de coacción . Dato curioso, por ejemplo, es el caso de los campesinos de Huamachuco que entregaron al tesoro nacional la producción de sus haciendas de Tulpo y Yamobamba.

De otro lado, fue destacable la actuación de la mujer en favor de la independencia. En su mayoría colaboraron enviando correspondencia entre los patriotas; por ello, muchas fueron fusiladas o tomadas prisioneras por los realistas. Ya desde los tiempos de Abascal, por ejemplo, podríamos citar a Brígada Ochoa de Silva en Lima (luego sería condecorada por San Martín), Juana Noin en el Cuzco, Magdalena Centeno en Arequipa y Juana Toribia Ara en Tacna. Ya en tiempos de la independencia María Parado de Bellido fue fusilada en Ayacucho por no querer denunciar a los patriotas que conocía. Por las mismas razones encontraron la muerte Emeteria Ríos de Palomo en Canta, Paula Huamán en Tarma y Eufrasia Ramos en Jauja. En Concepción (Junín) la humilde Bonifacia Pando fue condenada a sufrir 200 azotes junto al ajusticiado cadáver de su esposo, el patriota Paulino Monje.

Uno de los mártires emblemáticos de la guerra fue el humilde pescador chorrillano José Olaya Balandra. Parece que recibía correspondencia vinculada a Sucre en el Callao y en su barca la llevaba a Chorrillos desde donde la pasaba a Lima en su cesta llena de pescado. Sometido a tormento por los realistas se negó a confesar para quiénes iban dirigidas las cartas. Por ello, fue fusilado por órdenes del español Rodil en el callejón de Petateros (hoy pasaje Olaya, al lado de la Plaza de Armas) el 29 de junio de 1823.


José Olaya Balandra (óleo de Gil de Castro) Sigue leyendo

La independencia del Perú: el país hacia 1821

Al momento de su separación de España, el Perú contaba con poco más de un millón de habitantes. Los indios eran más de la mitad, un 58%; los mestizos el 22%; y los negros, en su mayoría esclavos, el 4% de la población; la gente de “color libre” también bordeaba el 4%. Los blancos, tanto peninsulares como criollos, eran poco más del 12% y vivían básicamente en la costa y en algunas ciudades del interior como el Cuzco o Huamanga.

Lima tenía unos 64 mil habitantes. Eran pocos si consideramos que Ciudad de México contaba con 130 mil, pero más que Santiago de Chile con 10 mil y Buenos Aires con 40 mil. La capital de los virreyes era la sede no solo de la alta burocracia sino también de la clase alta o aristocracia. Como anota Alberto Flores Galindo, durante el periodo colonial, en Lima se otorgaron 411 títulos nobiliarios, volumen lejanamente seguido por los 234 de Cuba y Santo Domingo y los 170 de México. En la ciudad reside, sin exageración alguna, la elite virreinal más numerosa e importante de Hispanoamérica, sustentada en las actividades mercantiles. Si desagregamos su población en razas, tenemos que en Lima vivían 18 mil españoles (más peninsulares que criollos), 13 mil esclavos y 10 mil habitantes de “color libre”; el resto eran indios que habitaban el su barrio o reducción llamado “El Cercado”.

Pero la raza o color de la piel no eran los únicos criterios de diferenciación social. Existían profundas divisiones de orden social y económico. Es cierto que la clase alta era inevitablemente blanca pero, por ejemplo, no todos los indios eran culturalmente indios. Un testigo de esa sociedad, Concolorcorvo, decía que si un indio se aseaba, se cortaba sus cabellos, se ponía una camisa blanca y tenía un oficio útil, podía pasar por cholo: Si su servicio es útil al español, ya le viste y calza, y a los dos meses es un mestizo en el nombre. Como anota John Lynch, los propios mestizos no eran el único grupo social; según su educación, trabajo, modo de vida, podían aproximarse a los blancos o a los indios. Los mulatos y otras castas sufrían incluso una discriminación peor que los mestizos: se le prohibía vestir como blancos, vivir en distritos blancos, casarse con blancas (os), y tenían sus propias iglesias y cementerios. Pero ni siquiera le gente de color estaba inmutablemente clasificada según su raza; el avance económico podía asegurarles una situación de blancos, bien “pasando” por tales o mediante la compra de un certificado de blancura. Como vemos, los criterios culturales, raciales y económicos se entremezclaban en una sociedad en plena transición al momento de la independencia.

