Según Eudocio Carrera (La Lima criolla de 1900. Lima, 1954), 1902 marcó un cambio crucial en las celebraciones de Fiestas Patrias: el Parque de la Exposición fue ganando protagonismo, a expensas de la Plaza de Armas y sus calles aledañas. Analicemos:
Hasta 1900, el 27 de julio era una suerte de “día de campo” en la Plaza de Armas. Las vivanderas se peleaban con anticipación lo lugares a ocupar pues la fiesta atraía a una multitud de limeños que llegaban con sus familias, dispuestos a pasar parte del día, a la espera de los fuegos artificiales de medianoche, en conmemoración del nacimiento de la república. Algunas personas alquilaban sillas de esterilla y así tertuliaban con más comodidad. De 8 a 12, la alegría invadía la Plaza y calles adyacentes.
Los actos solemnes de ese día eran matizados en constantes quiebres de protocolo: ante la marcha de unos militares por el Jirón de la Unión, grupos de jóvenes de distintas clases sociales formaban sus grupos y marchaban también hacia la Plaza de Armas. En la Plaza, las vivanderas avivaban los fuegos de sus puestos de comida. Mientras, sonaban las retretas militares de las bandas del ejército. Al final, a la medianoche, venían los fuegos artificiales, preparados por los chinos, para deleite de todo el público: “Después de los fuegos, las familias instaladas en las sillas de la pila y demás asientos se repartían por distintos lugares, en busca de otra clase de esparcimientos, visitando los bares y cantinas…. Donde se amanecían, en pleno refocilamiento copológico, oyendo música de valses, polcas y mazurcas, sin bailes…. Pero los que se quedaban en la Plaza gozaban mejor que nadie, sin lugar a dudas. Eso era el desborde de criollismo y democracia. Invasión completa a las mesas de las vivanderas… y las tamaleras y humiteras que olían puro chancho y a puro manjarblanco. Todo acompañado con pisco y chichas de diferentes clases”.
Una vez acabados los fuegos, el esparcimiento se relaja aún más. Los que permanecen en la Plaza, gozaban del desborde de criollismo y democracia: el ambiente se torna más popular. Esta fiesta, llamada noche buena, se extendía y trasladaba a la población a diferentes lugares de Lima.
En 1901, El Comercio nos cuenta de una muchedumbre alegre que “desde las primeras horas (de la víspera) recorría el jirón de la Unión y los Portales de escribanos y Botoneros…” A las 8 y media de la noche salían de santa Catalina las bandas de música de los cuerpos del ejército. “Iba entre las hileras de soldados que conducían hachones; de manera que ofrecía aquello aspecto de una procesión nocturna…”. En la Plaza de Armas hubo gente que se les unió en su ruta por Desamparados, hasta los balcones de Palacio, donde tocaron diana al presidente. Después marcharon por el jirón de la Unión, dando vivas al gobierno. Entonces la procesión se había engrosado en no menos de 5,000 personas, según el diario. “A las 10 y media se quemaba el castillo en la Puerta de la Exposición. A las doce de la noche el girón de la Unión estaba aún bastante animado”.
Entonces la procesión pasaba de la Plaza de Armas a la Exposición, para que, una vez acabado el evento previsto, la muchedumbre regresara al Centro, a divertirse a su libre albedrío. Para ello había establecimientos abiertos y ambulantes dispuestos a atenderlos. El momento de más libertad es el del más comunitarismo: era en el Centro donde ello se hacía posible.
Al día siguiente, la ceremonia se tornaba un tanto más solemne. El 28 de julio era el día de la lectura de los discursos, Jura de la Independencia, de los desfiles militares y escolares, las bandas del ejército, la salva de 21 cañonazos. La gente se volvía más espectadora, estática; los personajes centrales del desfile eran los militares. De los otros que desfilaban los colegiales, su comportamiento era de imitación a los soldados, ejemplo de disciplinamiento a seguir. Los mensajes solían estar llenos de lugares comunes, palabras aglutinadoras de la población en las mismas aspiraciones y preocupaciones.
A partir de 1902, las Fiestas patrias fueron adquiriendo un sentido distinto. La Plaza de Armas venía sufriendo desde 1898 una serie de transformaciones destinadas a “modernizarla”, a racionalizar su espacio. Esto implicaba despopularizar el Centro, reforzar su carácter simbólico de poder. La Plaza como eventual lugar de esparcimiento (o mercado) debía ser eliminado. Así, el alcalde Martín Echenique mandó talar sus Picus. En 1901, el alcalde Federico Elguera los reemplazaría por palmeras que pasaron a integrar una lógica más decorativa.
Si seguimos a El Comercio, el cambio de ambiente se dio entre 1903 y 1905 cuando el ritual oficial del poder se mantuvo en el Centro: marcha del presidente al Congreso, el Te Deum; sin embargo, se trató de “armar” la fiesta en el Parque de la Exposición, organizada por la elite social de Lima. En 1903, El Comercio calculaba en unas 15 mil personas las que se distribuyeron entre el campo de Santa Beatriz y la plazuela de la Exposición en fiestas o “kermesses” por 28 de julio.
Según el redactor del diario, solo “alguna animación” pudo encontrar en el Centro. La expectación o algarabía se encontraban en la Exposición. En suma, las espontáneas reuniones populares en los lugares públicos del Centro fueron perdiendo la atención de la prensa y la relevancia de antes. No es casual que para mediados de la década de 1910, un escritor como Enrique Carrillo (Viendo las cosas pasar. Lima, 1915) las califique de “huachafas”.
Conclusión.- A partir de inicios del siglo XX, las autoridades políticas organizaron eventos en los que el papel de la multitud únicamente era el de espectadores. La elite social, por su lado, apoyada por la prensa, asumía la organización de una kermesse con puestos ambulantes, en una imitación, pero bien montada, de lo que antes ocurría en el Centro. Lógicamente no estaba hecha para la nocturnidad sino para la luz del día. Las Fiestas Patrias, entonces, ganaron en el aspecto organizativo pero perdieron la espontaneidad callejera que promovía la integración social. El Centro, paulatinamente, fue quedando como el espacio de las ceremonias oficiales de las fechas, donde el público asistía no para una fiesta larga sino para una ceremonia concreta a espectar. Las ceremonias oficiales ahora eran más distantes y jerárquicas: la ofrenda del presidente desde el balcón presidencial, su propio discurso a la Nación, la mirada distante desde un carruaje, al igual que las propias vestimentas o accesorios (los uniformes en el desfile militar).