La clase alta, cuyo poder y prestigio le venía por su posesión de haciendas, títulos nobiliarios, cargos públicos o empresas comerciales se aferró siempre a sus privilegios. Una institución, el Tribunal del Consulado, la representaba. Era natural que pretendiera no perder el poder que ejercían sobre un vasto territorio como el Virreinato peruano. España le garantizaba esa hegemonía por lo que no veían la necesidad de la independencia. Además, sentían temor ante una eventual sublevación popular que amenazara su dominio; los levantamientos de Túpac Amaru (1780) y Mateo Pumacahua (1814) la habían puesto en alerta. Por ello, la presencia del ejército realista les garantizaba el orden. En Lima, además, se temía una rebelión de esclavos negros tal como aconteció en Haití en 1797.

Por ello, muy pocos aristócratas, como Riva-Agüero o el Conde de la Vega del Ren, tuvieron sentimientos separatistas. Los criollos más ilustrados -como Baquíjano y Unanue, antiguos redactores del Mercurio Peruano– sólo demandaban una reforma para hacer menos intolerante el gobierno de los borbones. El resto estaba monolíticamente en favor de la Corona tal como lo demostraron los cuantiosos préstamos que hacían los miembros del Tribunal del Consulado a los virreyes para combatir cualquier intento separatista o subversivo .

Pero el panorama cambió para esta elite hacia 1820. Ese año, el general Riego dio un golpe de estado en España y obligó a Fernando VII a restablecer la Constitución liberal de 1812. Cuando la aristocracia peruana se enteró de estos acontecimientos muchos de sus miembros sintieron una profunda inseguridad y un gran temor ante el triunfo de liberalismo en la Península. Fue a partir de ese momento que sintieron la decisión de guardar sus privilegios pero esta vez apoyando al ejército libertador. San Martín y Bolívar podían otorgar las garantías para conservar el orden ya que España estaba cada vez más lejos. Pero esto no quiere decir que toda la elite apostó por la independencia en un mismo momento. La terrible decisión fue gradual y hubo un grupo importante que permaneció tercamente fidelista hasta el final.

Con todo, los largos años de dudas e indefiniciones le costaron caro a estos aristócratas. Perdieron mucho dinero financiando la contrarrevolución. Incluso prestaron su flota mercante a los virreyes para convertirla en buques de guerra. Por ello, cuando las tropas de San Martín llegaron capturaron estos navíos limeños y el Callao fue cediendo poco a poco su antiguo dominio del Pacífico sur.


Lima en el siglo XIX (Juan Bromley)

La aristocracia indígena era prácticamente inexistente. Ya no había curacas pues el cargo había sido abolido luego de la rebelión de Túpac Amaru. Cuando llegaron los ejércitos libertadores no había descendientes de los incas reconocidos legalmente, por lo que San Martín y Bolívar tuvieron que negociar con la élite blanca. El proyecto de instalar una monarquía bajo un soberano de sangre incaica era imposible.

Es evidente, de otro lado, que la Iglesia como institución jugó un papel importante durante estos años. La mayor parte de su jerarquía era fidelista aunque, en un primer momento, se tranquilizó con la moderación de San Martín quien apreció en todo momento el valor del catolicismo como elemento integrador de la sociedad. Así lo notó el entonces arzobispo de Lima, Bartolomé de las Heras, al conocer las intenciones del Libertador. Al interior del país, los párrocos y lo que podríamos llamar “bajo clero”, apoyaron en su mayoría la causa independentista. Muchos de ellos eran criollos y también mestizos.

Hubo el caso del arzobispo de Arequipa, José Sebastián de Goyeneche, que se mantuvo fidelista hasta el final. Hasta 1835 fue el único obispo peruano reconocido por Roma ya que el papa León XII había ordenado a los americanos la obediencia a Fernando VII. Recordemos que el Vaticano no reconoció la independencia de estos países hasta bien avanzado el siglo XIX. Con todo, habría que decir que con las guerras la Iglesia intentó defender sus propiedades y privilegios tradicionales. También dio algunos políticos como Toribio Rodríguez de Mendoza o Francisco Javier de Luna Pizarro quienes junto a otros sacerdotes integraron el primer congreso peruano.


Arzobispo de Arequipa José Sebastián de Goyeneche y Barreda

De otro lado, en vísperas de la independencia la economía no andaba del todo mal. Es cierto que había una crisis agrícola, sobre todo en la costa, que se arrastraba del siglo XVIII, pero la minería y el comercio pasaban por un relativo auge. Si bien las reformas borbónicas afectaron los intereses de los comerciantes limeños todavía controlaban los mercados del Perú, el Alto Perú, y en cierta medida los de Santiago y Quito. La minería, por su parte, se había recuperado gracias a la producción de plata en los yacimientos de Cerro de Pasco, Hualgayoc (Cajamarca) y Huantajaya (Tarapacá).

Pero esta economía aparentemente estable empezó a desplomarse por la revolución independentista:

En primer lugar, los comerciantes del Tribunal del Consulado empezaron a desfinanciarse por la cuantiosa ayuda que tuvieron que hacer a la contrarrevolución desde los tiempos de Abascal. La Corona nunca devolvió los préstamos.

En segundo lugar, la misma guerra destruyó muchos centros productivos como minas, obrajes y haciendas.

En tercer lugar, la población, tanto los de mayor fortuna como los más pobres, tuvo que dar cupos de guerra durante los 6 años que duró la lucha. Recordemos que durante este tiempo dos ejércitos -unos 20 mil hombres- transitaban por el país. A ellos había que alimentarlos, vestirlos, armarlos y pagarles. El dinero y los productos para sostenerlo salieron de los propios peruanos.

Cabe mencionar que España nunca ayudó económicamente al ejército realista. Realmente la guerra fue una sangría económica para el Perú, una situación de la que tardaría muchos años en recuperarse.

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La independencia del Perú: los acontecimientos

La Corriente Libertadora del Sur o etapa sanmartiniana.- San Martín llegó al Perú cuando era virrey Joaquín de la Pezuela. Venía desde Valparaíso (Chile) con un ejército formado por unos 4.500 hombres y esperaba levantar aquí otro de 15 mil patriotas . El jefe de su escuadra era el experimentado marino británico lord Thomas Cochrane. Desembarcó en Paracas el 20 de setiembre de 1820 y en Pisco hizo su primer llamado a los peruanos para unirse con él a la causa independentista.

Venía como un verdadero libertador, no para conquistar por las armas el Perú sino para ganar una guerra de ideas. Por ello, alguna vez se preguntó: ¿Cuánto puede avanzar la causa de la independencia si me apodero de Lima, o incluso del país entero, militarmente?… Quisiera que todos los hombres pensaran conmigo, y no quisiera avanzar un paso más allá de la marcha gradual de la opinión pública. ¿Estaba en lo cierto? Lamentablemente, el tiempo no le daría la razón.

Por ese entonces, España había caído nuevamente en crisis. Desde Cádiz el general Riego encabezó un golpe liberal contra Fernando VII que reimplantó la Constitución liberal de 1812. Para la aristocracia criolla, en su mayoría conservadora, esto era una pésima noticia. El liberalismo -con sus postulados de igualdad social, tolerancia de ideas y libertades políticas- era sinónimo de desgobierno y atentaba contra el orden y la estabilidad. España estaba cada vez más lejos y ya no podía garantizar o defender el sistema jerárquico que favorecía a la aristocracia criolla.

Mientras tanto, el virrey Pezuela había recibido órdenes de entrevistarse con San Martín. Se concertó la cita y la reunión se celebró en Miraflores, entonces un pueblo de indios al sur de Lima. Los delegados de ambos no pudieron llegar a ningún acuerdo importante salvo el de suspender temporalmente las hostilidades. Pero la sola presencia de San Martín afectaba el orden interno. La adhesión del marqués de Torre Tagle, intendente de Trujillo, le aseguraba a los patriotas el apoyo de todo el norte peruano. Al mismo tiempo, el general patriota Álvarez de Arenales en una incursión proselitista en la sierra central, que salió de Ica y siguió por Huamanga y Jauja, derrotaba al realista O’Reilly en Cerro de Pasco.

Luego de hacer el primer diseño de nuestra bandera en Pisco, San Martín cambió su cuartel general y se trasladó al norte de Lima, Huaura, y desde allí lanzaba algunos decretos y continuaba llamando a los peruanos a su causa. Los militares españoles, cansados de la tolerancia de Pezuela decidieron destituirlo y le hicieron un golpe de estado: en el Motín de Aznapuquio, José de la Serna fue elegido nuevo virrey del Perú. España confirmó a La Serna como virrey y le obligó a negociar con San Martín. La nueva entrevista se realizó en la hacienda de Punchauca, al norte de Lima (hoy Carabayllo). Allí, el Libertador exigió proclamar la independencia instalando una monarquía en el Perú. El virrey no podía acceder a tal petición y se reanudaron las hostilidades.


Histórico balcón de Huaura (norte de Lima) donde, según la tradición, San Martín proclamó por primera vez la independencia del Perú

Pero La Serna no podía mantenerse con su ejército en Lima. Lord Cochrane había bloqueado el puerto del Callao y los guerrilleros habían cortado el acceso con la sierra central, la despensa de Lima. El Virrey se retiró al Cuzco y empezó a gobernar el Virreinato desde la antigua capital de los Incas. La decisión era pragmática: en la sierra sur se encontraba el grueso del ejército realista. San Martín aprovechó y entró a Lima. Convocó una junta de notables en el Cabildo limeño que juró la independencia el 15 de julio de 1821. Manuel Pérez de Tudela fue el encargado de redactar el Acta. La proclamación quedó para el sábado 28 de julio en la Plaza de Armas de Lima.

El 3 de agosto, San Martín aceptó el título de Protector del Perú. De esta forma se iniciaba el Protectorado en el que San Martín promulgó el Estatuto Provisorio (base jurídica de su gobierno que hacía las veces de una “constitución”) y organizó un Consejo de Ministros integrado por Hipólito Unanue (Hacienda), Bernardo de Monteagudo (Interior) y Juan García del Río (Relaciones Exteriores).

Más adelante emprendió algunas reformas substanciales: decretó la “libertad de vientres”, abolió el tributo de los indios, promulgó las garantías jurídicas, fundó la Biblioteca Nacional, seleccionó la letra y música del Himno Nacional, decretó el libre comercio y dio los primeros pasos para divulgar su plan monárquico.

Hacia 1822 la situación de San Martín era desalentadora. Se negaba a invadir la sierra y los realistas mantenían su poder casi intacto al interior del país. Lord Cochrane se enemistó con el Libertador y abandonó la campaña con sus hombres. El Libertador comprendió que necesitaba apoyo militar y la solución era Bolívar que, por esos días, había liberado Quito. La entrevista entre ambos se realizó en Guayaquil donde San Martín le pidió a Bolívar apoyo militar y le ofreció estar bajos sus órdenes en la campaña del Perú. Bolívar no quería tenerlo como subordinado y le ofreció un ejército de mil hombres. Al final de la entrevista, San Martín entendió que su presencia era un obstáculo para la liberación del Perú y decidió abandonar el país. Antes de irse, el 20 de setiembre de 1822, instaló el Primer Congreso Peruano. Ante él renunció al cargo y anunció su deseo de retirarse de la vida pública.

La etapa peruana.- Al partir San Martín, el Congreso nombró una Junta presidida por José de la Mar que quiso continuar la guerra. Pero el fracaso en una serie de campañas militares causó su rápido desprestigio. Por ello, el 28 de febrero de 1823, fue nombrado primer presidente del Perú, José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete, impuesto por el ejército en el Motín de Balconcillo, primer golpe de estado de nuestra vida independiente.

Riva-Agüero intentó reorganizar el ejército patriota, incluso creó la primera escuadra peruana al mando del almirante Guisse. El fracaso del patriota Rudescindo Alvarado en las provincias del sur (Moquegua) frente al realista Jerónimo Valdéz le hizo comprender que la guerra no podía ganarse sin apoyo externo, especialmente de Bolívar. El Libertador accedió y envió un ejército de 6 mil hombres al mando de Antonio José de Sucre.

Pero en junio de 1823 tropas realistas entraron a Lima y Riva-Agüero tuvo que huir al Callao junto al Congreso. Un grupo de diputados consideró a Riva-Agüero incapaz de ganar la guerra. Lo destituyeron y le otorgaron todos los poderes militares a Sucre. Por su lado, Sucre presionó para que el Congreso nombrara presidente a Torre Tagle. Riva-Agüero se negó a aceptar su destitución y entró en conversaciones con La Serna. Pronto, con un sector del Congreso, instaló su gobierno en Trujillo.

De esta manera, el Perú era un caos: había dos gobiernos, el de Riva-Agüero y el de Torre Tagle, y dos congresos, uno en Lima y otro en Trujillo. En este contexto llegó Bolívar el 1 de setiembre de 1823 con sus tropas colombianas a las que se unirían peruanos, argentinos y chilenos, sobrevivientes de las campañas sanmartinianas.

La Corriente Libertadora del Norte o etapa bolivariana.- Pero la presencia del Libertador no hizo sino complicar más las cosas. Dividió a los peruanos pues despertó muchos recelos su autoritarismo y su deseo de unir al Perú con la Gran Colombia. Su diferencia con San Martín, más conciliador, era abismal.

Torre Tagle intentó negociar con su rival Riva-Agüero que a su vez negociaba con los realistas la posibilidad de establecer una monarquía en el Perú. Ambos fueron descubiertos por Bolívar y declarados traidores a la independencia. Torre Tagle tuvo que refugiarse en el Callao donde el general realista Rodil, había capturado el castillo del Real Felipe. Riva-Agüero por su parte, no tuvo otro remedio que abandonar el país y dirigirse a Europa. Es necesario anotar que durante el simbólico gobierno de Torre Tagle el Congreso promulgó, en 1823, la primera constitución del Perú, de corte liberal y republicano, y se terminó de diseñar la bandera nacional.

Entre 1823 y 1824 una confusión enorme reinaba en el Perú. Los peruanos seguían divididos por la presencia del Libertador. Bolívar tomó entonces acciones más drásticas y poderes aún más dictatoriales lo que siguió dividiendo a la opinión pública.

Pero en el bando realista las cosas tampoco andaban bien. Fernando VII había sido repuesto en el trono español como monarca absoluto. El liberalismo peninsular había sido derrotado. La Serna, Canterac y Valdéz eran liberales y constitucionalistas; Olañeta era absolutista y decidió abandonar a La Serna. Acusó al virrey de intruso, se retiró al Alto Perú, se proclamó virrey y empezó a gobernar desde allí en nombre del Rey y de la religión católica. La Serna envió a Valdéz quien no pudo someter al general rebelde.

Mientras tanto, Bolívar, ahora nombrado Dictador por el Congreso, reorganizaba su ejército. Se rodeó de eficaces colaboradores peruanos como José Faustino Sánchez Carrión (su secretario general), Manuel Lorenzo de Vidaurre, Hipólito Unanue y José María de Pando; Bernardo de Monteagudo, el antiguo colaborador de San Martín, también estuvo en el círculo íntimo del Libertador. En abril de 1824 Bolívar había organizado un ejército bien disciplinado de unos 8 mil hombres. En mayo se dirigió con él a la sierra central para seguir concentrando fuerzas.

En julio su ejército estaba conformado por 6 mil colombianos y 3 mil peruanos con quienes se enfrentó a los realistas el 6 de agosto en la batalla de Junín. Los realistas estaban al mando de Canterac. Los dos ejércitos acusaban mal de altura. No hubo un solo disparo pues la infantería no había sido envuelta y la artillería se encontraba muy lejos. Se enfrentaron solo las caballerías. Fue una batalla de sables, bayonetas y lanzas. El triunfo parecía sonreírle a los realistas cuando Bolívar ordenó la retirada. Pero el mayor Rázuri hizo ingresar al batallón de los Húsares, al mando de Isidoro Suárez, que cambió el giro de la contienda.

Por fin había un triunfo claro de los patriotas. Canterac tuvo que retirarse al Cuzco y Bolívar viajó a Lima. Sucre quedaba al frente del ejército patriota. Desde la capital Bolívar iniciaba un gobierno civil, reformaba algunas instituciones o aboliendo otras como la mita, y establecía un sistema escolar siguiendo el modelo inglés. Tras la derrota, el virrey La Serna reaccionó pronto. No podía permitir que los patriotas dominaran la sierra, el tradicional fortín realista. Hacia finales de noviembre los realistas salieron del Cuzco con todas sus fuerzas, unos 9 mil hombres, en su mayoría peruanos. Solo faltaba el rebelde Olañeta.

La batalla final se llevó a cabo a mitad de camino, en Ayacucho, el 9 de diciembre. La táctica de Sucre en la Pampa de la Quinua y la falta de moral de los realistas determinaron el triunfo final de los patriotas. Fue un encuentro dramático pues había peruanos en ambos bandos. Sucre aseguró que tuvo solo 300 bajas mientras que los españoles acusaron 1.600 muertos. La Serna fue capturado y Canterac ofreció una rendición sin condiciones.

Esa misma noche se firmó la Capitulación de Ayacucho. España reconocía la independencia del Perú a cambio de un pago, la “famosa deuda de la independencia”, una especie de indemnización de guerra. En el documento, además, los patriotas permitieron a los realistas la opción de quedarse en el Perú transformados en ciudadanos de la nueva nación respetándose sus propiedades, o embarcarse a España. La mayor parte de los oficiales realistas prefirieron el regreso a la Península soportando allá la penosa situación de vivir hasta su muerte con el estigma de ser llamado los “ayacuchos”, es decir, los derrotados. La Capitulación fue firmada por Sucre y por el realista Carratalá.

Luego del triunfo en Ayacucho, Bolívar confió a Sucre la liberación del Alto Perú. Había dos temas pendientes en la futura Bolivia. Uno era la presencia de Olañeta y el otro era decidir el futuro político de la antigua Audiencia de Charcas. Tras salir del Cuzco, Sucre cruzó el Desaguadero y entró cuidadosamente por territorio altoperuano. Esto provocó la deserción masiva de los colaboradores de Olañeta. Finalmente el “virrey” rebelde fue vencido en Tumusla. Luego Sucre reunió una asamblea de altoperuanos en la Universidad San Francisco Javier en la ciudad de Chuquisaca (hoy Sucre) que decidió la independencia del Alto Perú. Se llamaría Bolivia en el futuro.

En el Perú, como sabemos, un grupo de fidelistas seguían resistiendo en el Real Felipe (Callao). Allí el general Rodil había aglutinado no sólo españoles sino algunos aristócratas peruanos que no asimilaban aún la idea de la independencia. Muchos de ellos, incluido Torre Tagle, murieron víctimas de una epidemia de escorbuto . Pero la resistencia no podía prolongarse más. El 22 de enero de 1826 Rodil capituló cuando se convenció que no iba a recibir ningún refuerzo de España. A diferencia de los “ayacuchos”, Rodil y sus refugiados fueron recibidos en España como héroes.

Mientras tanto Bolívar, en Lima, se esforzaba por darle al Perú un marco institucional. Ahora, en 1826, su popularidad había aumentado algo en comparación a 1823. Pero seguía insistiendo en su proyecto de confederar los países andinos, y el Perú no podía quedar excluido. En eso estaba cuando recibió noticias que la anarquía había aumentado en la Gran Colombia. Tuvo que dejar el Perú el 23 de setiembre de 1826 a bordo del bergantín “Congreso”. Antes de partir nombró un Consejo de Gobierno presidido por Andrés de Santa Cruz.

Cuando ya no estaba el Libertador se juró en Lima, en diciembre de 1826, la Constitución Vitalicia. Sin embargo pronto los liberales se alzaron contra ella. Sus líderes eran Luna Pizarro y Vidaurre quienes llamaban a los limeños a un Cabildo Abierto para liquidar el proyecto bolivariano. La sesión se celebró el 27 de enero de 1927 quedando allí abolida la Constitución Vitalicia volviéndose a la Constitución de 1823. Todos entendieron que el régimen bolivariano había terminado.

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La Independencia del Perú: introducción

La independencia del Perú fue un proceso político que formó parte del movimiento separatista latinoamericano frente al Imperio español, y que podríamos ubicar entre 1808 y 1826. Políticamente se precipitó cuando las tropas napoleónicas invadieron la Península ibérica. Esto puso en evidencia la crisis de la monarquía española y cortó, de hecho, las comunicaciones entre España y sus colonias. Ideológicamente, sin embargo, la independencia fue un largo proceso de alejamiento y crítica por parte de los criollos más ilustrados frente a la Metrópoli. Esto dio lugar a un nacionalismo incipiente que se plasmaría en peticiones de autonomía política y ciertas libertades económicas que la monarquía española se negaría sistemáticamente a conceder a los americanos.

Desde el punto de vista militar, la liberación de Sudamérica se llevó a cabo en dos frentes de manera casi simultánea. La campaña del sur, dirigida por José de San Martín, empezó en Buenos Aires y avanzó por los Andes logrando la independencia de Chile; la campaña del norte, liderada por Simón Bolívar lograría, no sin grandes dificultades, la independencia de lo que hoy son los territorios de Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador. Ambos movimientos convergieron en el Perú, el reducto más importante del ejército realista donde, en 1824, se libró la célebre batalla de Ayacucho. Al otro lado del continente, los patriotas mexicanos seguirían su propio camino de liberación. Los cierto es que en 1826 España había perdido un enorme imperio del que sólo conservaba las islas de Cuba y Puerto Rico: unos 15 millones de habitantes habían dejado de ser súbditos del rey de España, Fernando VII.

Dentro de este marco, la independencia del Perú fue, junto a la de México, la más complicada, dramática y larga de todas. Se trató de una guerra civil (en ambos bandos había peruanos), incluso de una guerra de ocupación (Bolívar), que duró entre 1820 y 1826 aproximadamente, y causó numerosas muertes y pérdidas materiales.


Don José de San Martín

Como sabemos, el territorio del antiguo Virreinato peruano abarcaba un enorme territorio que llegaba hasta lo que hoy es Bolivia (el Alto Perú), es decir, un espacio demasiado diverso con realidades étnicas, regionales y económicas muy complejas y a veces contradictorias. Un territorio además, donde una minoría blanca (criollos y peninsulares) convivía con la masa indígena más nutrida del continente; esto sin mencionar la presencia de esclavos negros y de un grupo cada vez más nutrido de mestizos y castas. El temor de una sublevación de las masas era algo que atormentaba a la elite . Por ello, aquí la pugna de intereses y las múltiples expectativas de la población según sus ingresos económicos, ubicación en la sociedad y color de la piel hizo que no todos sintieran en el mismo momento la necesidad o la conveniencia de separarse de España, ni tampoco la forma de cómo llevar a cabo aquella delicada empresa. Fue en este ambiente de confusión y ambigüedad que actuaron los ejércitos de San Martín y Bolívar cuando llegaron a nuestro país.

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